CAPÍTULO 2

    Antes de que el chico termine la frase, se estrellan contra una pared. El coche policía qué les perseguía, para de inmediato al ver el fuerte golpe que se dan. Los dos agentes bajan del vehículo, sacan del coche a Kevin y a Charlotte, y proceden a llamar a una ambulancia. Los chicos están casi inconscientes, no pueden moverse, Roland les deja sentados en el suelo, hasta que Emma se da cuenta de algo y grita:

    —¡Cuidado Roland!, el coche va a estallar.

    Antes de que se produzca la explosión, Roland se acerca a los chicos, les sujeta entre sus brazos, y les aleja todo lo que puede del vehículo. Con la explosión, Charlotte pierde el conocimiento quedándose sin pulso, los agentes la reaniman como pueden, realizándola la respiración cardiopulmonar. Cuando terminan y ven que está mejor, la agente Emma se acerca al coche patrulla, coge la radio entre sus manos, y pide refuerzos.

    Después de pedir la ayuda, para tranquilizar a la población y que dejen de correr sin sentido, activa el megáfono del coche y explica que todo ha sido un accidente de tráfico, consiguiendo así, que las personas que se encontraban en ese lugar se relajen ante lo sucedido.

    La ambulancia se ha demorado un poco en llegar hasta el lugar del accidente. Es lunes, son las doce del mediodía, es una de las calles más visitadas de la ciudad y está colapsada.El coche ha estallado en pleno centro, los bomberos ya vienen de camino.

    El servicio médico y el conductor de la ambulancia, se encargan de Kevin y Charlotte. Les pasan del suelo a unas camillas, y les trasladan al hospital más cercano de la zona. Después de dos horas en cuidados intensivos, pasan a los pacientes a una de las habitaciones, donde los mantendrán hasta que se recuperen.

    Roland, espera que una de las enfermeras salga de la habitación, en la que están los chicos.

    —¿No puede hacer algo para que se despierten? —pregunta cuando se acercan a él.

    —No. Señor, sé que tiene ganas de que se despierte alguno de los dos, pero me temo que tendrá que esperar aún:

    —Explica la enfermera, buscando un suero y un termómetro, para tomar la temperatura de nuevo a ambos.

    Cuando termina el turno de trabajo, Emma se va a su casa dejando a su compañero a cargo de los chicos.

    Roland se recuesta en un sillón dentro de la habitación; es tan incomodo que no consigue pegar ojo en toda la noche. Después, de pasar la noche entera en ese terrible sillón, esperando a que alguno de los chicos se despertara, sale a tomar un poco de aire al pasillo.

    De esta forma podrá estirar las piernas, y tomar un café para desayunar.

    Con el vaso entre sus manos y apoyado sobre la puerta de la habitación, para descansar el peso de su cuerpo, ve que la agente Emma, camina por el pasillo hasta llegar a él.

    —Buenos días agente Roland. Váyase a casa necesita descansar, yo le relevaré hoy.

    —Buenos días Emma. Váyase usted y trabaje, no necesito la ayuda de una novata, para resolver este caso —responde en un tono desagradable, para molestarla.

    —¿Perdón? Señor Roland… no sabía que mi presencia le incomodará tanto; pero… no estoy aquí por gusto, me mandó la subinspectora.

    El ceño de Roland se frunce, al escuchar esas palabras. Mirándola de reojo, mete su mano en el bolsillo y busca su teléfono mientras se aleja de Emma. Después de mantener una larga conversación con la subinspectora, se dirige a ella; intentado disimular su cabreo, y la tensión que tiene acumulada desde el día anterior, comenta cabreado:

    —Estaré aquí a las cinco de la tarde, y se irá nuevamente a su casa.

    Emma se relaja al ver que se marcha su compañero. Desde que entró en el cuerpo de policía, es víctima de los desplantes de Roland. Ella finge que no la molestan sus humillaciones. Pero en su interior, siente que la desprestigia como profesional y como persona. La agente Emma es una persona que tiene un carácter muy sensible, en el fondo es muy soñadora, se considera apasionada de la lectura, la música, el amor y el romanticismo, esas cosas forman la mayor parte de su día a día.

    En realidad no comprende por qué su compañero se comporta así con ella. Al perderle de vista en el pasillo, pasa las manos por su cara, y se decide a entrar en la habitación.

    Una vez dentro se acomoda en el sillón y saca su teléfono, para buscar un relato romántico en internet, y emprender una lectura nueva. La gusta tanto leer, que ese día se leyó varios relatos; solo paró para comer.

