Persecuciones

La llevó a de vuelta al interior de la cabaña, caminaron un buen rato y luego él la cargó como si no pesara nada. No se avergonzó, estaba demasiado cansada. Cuando llegaron, pudo ver que se hallaba algo enfadado.

—Lo siento.

No respondió, solo se limitó a querer volver a dormir con su manta en el suelo. Eva insistía.

—¿Esos eran los guardias de la corte?

—Sí. —respondió, sin mirarla, tapándose.

—¿Por qué dijiste que los bandidos habían terminado con su vida? —Eva se sentó a su lado, quería estar cerca, debía mostrarle que no era una traidora.

—Porque así fue.

—Pero tenían lastimaduras como de lobo… —tragó saliva, era una mentira y Astor quería ocultar algo.

No respondió, sabía que no le creería, no tenía el talento para mentirle a la gente.

Eva no comprendía nada de lo que sucedía, intuyendo que era parte del secreto, quizás Astor quería ocultarle la verdad por su bien, pero tarde o temprano lo descubriría.

—Puedes dormir arriba, si quieres… Yo puedo quedarme en el suelo.

Otra vez la ignoró, haciendo que se sintiera herida, no deseaba que pelearan. Era una disyuntiva, porque tampoco quería vivir engañada, ya era suficiente con haber pasado tanto tiempo atrapada y aislada de todos. Recordó a Ruth y su última humillación, luego trajo a su mente los castigos de Felipe. Casi derrama otra lágrima, de no ser porque ya se encontraba cansada de llorar y se sentía más fuerte. Cambiaba conforme pasaba tiempo con él, haciendo que tomara más valor.

Estaba por volver a insistir, cuando percibió que Astor se acercaba. Se recostó a su lado, sin mirarla, seguía un poco ofendido. No le agradaba quedar como mentiroso y sus sentimientos por la joven lo hacían sentir extraño, no comprendía que sucedía en su corazón. Ella lo abrazó con suavidad, para sentir su piel en ese infinito mundo mágico que se abría cuando estaban cerca.

Por la mañana casi no había tensión entre los dos, como si hubieran olvidado a los cadáveres y el asunto de los lobos. Eva preparó el desayuno y lo despertó, tal como él hacía con ella, esmerándose en no quemar por completo la cocina. No tenía idea de cómo cocinar, en su vida jamás había tenido que hacerlo, eso era trabajo de la servidumbre. Su madre le decía que esas no eran cosas que hiciera una dama, que debía buscar un pretendiente adecuado y amoldarse a sus preferencias. Eso le ocurrió con Daren, quedando flechada y estando dispuesta a casarse y sus padres la apoyaron. Cuando falleció, le dejaron en claro que debía obedecer la orden del matrimonio con Felipe y que no contaba con más opciones. Les rogó por años que la liberaran de su sufrimiento, recibiendo siempre silencio o burlas de su parte. Sus hermanos habían tenido mejor suerte. Su hermano mayor, James, se había marchado en barco a tierras lejanas y allí se estableció como gobernante. Su hermana, había contraído matrimonio con un caballero amable, al cual terminó amando y teniendo una familia muy feliz. Ninguno, no obstante, había logrado decidir su futuro, todos seguían las ordenes de sus padres.

Se preguntó que estarían diciendo ahora mismo, ante su escape y acto de traición. Seguramente la condenarían si alguna vez los volvía a ver y la entregarían a la sentencia de su esposo por más cruel que fuera. Eran ambiciosos y se cegaban ante el poder.

Mientras desayunaban, Astor le dijo que debía marcharse por unas horas.

—¿A dónde vas? —quiso saber, mientras bebía su té. La reconfortaba tanto estar en un hogar.

—Tengo que ir al pueblo, debo comprar provisiones. —respondió, la miró sin rencores. Pero no sonrió, no era de esas personas.

—¿Puedo ir contigo? —Eva tuvo una ráfaga de esperanza, quería ir al mercado, caminar entre la gente, vivir un poco de esa vida que le fue negada. Seguía siendo una fantasía.

—No lo creo. —aquello hizo que volviese al mundo real, era una fugitiva aún. —Te buscaran en todas partes, no es seguro que salgas…

Astor contempló el rostro decepcionado de la hermosa joven y sintió cierta pena, algo le decía en su corazón que quería hacerla un poco más feliz.

