4. El Orfanato.

Ana sabía perfectamente a donde debía ir y en qué momento, no en vano había pasado la mayor parte de su vida en aquel frio y solitario lugar.

Llegó hasta la esquina del parque y se recostó disimulada mente en la cerca de madera que separaba el orfanato de la calle, y movió la tabla suelta por donde se escapaban las muchachas en las noches.

En escalofrío le llenó la espalda, llevaba dos años sin entrar ahí, y el aura tétrica del lugar permanecía intacta. Corrió hasta la ventana de su vieja habitación. Si tenía suerte, las muchachas deberían de estar en ese momento en el almacén como de costumbre, así que cuando abrió el pestillo desde afuera y abrió la ventana la habitación estaba en la total penumbra. Ana entró con el corazón bombeándole contra el pecho, muchos recuerdos negativos se acumularon dentro de su cabeza.

Corrió por el corredor muy pegada a la pared hasta que llegó a la pequeña ventana a nivel del suelo desde donde se podía ver hacia adentro y asomó la cabeza disimuladamente.

Adentro había por lo menos cuarenta muchachas entre los diez y los quince trabajando en mesas alargadas con un polvo blanco que Ana conocía perfectamente. Lo pesaban y lo empacaban disimuladamente en zapatos que metían en cajas.

Ana sacó su celular y tomó un par de fotos a través del cristal, luego corrió hacia el corredor trasero y asomó la cabeza por el borde donde logró fotografiar a una de las monjas del lugar recibiendo aun hombre, ambos estaban bastante armados.

Con un nudo en la garganta salió del lugar después de mimar un poco al perro vejo que pareció reconocerla y salió por la tabla vieja de la cerca que se movía. Solo afuera logró respirar con un poco mas de calma.

Cuando llegó a casa Luisa ya estaba durmiendo, y después de darse una ducha se acostó en su fría cama a contemplar las imágenes que había capturado.

Hacía apenas unos años ella era una de esas niñas que era obligada a empacar y esconder drogas.

En la fotografía donde aparecía la directora del orfanato con el hombre Ana había logrado capturar sus rostros a la perfección, dándose la mano y armados. Con la evidencia que tenía podía enviarlos a la cárcel, pero ella quería ir mucho más allá.

Entró a la página de In Premiere. Le gustaba revisar cada noche qué tipo de historias se publicaban en el periódico, sobre todo los artículos de Alexandra Tcherassi, la hermana de su jefe, la mujer siempre mantenía un mensaje feminista en cada una de sus publicaciones y tenía una forma de escribir cruda y realista. Navegó por la página y observó una publicación de Eduardo Tcherassi en donde hablaba sobre la corrupción en el país y Ana no pudo evitar notar la tremenda calidad que tenía el hombre para redactar, el profesionalismo y la habilidad para introducir al lector en su historia y hacelo sentir empatía por el tema, hacía que el lector se involucrara de verdad con la noticia y Ana entendió por qué el hombre tenía tantos premios; era comprometido, dedicado, tenía un gran talento.

Ana cerró los ojos y lo vio en su mente, lo imaginó sin camisa y se deleitó con los músculos hinchados y enrojecidos bajo la pálida piel. Abrió los ojos y dejó escapar una sonrisa, no podía dejarse llevar por esos pensamientos, él era su jefe.

Presionó el botón que decía: “tendencias” y cayó sentada en la cama de golpe, en primer lugar, estaba Álvaro Soler con la noticia del la corrupción del candidato a la alcaldía, tenía miles de comentarios y miles más de lecturas. Dejó el celular con rabia y se recostó en la cama. Hubiera hecho un berrinche como estaba acostumbrada, pero las palabras que le dijo Alexandra Tcherassi le llegaron. Si ella quería un puesto ahí, se lo tenía que ganar.

 Al día siguiente llegó mucho más temprano al periódico, tanto que cuando las primeras personas comenzaron a pulular por el lugar ella ya tenía los uniformes doblados y los corredores impecables.

Después de navegar por horas en las fotos de los criminales más buscados de la ciudad no logró encontrar al hombre que estaba con la monja, así que tomó las fotografías que ya tenía impresas y se dirigió a la oficina de Alexandra Tcherassi.

En al camino se topó en uno de los pasillos con Álvaro, y aunque Ana intentó pasar de largo el hombre la detuvo de la mano.

—Espera, Ana, quería hablar contigo —ella se detuvo y lo miró a los ojos, el hombre tenía unas pestañas largas y unos labios bastante carnosos y rojos. Ana le aparto la mirada de la cara.

—¿Qué quieres? —le preguntó y él la soltó metiéndose las manos a los bolsillos.

