7. Presión.

Ana sintió como su cuerpo se entumeció de inmediato, tan fuerte y con tanta violencia que los miembros se le quedaron paralizados. El grito que salió de ella le hirió la garganta y se quedó ahí parada por una fracción de segundo observando el cuerpo de su hermana que parecía estar inerte.

—Luisa —preguntó en un susurro y vio como el cuerpo de la muchacha se movió un poco, y solo eso le bastó para que todos los músculos del cuerpo se encendieran como atravesados por una corriente eléctrica que la lanzaron de rodillas al suelo junto a ella —Luisa —le dijo y la muchacha apenas se movió, así que Ana saltó y encendió la luz, la sangre del suelo era de un color muy oscuro y cuando Ana puso la palma de la mano sobre el líquido notó que no era sangre, y cuando lo olió comprobó que no era más que jugo de mora. La mitad del alma regresó al cuerpo de Elisa, la jarra había rodado unos metros más allá y ella se arrodilló de nuevo frente a su hermana sacando el celular del bolsillo y llamando a una ambulancia —Todo va a estar bien —le dijo sosteniendo con una mano temblorosa el celular en el oído.

La ambulancia había llegado unos cuantos minutos des pues, y de camino al hospital habían logrado despertar a la muchacha que había abierto los ojos con horror sin entender del todo lo que estaba pasando.

—Me dolía el estómago —dijo en un susurro y Ana le apretó la mano.

Llegaron al hospital e inmediatamente la ingresaron al quirófano y Ana se quedó con la mirada clavada en la puerta por donde se la habían llevado.

Deseó llamar a alguien que le hiciera compañía y le dijera que todo iba a estar bien, pero no tenía a nadie, nadie que pudiera acompañarla o abrazarla mientras el corazón se le salía del pecho. Al otro lado de esa puerta estaban a punto de operar de emergencia a su hermana y ella no tenía ni siquiera a quien avisarle.

Una mujer que parecía ser enfermera se acercó a Ana y le tendió la mano para ayudarla a levantar, ya que ella se había recostado en la pared e inconscientemente había resbalado hasta terminar sentada en el suelo.

—Efectivamente lo que tiene su hermana es apendicitis, y está en un punto casi de no retorno, necesitamos su autorización para iniciar la cirugía —le dijo y Ana asintió repetidamente con la cabeza, luego firmó un papel que la mujer le mostró y se sentó a esperar en una fría y dura silla, hasta que al menos unas dos horas después un doctor salió por la puerta de la sala de cirugía y Ana corrió hasta él en el acto.

—Todo salió bien —le dijo el doctor —la apéndice no alcanzó a explotar y ella está fuera de peligro —a Ana se le llenaron los ojos de lágrimas de la emoción, pero el doctor le indicó con la mano que se acercarán con la mujer de la recepción y Ana lo siguió —el único inconveniente es que me informaron que ella no se encuentra en ningún tipo de seguro social, ni privado ni subsidiado —Ana se aclaró la garganta y le tembló la voz al hablar.

—Es que hace apenas unos meses la adopté legalmente y los trámites para entrar al sistema subsidiado se han tardado mucho —el doctor la miró con una cara de lástima que a Ana le produjo rabia.

—Pues en ese caso deberá pagar todos los costos por la cirugía —le dijo y Ana asintió, estaba segura que el precio era demasiado alto, pero ¿Qué más podía hacer?  Cuando la recepcionista le mostró la cuenta las rodillas de Ana se tambalearon.

—Esto es solo por la cirugía, la sala de operación y la ambulancia —le dijo la mujer —faltan los medicamentos y la hospitalización.

—¿Cuánto tiempo tengo para pagarlo? —la mujer consultó en el ordenador.

—Unas tres semanas —Ana asintió y caminó con la hoja entre las manos hasta la fría butaca donde se sentó pesadamente. ¿cómo podía pagar todo eso? Pensó que podía pedir un préstamo en el periódico, pero luego asumió que era una mala idea, el sueldo de alcanzaría únicamente para pagar el préstamo ¿de qué vivirían en entonces?

Levantó la mirada y se vio a sí misma, con el traje de tela negra ajustada al cuerpo y la multitud gritando a la gaviota negra que bailaba en la pista como acarreada por una brisa de verano, si era la única opción que tenía, pues la tomaría con resignación.

Luisa salió del hospital al día siguiente, la cirugía había salido bastante bien y Ana no se podía dar el lujo de dejarla en el área de recuperación por más tiempo, cada minuto allí costaba una fortuna, así que la muchacha tenía que recuperarse en casa por el bienestar económico y mental de su hermana, así que esa mañana Ana llegó bastante tarde a In Premiere, tanto que la mayoría estaban en horario de almuerzo cuando ella entró al baño para intentar cubrir con maquillaje las ojeras hinchadas y oscuras que tenía bajo los ojos, por suerte su experiencia como bailarina nocturna le habían dejado buena habilidad para disimular el trasnocho.

