El corazón del Alfa
El corazón del Alfa
Por: Karen Bodouir
1. Adam

- ¡Adam!-exclamó Benedict con su falso tono alegre.- ¡que alegría volver a verte!

- Si, Benedict, hacía mucho que no te pasabas por aquí.

Benedict, que era el beta del padre de Adam ,enviado a la empresa de Adam. Aunque no pudiera utilizar ese título en público, lo conocía perfectamente, pues lo había criado más que su propio padre.

El aludido cerró la puerta sin perder su sonrisa ni un instante, y Adam temió que algo malo estaba a punto de suceder si Benedict aparecía radiante en la puerta de su despacho.

- ¿Cómo van los negocios, muchacho?

A Adam le sentaba fatal que lo llamaran muchacho, lo hacía sentirse pequeño e inútil, como le ocurrió durante toda su infancia y adolescencia, pero no era raro que Benedict le hablara así, su propio padre solía tratarlo del mismo modo.

- ¿Acaso no te ha comentado mi padre que este año hemos doblado los beneficios del año anterior?

- Lo cierto es que no hablamos mucho de negocios, tu padre y yo; pero me alegro de que al fin haya algo que se te dé bien.

Adam sintió como sus dientes rechinaban, como su mandíbula se tensaba, y tuvo que hacer un esfuerzo para mantener a su lobo interior dentro del cuerpo, porque por muy débil que Benedict y su propio padre lo consideraran, en esos momentos, pugnaba por salir y destrozar el precioso despacho de diseño en el que se encontraban.

Adam tenía solo veintisiete años, y era uno de los hombres de negocios más exitosos de toda la ciudad, pero eso no era suficiente para su familia… como tampoco lo había sido nunca su ambición, y sus ganas de multiplicar los beneficios de la obsoleta compañía que su padre fundó con la única intención de conseguir algo de dinero con el que mantener a su manada.

- Muchacho- dijo Benedict.- entierra el hacha de guerra, que vengo en son de paz, y siento si mi comentario te ha molestado, es que cuando eras un adolescente alto y desgarbado parecía que nada se te daba bien, pero me queda claro que el mundo empresarial es lo tuyo.

- ¿Por que no nos sentamos?

Adam siguió la sugerencia de Benedict, y tomó asiento en su silla de oficina, que era tan robusta y brillante, que casi parecía un trono.

- ¿Por qué has venido, Benedict?

- Mira, Adam, hay cosas que se deben hacer personalmente, y ésta es una de ellas; he venido a pedirte que vengas a la casa de tu padre, a tu casa.

-NO.

- Adam, serénate, y escucha lo que voy a decirte.

- Está bien, di lo que tengas que decir, y vete, tengo la mañana repleta de reuniones.

- Te pido que vayas a la casa de la manada para acompañar a tus padres en estos momentos, ya que aunque no lo sepas aún, necesitan de tu apoyo. Tu hermano ha desaparecido, la familia está rota de dolor, lleva ya diez días sin saberse nada de él, y tu padre se niega a aceptar la realidad.

Miles, el hermano mayor de Adam era el heredero de su padre, el hijo que siempre lo había llenado de orgullo. Fue un niño fuerte, que creció y dio lugar a un hombre capaz de defender a la manada en una situación difícil, y con una sonrisa capaz de desarmar a cualquier mujer.

Adam lo había envidiado muchas veces, pero siempre había asumido su papel de segundo hijo, de niño sin capacidades, y con un desarrollo lento,  así que en cierto modo, le parecía lógica la atención que su hermano captaba; le parecía lo normal que su ropa fuera aquella que él desechaba, e incluso que su habitación fuera la que su hermano no quería. Él siempre lo quiso, siempre lo apoyó, nunca se planteó ninguna otra opción, hasta que Brooke se cruzó en sus vidas.

Fue el verano en que Adam cumplió dieciséis, el mismo verano en el que al fin pudo convertirse en lobo por primera vez, conoció a Brooke. Se la encontró en el bosque, una loba de pelaje rubio, esbelta, ágil, y que lo miraba con ternura desbordante. Y él la persiguió, le dejó regalos cerca de las zonas en las que solía verla, se ofreció voluntario para ir a comprar al pueblo con la vana esperanza de encontrársela, y aunque nunca la vio en forma humana, siempre estuvo seguro de que la reconocería en el mismo momento en que la viera; él era consciente de que su olor era difícil de olvidar, y el lo reconocería en cuanto lo oliera.

Estaba tan convencido de que ella era su pareja predestinada, que incluso le habló a Miles sobre ella. Él lo acompañó en sus escapadas nocturnas por el bosque, la vio, y le prometió que la encontraría para él.

Y así fue, aunque desde luego, Adam hubiera preferido que no la encontrara, porque la única vez que la vio con forma humana, fue durante la fiesta de compromiso de Miles y… Brooke. Adam se quedó atónito, en especial porque nunca había sabido que su hermano hubiera encontrado a su pareja, y siempre había pensado que aquella fiesta era una de las muchas que sus padres solían celebrar para entretener a la manada. Los miró con el odio grabado en los ojos,  y ni siquiera esperó a que la fiesta hubiera llegado a su fin para irse a su habitación y hacer sus maletas.

Miles lo siguió, entró tras él sin pedir permiso como tantas veces había hecho, y cuando su hermano lo encaró, la única respuesta que pudo darle fue la que más le dolió a Adam:

- Hermano, esa loba ha nacido para ser Luna, nunca hubiera aceptado tu propuesta, ni siquiera aunque hubiera sido tu pareja destinada.

- ¿Cómo puedes saberlo, Miles? ¿Cómo has podido ocultármelo? ¿Tienes idea de lo que he sentido cuándo he llegado al salón y la he visto marcada por tu boca? ¿Cogiendo tu mano y sonriendo como una boba a todos los asistentes? ¿Cómo pudiste ocultarme que ella era tu pareja?

-¡Adam! Ella no es mi pareja destinada, pero yo ya tengo dieciocho años, tengo que emparejarme, y ella me ha dicho que nunca aceptaría ningún emparejamiento que no la convirtiera en Luna de una manada.

Esas palabras le partieron el corazón a Adam, lo hicieron sentir minúsculo, y de pronto comprendió que hasta su propio hermano lo consideraba inferior. No solo su padre pensaba que era el hijo torpe, y se alegraba de tener un heredero apropiado, sino que su propio hermano, por el que él siempre había estado a la sombra, pensaba que era un segundón que no merecía ni siquiera la oportunidad de declarar sus intenciones a la mujer que le estaba destinada.

Guardó alguna ropa, su documentación, y sus libros, y dejó una carta para sus padres en la que les explicaba que había decidido continuar con sus estudios en el extranjero. Esa misma noche subió a un avión, desembarcó en una ciudad que nunca le gustó, ni sintió como suya, y solo regresó cuando se hubo graduado con honores, y su padre le ofreció un puesto en su empresa con objeto de que su madre pudiera visitarlo con más frecuencia.

Él lo aceptó, aún cuando era un empleo de los más bajos que la empresa de su padre ofrecía; lo hizo porque él también echaba de menos a su madre, pero se prometió que no le daría a su padre la satisfacción de quedarse en el puesto más bajo del escalafón. Se empleó a fondo, convirtió el trabajo en su vida, y en menos de cinco años, su padre tuvo que admitir su valía, y colocarlo al frente de la empresa.

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