    Sumergida en su aventura, perdida en un mundo fascinante en su imaginación, se dio cuenta de que eran las cinco de la tarde al llegar Roland. El que interrumpió una de sus lecturas.

    Irrumpiendo en la habitación, sin antes llamar a la puerta, Roland saluda y dice:

    —Buenas tardes. Agente Emma, ya se puede marchar, yo me quedaré aquí.

    —Muy bien, hasta mañana, que le vaya bien —responde Emma despidiéndose, mientras guarda su teléfono en la mochila—. Sin decir nada más, sale de la habitación.

    Los días van pasando para Roland, su espalda le va pasando factura, al cabo de una semana, y sin saber qué hacer para entretenerse, el agente comienza a dar vueltas dentro de la habitación; pensando en que es lo que puede hacer para que se despierte alguno de los dos. Rompe su concentración en algún tipo de intento, una señora de edad avanzada al entrar en la habitación.

    La mujer trae con ella una palangana, unas toallas, esponjas, y ropa de cama limpia. Colocando las cosas entre el sillón, y las camas, dice:

    —Caballero por favor, necesito que salga fuera un momento, voy a asear a estas dos personas.

     La frialdad de la mujer, hace que el agente se moleste, y diga cerrándose en banda.

    —Señora son dos criminales, si se despiertan pueden atacarla.

    La señora se da cuenta de las pocas ganas que tiene Roland de salir de la habitación. Ella se tensa y un poco más seria, en un plan un poco más autoritario le mira.

    —Caballero, salga fuera, y deje de molestar —dice señalando con el dedo hacia la puerta.

    Al ver la cara de la mujer, Roland agacha la cabeza y sale al pasillo, pasando poco más de unos veinte minutos, escucha como se abre la puerta de la habitación, y mira atrevidamente; después cruza los brazos por delante de su pecho, colocándose en posición de defensa, viendo a la señora salir de la habitación con un montón de ropa sucia entre las manos.

    Fijando su mirada a la del agente, sabiendo la desesperación que tiene el hombre con una leve sonrisa:

    —Ya puede entrar, no sé a qué está esperando —le dice mientras suelta la ropa sucia en el carrito.

     Con la mirada perdida al frente, y enfurecido por el descaro de la señora, entra en la habitación.

    Aburrido de esperar y sin saber qué hacer, se acerca a la cama de Kevin y le mira, le sujeta la mano por la muñeca, la levanta y la deja caer de golpe sobre la cama, esperando que el chico tenga alguna clase de reacción. Con suerte para Roland, un pequeño milagro se produce, y el chico mueve los dedos al sentir el frio de la sábana.

    En ese mismo instante, sale al pasillo en busca de algún médico: La Dra. Mía, que estaba entregando unos informes de otros pacientes de la misma planta en recepción; le escucha, se aproxima a él tan rápido como puede, y pregunta:

    —¿Agente, qué es lo pasa?

    —¡El chico movió sus dedos! —dice emocionado, sujetándola por los brazos.

     A la doctora la parece un poco rápido, que el chico se recupere tan pronto, pero ante la duda, busca el historial y le acompaña hasta la habitación. Roland la sigue y deja que se acerque a la cama. El chico continúa tumbado en la cama sin moverse. Lo primero que hace es tomar su pulso y después le alumbra a los ojos con una pequeña linterna, para ver si sus pupilas reaccionan a la luz.

    A Kevin le resulta tan molesto, que comienza a reaccionar, y se toca el cuerpo muy despacio, mientras la doctora continúa alumbrando sus ojos:

    —¿Qué ha pasado?, ¿Dónde estoy? —pregunta asustado.

    —Tranquilo señor, está en un hospital —explica la Dra. Mía, fijando sus ojos en los de él, para que no se mueva mucho.

    Colocándose al lado de la Dra. Mía, el agente comenta —ya está despierto, debo interrogarle.

    —Agente, no sabemos como está, no dejaré que interrogue a mi paciente en estas condiciones —contradice la Dra. Mía, pasando por el medio para separar a Roland de la cama.

    —Mató a una persona en el robo del banco, debo interrogarle, esté como esté —insiste Roland, separando a la doctora de la cama.

     —No creo que sea lo más conveniente, ya que su vida está peligrando por la debilidad de su cuerpo —explica muy cabreada al ver las intenciones que tiene el agente.

    —Por favor, déjeme hacer mi trabajo —vuelve a reclamar Roland, separando a la Dra. Mía de la cama otra vez.

