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Las horas pasan y Frederich no se detiene ni siquiera para cenar. El momento es ahora. Carlos está esperando que, como prometió, esta noche le envíe el maldito libro terminado. Sin contar que mañana lo espera un día junto a su hijo de diez años. Lo que indica que no habrá tiempo para la escritura.

A esta altura ya lo tiene prácticamente cocinado. La ultima frase, el punto final y dará por terminado su mas reciente trabajo. Para él, el mejor de todos.

La última palabra es colocada, sus dedos se detienen, aleja el rostro de la pantalla y su espalda reposa en el respaldo de la silla. Eleva su mano derecha y la hace descender en cámara lenta, haciendo el típico sonido de “Psicosis” de Hitchcock, con su dedo índice en dirección al punto final. A escasos milímetros de llegar a la tecla que concluirá su obra, la computadora se apaga por completo.

La palabra ¡NO! es escupida por su boca reiteradas veces, para luego suplicar que se haya guardado el archivo. Varios intentos después de que la computadora no responda, desiste.

Se pone de pie y acciona el interruptor de la luz general de la sala. Rápidamente se dirige a chequear el cable de alimentación, suponiendo que se ha quedado sin batería y en su alocada carrera de escritura haya pasado por alto el aviso de batería baja.

Su ceño se frunce al ver que el cable está perfectamente conectado. El interruptor rojo, que se encuentra al costado del del tensiómetro utilizado exclusivamente para el pc, muestra una brillante luz que lo hace brillar. Por mas que haya corriente eléctrica en la casa, por alguna razón, que desconoce totalmente, su computadora está muerta.

El timbre de su casa suena, haciéndolo erguir exaltado. Por unos segundos, mientras su ritmo cardiaco vuelve a la normalidad, se queda inmóvil. Luego dirige la vista hacia el reloj de péndulo, que marca las 2:17 de la madrugada << ¿Quién puede ser? >> Si hasta él mismo no recordaba como es el sonido de su propio timbre, debido a su vida de ermitaño. ¿Quién podía estar en su puerta siendo la hora marcada?

A buena velocidad y con paso seguro se dirige hacia la puerta. Toma las llaves de uno de los ganchos del portallaves que colgó junto a la puerta, al lado del calendario. Dos vueltas rápidas y abre sin titubear.

Nada. Nadie se encuentra al otro lado de la pequeña puerta campestre y mucho menos en los escalones que preceden la entrada.

Con una mirada consternada recorre su jardín, da un paso adelante para tener un mayor campo visual, pero es lo mismo. Nada ni nadie se encuentra cerca, salvo que la ardilla que ve trepando a un árbol cercano haya venido a pedirle un autógrafo. Teniendo en cuenta de que sepa como tocar un timbre. El solo pensarlo le saca una sonrisa y tan solo eso logra disipar el nerviosismo causado por la situación.

Retrocede, cierra nuevamente con llaves y las devuelve a su lugar. Al recordar la hora, arranca la primera hoja del calendario, dejando visible al número 9 del corriente mes. Se la lleva hecha un bollo en su palma y con el mismo paso firme vuelve a su computadora, deja la hoja maltrecha sobre el escritorio e intenta encenderla una vez más. Un suspiro profundo acompaña la luz que por fin se enciende.

—Espero que se haya guardado— vuelve a implorar.

Mientras espera, vierte una nueva medida de whisky en su vaso y luego un de par de tragos, reposa su espalda en la silla. Le da el tiempo suficiente a la maquina para que inicie el sin fin de programas que suele arrancar cada vez. Una vez lista, enciende su habano a medio consumir, y se dirige con el ratón directamente a buscar el archivo en cuestión. Lo abre y el circulo de tortura que se muestra al cargar aparece. Su nerviosismo hace que golpetee con las yemas de sus dedos sobre la madera del templo mientras espera.

 Por fin carga el archivo y se dirige a la ultima página, donde comprueba que afectivamente se guardó. En esta ocasión el suspiro es más prolongado.

