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Con un espasmo de ahogado abre los ojos y se sienta rápidamente. Su pecho se infla y desinfla mostrando una enorme agitación, mientras que las gotas de su cuerpo todo transpirado, caen sin cesar mojando las sabanas de su cama. Confundido y con cara de dolor observa hacia los costados al momento en que con su mano derecha se toca la mandíbula.

<< ¿Qué demonios fue esa pesadilla? Al final ¿Cuántos pisos tenía ese edificio? >>

Aun sin entender y con su cabeza dando vueltas piensa que solo se trató de eso, una inquietante pesadilla.

Al costado de su cama puede ver una botella de whisky, vacía y tumbada en el suelo. Eso despeja su dilema de no acordarse cuando se acostó.

—Sin dudas fue una horrenda … — Sus palabras son acalladas por un punzante dolor. Su ceño se frunce y su mano presiona su boca. Siente como si de la noche a la mañana, un sin fin de caries hubieran atacado a cada uno de sus dientes, sumadas al extraño sabor metálico que capta su lengua, como si hubiera estado mascando clavos << Tengo que dejar ese whisky barato >> piensa mientras se levanta y vuelve a mirar al cadáver vacío sobre la alfombra. Adormecido como está se dirige al baño, aún con la mano sobre su rostro, apretando al dolor.

La canilla de agua fría es accionada y con abundante liquido refriega su cara. Luego de secarse con una pequeña toalla blanca se observa en el espejo. Lejos está de gustarle lo que ve. Sus ojeras se muestran cada vez mas grandes y oscuras. En su cabello puede contar cada vez mas canas que, aunque piense que no le sientan nada mal, claramente denotan el paso del tiempo. Algo en lo que no le gusta pensar mucho.

En ese momento puede ver, por el rabillo de su ojo derecho, un humo blanco y espeso que corre por encima de su hombro, pero que no se dejar ver reflejado en el espejo. Ahí es cuando el sabor metálico se presenta de forma mas intensa y el interior de su boca se humedece en su totalidad, inundándose como camarote del Titanic. Un hilo húmedo y rojo se filtra por la comisura de sus labios y lo obliga a abrir la boca, dejando caer desde dentro de ella, una literal cascada de sangre sobre su pecho.

El espanto es inevitable y se inclina sobre las canillas para abrirlas, diluyendo solo un poco el rojo que ahora llena el fregadero. Con el fin de enjuagar su boca, se agacha un poco más. Detrás de él, la dama de rojo, de pie y con un cigarrillo aprisionado por sus dientes.

La sangre continúa brotando sin parar, es imposible contenerla, a tal punto que el fregadero, sin tapa alguna, se llena hasta rebalsar.

A esta altura el baño está más cerca de parecer un matadero, con sangre por doquier. Un verdadero deleite para la dama de rojo, como lo demuestra su siniestra sonrisa. Sus labios se separan y el cigarrillo, teñido en su filtro por su labial carmesí, cae dando vueltas hasta apagarse contra la sangre con su característico tsss. Ahora el cigarrillo completo muestra el mismo color y se humedece al instante. La boca de Frederich continúa abierta, pero la catarata sanguinolenta se detiene.

Frederich toma una gran bocanada de aire, la propia sangre lo estaba asfixiando. Respirando de forma frenética se mantiene apoyado en las canillas luego de cerrarlas, mientras que, el cumulo de sangre, continua sin desaparecer en la rejilla carente de tapón.

La dama de rojo continua a sus espaldas y sin que el escritor pueda verla, ya que, ni siquiera su imagen se muestra en el espejo. El clic que produce el cierre de la cigarrera dorada sobresalta a Frederich que, al primer movimiento, sus pies comienzan a resbalar en el piso ensangrentado. Ambos pies se deslizan de un lado al otro mientras evita caer aun aferrado al desbordado fregadero. Logra controlarse, pero sus pies quedan bastante alejados entre sí. Así como está, gira su cuello lo más posible para mirar por encima de su hombro, mas allá de su espalda. Nada ni nadie se encuentra allí más que él.

Su mirada vuelve a la sangre acumulada que, a causa de la apertura de sus pies, se encuentra muy cerca de su rostro, pudiendo identificar perfectamente su olor metálico. Juntando sus plantas, patinando sobre aquella pista de hielo rojo, se eleva hasta volver a su altura habitual.

