Capítulo dos

Cenicienta

Amalfi.

Antonella

Me senté sobre la piedra a la orilla del mar, mientras le contaba a mi mejor amiga el estúpido sueño que había tenido la noche anterior y de cómo apareció aquella espantosa rana en mi habitación.

Las carcajadas de Carina me hicieron fruncir el ceño, pero ya le había contado y no había vuelta de hoja. Ahora me tocaba soportar sus burlas y temía que estas duraran una eternidad.

—¡No te rías! —grité mientras Carina no dejaba de reírse, incluso se tomaba el estómago con las manos y sus ojos dejaron escapar un par de lágrimas. La muy cretina estaba gozando de lo lindo a mi costa. Debí suponer que este sería el resultado de compartir mis intimidades.

Resoplé con frustración y levanté un par de piedras pequeñas para lanzarlas al mar, eso era mucho mejor que tirarlas a la cabeza de mi mejor amiga.

—No es culpa mía que sueñes tonterías todo el tiempo, Antonella —pronunció tratando de calmarse—. ¿Cuántas veces te he dicho que debes dejar de soñar? —me cuestionó mientras limpiaba sus mejillas húmedas.

—Eso no tiene nada que ver —refuté con enojo.

Lancé un par de piedras más al mar y me levanté para buscar otras cuantas, mi enojo no había menguado y estaba tentada a matar a mi querida amiga y esconder su cuerpo entre las rocas.

—¡Claro que tiene que ver! ¡Todos tus sueños tienen que ver con tu necedad de creer que existe el príncipe azul y que un día va a encontrarte! —se burló.

Carina y yo éramos amigas desde que llegué a Amalfi cuando era niña junto a mi abuelo y era la razón por la que tenía que soportar sus palabras. Vivir con ella era imposible y vivir sin ella no podía. Éramos lo que la gente llama una dupla perfecta.

—Pues, aunque tú no lo creas, ¡voy a encontrarlo! Y tú tendrás que tragarte tus palabras —refutó mucho más molesta que antes.

—Lo siento, Antonella, siento no compartir tus mismos sueños, pero soy una chica realista. Los príncipes no existen. Los hombres son malvados, así que espabila y deja de ver tantas caricaturas.

—Te demostraré que estás equivocada —insistí con vehemencia. Yo estaba convencida de que los príncipes guapos y caballerosos si existían y que un día me casaría con uno.

—Esperar que madures y pienses como una mujer adulta, es una pérdida de tiempo. Será mejor que nos demos prisa en volver a la tienda o tu abuelo nos pondrá una tunda —dijo fingiendo sufrir un escalofrío.

—¿Es el pedido que hizo el hotel? —pregunté, no quería volver a la tienda tan pronto.

—Sí, ¿sabes que harán un baile la próxima semana en memoria de la famosa cantante de Amalfi? —preguntó captando mi atención de inmediato.

—¿Un baile en memoria de Stella Russo? —pregunté sin poder evitar la emoción que se filtró en mi voz.

—Sí, será un evento por todo lo alto. Se llevará a cabo en uno de los salones del hotel. Lastimosamente, será un baile de gala, imposible que dos chicas como nosotras puedan asistir —dijo con tono de resignación.

—¿Y por qué no? —cuestioné.

Carina me miró como si fuera lenta de comprender y su respuesta lo confirmó.

—¿De dónde crees que sacaremos el dinero para comprar vestidos y zapatos para la ocasión?

—Trabajando —respondí encogiéndome de hombros, mientras Carina ponía los ojos en blanco.

—Besar a esa rana te ha puesto peor de la cabeza, Antonella —dijo—. ¿Sabes cuánto cuesta uno de esos vestidos? ¿Sabes lo que una entrada a ese evento costará? —me interrogó.

¡Por supuesto que sabía! Y también sabía que no iba a perderme de asistir a ese evento y que haría hasta lo imposible por llevar a mi abuelo. Él tenía que verlo y vivirlo, era lo mínimo que podía hacer por él.

 —No sé si estoy loca o no, pero te aseguro que mi abuelo y yo estaremos presentes en ese evento —aseguré cogiendo un par de piedras más, alejándome un poco de Carina.

Jamás podría compartir con Carina lo que significaba para mí y para mi abuelo asistir al evento. Nadie en el pueblo sabía que Stella Russo, la famosa cantante oriunda de Amalfi, era mi madre.

Y por mi seguridad y la seguridad de mi abuelo debía continuar de aquella manera. No sé exactamente los motivos por lo que mi abuelo me había prohibido hablar del tema, sin embargo, jamás lo contradije.

Mi madre había perdido la vida en un accidente automovilístico muchos años atrás, luego de dar un concierto en Roma. La policía nunca había revelado las causas de dicho accidente, pero mi abuelo decía que, si alguien descubría mi verdadera identidad, mi vida estaría en peligro. No sabía hasta qué punto todo eso era cierto, aun así, no quería correr riesgos.

—Si es tan importante para ti, quizá pueda tratar de conseguir las entradas —habló Carina de repente.

Me había metido en mis pensamientos que casi me había olvidado de ella.

