2. Sarah y Adam

Sarah se despertó con sudores fríos, las manos apretando las sábanas fuertemente, y una angustiosa sensación en la tripa. Cualquier otro día hubiera pensado que debía de haber tenido una mala pesadilla, hoy en cambio, sabía que todo estaba a punto de cambiar, y no para bien. Cerró los ojos, intentó dormirse de nuevo, pero era una persona de sueño ligero, y una vez se había desvelado, era incapaz de volver a dormir, así que se levantó de la cama, y mientras contemplaba su figura en el espejo de cuerpo entero de su ruinosa habitación de su piso compartido, rememoró todo lo ocurrido la noche anterior…

Cinco horas antes

Sarah odiaba la peluca rosa que el propietario de aquel bar de mala muerte le obligaba a ponerse, porque hacía que le escociera el cuero cabelludo, y porque cuando se la quitaba tras una larga noche, tenía rojeces en la frente y la nuca; aún así, decidió que podía aguantar con ella, pues solo quedaba media hora más de su turno.

Cogió la bandeja repleta de vasos que le tendía la chica de detrás de la barra, y cuando ésta le sonrió con compasión, supo que le tocaba servir a la ruidosa mesa del fondo del local. La mesa de directivos que esa noche había gastado en el bar más de lo que ella ganaba en un año, y que gritaban con algarabía, y pedían que varias chicas atendieran sus necesidades.

La última vez, Patti, una de las camareras más jóvenes había regresado del reservado alquilado por estos hombres llorando, y frotándose la nalga, pues uno de ellos le había dado una palmada tan fuerte, que se le habían saltado las lágrimas. Ella la había abrazado, y le había prometido que no tendría que volver a verlo; ahora le tocaba el turno a ella.

Se detuvo antes de entrar al reservado, intentó estirarse la corta falda del uniforme, y se recolocó la peluca, intentando que el falso pelo color rosa cubriera la mayor porción posible de cara. En su mente había trazado un plan bien claro, entraría, les dejaría las bebidas en la primera mesa disponible, y se iría corriendo, antes siquiera de que hubieran notado su presencia; así que se repitió el plan en su cabeza, volvió a tomar entre las manos la bandeja, y entró en la minúscula habitación, que olía a alcohol y tabaco.

En el centro de la sala, dos chicas del bar bailaban medio desnudas mientras varios hombres viejos y sudorosos las alababan, y Sarah dio gracias por no ser una de ellas. Cuando aceptó el puesto de camarera le habían dicho que existía la opción de bailar en salas privadas, ganando más dinero, y trabajando menos horas; ella, tentada por la acuciante necesidad de dinero que tenía en aquellos momentos, había estado a punto de aceptar; afortunadamente, otra de las camareras del bar le dijo que no lo hiciera, que ese trabajo implicaba dejarse manosear por clientes viejos y desagradables.

Sarah se apresuró a bajar la cabeza, y a no hacer ruido, de acuerdo a su plan de no ser descubierta, se movió por detrás de donde se encontraban la mayoría de los hombres, y se encaminó hacia una mesa alta que estaba llena de copas vacías. Se alegró cuando pudo colocar la bandeja sobre ella sin que nadie la molestara, y comenzó a colocar los vasos vacíos en su bandeja, a la vez que dejaba los nuevos vasos llenos en su lugar.

Cuando ya casi había terminado, y mientras cogía de nuevo la bandeja de metal entre sus manos, sintió como una mano desconocida se apoyaba sobre su nalga, y comenzó a estrujarla sin piedad. Sarah escuchó el asqueroso sonido que emergía de la garganta del hombre, y eso hizo que la náusea se hiciera aún más intensa en su estómago. Soltó la bandeja, cogió impulso, y se giró sin pensar, golpeando con su mano abierta la mejilla del viejo que la estaba tocando. El hombre dió un respingo cuando su mano impactó contra su cara, y por unos breves instantes, Sarah sintió una completa satisfacción al ver el desconcierto en su rostro; luego, todo se volvió mucho peor que antes de la bofetada.

