Capítulo cuatro

¡Sorpresa, no era una rana!

Antonella

Miré y esperé por un corto momento, le acababa de confesar a Carina el lugar al que iría a trabajar esa tarde y no lo habría hecho de no haber sido tan necesario. Necesitaba salir ahora mismo y solamente ella podía cubrirme las espaldas con el abuelo.

—¡Estás completamente loca, Antonella! —gritó.

Tuve que encogerme de hombros y cubrirme los oídos, solamente porque estaba segura de que Carina le temía al mar o juraría que era una sirena convertida en humana. Su grito era realmente espantoso, tal como juraban los marineros que era el grito de una sirena.

—No, no estoy loca, pero no voy a perderme ese baile por nada del mundo y limpiar el viejo faro no es la gran cosa y sin contar que van a pagarme trescientos euros, ¡trescientos euros! ¿Sabes lo que eso significa? —pregunté y sin darle tiempo a responderme añadí—: Tendré dinero suficiente para invertir en los arreglos de la casa, por nada del mundo dejaré que otra m*****a rana se vuelva a colar en mi habitación. ¡Es horrible! —grité en tono dramático. Todo para convencerla de dejarme ir y de cubrirme con el abuelo.

—Sigo pensando que no es una buena idea —insistió.

—Por favor, Carina, por favor —supliqué juntando mis manos y batiendo mis pestañas, hice un puchero y ella seguía con el ceño fruncido—. No haré nada estúpido ni arriesgado, solamente limpiaré donde se pueda y listo. Por favor, con ese dinero podré comprarme también las zapatillas de cristal que le hacen juego al vestido —insistí con más fuerza que ella.

Sabía que meterme al faro era peligroso. El lugar estaba casi olvidado y según la gente había partes de madera que empezaba a caerse al mar, pero la paga era buenísima y yo no quería faltar al baile en honor a mi madre, tampoco quería que mi abuelo faltara, no sabía si algún día tendríamos de nuevo una oportunidad como aquella.

Nadie en el pueblo tenía idea de quienes éramos, por lo tanto, no teníamos ningún tipo de privilegio y el abuelo lo prefería así, no obstante, sabía que el baile significaba mucho para él ¡Era en honor a su única hija! Aunque ella había muerto, el abuelo siempre hablaba maravillas de ella y la recordaba con amor y orgullo. ¿Por qué no darle un poco de felicidad? ¿Qué importaba lo peligroso del faro?

—No creo que debas ir, Antonella. Por favor, escúchame por una vez en la vida. No vayas —pidió Carina ya sin mucho afán, sabía que nada me detendría.

—Lo siento, pero no puedo quedarme —dije mientras me colocaba las botas y tomaba las herramientas de limpieza que necesitaba—. Hazte cargo de la floristería y si mi abuelo viene, invéntate un cuento de vaqueros o de lo que se te ocurra, no le digas lo que estoy haciendo y donde lo estoy haciendo —no fue una petición, fue más bien una orden, de lo contrario Carina me lanzaría a los tiburones sin pensarlo.

Salí de la floristería y caminé directamente al faro. ¿Qué tan difícil podía ser limpiarlo? ¿Qué tan peligroso suponía Carina que era? Nunca lo sabría si no lo intentaba.

Me encogí de hombros y tracé los tiempos en mi cabeza mientras tarareaba una canción, estaba feliz, antes del sábado tendría el vestido y podría asistir al concierto en honor a mi madre.

—¿Qué tan difícil podía ser limpiar un faro? —gruñí, llevaba cuatro horas encerrada en el lugar y no había manera de terminar.

Bien dicen que no hay que dejarse llevar por la fachada. El jodido faro se veía tan pequeño desde afuera, pero jamás imaginé que por dentro la cosa fuera distinta. Tanto que maldije un par de veces al tipo que la construyó, ¿es que no pudo hacer algo más sencillo?

Suspiré un par de veces, me sentía completamente abatida. Tenía la impresión que entre más limpiaba más grande se hacía el sitio y el sucio seguía y seguía saliendo. Por un momento me sentí como cenicienta en todo el sentido de la palabra, me pasé la mano por el rostro para apartar el mechón de cabello que se había salido del pañuelo y resoplé sin saber la cantidad de veces que lo había hecho.