—Gracias, te prometo que te pagaré el valor total de lo que gastes —respondí sintiéndome un poco más animada que antes.

—Ya luego hablaremos de eso, ahora será mejor volver, no vaya a ser que te salga una rana entre las piedras —se burló de nuevo.

Dejé escapar un suspiro y levanté un par de piedras más y esta vez estaba más que tentada a lanzárselas a Carina, pero el brillo del metal llamó mi atención, giré para mirar a Carina, ella no me miraba, su vista estaba clavada en las olas del mar, así que caminé un poco más, me resbalé un par de veces. Finalmente, luego de varios intentos, había logrado coger aquel precioso metal. Era un anillo, ¡un precioso anillo!

Me mordí el labio con fuerza, ¿Qué debía hacer? ¿Qué se supone que se debe hacer en esos casos? Esperar por el dueño era una tontería. Dudaba mucho que alguien viniera a esta parte de la playa, por lo regular no lo hacían los turistas y el anillo era demasiado fino y hermoso para ser de algún aldeano.

—¿Qué haces? —la pregunta de Carina me hizo dar un susto y casi caigo de bruces al agua.

—Eh, yo…, encontré esto —dije mostrándole el anillo.

—¡Wow! ¡Es hermoso! —exclamó ella sin atreverse a acercarse más.

—¿Quieres tocarlo? —le pregunté y ella negó efusivamente.

Carina creía que las cosas que venían del mar no eran buenas, que estaban malditas o pertenecían a personas que habían muerto en sus aguas.

—Yo que tú, mejor lo dejaba allí mismo, no vaya a ser que te traiga pesares —dijo alejándose de mí.

Entonces fue mi turno de burlarme de ella; era una pequeña venganza por reírse de mis sueños.

Carina se alejó mientras yo decidí probarme el anillo que encajó perfectamente en mi dedo anular.

—¡Ten cuidado, Antonella, no te pase lo mismo que a Hilda de Polaris y la maldición de Julián! —gritó mientras corría por la orilla de la playa, alejándose más y más de mí.

Sonreí, e intenté quitarme el anillo.

—¡Maldición! —gruñí, cuando el anillo nibelungo se negó a salir de mi dedo.

Cansada de intentarlo decidí que se veía hermoso en mi mano, corrí siguiendo los pasos de Carina, hasta llegar a la tienda para darnos prisa con los arreglos que debían ser entregados al hotel.

Al día siguiente y como siempre, Carina y yo caminamos para llegar a la floristería, hoy mi abuelo había decidido tomarse un descanso en casa, por lo que técnicamente podríamos llegar un poco más tarde que de costumbre.

—¡Carina! —grité deteniéndome frente al exhibidor, mis ojos se agrandaron al ver el vestido perfecto. El vestido que usaría para el homenaje a mi madre.

—¿Qué? —preguntó ella volviendo sobre sus pies.

—Mira esa hermosura —dije embelesada.

—¿¡Te has vuelto loca!? —gritó mirándome como si me hubiesen salido dos cabezas.

—Es perfecto —dije, acariciando el exhibidor intentando llegar a la prenda.

—Es la tienda de ropa más prestigiosa y cara del pueblo, Antonella —susurró ella para no llamar la atención mientras intentaba halarme del brazo.

—Ese será mi vestido —insistí.

—¡Despierta, Antonella! —gritó dándome un golpe en el hombro.

—¿Por qué diablos me pegas? — pregunté sobándome la parte afectada y mirando a Carina con cara de pocos amigos.

—Porque siempre estás soñando, despierta, Antonella. Esta es la vida real y ese vestido es demasiado caro. ¡Jamás podrías pagarlo! —espetó con enojo.

Hice un ligero puchero.

—Pero es hermoso —casi gemí.

—¡Y cuesta quinientos euros! Dime, ¿de dónde pretendes sacar quinientos euros en menos de una semana? —preguntó.

—Pues de donde sea; no obstante, te aseguro que voy a comprarme ese vestido —dije y sin darle tiempo a responder caminé alejándome de aquella preciosa pieza…

Al día siguiente, repartí varios volantes para anunciar mi nuevo negocio, fue un día frustrante, no recibí ni una sola llamada y por un momento estuve a punto de perder las esperanzas.

El segundo día, la situación pareció mejorar e hice mis primeros veinte euros del día. El tercer día no cabía en mí de felicidad, estuve todo el día de un lado a otro, pero había valido la pena y llegué a juntar cien euros más y cuando la gente me ofreció limpiar casas y podar jardines no lo pensé dos veces y acepté.

—No puedo creer que hagas todo esto por un vestido, Antonella —dijo Carina mientras caminábamos a la tienda.

—No lo entenderías —respondí.

—Explícame —pidió y negué.

—Te prometo que un día te diré mis razones, por ahora voy a probarme el vestido y voy a dejar el anticipo para que nadie se haga con él —respondí casi corriendo.

  El vestido se amoldaba perfecto a mi cuerpo y sí, me sentía como cenicienta a punto de asistir al baile para conocer a su príncipe. ¿El problema? Me hacían falta setenta y cinco euros para pagarlo y solamente tenía un día para lograrlo…

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