Luego de dudarlo unos instantes, introduce su mano derecha en el charco bajo las canillas, en busca de aquello que no permite su drenaje. Su ceño se frunce cuando sus dedos hacen contacto con algo no muy consistente. Jala hacia arriba y siente como aquello se desprende, como si no estuviera sacándolo por completo e igualmente escucha el fluir por la cañería. Con su mano aun chorreando sangre comprueba que, lo que tapaba el fregadero, es tabaco húmedo y teñido de rojo.

Con ayuda de ambas manos comienza a hurgar en el tabaco, olvidándose completamente de la pista de hielo, cuando su pie izquierdo se desplaza rápidamente hacia su costado. Por la fuerza ejercida en busca de un apoyo firme, su pie derecho patina hacia adelante y el cuerpo del escritor ya se encuentra en picada. Sin lograr aferrarse, sus brazos se sacuden. El tabaco teñido vuela por los aires y antes de que el cuerpo llegue al suelo, su trayectoria es interceptada. Su cabeza golpea contra la letrina antes de llegar a la sangre todavía derramada.

Con el mismo espasmo que hace minutos atrás vuelve a despertarse en su cama. Lejos está de sentir tremendo golpe en la cabeza y mucho menos el dolor en su boca, aunque aún siente ese gusto metálico.

Se levanta, va al baño y comprueba de que se encuentra en perfectas condiciones. Vuelve a sentarse sobre su cama y allí se queda unos minutos, frotando su frente y tratando de entender que es lo que sucede. Pero su pensamiento es acallado por un recuerdo mas importante.

Se alerta y mira hacia el reloj, posado sobre la pequeña mesa de luz, a la derecha de su cama.

—Agustina me va a matar— se escapa de sus sorprendidos labios.

Son las 12 del mediodía y tenia que buscar a su hijo a primera hora por la terminal de ómnibus.

Apresurado y a los tropezones se lanza sobre el armario en busca de su ropa. Su mano se hace del primer pantalón que encuentra, uno tan aburrido como los demás, y se lo calza sin vacilar. Estira su brazo y toma una percha de la cual cuelga una camisa blanca. Al querer descolgarla, la percha se atora en la prenda contigua. Frederich, envuelto en su frenesí, jala tan bruscamente que la madera de la percha choca con su boca. El interior de sus labios se humedece por demás y, con su dedo índice, comprueba que el golpe le provocó un pequeño, pero sangrante, corte en su interior.

Soltando un sinfín de maldiciones termina de vestirse, se dirige al botiquín del baño y enjuaga su boca. El solo hecho de verse reflejado en el espejo le produce escalofríos, al recordar perfectamente lo que anteriormente sucedió allí. Vuelve a su habitación y toma su celular.

Agustina le había dicho que le enviaría un mensaje con la información para buscar a Joaquín, pero la pantalla no muestra mas que la hora y la fecha << ¿Ocho de noviembre? >>

El dolor regresa a su dentadura, con la misma intensidad de antes.

Entre sus contactos busca el número de su exmujer y llama sin dejar de refregarse el mentón con la otra mano. Dos tonos de llamada y Agustina contesta.

—¿Federico? — es su primera palabra —Que raro vos llamándome— agrega con una pisca de ironía y aun mostrándose sorprendida.

<< Mas rara fue mi noche >>

—No se qué tendrá de raro, pero me has dicho que me mandarías un mensaje— reprocha, pero con cautela, sabiendo que a él se le ha pasado la hora. Su habla denota su batalla contra el dolor.

—No se de que me estás hablando Federico.

Frederich pasa a relatarle toda la conversación del día anterior, pero usando exactamente las mismas palabras, como si estuviera interpretando el dialogo en una novela.

—Es verdad que hoy tengo un desfile y precisamente en Stonelake, pero ayer no hablamos en ningún momento.

Con total desconcierto, el hombre vuelve a dejarse caer en la cama y revuelve su cabeza mientras piensa. Por un lado, es un alivio el no haber olvidado a su hijo, quien ahora estaría varado en la terminal, pero por otro, si nunca había hablado con Agustina no había forma de que supiera lo del desfile << ¿Por qué demonios es otra vez ocho de noviembre? >> Su cerebro no sabe muy bien que pensar.