Sin perder tiempo, con el habano entre sus dientes humeándole la cara, abre su correo electrónico y tipea la dirección de su editor. Adjunta el archivo y el puntero se aproxima a enviar, pero antes de que llegue a escucharse el clic, la computadora de apaga nuevamente.

Con un golpe de puño a su templo demuestra su fastidio. Para luego darle lugar a otro sonido. El timbre vuelve a sonar <<Esto debe ser alguna broma>>

Se levanta empujando la silla hacia atrás con las piernas. Sus movimientos son exactamente los mismos. Las llaves del gancho, dos vueltas rápidas y bruscamente abre la puerta. No solo sus movimientos fueron exactos. Nada ni nadie se encuentra allí, salvo la misma ardilla, que vuelve a subir por el mismo árbol.

Esta vez no existe el paso hacia adelante, de manera que, luego de chequear por unos segundos, cierra nuevamente. Vuelve a colocar las llaves en el gancho y su mirada se desvía al calendario casi por inercia. Ahora su frente acompaña a su ceño fruncido y es a causa de lo que ve. El calendario muestra un gran numero 8 y no hay rastros de haber sido arrancado. Sobre su escritorio no hay ningún papel maltrecho. El timbre vuelve a sonar.

Vuelve a girar hacia a la puerta y observa por la pequeña mirilla. Lo que él pensaba que sería más de lo mismo, en esta ocasión muestra una diferencia. Si bien no hay nadie, ahora la puerta de estilo campestre se encuentra abierta y moviéndose lentamente con un sutil vaivén. Su corazón late con mas fuerza y su respiración se siente entrecortada. Se mantiene inmóvil, con el ojo en la mirilla y su pupila clavada en la puerta abierta. 1, 2, 3… y el timbre otra vez. Un escalofrió recorre su espalda al escuchar como el timbre suena continuamente sin que nadie lo esté tocando.

En ese momento puede abstraerse y verse asustado como un niño. Eso mismo es lo que lo hace salir, al menos un poco, de esa sensación y tomando coraje abre la puerta. Caminando, avanzando lentamente por el camino de piedras, mientras el timbre continúa con un rriiinn constante. Trata de auto convencerse de que solo se trata de una falla en el dispositivo.

Recorre el camino en su totalidad y al llegar a la puerta el sonido cesa, al igual que su andar << Es solo un timbre fallando >> se dice a si mismo al verse inmóvil otra vez y avanza un poco más. Luego de varias pruebas, dando pequeños timbrazos, se convence de que solo se trataba de eso.

—Mañana voy a tener que chequearlo—

Ya dentro de su hogar vuelve a cerrar con llave y, contraponiendo a su pensamiento, coloca el pasador << Por las dudas >> Cuelga las llaves y arranca la primera hoja del almanaque. Camina hacia su escritorio, pero se detiene a medio camino. Como es habitual desde que la adquirió, su mirada se desvía, casi involuntariamente, hacia la Ouija, aún ubicada sobre la pequeña mesa en el rincón.

Algo llama su atención mas que otras veces y se aproxima para comprobar que, el puntero triangular, se encuentra sobre la palabra “NO”

—Creía haberlo dejado en el centro—Realmente no lo recuerda bien ahora, pero así era.

Se limita solo a pensar que toda esta “paranoia” se debe a un largo día de escritura, la presión por terminar el libro, la llamada de Adriana… un coctel completo de estrés, tomado con whisky.

Su mano derecha vuelve a colocar el puntero en el centro y vuelve, a ver si por fin puede enviar a Carlos el maldito libro. Nada fuera de lo normal, la computadora enciende a la primera, el libro está completo y de una vez envía su trabajo a quien tanto lo esperaba.

Con el certero pensamiento de que ya es demasiado por hoy, comienza a acomodar un poco su templo. Apaga lo poco que queda de habano, vacía el whisky servido en su boca y, tanto vaso como cenicero, se guardan en uno de los cajones. El mismo en el que está el control de las persianas.

