Capítulo 3

   El revuelo comenzó a salirse de control, llamando la atención de las personas que se encontraban allí cenando. Lola se puso de pie, fingiendo encontrarse confundida y atemorizada, y se dirigió detrás de su cita de esa noche buscando refugio tras la mujer que gritaba su nombre de forma incesante.

_¿Quién es ella?

  Él no respondió a la pregunta, pero tampoco le quitaba los ojos de encima. Como si estuviese intentando idear cómo saldría ileso de esos aprietos en los que se había metido. En un momento de lucidez se giró hacia ella, tomándola delicadamente de los brazos.

_Escucha, creo que será mejor que te marches de aquí.

  Lola asintió, inundando sus ojos de la mejor inocencia fingida. Vestida bajo una piel de cordero, tomó su abrigo junto a sus cosas marchándose entre la multitud de personas curiosas que se habían puesto de pie para observar la bochornosa escena. Para su suerte, aquella mujer se encontraba tan furiosa con su propio marido que no había logrado visualizarla saliendo del lugar. Una vez que ya se encontraba en la puerta revisó todos sus elementos para asegurarse de que no le faltaba nada. Tocó su cartera, su abrigo, y luego los bolsillos de éste. Sonrió al ver que con éxito había logrado tomar la billetera de aquel hombre de sus manos sin que siquiera lo notara, ya que se encontraba demasiado ocupado prestándole suficiente atención al revuelo causado por su esposa.

   De todas formas, no quiso abusar de su propia suerte por lo que una vez fuera del restaurante, trotó calle abajo para que en cuánto se diera cuenta de la carencia de sus pertenencias, no intentaran perseguirla. Cuando ya parecía encontrarse lo suficientemente lejos del lugar, y luego de asegurarse en reiteradas ocasiones que nadie la estuviera siguiendo se metió dentro de un cajero automático. Recién allí, de forma cautelosa, revisó su billetera. Su pecho casi toca el suelo cuando descubre que aquel hombre tenía más de cinco mil dólares en efectivo en ese mismo instante. Sin perder tiempo los guardó dentro de un pequeño bolsillo en su vestido, para luego sacar la tarjeta de su banco con la que pensaba retirar aún más dinero. Debía aprovechar cada segundo, pues estaba segura de que en la mañana bloquearían todas sus cuentas impidiendo sacar siquiera un solo centavo.

  Metió la tarjeta en la ranura y dictó el número de cuenta que le había otorgado su esposa. Sin embargo y para su sorpresa, sólo le dictaba que era una clave errónea. Intentó una, dos y tres veces hasta que la frustrante realidad le colmó la paciencia. Golpeó con fuerza la pantalla del cajero en una rabieta, al darse cuenta que la esposa la había engañado. Jamás le dio la clave verdadera y por lo tanto, no había forma de sacarle algo más de lo que tenía en efectivo.

  Lola tiró el resto de sus tarjetas y su billetera al suelo del lugar, pateándolos y esparciéndolos por el suelo. Se arrepentía tanto de no haberle pedido algún depósito bancario en forma de garantía. Tanto esfuerzo había sido en vano, pues no había podido sacar siquiera la mitad de lo que se imaginaba en esa noche, poniendo además en peligro su propia integridad en más de una ocasión. Tomó sus cosas y salió hacia la calle a buscar algún taxi que la llevara nuevamente hacia su hogar. A pesar de que no era el dinero que esperaba, sabía que con aquello que había conseguido sobreviviría lo suficientemente bien junto a su hermana.

  Finalmente, luego de un par de minutos un taxi se avecina a la vista. Al ser altas horas de la noche, Lola no duda en subirse a éste, indicándole su dirección. El camino se vuelve silencioso, pues parece que el conductor no tenía demasiadas ganas de entablar una conversación y si se ponía sincera, ella tampoco. A tan sólo unos metros de distancia Lola saca su cartera para pagar por el viaje, sacando también las llaves de su hogar en el transcurso. De forma casi inconsciente dirige su mirada a la puerta, esperando encontrarse con ese familiar paisaje al que tanto acostumbraba a volver en altas horas de la noche. 

   Sin embargo, en cuanto dirigió su mirada a la entrada de su casa, no la pudo quitar. El aire se detuvo en medio de su respiración, como si sus pulmones se hubiesen cerrado. Comenzó a sentir el latido de su corazón detrás de su oreja mientras la adrenalina pinchó sus venas como una sobredosis de energía. Sentía que el taxista le estaba diciendo algo, pero le era imposible entender las palabras que se le oían tan lejanas. Como pudo tomó unos cuántos billetes y se los dejó sobre el asiento trasero, bajando aún en estado de sorpresa. El taxi arrancó nuevamente su camino y la dejó allí, frente a su pórtico y mirando a su puerta que se encontraba abierta.