—Te noto algo raro Federico ¿Te sucede algo? — ahora el tono de Agustina es de preocupación y entre los interlocutores se produce un silencio — Federico ¿estás ahí?

Su cabeza da vueltas, al punto en que ni siquiera capta la preocupación de Agustina, quien se muestra mucho más condescendiente de lo habitual.

—No me hagas caso. No me siento muy bien… estoy algo mareado.

—¿Cómo quieres estar? Si lo único que haces es estar encerrado en tu madriguera, a oscuras, escribiendo.

—Lo sé. Por suerte ayer terminé el libro, debería poder distraerme un poco.

—Tienes que salir más— el tono de Agustina cobra animo —Ven al desfile. Es hoy a las ocho de la noche. Puedes aprovechar para estar con tu hijo.

Federico no puede creer lo que escucha, pero no duda ni un segundo.

—Creo que es una estupenda idea— Con una sonrisa forzada, a causa del dolor, acepta la invitación y concuerdan encontrarse allí.

—Luego te envío la dirección.

Todavía con su celular en mano, después de haber cortado la llamada, utiliza la cámara frontal para revisar su boca, tratando de identificar de donde proviene tan agudo dolor. En ese momento una nueva llamada ingresa a su dispositivo. La pantalla muestra el nombre de Carlos.

—¡Federico! ¿Cómo está mi escritor favorito?

—Bien, bien Carlos ¿Cuándo no vendo piensas lo mismo? — la respuesta de siempre.

—No digas eso, sabes que siempre confié en ti.

Una sensación de incomodidad recorre el cuerpo del escritor mientras escucha a su editor. Ese sexto sentido que uno tiene cuando sabe perfectamente, sin saber por qué, que algo no anda del todo bien.

—Dime que ya tienes el libro terminado— le dice suplicando.

—Claro que sí. Te lo envié ayer a última hora— casi como prediciendo lo que sucederá se dirige hacia su templo/escritorio.

—No estoy como para esas bromas Federico. No me llegó nada.

—Espérame un segundo— Levanta la pantalla de su portátil y presiona el botón de encendido —. Te juro que te lo envié. Hasta que no lo hice no me fui a dormir.

La espera de que la maquina inicie parece eterna, mientras el editor aguarda en silencio y caminando en círculos por su oficina.

—Tranquilo Federico, habrás pensado que sí, pero no— trata de calmar, cortando el silencio de su escritor favorito —. Viste como es uno cuando está cansado.

La computadora por fin enciende y sin perder tiempo abre su correo electrónico. Correos enviados. Efectivamente, la pantalla, no muestra el supuesto correo enviado durante la noche.

—Tenes razón Carlos. Últimamente no sé qué me pasa.

—El estrés amigo, el estrés… la ultima plaga que nos terminará exterminando.

—Ya te lo estoy enviando— le dice mientras adjunta el archivo y cliquea enviar.

—¡Ahí me llegó! Muero por leer ese final— trata de animarlo mostrando un gran entusiasmo.

—Léelo tranquilo… espero que esté a la altura.

—Mas que seguro que sí. Luego hablamos señor Frederich— se despide, con tono cordial, a forma de chiste y la comunicación se da por finalizada.

Ya mas relajado, Federico se dispone a tomar una ducha. No debe de buscar a su hijo y su editor ya tiene el material que tanto reclamó durante meses. Tiene toda la tarde libre hasta que tenga que dirigirse al salón de eventos, donde tendrá lugar el desfile de Agustina.

<< No sé qué es mas increíble, si todo lo que está pasando o que Agustina me invite tan amablemente a uno de sus desfiles >>

Los pensamientos lo recorren mientras se despoja de la ropa. El haberse vestido sí que había sido realmente en vano.

La canilla del agua caliente gira y, al cabo de unos segundos, comienza a salir el agua a una temperatura bastante elevada. A el le encanta que así sea y el baño comienza a cubrirse por el espeso vapor.

Su cuerpo está totalmente acostumbrado a esa temperatura por lo que, sin dudar, se ubica debajo de la lluvia vaporosa. El agua comienza a recorrer su cuerpo entero.