Cruzando la sala, en dirección a su habitación, vuelve a él la misma sensación que tuvo esa tarde. Como si tuviera dos ojos clavados en su nuca. Una mirada punzante como flecha. La sensación es mucho mas intensa, lo que le parece una locura. Las persianas están cerradas y en la casa no hay mas nadie que él. << Será mejor que vaya a dormir >> y vaya que lo será. A primera hora debe ir por su hijo a la terminal central de Stonelake.

Tan solo dos pasos, luego del pensamiento, se escucha un golpe metálico. Un golpe similar a algo que ha golpeado una de las persianas frontales. La sensación comienza a tomar mas fuerza. Gira sobre sí mismo en dirección al ruido y otro golpe se escucha en la ventana. La incomodidad se hace presente en su cuerpo anunciada por un escalofrió que recorre su espalda. Un tercer golpe, con una potencia capaz de magullarla, basta para que corra en su escritorio. Toma el control de forma apresurada, hasta algo torpe, y acciona las persianas.

Su mirada se encuentra fija en como se eleva la cual recibió los golpes. La misma, junto a las demás, sube lentamente. Ya puede ver el verde césped del parque delantero iluminado por las luces exteriores. Continua su ascenso que, debido a los nervios, parece durar mucho más. Ya se encuentra por encima de la verja y es ahí cuando la respiración de Frederich comienza a agitarse mientras que sus ojos develan algo que lo deja atónito. Sobre la acera, del otro lado de la verja está aquella mujer, con el mismo vestido rojo, estática, salvo por su pelo que ondea al viento y el humo del cigarro que sostienen sus labios petrificados.

Ambos se están mirando y así permanecen durante unos instantes. Frederich está congelado y recién logra reaccionar al momento en que la mujer comienza a caminar lentamente hacia la avenida Madison, alejándose de la pequeña puerta campestre.

Sin saber que pensar, Frederich se dirige a la puerta, quita el pasador y la abre con énfasis. La mujer ya no está. Cruza raudamente el camino de piedras y al llegar a la acera mira hacia la esquina, donde la ve doblar. Rápidamente pierde contacto visual.

Piensa que es una locura al verse nuevamente siguiendo a esa misteriosa y tan bella mujer, al igual que esa misma tarde. Pero, a diferencia de hace unas cuantas horas atrás y corriendo rápidamente, esta vez no pierde su rastro. Escondido detrás del primer árbol de Madison puede ver como la dama de rojo cruza la calle que, mojando sus suelas en la zanja junto al cordón, va cruzando diagonalmente la avenida para luego ingresa a un edificio, no sin antes pasar por encima del césped y hundir sus tacos en tierra.

<< ¿Un edificio? >> Sus ojos o su mente vuelven a engañarlo.

Frederich hace años que vive aquí y sabe muy bien que no hay edificios en la zona alta. Uno de los grandes motivos por los que le gusta vivir allí. Sabe perfectamente que ese edificio que se muestra casi a mitad de cuadra y que tiene cinco pisos jamás existió << Esto ya comienza a ponerse demasiado raro >>

La dama de rojo suelta la puerta a sus espaldas, la cual se cierra lentamente gracias al sistema de fuelles que tiene. Frederich corre para llegar a introducir la punta de su zapato justo antes de que se cierre. Aguarda unos segundos, respira profundo e ingresa al, para él, inexistente edificio.

No hay señales de la dama de rojo en la zona de ascensores, pero puede oír sus tacos golpeando contra la cerámica del suelo. Pequeñas huellas de tierra húmeda indican que el ascenso de los tacos es por la escalera. Decidido, pero con cautela, Frederich va tras las huellas, las mismas que desaparecen luego de unos cuantos escalones. Sus oídos aun escuchan los tacos así que continúa, escalón por escalón.