—Quería decirte que ya no me burlaré más de ti y de tus monjas traficantes — Ana dio media vuelta, no tenía tiempo para perder con el hombre —espera —la detuvo —lo siento, entiendo que debe ser difícil no encontrar nada qué publicar.

—Yo tengo qué publicar —le dijo exasperada y él meneó la cabeza.

—Me refiero a algo más…interesante. Algo como la nota que subí anoche, ¿la viste?  —Ana asintió.

—También vi que no eres tan buen escritor como presumes —el hombre abrió los ojos y meneó la cabeza.

—¿Tú que sabes? —Ana se cruzó de brazos.

— Escribir no es solo tener buena ortografía, hay que hacer que el lector se sienta implicado en la noticia, no contarlo como un chisme de barrio —el hombre la miró con suficiencia.

—La noticia tiene mas de un millón de lecturas —Ana se dio la vuelta y le dijo antes de doblar la esquina:

—Cualquiera es capaz de leer algo tan básico —Ana se rio cuando lo perdió de vista, la verdad había leído toda la noticia y aunque no era algo tan magistral como lo que escribía Eduardo Tcherassi, el hombre tenía lo suyo.

Cuando la secretaria de Alexandra le indicó que podía entrar, Ana se introdujo en la oficina un poco intimidada. La mujer estaba tras su escritorio de vidrio y tragaluces en el techo iluminaban la estancia.

—¿Para qué soy buena? —le preguntó y Ana caminó hasta ella dándole las fotografías y la periodista la miró con los ojos abiertos.

—¿Es verdad lo de las monjas? —Ana no contestó, únicamente señaló el rostro del hombre en la imagen.

—Necesito saber quien es él, ¿podrías ayudarme? —la mujer sonrió de lado.

—Tengo un amigo que te puede ayudar, y mi hermano se pondrá feliz —Ana se sonrió ampliamente.     

—Su nombre es Gerardo Ríos —le dijo a Ana Alexandra Tcherassi después de un rato —mi amigo buscó su rostro en la base de datos y el hombre tiene antecedentes de violencia intrafamiliar y narcomenudeo. Ha estado entrando y saliendo de prisión desde que tenía quince y hace más de un año que encontraron su cadáver flotando en el río Medellín y ahí termina su historia —Ana se rio de lado, parecía que la historia de las monjas traficantes prometía ser más interesante de lo que pensaba.

—Muchas gracias, Alexandra —le dijo a la periodista recibiendo la carpeta con la información y la mujer la miró de los pies a la cabeza.

—Mi hermano siempre ha tenido un sexto sentido para reconocer diamantes —le dijo y se puso de pie para mirar la ciudad por la ventana —Reconoció en Elisa Valencia algo que no cualquiera había visto, una mujer determinada y valiente —volteó a mirar a Ana que permanecía sentada bajo el sol que entraba por el traga luz de la oficina —Cuando te contrató lo reñí, le dije que solo se había dejado embaucar por tu belleza y que no pensaba con claridad, ¿sabes qué contestó? —Ana negó, aunque sabía que era una pregunta retórica —que sabía que podías hacerlo, que había bajas probabilidades pero que tal vez lo harías. Él sabe muy bien qué es que nadie te escuche porque no eres nadie en el mundo ¿Podrás con esto sola? —Ana se puso de pie de un brinco con la espalda recta.

—Daré todo de mí para no perder esta oportunidad — Alexandra asintió con la cabeza.

—Si no metes la pata, conmigo tendrás una aliada —Ana asintió, y le agradeció con un movimiento de cabeza.  

Cuando salió de la oficina de la mujer se sintió bastante más liviana, y lo primero que se encontró cuando llegó al primer piso fue la cara arrogante de Álvaro.

—Qué bueno que apareces, ¿podrías traernos dos cafés a Eduardo y a mí? Estamos discutiendo un tema importante, el mío bien frio — despareció por las escaleras antes de que Ana pudiera decir algo.

—Yo no soy una mesera —Susurró Ana mientras subía los cafés —¿Quién diablos se cree él? Ambos estamos en el mismo puesto y se cree superior.

Entró a la oficina con ambos cafés y una sonrisa de oreja a oreja. no pensaba dejar que Álvaro notara que le afectaba. Ambos hombres estaban sentados conversando sobre algo y Eduardo se sorprendió al verla llegar.

—Ana, que amable —le dijo cuando recibió su café frio y dulce.

—Es un gusto, jefe —le dijo y liego le dio a Álvaro el suyo. Cuando se disponía a salir Eduardo la detuvo.

