Capítulo tres

TURISTA

Dante

Salí de la oficina luego de un arduo día de trabajo, tras el compromiso fallido de la semana pasada. Marena tenía que conformarse con una cena rápida en algún prestigioso restaurante en la ciudad y un nuevo anillo de compromiso. De todas maneras, esto solamente era una transacción comercial y no un matrimonio por amor.

No obstante, pensar en comprar un nuevo anillo, me hizo recordar el anillo que debía estar en el fondo del mar. La joya estaba catalogada como uno de los anillos más caros de la historia y no era el dinero lo que me importaba, sino el valor sentimental que tenía para mi abuelo. Aquel anillo era el símbolo que toda esposa Ferrara debía llevar hasta el día que tenía que cederlo en favor de la nueva señora de la casa.

—¿Irás a Amalfi este fin de semana? —preguntó Federico, apenas me vio aparecer en el vestíbulo de la empresa.

Me consideraba un hombre paciente con mi hermano, no obstante, era humano y había momentos en los que me veía tentado a asesinarlo y lanzar su cuerpo al mar. La idea era terriblemente placentera, tanto que me olvidé de Federico por unos cuantos segundos para ignorar su parloteo.

No comprendía cuál era su jodida insistencia en evitar mi boda con Marena, ¿No debería el sentirse feliz por qué nuestros negocios iban a extenderse a otros horizontes? Aunque Federico no era nieto de mi abuelo, era hijo de mi madre y por tal razón él se vería beneficiado de una u otra manera con la fusión que pensábamos hacer con los Vítale.

—¡Dante! —gritó al verse ignorado mientras mi nivel de frustración iba creciendo a pasos agigantados. ¿Tan difícil era para él comprender que esto era simple y llanamente negocios?

—Lo siento, tengo muchas cosas en la cabeza, ¿qué me decías? —pregunté sin qué ese “lo siento” fuera real. Pero estaba fastidiado y negarlo no tenía sentido.

—¿Puedo acompañarte? —preguntó—. Me gustaría conocer Amalfi, el abuelo ha dicho que tiene un gran proyecto en manos para el sitio y me gustaría corroborarlo —añadió casi de manera atropellada.

Suspiré, al final de cuentas quien decidía la compra en Amalfi era yo y por muchas opiniones que Federico diera, no iban a ser escuchadas por el abuelo. Quizá ese era realmente el problema entre mi hermano y yo. En su afán de mostrar su valía frente a Lorenzo Ferrara, terminaba metiendo la pata en algunos temas y no había manera de protegerlo si él mismo no quería ser protegido.

—Tengo una cena con Marena el fin de semana, no quiero hacerle el feo, no obstante, el viaje a Amalfi también es importante —acepté.

—Si no puedo acompañarte a la isla, puedo ir a la cita con Marena y disculparme en tu nombre. Somos hermanos y ella y yo somos amigos desde hace mucho tiempo, no creo que se ofenda —se ofreció sonriente.

—Podemos intentarlo, Federico. Si Amalfi es lo que esperamos, habrá valido la pena todo lo que tengamos que hacer para conseguirla —respondí.

No, no era un hombre insensible que le valiera tres hectáreas de pepino los sentimientos de Federico. Pero a diferencia de él, yo era práctico y los negocios siempre eran una prioridad para mí, sin contar que el abuelo jamás le permitiría casarse con la mujer que él había elegido para mí.

—Haré mi mejor esfuerzo —aseguró dándome un par de palmadas en la espalda.

—Sé que lo harás —mencioné dirigiéndome a las puertas del ascensor.

—Gracias, y te deseo suerte en Amalfi, aunque siempre consigues todo lo que te propones —mencionó.

El corto trayecto al estacionamiento de la empresa fue en completo silencio y una vez las puertas se abrieron, Federico salió corriendo para subirse a su auto.

Sonreí, al final de cuentas él era el hermano pequeño, quién podía llevar una vida menos ajetreada y sin menos presión, además de no ser el heredero de la dinastía y en muchos sentidos me alegraba. Por lo menos su vida no sería tan fría como la mía.

Dejé de pensar en tonterías y aparté el minuto de sentimentalismo que me había permitido. Subí al auto y salí con rumbo al puerto.

En un inicio no sabía siquiera lo que haría, quizá podía dar un paseo. Tener un momento de soledad y tranquilidad era un lujo que pocas veces podía tener y a la que pocas veces accedía. Como hoy. Si mi intención no fuera conocer Amalfi, quizá estaría conduciendo a casa para cenar con mi familia y luego de la cena dirigirme al despacho para conversar con mi abuelo acerca de negocios, planes, estrategias y dinero.

No recordaba cuando fue la última vez que ambos nos sentamos a charlar y preguntarnos por nuestras vidas personales. Todo empezó a cambiar tras la muerte de mi padre y de mi abuela. Supongo que perderlos al mismo tiempo supuso un gran dolor. Ni siquiera podía imaginar lo que él sentía. Yo sufrí por mi padre muerto, por mi abuela. Pero para él era totalmente distinto, se trataba de su único hijo y de la mujer que amaba.

Yo era un niño apenas y creo que verlo destrozado al punto de querer perder la vida, me llevó a convertirme en el hombre que soy ahora; me convencí de que el amor era el camino del dolor. Y que era un camino que no deseaba recorrer.

¿Para qué sufrir innecesariamente cuando puedo conseguir placer? Ese era mi lema y el que sostendría hasta el día de mi muerte. Lo sentía profundamente por Marena, pero es lo que había y ella había aceptado el contrato de nuestros mayores.

Resoplé y aparté los pensamientos de mi cabeza y me concentré en el viaje relámpago que estaba haciendo a Amalfi, conocería el pueblo y sus servicios como un simple turista, ver con mis propios ojos y no comprar la idea que la gente tiene del sitio, cuando lo que quiere es vender.

Estar siempre un paso adelante, era sin duda la clave del éxito…

Mis pensamientos fueron interrumpidos por una llamada de auxilio y el chapoteo del agua, dos brazos que luchaban por mantener a flote un cuerpo y sin pensarlo dos veces me lancé al mar…

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