2. Gánatelo.

Ana se levantó temprano esa mañana, se duchó con el agua fría de su departamento y preparó el desayuno para ella y su hermana Luisa que se arreglaba para ir a la escuela.

—Puedo hablar con Elisa valencia para que entres al periódico sin necesidad de competir —le dijo ella y Ana se rio mientras peinaba su cabello oscuro frente al espejo.

—No digas tonterías, Luisa — solo te tomaste una foto con ella hace meses, ¿Crees que te hará caso? —su hermana asintió.

—Gracias a que teníamos la primicia de su embarazo por esa foto comimos varios meses, ¿recuerdas? Ella misma me autorizó publicarla, es muy amable.

—No lo dudo —le dijo Ana sentándose frente a ella —pero no podrás encontrarla así no más, es una mujer con millones de seguidores y esposa de uno de los hombres más ricos del mundo, mejor deja así, yo puedo hacerlo sola —su hermana frunció el ceño.

—No es justo, te mereces ese puesto

—Puede ser, pero es algo, pensé que ni había quedado. Hay que agradecer, aunque sea el periodo de prueba —tomó una de las tostadas del paquete y la metió en el chocolate.

—Si, pero por la mitad del sueldo —Ana no respondió, era eso o nada, pero si era algo que había considerado, no podían depender únicamente de la mitad del sueldo que pensaba pagarle Eduardo Tcherassi por estar en In Premiere, solo tenía que aguantar seis meses, si debía tomar otro empleo de medio tiempo lo haría, pero no podía arriesgarse a perder la custodia de su hermana.

   —Todo va a salir bien, ya verás —le dijo y acarició el rubio cabello de la menor —te lo prometo.

Mientras viajaba en el metro no pudo evitar sentirse ansiosa o melancólica. Ella y su hermana habían pasado casi toda la vida en el orfanato después de la muerte de sus padres, y a Ana le había tomado dos años de esfuerzos alcanzar una relativa estabilidad económica gracias a la beca que había conseguido para terminar el último semestre de la carrera de comunicación social, pero la beca ya se había acabado y los últimos ahorros no le alcanzaban ni para un mes más, si no aceptaba el periodo de prueba en In Premiere correría el riesgo de que le quitaran a su hermana y la volvieran a meter a aquel orfanato lleno de monjas exigentes y traficantes de drogas.

Mientras caminaba dentro de la recepción del edificio pensaba en las formas en las que podía conseguir las pruebas que el periodista le había pedido, esa historia era su boleta de entrada, pero se topó con Álvaro Soler en la entrada del ascensor. El hombre sonrió de lado cuando la vio.

—Hola, niña de las monjas narcotraficantes —le dijo y Ana lo ignoró —No pensé verte de nuevo por estos lados.

—Claro que no, ¿Creíste que ya tenías el puesto?  Pues tendrás que competir contra mí —le dijo presionando el botón del último piso y él se rio de lado.

—¿Ah sí? Vamos a ver quién se queda al final —Ana lo miró a través del espejo, el hombre tenía los ojos claros, el cabello oscuro y la mandíbula cuadrada oculta por una barba medio crecida. No pudo evitar pensar que era atractivo, pero había algo en él que le pareció extraño. Lo miró a los ojos y observó la postura del cuerpo y notó que detrás de toda aquella seguridad arrolladora había algo, algo tras los iris azules que parecía ocultar una emoción que estaba contenida, Ana podía notarlo.  

—Suerte —le dijo ella como única despedida después de que las puertas del ascensor se abrieran y sintió como el hombre se la quedó mirando hasta que desapareció.

Ana llegó hasta la oficina de Eduardo Tcherassi, pero antes de abrir la puerta su secretaria, una muchacha pequeña y rubia la detuvo

—Está ocupado y no puede atender a nadie en estos momentos —le dijo y Ana se acercó hasta ella.

—Lo siento, comienzo a trabajar hoy aquí y venía a hablar con él para que me dijera qué tenía que hacer —la mujer sacó una hoja de debajo de una carpeta y se la tendió.

—Esta lista la dejó él para usted esta mañana —le dijo —cumpla todo al pie de la letra y mañana puede hablar con él —Ana tomó el papel y lo leyó.

