3. Una oportunidad.

Ana llegó esa mañana de lunes más temprano de lo normal, tan temprano que el único que había en el edificio era el vigilante que le sonrió en cuanto la vio. Trapeó, llevó la ropa sucia y la trajo de nuevo limpia, la ordenó, respondió los comentarios con ímpetu y cuando terminó apenas era medio día.

Llegó a la cafetería con paso decidido y, después de preguntar a la secretaria de Eduardo cómo le gustaba el café, le llevó un vaso grande, muy frio y dulce. Cuando asomó por las puertas del ascensor Álvaro estaba saliendo de la oficina del hombre y en cuanto la vio le sonrió, pero Ana no le devolvió la sonrisa, pasó de largo junto a él casi sin prestarle atención.

—Vengo a traerle este café —le dijo a la secretaria que apenas la miró y asintió con la cabeza, pero antes de que Ana abriera la puerta se volvió hacia ella —lamento lo del viernes, no debí gritarte —la muchacha levantó la cabeza y le sonrió.

—Tranquila, no importa, ya estoy acostumbrada —Ana quiso decirle algo, no estaba bien que la gente le gritara, pero se quedó callada.

Entró a la oficina y encontró a Eduardo Tcherassi recostado en uno de los vidrios que daba a la calle hablando por celular. En cuanto la vio regresó la vista al vidrio. Ana caminó y dejó el café sobre el escritorio. Pensaba hablar con el periodista, pero ya había aprendido la lección de no interrumpirlo así que dio media vuelta sin decir una palabra.

—Te llamo luego… Ana, espera —le dijo él cuando ella estaba a punto de salir y se volvió despacio —ven —le dijo sentándose tras el escritorio e indicándole uno de los muebles de enfrente, pero ella no se sentó.

—Lamento si fui un poco duro la semana pasada —le dijo y ella levantó la mano en el aire para que él no hablara más.

—Lo sé, lo entiendo —le dijo —me daba rabia ver que Álvaro sí podía hacer cosas más importantes, pero entiendo que él tiene experiencia y recorrido y yo no. No importa —el hombre cruzó las manos por encima del escritorio y la miró detalladamente, tanto que logró ponerla un poco incómoda.

—¿Te han dicho que suelo ser bastante detallista? —le preguntó y ella meneó la cabeza, había escuchado rumores, pero, ¿Qué periodista no lo era? —el día de tu entrevista de trabajo entendí un par de cosas de ti, menos de lo que normalmente logró leer en las personas pero sí lo suficiente como para que llamaras mi atención —Ana sintió que se le subió el calor a la cara, odiaba ponerse roja cuando pasaba eso, pero intentó no demostrar ninguna emoción — Tú misma lo dijiste, el puesto era para Álvaro, pero sé que puedes tener potencial.

—Gracias por la oportunidad, prometo que no lo voy a decepcionar —él negó.

—No lo hagas por mi —le dijo —hazlo por ti, tú eres la que quiere este puesto y esta carrera, hazlo por la vocación de intentar hacer este mundo mejor —Ana asintió, tenía muy claras sus convicciones y sabía lo que quería de su trabajo pero, aunque él no lo dijera ella tenía que convencerlo, él era ese escalón que la catapultaría a cumplir sus sueños y Álvaro el bache que la hundiría, tuvo claro eso en aquel momento así que asintió con seguridad.

—Gracias —le dijo —quisiera pedirte permiso para salir ahora, tengo asuntos por resolver importantes, todo mi trabajo de hoy está completo —Eduardo se tomó un momento para contestar.

—Está bien —le dijo. Ana agradeció con una sonrisa y dio la vuelta —Tal vez en un par de semanas veamos lo de las monjas —le dijo. Ana se detuvo antes de salir.

—No se preocupe por eso.

Salió del periódico después de cargar un poco su celular, lo necesitaba con el máximo de batería y el aparato se había compartido terriblemente mal las últimas semanas y no tenía dinero para cambiarlo.