Como preparándose para una cita adolescente decide higienizarse exhaustivamente, llegando a utilizar hasta un gel de ducha que ya juntaba polvo en el botiquín. Decide también que le vendría muy bien afeitarse.

<< ¿Quién será esa misteriosa dama de rojo? >>

De solo recordarla una sensación extraña lo invade. Un incomodo coctel de incertidumbre, intriga y temor. Un coctel que se lo está bebiendo entero, haciendo que su piel se erice por mas que esté debajo del agua caliente.

Al verse tratando de evadir sus pensamientos sonríe, cayendo en la cuenta de que es casi paradójico que, siendo un escritor de terror y habiendo pasado noches en cementerios, ahora sienta miedo en su propia casa. Sabiendo que es lo peor que le pueda suceder a alguien. Una cosa es tener miedo o una sensación extraña estando en un hotel donde hubo muertes o en una morgue, pero tener miedo en tu propia casa puede llegar a ser algo tortuoso. El hogar es el lugar en donde deberías sentirte totalmente a salvo. Si no te sientes así en la comodidad de tu madriguera ¿Dónde lo estarías? Además, en toda historia de terror, nunca falta la escena en el baño, pero esta no es una historia, es la realidad ¿o no? Prefiere alejar esos pensamientos por el momento y sin salir de la ducha se dispone a afeitar su rostro.

La pequeña puerta/espejo del botiquín es abierta y la direcciona para reflejarse en ella. Se hace con la afeitadora y la espuma. Con el agua caliente cayendo por su espalda se unta la cara en crema y comienza el trabajo ¿Cómodo? No lo sabe, pero son de esas costumbres que uno tiene y no sabe bien por qué.

La potencia de la ducha combinada con la temperatura del agua es suficiente para no querer salir, al menos por un buen rato.

Cada unas tres pasadas de la hoja de afeitar, utilizando su mano libre, desempaña el espejo que caprichosamente vuelve a empañarse una y otra vez. La afilada hoja deja un surco a su paso, pasando primero desde la patilla, bordeando su pómulo y bajando por la mejilla. A esta altura el espejo se empaña nuevamente. Una pasada en diagonal de su palma y continúa. Ahora se quita la zona del bigote y continua por su barbilla. La hoja baja hasta esos pelos que crecen desubicadamente en el cuello y se dispone a terminar ya sin verse reflejado. En ese preciso momento vuelve a él esa sensación que carcome a sus pensamientos. Otra vez la misma incomodidad de ser observado, pero esta vez, siente como si algo o alguien estuviera parado detrás de él. Tratando de no obsesionarse continúa con lo suyo mientras, pero de reojo, mira hacia ambos lados. Como queriendo ver y no ver a la vez.

<< Tranquilo, terminas con esto y sales >>

La sensación se acrecienta y el miedo aumenta cuando Frederich ve, por medio del espejo empañado, como una figura borrosa se asoma detrás de él. Su nariz se arruga al percibir un olor no habitual allí y ahora. Un inexplicable y repentino olor a cigarrillo. Su mano que sostiene a la afeitadora comienza a temblar. Antes de poder alejarla de él, siente una mano que lo sujeta del antebrazo y hunde la afilada hoja en su cuello. La misma lo obliga a realizarse un corte horizontal de lado a lado.

Desesperado, con su mano, cuello y pecho bañado en sangre, sale de la ducha. Un paso en falso lo lleva directamente hasta el suelo. Se da la vuelta sujetando la herida, con sus gritos de terror ahogados por la sangre que brota sin parar, para observar hacia donde continúa cayendo el agua, en busca de aquello que lo obligó a degollarse. Allí no hay más que una ducha y el agua vaporosa que cae de ella.

Su respiración se normaliza al observar sus manos, ya no hay sangre sobre ellas. No hay sangre por ningún lado y la herida en su cuello no existe.

Dolorido por la caída se levanta, ayudándose, agarrándose del fregadero. No lo duda ni un segundo. Rápidamente, mojado y sin toalla que lo rodee, sale del baño. Confundido y húmedo se sienta en su cama. Respirando profundo trata de calmarse. Lo logra, al menos un poco. El teléfono fijo suena.

—¿Y ahora quién?