—Lo siento —le dijo con la cara roja —pero las cosas de esta lista parecen más el trabajo de una secretaria, sin ofender, yo pensé que mi trabajo era más bien de periodista…

—Son las órdenes del señor Tcherassi —le interrumpió —mañana hablará con él y se le asignará un puesto de trabajo, por el momento haga lo de la lista —le dedicó una amplia sonrisa y clavó la mirada en su trabajo ignorando la presencia de Ana.

Cuando Ana llegó al piso de abajo apretando la hoja con fuerza en la mano intentó relajarse. Si, ella no se había graduado con honores para luego terminar trayendo uniformes de la lavandería, gestionar la limpieza de los corredores y responder comentarios en las redes sociales, pero era solo por un día, nada más, si aguantaba ese día luego podía hablar con el periodista y para que la pusiera en un buen puesto, o al menos para que le contara qué méritos debía alcanzar para ganarle el puesto a su “Compañero”

El resto del día se la pasó de un lado para otro, trajo los uniformes de las secretarias de la lavandería, organizó y dejó impecable hasta el último corredor del edificio y después de las dos de la tarde respondió los miles de mensajes que había en las redes sociales.

La mitad del tiempo no sabía qué responder y andaba preguntándole de un lado a otro a todas las otras mujeres que cumplían la misma función hasta que las hartó. Le sorprendía cuanta dedicación empleaba el periódico en dejar a cada usuario un buen comentario o una respuesta rápida.

Al final del día llegó a casa con los ojos enrojecidos y se durmió casi de inmediato y al día siguiente, de pie frente a la oficina de Eduardo recibió otra hoja con deberes.

—Pensé que hoy podía hablar con él —la secretaria negó sin mirar a Ana.

—Tal vez mañana.

La semana de Ana se convirtió en un en un sinfín de tareas patéticas, parecía más una mandadera que una periodista y la situación comenzaba a frustrarla, y mucho más cuando se dio cuenta de que Álvaro soler llevaba el caso del candidato a alcalde de la ciudad que le había mostrado a Eduardo en la entrevista, lo había visto entrar a la oficina del periodista tantas veces que tenía los pelos de punta por la impaciencia, así que la tarde del viernes se paró frente a la puerta de la oficina.

—Está ocupado —le dijo la secretaria y Ana la miró con intensidad.

—Anunciame —le dijo y la mujer negó.

—Él me dijo que no lo interrumpier…

—¡Anunciame o entro sin preguntar! —alzó la voz y la mujer dio un brinco tomando el teléfono.

—  Señor Tcherassi —dijo —Ana Avendaño está aquí y quiere hablar con usted —luego bajó la voz para que Ana no la escuchara, pero no lo suficiente —señor, la muchacha que contrató para… la de la entrevista… ok —levantó la cabeza —está ocupado y no puede atenderla. ¡Espere! —Ana entró sin miramientos a la oficina, el hombre tenía que escucharla, no era una empleada del servicio ni una mandadera.  

Cuando entró, había dos personas acompañando al periodista, Álvaro Soler y una mujer alta y musculosa que tenía la los lados del cabello rapado.

—Quiero que tú te encargues de eso —le decía Eduardo a Álvaro y Ana se llenó de rabia. ¿Cómo la estaban excluyendo de esa manera?

Cuando los tres notaron la presencia de la muchacha se volvieron hacia ella.

—Dije que estaba ocupado —le dijo Eduardo en un tono firme y a ella le temblaron las rodillas, pero ya estaba ahí y no había marcha atrás.

—Necesitaba hablarte, llevo toda la semana llevando y trayendo ropa sucia, limpiando los corredores, respondiendo preguntas en las redes del periódico y llevando café —Álvaro se rio por lo bajo y Ana se aguantó las ganas de pegarle con el zapato. La otra mujer la miró de pies a cabeza y luego miró al periodista al otro lado del escritorio.

—Mira Ana, primero calmate —le dijo él y Ana sintió que se entumecieron las manos, así que apretó los puños, odiaba esa palabra —Sé que no he tenido trabajo para ti esta semana, pero agradece que al menos te di la oportunidad de competir por el empleo —Ana se cruzó de brazos.

—Él lleva el caso que propuso mientras yo trapeo el suelo, ¿Cómo voy a competir contra eso? — le replicó, ya no le importaba que hubiera otros dos ahí, tenía el derecho a defender su postura. Eduardo se presionó el puente de la nariz.