Treinta escalones lo llevan al primer piso, donde entre los ascensores hay un gran 1 indicándolo. Unos cuantos pasos por el palier y continúa subiendo. El numero Dos lo espera luego de treinta escalones mas y es ahora cuando lamenta el fumar tanto. De forma mas lenta recorre el tramo que lo invita a continuar el ascenso. Piso numero tres y esta vez descansa unos segundos con su mano contra la pared. Toma una gran bocanada de aire y comienza a subir de dos en dos, lo que rápidamente lo lleva al quinto piso. Aún así, la dama de rojo no se deja ver. Su vista recorre el palier del quinto piso de lado a lado << ¿Habrá subido a la terraza? >> se pregunta y sin dudarlo toma las escaleras que continúan subiendo. Pero a diferencia de hasta ahora, en la curva que hace la escalera, siente que el ruido de los tacos desaparece.

Termina de subir el ultimo tramo y muy lejos está de lo que esperaba. Entre los ascensores lo recibe un gran número uno.

—¿Primer piso? ¿Qué demonios es esto?

Sin siquiera pensarlo comienza a subir nuevamente, pero de manera alocada, dando alguna que otra zancada de tres escalones. Segundo piso, tercero, cuarto, ya en el quinto piso sus oídos captan el ruido de un golpeteo metálico. Un piso mas y por fin se encuentra en un oscuro palier que termina en una puerta abierta, golpeteando contra el marco, llevada y traída por el viento.

Con la mano sobre el pecho, como queriendo atrapar a su corazón que late con la fuerza necesaria como para salir, se aproxima a la puerta y la cruza. Del otro lado lo aguarda una extensa terraza completamente vacía y con una pequeña pared, de unos escasos treinta centímetros, que la contornea.

Lentamente camina unos metros mientras recorre el perímetro con la vista, en busca de la misteriosa dama. Nada a la derecha al igual que a la izquierda, pero frente a él, del otro lado de la pequeña pared, puede ver como unos pelos oscuros, acompañados de un mechón blanco, revolotean al viento.

—¿A caso ahora flota? — se pregunta mientras avanza en dirección a los cabellos. Si bien continúan ondeando, a medida que va acercándose, los cabellos comienzan a descender hasta perderse de vista, como si realmente estuviera levitando.

Avanza un poco más, hasta chocar la punta de sus zapatos contra la pequeña pared. Algo en el interior de su cuerpo le dice que no debe asomarse, pero la adrenalina por vivir algo que le parece de lo mas descabellado, hace que le sea imposible evitarlo. Inclina su cuerpo hacia adelante y lleva su mirada hacia abajo. Ni pelos, ni vestido rojo. En ese momento escucha un pequeño sonido metálico detrás de él. Se da vuelta ni bien el clic llega a sus oídos. Ahora sí, justo frente a él y con su cigarrera dorada en mano, se encuentra la dama de rojo.

Frederich no puede evitar soltar un grito al verla y la dama de rojo, aprovechando su reacción, le introduce con fuerza la cigarrera dorada en la boca. A su mismo tiempo empujándolo y tirándolo de espaldas al vacío.

El pavimento de la avenida Madison se percibe diminuto, a kilómetros de distancia. La caída se siente eterna. La ropa de Frederich ondea mientras sacude todo su cuerpo. La cigarrera dorada, trabada en su mandíbula, ahoga un grito de terror. Sus ojos recorren las ventanas de los pisos infinitos que pasan a tremenda velocidad. Solo las ventanas de las escaleras muestran luz, pero luego de decenas de pisos dejados atrás, no solo es eso lo que muestran, sino que también dejan ver una figura que se repite una y otra vez en todas las ventanas siguientes. Al principio es solo una figura, pero al repetirse, a esa velocidad, como en diapositivas, alcanza a ver a la dama de rojo fumando su cigarrillo.

La avenida Madison se aproxima a una velocidad abrumadora. Su mirada es llevada instintivamente hacia su estrellado final. Logra escupir la cigarrera y alcanza a cubrir su rostro cruzando sus brazos, como si eso pueda ayudar en algo a amenizar semejante caída.

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