- ¿Cómo te atreves, pedazo de furcia? Entras aquí medio desnuda, te paseas moviendo las caderas, ¿y esperas que no te toquemos?

- Señor, yo aquí soy una camarera, no tiene derecho a tocarme, creo que se lo informarían cuando entró en el establecimiento.

Sarah se giró de nuevo, cogió la bandeja, e intentó salir de la habitación, pero no había recorrido ni diez pasos, cuando el viejo la agarró de su cortísima falda y tiró de ella, haciendo que la tela se rasgara, y que a ella se le cayera la bandeja, y todo su contenido al suelo.

- Mira, zorrita, tú estás aquí para complacerme, y hasta que yo no diga que te puedes ir, no saldrás por esa puerta.

Sarah, que sentía la quemazón de las lágrimas en los ojos, intentó taparse el cuerpo con lo que quedaba de su vestido, ese ridículo uniforme que la obligaban a llevar para trabajar allí, pero fue incapaz; de hecho, el hombre enganchó lo que quedaba de tela, tiró de ella, y la dejó en medio de la sala en bragas y sin sujetador, pues con el uniforme no podía nunca ponérselo.

Ella se tapó sintintivamente los pechos desnudos, haciendo esfuerzos por no derramar las lágrimas que se acumulaban en su rostro, y mientras los hombres fijaban su atención en ella, y ella comenzaba a sentir que no había nada que pudiera hacer para disminuir la humillación de la que acababa de ser objeto, se abrió de nuevo la puerta, y su jefe entró acompañado de otro hombre trajeado. Ella intentó desesperadamente taparse con las manos, y desde luego,mientras se esmeraba en que no vieran sus pechos, lo último que esperaba es que una voz conocida la llamara por su nombre, era Adam..

- ¿Sarah Meinland?- dijo la voz del hombre que acompañaba a su jefe.- ¿qué haces aquí? ¿Y medio desnuda? Mañana tenderemos una charla tú y yo, te lo aseguro.

Sarah boqueó como un pez fuera del agua, y no supo que responder, así que salió corriendo de la habitación, mientras en su mente quedaba para siempre grabada la imagen horrorizada del CEO de la compañía en la que durante el día trabajaba como ayudante; y la imagen furibunda de su jefe del bar, que la contemplaba como si todo aquel desastre fuera su culpa.

Adam

Varias horas después de la escena que Adam vivió la noche anterior, y después de la agotadora reunión con el Beta de su padre, en lo único de su cuerpo pensaba, era en Sarah. Notaba su cuerpo tenso con solo recordar sus formas, así que decidió darse una ducha fría en el cuarto de baño privado de su despacho. Avisó a su secretaria que no lo molestara durante media hora, se encerró en el lujoso baño de mármol, y se desnudó deprisa, dejando que la ropa cayera al suelo, y entrando en la ducha a pesar del contraste del agua fría golpeando su piel.

Cerró los ojos mientras dejaba que el chorro de agua lo bañara, pero fue incapaz de borrar de su mente las suaves curvas de Sarah, su dulce piel, la forma en que se estremecía mientras él la miraba, y fue entonces cuando una imagen cruzó su mente. Fue solo un instante, pero en su cabeza se dibujó la imagen de la tierna y dulce Sarah siendo embestida por si mismo. Estaba colocada boca arriba, mostrándole esos pechos que tanto se había afanado en esconder, y él se relamía mientras acariciaba su cuerpo con sus zarpas.

Cerró los ojos, y pudo incluso escuchar la voz de la muchacha suplicándole que la tomara, que la llevara al éxtasis, y él, enardecido de deseo, y totalmente transformado en lobo, la poseía hasta que sus voces se hacían solo una.

Adam notaba su cuerpo tenso, su mano acariciando su sexo mientras pensaba en como Sarah lo haría con su boca, y en el instante antes de correrse, Adam emitió un gemido de frustración porque sabía que sus deseos no podrían llevarse nunca a cabo, ya que iba a despedir a la chica.

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