Los gemelos de fuego

En un santiamén se habían adentrado a la ciudad de Brasov. Nadie por los alrededores sentía la sombría presencia de dos lobos escabulléndose entre la penumbra de los resquicios de edificios y casas; cada área oscura se prestaba para brindar refugio y escondite. Esa era la ventaja de convertirse en lobo, según Antonella.

«Sígueme, Velkan. Por acá es donde sentí las presencias de las que te hablé», dijo una alebrestada pelirroja con forma de loba, que corría a más no poder.

«Pero si te voy siguiendo, mi amor», respondió Velkan un tanto ofuscado.

De manera automática, algo se movía dentro de Antonella cuando él pronunciaba aquella palabra que tanto despreciaba. Era como si un gran escalofrío se apoderara de su cuerpo y eso era algo que no podía tolerar en su anatomía.

«N-no te alejes mucho, ¿sí? Tengo que verificar esto antes de encontrarme con los demás», Antonella lo volteó a ver hacia atrás y luego se concentró para seguir con su trayecto.

«Solo espero que sepas lo que haces», contes
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