Cuando salió del baño corrió por la trapera y el valde para hacerle aseo a los corredores que estaban bastante sucios y en el camino se topó con Eduardo y Álvaro que parecía iban a almorzar. Ana sintió hambre no más pensarlo, ni siquiera había desayunado.

— ¿Así vas a comenzar tu segunda oportunidad? —le dijo Eduardo cruzándose de brazos y Ana se mordió el labio.

—Lo siento, mi hermana fue operada ayer —el hombre levantó el mentón hacia Ana.

—Bien, para la próxima avisa —le dijo y caminó por el corredor pasando junto a ella.

—Ya te alcanzo —le dijo Álvaro y se aceró a Ana —¿está bien? —le preguntó y ella asintió.

—Fue apendicitis, pero me sacó un gran susto —le dijo y el hombre le sonrió, tomó con delicadeza el mentón de Ana y lo levantó para mirarla a los ojos, y ella lo miró a él, tenía los labios rosados y se aguantó la tentación de levantar la mano para ver qué se sentía acariciar la barba oscura.

—Te vez terrible, deberías descansar —Ana negó.

—Estoy bien, tranquilo —él le sonrió de lado y cuando quitó los cálidos dedos de su piel Ana sintió frio.

—Si necesitas algo, me dices —Ana asintió, la verdad lo que necesitaba era mucho dinero, pero sabía que él no tenía y tampoco tendría el valor de pedirle prestado. Cuando él se alejó Ana se lo quedó mirando hasta que dobló la esquina, después de lo que había pasado el día anterior no había tenido mucho tiempo para pensar en el hombre, pero ya lo veía como una persona diferente, sintió empatía y hasta un poco de lástima.

Entró a la oficina después de limpiar los corredores y su compañera ya estaba ahí, aunque apenas la miró. Ana entró a la red social de Álvaro, no tenía ganas de trabajar y quería ver cómo era el hombre en su tiempo libre, tenía curiosidad y nunca era capaz de evitarla.

Cuando entró abrió los ojos, en la red el hombre compartía constantemente sus rutinas en el gimnasio y un par de fotos sin camisa que Ana abrió con los ojos abiertos. Se preguntó cómo es que el hombre ocultaba tremendo cuerpazo debajo de esa ropa. Arriba, en una foto reciente, estaba sin camisa junto a otro hombre que también exhibía sus voluminosos músculos y Ana reconoció a Eduardo Tcherassi en ella, el hombre tenía un cuerpo solo un poco más del gado que el de su amigo y una fina línea de vellos que le cubrían los pectorales y hacían una perfecta línea hasta su ombligo y Ana sintió como se le aceleró el pulso. Sacó su celular y tomó una foto de la pantalla del computador, ambos hombres estaban infartantemente buenos.

—Hacen ejercicio juntos —dijo y abrió los ojos —almuerzan juntos y están muy buenos, lo más seguro es que sean novios —añadió con frustración.

—Los más buenos siempre son gays —le dijo la muchacha a su lado y Ana volteó la pantalla del computador con la cara roja —pero si quieres que te diga algo, no creo que el jefe Eduardo lo sea, por acá es muy rumoreado que es bastante mujeriego —le dijo y Ana le habló sin mirarla a la cara.

—Ok, tal vez solo sean amigos —la muchacha lazó un grito chillón.

—Ojalá no, puede que se bisexual, ¿me vas a decir que no te excitaría ver a esos dos bombones tocándose el uno al otro? —Ana volteó a mirar al computador para ver de nuevo la foto y ladeó la cabeza, ya no sería capaz de sacarse esa escena de la mente.

Ana estaba de pie frente el bar Luna Escarlata, tenía los puños apretados y el corazón acelerado. Entró despacio y cada color, olor y sensación le trajeron muchos recuerdos, no muy buenos la mayoría. Amelia Biñón estaba sentada en un enorme mueble observando practicar a una bailarina.

—Mira —le dijo a Ana y le señaló a la chica en la pista de baile —es buena, pero nunca será capaz de superarte —la miró a los ojos y Ana sintió que le temblaron las rodillas —por suerte ya viniste a enseñarle como es que se hace —Ana negó con la cabeza y la mujer se cruzó de brazos.

—Vengo para que llames a tus contactos, ya estoy lista —la mujer sonrió de lado.

—¿Lo quieres hacer? —Ana asintió con seguridad, no quería hacerlo, pero ya no tenía opción.

—Lo haré, voy a subastar mi virginidad     

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