Quiso pensar que encontrar un trabajo de medio tiempo en las noches le resultaría fácil, era una mujer atractiva y ella lo sabía, pero los bares y los restaurantes estaban a tope en personal y no encontró un posible lugar de trabajo que le ayudara a solventar el bajo sueldo que le pagarían en In Premiere, así que caminó casi inconscientemente por las calles mientras caía la noche y terminó llegando al bar Luna Escarlata. Se quedó de pie un rato frente a las puertas.

El dinero del fideicomiso de sus padres estaba destinado únicamente a la universidad de Ana, no para comprar comida y pagar un lugar para vivir, por eso se acabó antes de tiempo y Ana se sumió en una profunda crisis económica que la había puesto a los pies de aquel lugar, igual que en aquel momento, y cuando le aprobaron la beca salió del sitio como alma que lleva el diablo y juró nunca volver a él, pero estaba ahí de nuevo, de pie frente a las puertas oscuras del lugar con el corazón acelerado.

—Serian solo seis meses — se dijo en voz baja, pero nada podía asegurar eso, esos seis meses se harían permanentes si no ganaba el puesto y no quería pasar allí más de lo necesario.

Las luces de neón del lugar se encendieron y Ana dio un respingo, dio media vuelta y caminó por la acera a toda velocidad.

—Sabía que volverías —le habló una voz ronca y Ana frenó en seco —siempre vuelven —se giró despacio y se encontró con Amelia Biñón, una mujer de unos sesenta, de piel curtida y toz tísica por el cigarrillo que era la dueña del bar —Ana caminó hacia ella y se paró justo en frente.

—No creo volver —le dijo y la mujer se rio, y la risa terminó en una tos gargajienta.

—Te vi por la ventana, estuviste más de diez minutos de pie frente a la puerta y eso dice otra cosa —Ana no contestó, miró el cartel luminoso y se mordió el labio —eres una de las mejores bailarinas que he tenido —le dijo la mujer —si hubieras querido entregar tu cuerpo te hubieras hecho asquerosamente rica, muchos hombres estaban dispuestos a pagar millones por ti, mi gaviota negra —Ana apretó los ojos, el nombre le traía muchos recuerdos y no precisamente buenos.  

—Solo con bailar me era suficiente —le dijo y la voz le tembló.

—Cuando eras tú sola tal vez —la anciana caminó hacia ella y la tomó del mentón para levantarle la cara —nunca mires abajo, preciosa, ante nadie —Ana abrió los ojos y contempló a la mujer por un segundo.

—¿Admitirías que solo bailara? —  la mujer asintió.

—Sabes que sí, acá ninguna mujer está obligada a vender su cuerpo si no quiere, pero recuerda que hay muchos hombres que piensan que solo por estar en un prostíbulo pueden tener a la mujer que quieran ¿recuerdas lo que paso la última vez? —Ana asintió, no quería recordar aquel momento —tal vez si subastas tu primera vez… Ana le apartó la mano y le giró la cara, eso nunca.

—No —dijo con seguridad y la mujer asintió.

—Hubo una vez una muchacha —comenzó a contarle la Amelia. Ana ya conocía esa historia —se subastó por cien mil dólares, cien mil, como prostituta se acostó solo una vez con un hombre, solo una y todo lo invirtió tan bien que resolvió su vida para siempre. Obvia mente después de pagar mi porcentaje que no es mucho, a decir verdad.

—Ha pasado mucho tiempo, ¿cómo está segura que aun soy virgen?  —la mujer se rio y dio media vuelta entrando al lugar.

—Un solo hombre, mi querida gaviota negra, solo uno y resolverías tu vida. Cien mil por ti será solo el comienzo —cerró la puerta tras ella y Ana se quedó mirando el letrero, luego dio media vuelta, tenía otro asunto importante que atender esa noche.

Si Eduardo quería pruebas del tráfico de las monjas, pues ella se las daría.

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