  Miles de preguntas le comenzaron a carcomer la mente, mientras subía escalón por escalón hasta la entrada. Ella estaba segura de que había cerrado la puerta bajo llave, ¿Pero acaso realmente lo había hecho? Ahora no tenía forma de saberlo. Sólo le quedaba asumir que, alguien había entrado definitivamente a su casa. Con una de sus temblorosas manos tomó el pestillo de la puerta, empujándola para abrirla completamente. Puso primero un pie sobre la entrada, y luego de unos segundos, metió el otro. Sus ojos revistieron todo el lugar, notando el desorden que había por todos lados. Parecía que un huracán había arrasado con el apartamento completo.

  Tragó en seco, soltando sus cosas en el suelo mientras caminaba casa adentro. Abrió primeramente la puerta de su habitación, notando como también se encontraba tirada patas arriba. Todo estaba esparcido por el suelo, y no quedaba una sola pieza de joyería. Tampoco muchos de sus zapatos y abrigos. Todo lo que parecía ser de valor se lo habían llevado. Pero a Lola no le interesaba eso. Lo material era lo de menos, realmente. Sabía que no se trataba de nada que no pudiera recuperar. Lo que la aterraba era abrir la puerta del cuarto de su hermana menor. Su mano temblaba mientras sus ojos sin ningún ápice de emoción observaban la puerta. Ningún sonido provenía de adentro. El corazón de Lola latía con fuerza en su pecho mientras encontraba las agallas para abrir aquella puerta que tantas veces había cerrado en las noches despreocupada, despidiéndose de Miel para ir a buscar algo de dinero. 

  Luego de encontrar la valentía de abrir la puerta de par en par, se dio cuenta que se arrepentía grandemente de su acción. Pues peor que encontrarse algo, había sido el escenario de no encontrar nada. La habitación de su hermana se encontraba extrañamente intacta, pero así también, nadie se encontraba dentro de ella. Un oscuro frío se colaba por la ventana, mientras aquel cuarto yacía en las penumbras de la noche. Su hermana no estaba. Definitivamente si lo estuviera, ya habría salido a su encuentro.

  Sin poder tener la capacidad de procesarlo completamente, Lola se derrumbó en sus propias piernas, cayendo de rodillas al suelo. Al suelo frío y áspero, que acogía sus cálidas piernas. La brisa se colaba por la puerta aún entreabierta y le soplaba sin piedad en su espalda descubierta, dándole repetidos escalofríos. Pero ninguna de estas sensaciones superficiales parecía conmoverla. Sin siquiera saber cómo había podido suceder, había perdido a la única compañía que tenía en su vida. A su responsabilidad más grande.

  Lola se hacía muchas preguntas. Los típicos “¿Por qué?” Y “¿Cómo?” Se agolpaban en su mente mientras intentaba descifrar qué era lo que había salido mal. Necesitaba saber cuál había sido su error ante esto, y culparse de ello completamente porque, aunque así no lo quisiera, no tenía nadie más a quién señalar de culpable por lo ocurrido.

   El día comenzó a teñir las calles de un amarillento otoñal, mientras la luz del sol comenzaba a colarse entre las finas cortinas de las distintas ventanas. Pero ella seguía ahí, en el suelo de la habitación de su hermana, haciéndose mil preguntas y obteniendo cada vez menores respuestas. Sentía una tristeza enorme, pero ni una sola lágrima se deslizaba por su rostro. Parecía como si su cabeza hubiera apagado todas las emociones, dejándola en un estado total de parálisis. 

  El pecho le ardía y su cuerpo temblaba mientras miraba al final del pasillo los cinco mil dólares caídos de su bolso, en el suelo. Los miró sintiendo como nunca en su vida, un gran arrepentimiento por ello. Soltó un pesado suspiro, mientras veía las penumbras desaparecer bajo el cielo diurno, del que no había tenido noción. Parecía haberse quedado horas en la manera en la que se encontraba, aunque ella lo sintiera tan sólo como fugaces minutos.

 Miel se había ido.

 No, no se había ido. Tiene diez años. Las niñas de diez años no se marchan a ningún lugar.

  A Miel se la habían llevado. Se la habían arrebatado de sus propios brazos en circunstancias de mucha cobardía. Y a pesar de que aún no sabía cómo, se encargaría de buscar bajo cada recóndito lugar de la ciudad a su hermana pequeña, cueste lo que cueste.

  Y esto último, era tan cierto como el hecho de que realmente Lola no tenía nada más para perder.

Capítulos gratis disponibles en la App >

Capítulos relacionados

Último capítulo