—¡Debí cobrar mucho más, esto parece que no ha sido tocado por nadie en siglos! —grité mientras continuaba discutiendo conmigo misma.

Cansada y sin fuerzas, me puse de pie y caminé a la ventana. El sol estaba puesto en el horizonte y se cernía sobre el majestuoso mar, como si quisiera abrazarlo y atrapar la inmensidad con sus rayos. Una vista muy romántica que solo compartía con la mugre del lugar.

Aparté ese pensamiento y me concentré en el paisaje. Desde niña adoraba ver la puesta y caída del sol, el astro rey siempre me hacía pensar en el ave fénix, así era el sol. Caía todas las tardes y al amanecer resurgía con más fuerza que el día anterior.

Me aparté de la ventana para volver a limpiar mientras algunas lágrimas caían de mis ojos, pensé en mi madre quien falleció tan joven y en mi padre. Ese hombre que yo no conocía y no sabía si el destino volvería a cruzar nuestros caminos y tener la oportunidad de conocernos y ser padre e hija, aunque solo fuera un breve momento.

Dejé de reflexionar cuando mi pie resbaló en el último peldaño y mi cuerpo se impactó con fuerza sobre la madera. El dolor atravesó mi espalda y justo cuando intenté ponerme de pie, el piso se abrió y mi cuerpo fue cayendo y cayendo hasta golpear contra el agua fría del mar.

Intenté sobreponerme y nadar a la orilla, no era una inexperta, me crecí en un pueblo playero, nadar no era ciencia, no obstante, a esa hora de la tarde las olas eran fuertes, parecían luchar contra algo invisible y me llevaron y trajeron a su antojo.

Me sumergí para poder nadar bajo las olas y alcanzar alguna roca a la cual poder aferrarme, pero mi esfuerzo fue en vano, el aire empezó a faltarme gracias al golpe que me había llevado anteriormente y tuve que salir en busca de oxígeno.

Me concentré tanto en coger aire que no me di cuenta de la fuerte ola que se avecinaba en mi dirección y fue tarde para intentar sumergirme de nuevo. La ola me golpeó y me lanzó contra las rocas y no fue exactamente como yo habría deseado que fuera, mi espalda golpeó de nuevo y sentí como si me hubiesen arrancado el alma.

—¡Ayuda! —aquel fue el único grito que salió de mis labios antes de intentar mantenerme a flote, mis brazos parecían aletas de mariposa. Estaba cansada, casi acalambrada y no fui rival para la siguiente ola y mi mundo se convirtió en un manto oscuro.

“Moriré”, pensé.

Iba a morir en el mar, no habría un amanecer para mí; no volvería a ver el rostro sonriente de mi abuelo, no volvería a escuchar los gritos de Carina, pero si era positiva, quizá conocería a mi madre. Ese pensamiento me hizo reír internamente antes de que todo terminara y fuera arrastrada a las profundidades del mar.

—¡Maldición, no te atrevas a morir aquí! —el grito masculino venía de algún lugar remoto, sentía como mi pecho era presionado y mi espalda dolía con cada maniobra. Estaba dolorida y pensé rápidamente que morir era un asco.

¿Cómo podía sentir dolor estando muerta? ¿Es que era la señorita calamidad? ¿No se supone que si mueres entras al limbo? Me sentí estafada incluso por la muerte.

—¡No te mueras! —ahí estaba de nuevo esa voz, parecía enojado, asustado, en realidad no tenía ni idea y la presión sobre mi pecho cesó, eso era una buena cosa, mi espalda casi dejó de doler al instante y entonces pasó.

Mi nariz fue apretada con tanta fuerza que creí me la estaban rompiendo y luego, sus labios húmedos estaban soplando dentro de mi boca y lo hizo varias veces.

Abrí mis ojos y por un momento temí que se tratara de una pesadilla y que estaba siendo besada por aquella vieja y apestosa rana.

¡Sorpresa, no era una rana! ¡Era un maldito pervertido!

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