—Hablaremos de un caso peculiar, ¿Nos quieres acompañar? —Ana lo miró, el hombre tenía una pequeña sonrisa en los labios y Álvaro abrió los ojos.

—¿Por qué? —preguntó y Eduardo se encogió de hombros.

—Ambos son periodistas de este periódico, sabes que le concierne —le dijo como única respuesta y Ana vio como el hombre se mordió la lengua, así que se sentó bastante emocionada a su lado.

—Bien —comenzó Eduardo —le contaba a Álvaro que In Premiere sigue en la investigación de los laboratorios Jábico con el programa CERBERO que denunciamos hace unos meses —Ana trató de ahogar un grito, era la noticia más importante que el periódico había tenido en su historia, y ahora ella podía ser parte de eso —Descubrimos que el programa era solamente un tráfico de personas y logramos descubrir a sus cuarenta miembros, pero la información que teníamos estaba desactualizada y cinco miembros más están libres, y ayer nos llegó una amenaza…

—¡Qué diablos! —gritó Álvaro y escupió el café que Ana le había traído por todo el piso de la oficina —te dije que mi café era frio —le dijo a Ana con rabia y ella se encogió de hombros.

—Lo siento, pensé que me dijiste que muy caliente y espeso —el hombre la señaló con el dedo.

—¿Tú le pediste que trajera el café? —preguntó Eduardo con el ceño fruncido y Álvaro asintió.

—Sólo le pedí un favor, y mira lo que hizo, lo hizo a propósito —Eduardo volteó a mirar a Ana y ella le apartó la mirada, siempre había sido una mala mentirosa —Trae un trapo para que limpies esto —le dijo el hombre a Ana y ella lo miró mal y con los ojos abiertos, pero Eduardo intervino.

—Ana no es una mesera ni una aseadora, es tu igual y te pido que la trates con el respeto que se merece —luego volteó a mirar a Ana —y tú mejor ve a responder los comentarios del periódico. Los quiero a los dos fuera, ahora —Álvaro se puso de pie y salió hecho una furia.

—Lo siento, yo no… —comenzó a decir Ana y el periodista la interrumpió.

—¿Te estoy pidiendo una explicación? —Ana negó despacio con la cabeza —entonces sal de aquí y has el trabajo para el que te contraté —Ana sintió como le ardió la punta de la nariz, siempre le ardía cuando tenía ganas de llorar, así que salió casi que corriendo de la oficina del hombre.

Mientras bajaba por las escaleras se reprendió a sí misma, había estado a punto de ser parte de una de las noticias de la década y su estupidez e inmadurez lo había arruinado todo. Se encontró a Álvaro en las escalera, el hombre se miraba la lengua en el reflejo de una ventana y cuando la vio cerró la boca.

—¿Viste lo que hiciste? —le preguntó y ella le apuntó con el dedo.

—Tú me trataste como si fuera una mesera, pero entiende que yo estoy a tu mismo nivel —el hombre se rio.

—¿El mismo? —le dijo, hablaba raro, seguramente por la lengua herida —Yo tengo siete años de experiencia y trabajé en uno de los mejores periódicos de este país —Ana avanzó hasta él, pero el hombre no retrocedió y cuando ella le habló sus narices casi se rozaron.

—¿Entonces por qué te fuiste de ahí? —estaban tan cerca que Ana pudo sentir la fragancia dulce del hombre y el sudor que le perlaba la frente, le miró los carnosos labios apretados. Él dio un paso atrás y le soltó una superficial mirada antes de alejarse escaleras abajo.  

Ana se sentó pesadamente en la silla frente al computador, aún tenía rabia y ganas de llorar, ¿cómo es que era tan llorona?

Pasó el resto de la tarde revisando los miles de comentarios que tenía la publicación de Álvaro y cada uno la ponía más exasperada. Entre los comentarios de asombro y felicitaciones al periodista Ana encontró a varias fanáticas que proclamaron lo atractivo que era el hombre y ella eliminó un par disimuladamente, se dijo para sí misma que eran comentarios que no aportaban nada, pero ella sabía que era meramente por la envidia que le dio.

Un mensaje corto con un emoji de miedo llamó la atención de Ana y lo leyó: “¿Cómo In Premiere contrató a este periodista después de lo que hizo en El Colombiano? no tiene criterio, es amarillista y mentiroso, deberían revisar a quien contratan más detalladamente. Lástima que hubieran desaparecido misteriosamente todos los artículos” Ana abrió los ojos, sabía que el hombre no era un santo. Sacó su celular y disimuladamente sacó una foto del comentario mientras sonreía con malicia. Llegaría hasta el fondo de ser necesario.

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