CAPÍTULO 19. El hombre que tiene a tu hijo

Salir de aquella iglesia acompañada por Franco hizo que Victoria volviera a respirar. Pero a pesar de lo conmocionada que estaba, se aseguró de que su rostro no mostrara ni un solo cambio cuando tuvo que pasar por el salón donde estaban reunidos los invitados.

Forzó una sonrisa bastante convincente mientras se encogía de hombros.

—Con su permiso, iré a cambiarme por algo más apropiado. No quiero asustar a los niños.

Todos rieron y la saludaron levantando sus copas, y lo tomaron como una broma, porque los niños de la ´Ndrangheta no se asustaban por algo tan simple como la sangre.

Victoria se dirigió a la escalera, pero en cuanto salieron de la vista de la familia, Franco pasó un brazo bajo sus rodillas y la levantó mientras ella apoyaba la cabeza en su hombro.

El italiano la sentó en el borde de la bañera y la oyó respirar con fuerza mientras aguantaba el dolor.

—¡Maldición! —gruñó él al darse cuenta de que la sangre no paraba de salir—. ¡Ven, niña, levántate!

Le dio la vuelta y le abr
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