CAPÍTULO 66. Tú mandas

—Señor Conte, tengo a la Mamma —fueron las primeras palabras de Enzo Aiello y el rostro de Franco Garibaldi, que en ese momento atravesaba las rejas de la mansión en Roma, se demudó de la rabia.

—¿¡Me estás jodiendo, Enzo!? —gruñó y del otro lado solo escuchó resoplidos, protestas y algo parecido a un manotazo.

—¡Qué brutos son los hombres, carajo! —se rio Victoria quitándole el teléfono a Enzo para hablar con Franco—. ¡Hola, amor! Soy yo.

—¿¡Victoria!? ¿Estás bien…?

—Sí, sí. Estoy perfectamente —respondió la muchacha.

—¿Qué hace Enzo ahí? —preguntó Franco que no tenía idea de lo que Victoria había hecho.

—Los organicé cuando vinimos a Roma. No quería apostar todo a una sola estrategia, así que Enzo vino, y él y sus hombres… bueno nuestros hombres, estuvieron vigilándome para asegurarse de que estuviéramos bien.

Franco se echó atrás en el asiento del auto y suspiró con alivio. Quizás se hubieran conocido en circunstancias difíciles y vulnerables, pero por muy hijo de put@ que fuera el
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