Después de lo que acaba de vivir pocas son las ganas que tiene de atender. Menos aún sabiendo que el 99% de los llamados al fijo son para venderle algún producto o alguna inservible encuesta política. Todo aquel que quiere ubicarlo sabe que debe de llamarlo al celular.

Luego de varias veces sonando, se escucha el característico pitido de la contestadora.

—Hola Frederich, sé que estás ahí— es la voz de Carlos y se lo escucha realmente enfadado.

Extrañado, estira su mano hacia donde descansa su celular y pasando su pulgar desbloquea la pantalla. La misma muestra no una, sino siete llamadas perdidas de su editor.

—… no se cuantas veces te he llamado ya. Dime que esto solo se trata de una broma de mal gusto ¡Frederich atiende de una puta vez!

El escritor salta de la cama y corre hacia la sala para contestar.

—Aquí estoy Carlos ¿Qué sucede? — contesta apurado, intrigado y algo ofuscado también.

—Eso. Dime que es una broma tuya y me quedaré tranquilo.

—No se de qué me estás hablando.

—Que el libro que me enviaste no está terminado.

La atención de Frederich es nuevamente captada por el tablero Ouija. No puede evitarlo. Presiona el botón de alta voz en el teléfono y camina hacia aquel rincón.

—¿Cómo que no está terminado?

—Me pasé toda la mañana leyéndolo desde el principio, para llegar al final con el clímax esperado y el ultimo capitulo está inconcluso.

Frederich llega frente a la Ouija para comprobar que nuevamente, el puntero triangular, se encuentra sobre la palabra “NO”

—Federico… ¿estás ahí? — cuestiona Carlos en presencia del silencio de su interlocutor.

—Si, sí — responde volviendo en sí —… aguárdame un minuto que chequeo el archivo— ya se dirige a su templo. No sin antes devolver el puntero triangular a su centro —. Te juro que no se de lo que me hablas.

La computadora se enciende y, ni bien lo hace, abre el archivo en cuestión. El ratón recorre por las paginas hasta llegar a la última.

—Después… te… llamo — sus ojos están abiertos como si en la pantalla estuviera viendo un fantasma y su tono es de lo más dudoso.

—¡¿Cómo que después…?! — antes de que Carlos pueda reclamar la llamada es finalizada abruptamente. Frederich continua con la vista en la pantalla.

Lo que ve, distante está de ser el final de su libro, si no que, nuevamente se muestra escrito hasta donde estaba el día anterior. El margen inferior derecho indica la fecha. 08 de noviembre del 2014.

Su celular vuelve a sonar y ni bien responde se escucha a Carlos enfurecido.

—¡Mas te vale que hoy termines esa puta historia!

El abrumado escritor no alcanza a responder. Carlos es quien ahora finaliza la llamada colgando su teléfono, con tal fuerza, que el golpe hace que Frederich aparte el celular de su oreja.

Tomándose la mandíbula, debido al dolor que aún siente, se aproxima nuevamente a la Ouija. Pliega el tablero por el dobles central y junto con el puntero triangular lo introduce en su caja. La misma, la coloca bajo llave, dentro del antiguo cristalero que tiene a mano.

Con su mano derecha masajeando su rostro vuelve a su templo, que a esta altura parece mas maldito que sagrado, dispuesto a terminar por fin, de una condenada vez, ese libro.

Trata de concentrarse pese a lo disperso que se siente ¿Cómo no estarlo? Ya es la tercera vez que debe terminar un libro que ya terminó. Eso sin contar lo sueños y visiones extrañas que está teniendo, el molesto dolor en su boca y la fecha que, por mas que el sol se oculte y salga otra vez, parece no querer cambiar.

<< ¿Me estaré volviendo loco? >> se pregunta y, antes de comenzar a escribir, sirve medio vaso de whisky para luego beberlo por completo.

Dicen que el cuestionarse si uno está loco es un síntoma de cordura, ya que los locos ni siquiera saben que lo están. Además, no cree que el volverse loco se trate de un día para el otro ver a una misteriosa mujer, pero las alucinaciones vividas en su baño ya lo están haciendo dudar de su cordura.

Sus dedos comienzan su carrera frenética por las teclas, con la idea de terminarlo y enviárselo a Carlos antes de ir al desfile de Agustina. No sin antes cerciorarse de que su editor lo reciba completo esta vez.

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