Capítulo 4

MARTINA

Ese llanto me encogía el alma, es mi bebé, estaba llorando y yo necesitaba abrazarlo, olerlo.

Abrí los ojos en medio de esa oscuridad y salí de la cama. Me lavé la cara y por unos segundos no me reconocí en el espejo. El reflejo que me mostraba este, no era el mío.

Caminé por el largo pasillo y entro en esa cocina de diseño, en busca de un vaso de agua.

Con el pijama desgastado y descalza tomé asiento en la isla de mármol y bajé la cabeza para sacar esas lágrimas que acuchillaban mi pecho—. Te extraño, mi amor. Mamá te extraña — susurré entre lágrimas mientras esa agua que salían de mis ojos caía sobre la fría isla.

Temblando me llevé el vaso a los labios y le di un sorbo al agua. Me tranquilicé y puse rumbo a mi nueva habitación.

Sé que estaba haciendo mal en ocultar mí verdad al duque, de hecho, el miedo que siento de que se entere y que acabe por echarme del trabajo, es más grande de lo que puedo llegar a imaginar. Estar aquí es la única esperanza que me queda de volver a ver a mi bebé y estar cerca de él.

—¿Podemos hablar? — dije por teléfono al hombre que pensé que amaba en su día y que ahora odio con todo mi ser.

—Que sea rápido.

Escuché el pequeño llanto de mi bebé.

—¿Él está bien? — mis ojos se volvieron a llenar de lágrimas.

—Sí. Lo está— contestó secamente.

—Vale... solo quería decirte que me trasladé a Alemania. Estoy a una hora de donde estás.

Este pareció sorprendido porque no se lo esperó, y por edén tardó en contestar.

—Quiero verlo más seguido. ¿Qué te parece los domingos?

Mi interior rezaba para que esté aceptara.

—No.

—¿Por qué?

Mi voz se quebró.

—Porque no quiero. Tienes una visita cada dos meses.

Me rompí en pedazos y en silencio lloré.

Tomé aire y contesté—: Por favor, Teo.

—Mi respuesta sigue siendo la misma. No. Y ahora me voy que tengo cosas más importantes que hacer.

Entonces este colgó y me dejé caer sobre la cama y lloré desesperadamente. El tiempo pasó y mi segundo día no empezó bien. Porque se dieron cuenta de mis ojos hinchados.

—¿Estás bien? — preguntó la señora.

—Si, señora, Zelinda.

Lars no dijo nada y continuó desayunando. En silencio y con el ambiente cargado de miradas que llegaron a despertar ese cosquilleo latente que no quería sentir.

—Lars me dijo que eres media americana— la anciana me habló y yo asentí llevándome el zumo de naranja a la boca.

—Así es, mi padre era de Miami, y mi madre de Madrid.

—Dijiste era.

—Sí, él estuvo conmigo hasta los cinco años y después abandonó a mi madre. Y bueno, ella murió cuando tenía doce.

—Qué triste historia, hija.

Sabía que el duque escuchaba, aunque quería aparentar de que estaba distraído en su plato.

—No, señora. Hay cosas más tristes que eso. Mi madre siempre será la mujer más valiente que exista por criarme sola y mi padre el cobarde que ha elegido una vida alejada de su hija.

—Abuela, será mejor que te termines tu plato. Llegarás tarde a donde querías ir— la intensa voz de Lars interrumpe nuestra conversación y la señora asiente.

Y ahí estaba yo, en medio de una familia que desconocía mientras luchaba en silencio. El corazón se me dividía en millones.

—Os puedo acercar, pero luego vendrá el chofer a recogeros— dijo Lars mientras ayudaba a Zelinda a ponerse su abrigo de piel.

Ella tenía cita en un salón de belleza, le tocaba cortarse el cabello y hacerse las uñas.

—Vale— contesté.

Me ayudó a meter a su abuela en los asientos de atrás y al cerrar la puerta me sujetó del brazo.

—Estuviste llorando.

No es que me lo estaba preguntando, sino que lo estaba afirmando.

Este hombre llegó de la nada y me hizo sentir que la vida vale más de lo que pensé—. No, Lars.

Presionó sus labios, sus ojos azules eran más claros cuando se exponían a la luz.

Como le explico que, si quiero contarle todo, pero me da miedo.

—Puedes pensar que no se nada y seguir mintiéndome, pero no conseguirás nada. Si quieres ser honesta contigo mismo, di las cosas claras.

—Y tú debes entender que, si he estado llorando o no, es asunto mío. Mientras cumpla con mi trabajo no te debe importar que m****a esté pasando conmigo—me salió la mujer que se escondía y que se asoma de vez en cuando para mostrar su carácter.

Este frunció el ceño y contestó—: lo que me importa es que no esté dejando a mi abuela con una desequilibrada mental, así que cuando te pregunte me contestaras. Porque te estoy dejando a cargo a una persona.

Creo que eso me dolió demasiado. Tanto que sentí como ese cosquilleo se fue propagando y se instaló en mi garganta de una manera atroz.

Dejé de mirarlo y miré a un lado, este me soltó y después fui a entrar en los asientos traseros, junto a su abuela, pero Lars me detuvo—: siéntate a mi lado. Y es una orden.

Tú y tus putas órdenes— pensé haciendo lo que me había dicho.

—¿Todo bien, chicos?

—Sí, oma.

Condujo en silencio, pero eso no significaba dejar de ser el protagonista de las sensaciones que sentía en el estómago. Su olor me envolvió y empecé a oler a él. Su semblante se mantenía en la carretera, aunque sabía que la bilis se le subía y bajaba por su garganta por el pleito que acaba de suceder. Me arrepiento, No debí de hablarle de esa manera, porque de él dependía mi futuro, mi esperanza.

Al salir de su deportivo coche, este se despidió de Zelinda con un beso y me miró con esas miradas que decían muchas cosas y a la vez nada. Me aguanté las ganas de decir muchas cosas y con el ceño fruncido se acercó a mí— dame tu móvil.

—¿Para?

—Solo hazlo. ¿Tienes que cuestionarlo todo?

Le di lo que me pidió y este apuntó su número en él. Se dio un toque al suyo y después me ordenó que lo guardase en la agenda.

—Cualquier cosa, me llamas.

Asentí y este se marchó.

Mientras las chicas del salón de belleza trataban como reina a la señora, decidí mandarle un mensaje. Era muy cobarde y necesitaba decírselo por vía email, porque en persona no iba a ser capaz.

De: Martina Navarro

Para: Lorenz Hoffmann

           Señor, Hoffmann.

Quería pedirle perdón por cómo le hablé. Creo que no debí de contestarle de ese modo. Y puede estar tranquilo, no soy ninguna desequilibrada mental. Su abuela está en buenas manos.

                                                 MARTINA NAVARRO.

No me atreví escribirle directamente a su número, así que usé el mismo email con el que nos contactamos y le escribí.

No sé cuánto tiempo pasó, pero cuando al fin me llegó su mensaje, ya estábamos en el coche con el chofer de vuelta a casa.

De: Lorenz Hoffmann

Para: Martina Navarro

Martina, ya te dije que no me llames señor, ni mucho menos por mi apellido. Me recuerdas cuando los trabajadores se dirigían a mi padre. Y sobre lo otro. Ya estás perdonada.

PD: A veces pienso que cada uno tiene una vida que ocultar, pero si está te lastima búscale una solución.

             LORENZ HOFFMANN, DIRECTOR DE EMPRESAS HOFFMANN, DUQUE DE BADEN.

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