Capítulo 6- Herido

—Gracias, esperaré al momento en el que nos podamos volver a encontrar.

Hablar en código, evitar dar explicaciones exactas era un requisito a la hora de usar el celular, cualquier persona con un conocimiento levemente avanzado podría interceptar algunas de nuestras llamadas sin ningún tipo de problema. Esa es la razón por la que nosotros recurrimos a métodos no tan convencionales para comunicarnos. Pero que eran igual de efectivos.

—¿No le parece que es un bonito día? — le pregunté al Sr. Johnson. Estábamos dando un pequeño paseo en el parque cercano, era bueno que él recibiera un poco de luz natural o su salud podría afectarse más de lo que ya estaba.

Al frente de nosotros había un hombre alto y bastante delgado, paseaba a su perro. Algunas monedas cayeron de su bolsillo y una señal con anillo apareció. Estaba claro, era uno de nuestros hombres y esa señal era para mí, debo tomar esas monedas.

—Señor, ¿le gustaría que nos tomáramos un pequeño descanso bajo ese árbol? Considero que sería bueno para usted— Sé que él iba en su silla de ruedas; no obstante, fue lo único que se me ocurrió para poder tomarlas.

Cuando por fin las tuve a centímetros de mis manos, uno de los guardias se interpuso. —¿Qué es lo que está haciendo? — preguntó con aparente curiosidad.

—Esto— me incliné, tomé las monedas y se las mostré —con mamá siempre encontraba una, encontrar tres es una señal de buena suerte— expuse observando al guardaespaldas con una sonrisa, el cual, luego de rodar los ojos, regresó a su posición inicial.

Pensé que las tomaría para examinarlas, pero no hizo nada más. Dentro de estas preciosuras, estaba aquello que los compañeros debían decirme, podrían ser más datos, un cambio en la misión, un pedido de ayuda a algún compañero cercano. Incluso, imágenes satelitales de nuestro objetivo: El Pentágono.

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Tres noches más tarde y la familia presidencial estaba ya en la casa blanca. Yo, por mi parte, estaba ansiosa en mi departamento ajustando la luz de la lámpara, la hora en la que conocería qué es lo que había en el interior de aquellas monedas estaba más cerca que nunca.

—Iré primero por algo de beber— me dije poniéndome de pie. Tanto tiempo había esperado y la emoción se agolpaba dentro de mí ¿Qué tipo de información habría en el interior de esas monedas? ¿Sería algún secreto de estado? ¿Uno de mis compañeros cercanos estaba en peligro?

Regresé a mi escritorio. —Nada podrá separarnos ahora… mis preciosuras— susurré tomando una de las monedas y el alfiler con el que los abriría. Antes de lograr insertarlo, la puerta sonó con estrépito.

Me puse de pie lo más rápido posible, no había manera de que alguien conociera mi dirección, además, el soldado Nathan no tocaría de esa manera tan desesperante. Tomé un paraguas que estaba cerca de la entrada, esa era mi manera de defenderme de quién sea que esté afuera.

La puerta volvió a sonar, más el último golpe sonaba un poco más suave que el anterior. Al abrir la puerta, la figura ensangrentada de un hombre cayó sobre mí.

—¡Sr. Taylor! — exclamé sobresaltada.

Me apresuré a entrarlo a casa; si estaba luchando en contra de alguien, o escapaba, dejarlo a las afueras del departamento sería dejarle una señal a su heridor de que venga a terminar su trabajo.

—Espere aquí, por favor— ordené al lograr dejarlo en el sofá de la sala. Su herida sangraba demasiado, y su rostro estaba demasiado golpeado.

«¿Será que Taylor participó en una de esas peleas callejeras?» me preguntaba mientras tomaba el botiquín. Sacudí mi cabeza de un lado a otro, no era posible, se supone que él es un militar, la ética debe ser más fuerte que cualquier cosa ¿No? O, ¿Aquí en los Estados Unidos las cosas eran tan diferentes? ¿Por qué él terminó aquí en lugar de ir a un hospital?

Regresé a su lado, su gesto me indicaba que el dolor era demasiado fuerte. No había manera de poder revisarlo si él continuaba con su camiseta, sin decir nada más, tomé las tijeras y corté la parte superior de su vestimenta.

—¿Deberíamos ir a un hospital? — pregunté y él sacudió su cabeza con suavidad de un lado a otro, ese gesto de dolor no había desaparecido.

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