    —¿Pero qué hace?, ¡fuera de aquí! —contesta muy cabreada, señalando con el dedo hacia la puerta.

    A Roland no le queda más remedio que salir fuera a esperar. La Dra. Mía, tiene muchos años de experiencia trabajando en hospitales. Y aunque sea pequeñita es muy matona, no la impresiona el carácter fuerte del policía en absoluto. Antes de empezar a examinar a Kevin, ella se recoge su maravilloso cabello color azabache. Después de colocarse el pasador de plata en el cabello, procede a examinar al chico una vez más. Le alumbra de nuevo con la linterna a los ojos, la luz le molesta tanto que cubre sus ojos con la mano y dalea la cabeza:

    —¡Charlotte! ¿Qué haces ahí? —pregunta Kevin al aire, al verla en la cama de al lado, con los tubos introducidos dentro de la boca.

    La doctora pone su mano en el pecho del chico, para que no se mueva demasiado rápido, y responde:

    —Tranquilo señor, ella también se va a recuperar.

    —¿Qué dice?, déjeme verla, es mi única familia —contesta el chico retirando la sábana que le tapa.

    —Señor tiene que hacerme caso, déjeme revisarle —insiste la doctora, sujetando sus hombros para que no se mueva de la cama.

    —¡Charlotte, Charlotte! —exclama Kevin gritando, y llorando desde la cama.

    Al ver que la chica no se mueve, se pone en pie, y coge la mano de Charlotte entre las suyas. Parece darle una crisis nerviosa al verla en esa situación y sin consciencia; enfurecido consigo mismo, con las manos puestas en su cabeza repite una y otra vez:

    —Fue por mi culpa, fue por mi culpa. ¿Qué demonios te hice?

    Viendo que la chica no contesta se acerca a ella, y comienza a zarandear de golpe su cuerpo, para intentar despertarla. La Dra. Mía, sale en busca de ayuda, al ver que no puede contener los movimientos del chico. Es demasiado grande para ella, y tiene mucha fuerza.

    El agente Roland, escucha desde el pasillo el alboroto que se forma dentro de la habitación. Escuchar tanto ruido y ver a la doctora correr en busca de ayuda le hace esclarecer sus ideas, decidiendo entrar sin permiso y sin piedad en ella.

    De un empujón sienta a Kevin en la cama, le esposa y empieza a leerle sus derechos. Entre dos guardias de seguridad del hospital, le apartan de Kevin. Al ver la histeria del chico, la Dra. Mía llama a otro médico para que le sujete mientras ella le inyecta un calmante. Después de unos minutos, el calmante le queda completamente aturdido, lo que hace que el chico deje de moverse. Una vez más a Roland, no le queda otra opción más, que la de volver a esperar, para que alguno de los dos despierte. Después de una semana de espera, han vuelto a dormir a Kevin, solo tenían que haberle dejado con él unos minutos a solas, para poder interrogarlo.

    Con el paso de la semana, la subinspectora acude al hospital, para ver como sigue el agente Roland. Al entrar en la habitación de los chicos le saluda:

    —Agente Roland, buenos días.

    Al verla entrar, y quedarse de pie parada frente a él, responde:

    —Buenos días, subinspectora. ¿Qué hace aquí? —pregunta extrañado.

    —Vine para ver si ya tenía algo —responde llena de curiosidad.

    —De momento nada, no despiertan ninguno de los dos, señora —responde cabreado, lleno de impaciencia.

    A sabiendas del cabreo que se denota en la cara del agente. La subinspectora arruga el ceño, y dice:

    —Viendo que aquí prácticamente está perdiendo su tiempo, le destinaré a otro caso.

     Esas palabras hacen que Roland pierda la compostura, y conteste muy cabreado:

    —¡No!, ¿por qué diablos va ha hacer eso?

    —En la comisaria, quedan muchos casos sin resolver, estoy segura de que puede aplazar este, hasta que despierte alguno de los chicos —responde, la subinspectora al ver su negatividad.

    —Está bien. Pero que conste, que no me iré de aquí de buena gana —comenta—. No creo que esto sea, una buena idea; — termina de decir cuando termina aceptando la decisión.

    —Ya, ya, agente Roland, no le quedará otra que hacer lo que se le pida, si no quiere verse poniendo multas, y todos sabemos que… poner multas no es muy agradable —expone ella, ante las caras de Roland.

    Antes de salir de la habitación, la subinspectora deja que el agente asimile la noticia, dejado que dedique algunos más en el hospital, al ver que la espera se hace larga, decide llamarlo por teléfono y asignarlo un caso nuevo.

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