—Para la próxima, la semana entrante puedes acompañarme… —le prometió, mirándola a los ojos con la profundidad que lo caracterizaba.

Eva sonrió, bebió de un sorbo toda su taza de té y se levantó de un salto de la silla. Su herida ya no le ardía tanto y no le impedía moverse.

—Bueno, sería genial. —Sonrió, cayendo en la cuenta de que estaba aprendiendo a sonreír sin miedo.

—No salgas mucho de la casa, puede ser peligroso. —Astor la enfocó, con seriedad y mordiéndose el labio, se hallaba preocupado. Afuera había más peligros que los lobos y los guardias, él lo sabía bien.

Astor respiró, un tanto agitado. Tenía una pequeña herida en el brazo, que a veces le dolía horrores, sin decir nada ni lamentarse. No se permitía tener dolor, era parte de su naturaleza bárbara y feroz, debía cuidar sus lastimaduras en secreto, así como el más grande de todos, su realidad y sus actividades nocturnas. Amaba su vida en la montaña, incluso cuando estaba en soledad, siendo un niño pequeño cuando llegó allí intentando escapar de una historia triste. Solo él era dueño de su pasado y su propia historia, no dejaba expuesto su corazón con nadie y eso lo convirtió lentamente en casi un ermitaño.

—La puerta tiene llave, no te olvides de cerrarla, pero volveré antes del mediodía. —dijo mientras se aproximaba a la puerta, con su caminar afligido por tener que marcharse.

La muchacha quería abalanzarse sobre él para despedirlo con un beso, como en las novelas románticas que leía con tanto entusiasmo cuando era una niña. La cautivaba su forma tan ruda de ser, sus atenciones y su personalidad protectora.

—Adiós. —saludo, tendiéndole la mano para estrechársela, a modo de saludo.

Astor la tomó por la cintura, con su instinto intrépido latente y la besó. Sentía el ardor y el poder de su cuerpo pegado al suyo, quedando delgada a su lado y rodeada por esos brazos tan anchos. Eva disfrutó el momento, que jamás esperó que llegaría, pensando que quizás seguía alucinando. El casi hace que vuele por los aires, levantándola con ligereza, como si fuera una pluma.

Luego salió por la puerta sin más, sin volver la vista para ver a la princesa que dejaba en su cabaña. No entendía porque había actuado así, no tenía sentido. Era su instinto sí, lo dominaba en muchas ocasiones, pero no de esa forma. La chica era diferente a las que conoció en su vida, errante, caótica, quería que se quedara y, sin embargo, nunca se lo diría.

Eva quedó a solas en la cabaña, desplomándose sobre la cama y dejando salir una exclamación de sorpresa. Aquello lo tomó tan desprevenida, casi estaba pensando que nunca llegarían a nada en su relación. Miró a su alrededor, Astor tenía tantas cosas curiosas en su casa, seguramente robadas de algún sitio, incluso tenía varias joyas. Un espejo mediano de bronce se ocultaba tras el ropero y Eva, no pudo evitar mirarse en él para verse una vez más. Sus mejillas se hallaban sonrosadas y su cabello estaba más lacio, tenía una expresión relajada. Casi no pudo reconocerse allí. Encontró algunas ropas un tanto rotas de Astor, que se dispuso a tratar de arreglar, dándose por vencida poco después de comenzar. También descubrió muchas curiosidades, como cofres pequeños con monedas de oro, collares y anillos, algunos libros y varios papeles sueltos. No parecía un ladrón, pero Eva llegó a creer que era alguna clase de pirata exiliado o algo así. Su carácter era hosco y duro, pero en el fondo parecía un buen hombre.

Pasó varias horas paseando por el jardín, el día no albergaba tanto frío y quería ver un poco de celeste en el cielo. Se sentó a contemplar las nubes, con los ojos llenos de lágrimas por su libertad, esa oportunidad que tanto esperó y rogó por años interminables. El verde comenzaba asomarse un poco en los arbustos nevados, lo que recordó a su infancia.

Pensaba en ello cuando los divisó aproximarse, con la multitud de caballos y estandartes, debían ser más de diez. Los soldados apuntaban a su duquesa, poco a poco con sus lanzas.

La habían encontrado.

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