—Ana, la noticia que propuso Álvaro es mucho más sólida.

—Nadie quiere saber sobre monjas que trafican —dijo Álvaro y Ana lo ignoró, no dejaría que el hombre se interpusiera.

—Mi historia también es buena, si me dieras la oportunidad… 

—Ana tal vez luego, por el momento….

—¿Quieres que siga trapeando el piso? —le interrumpió alzando la voz —Me gradué como la mejor de mi generación, y éramos más de cien, merezco que me den la oportunidad —Eduardo levantó la mano en el aire y Ana se quedó callada. El hombre tomó el celular que tenía frente a él en el escritorio.

—Sigues ahí, Elisa —al otro lado una voz femenina asintió con la voz y Ana sintió que le dio mareo ¿Acaso estaba hablando con la mismísima Elisa Valencia?  —tenemos un problema por acá, hablamos luego.

—No seas tan duro con ella —le dijo la mujer al otro lado y Ana sintió desfallecer, Elisa Valencia la estaba defendiendo sin conocerla. El hombre colgó la llamada y se volvió hacia Ana, tenía los ojos verdosos oscurecidos y le habló con voz suabe, pero no por eso Ana no notó que estaba lleno de rabia.

—Los méritos no se ganan con notas de la universidad, Ana, los méritos se ganan en la vida real —ella quiso decir que si no le daban la oportunidad nunca tendría esos méritos, pero estaba demasiado paralizada para hablar —por el momento lo único que puedo ofrecerte de trabajo es lo que haces ahora, y no voy a permitir que vengas a mi oficina a gritarme de esa forma, si no estás de acuerdo entonces empaca tus cosas y largate a donde sientas que sí te valoren, pero dudo que ni te consideren al menos para trapear corredores, no tienes nada de experiencia, experiencia que puedes ganar aquí si te comportas, y si no te gusta las puertas están abiertas para que recojas lo que tengas y busques nuevos horizontes —Ana se lo quedó mirando con los ojos abiertos y buscó consuelo en las otras dos personas que estaban con ella, pero la mujer miraba un punto fijo en el suelo y Álvaro aguantaba las ganas de reír, así que agachó la cabeza sintiéndose humillada y aporreada y no se detuvo hasta que la puerta del baño se cerró tras ella.

—No —dijo para sí misma —no me puedo ir —las lágrimas comenzaron a brotar y le impedían la visión. Sus padres habían dejado un fideicomiso antes de morir para que sus dos hijas estudiaran, y habían hecho un sacrificio muy grande para conseguirlo, tanto, que a Ana no le alcanzó para cubrir la carrera completa, pero sus excelentes calificaciones le otorgaron la beca.

Se sentó en la taza y dejó escapar los sollozos, ese dinero y el inicio de la carrera era lo único que le había quedado de sus padre, no podía ser que hubieran sacrificado hasta su vida para que ella fuera alguien en la vida y terminara trapeando corredores.

Pateó la puerta y lloró por largo rato, hasta que el reloj del celular marcó la seis de la tarde, prefería que el edificio estuviera vacío y que nadie estuviera ahí para verla salir con los ojos hinchados, pero cuando abrió la puerta del cubículo la mujer con la cabeza rapada estaba recostada en el lavamanos y la miró con asco.

—Al fin — le dijo —llevo esperando que salgas desde hace una hora —Ana se aclaró la garganta y la voz le salió ronca.

—Hay más cubículos —dijo y la mujer se volvió hacia el espejo para retocarse el maquillaje.

—Venía a hablar contigo —Ana se quedó quieta mirando los verdes ojos de la mujer —Tal vez pienses que mi hermano es muy duro contigo —le dijo —pero creeme, todos lo serán, y tiene razón en algo, nadie te va a dar una oportunidad si no te la ganas —levantó las manos en el aire mostrando los baños —¿crees que para él fue fácil construir este imperio? No, niña, lloró muchas más veces que tú, nadie quiso escucharlo y mira donde está ahora, el primer colombiano en ganar un Pulitzer. Si quieres quédate en ese baño y llora otro rato, pero después sal y demuéstrale de verdad de qué estás hecha, pero no con palabras sino con hechos, obligalo a que vea de lo eres capaz si quieres ganarte su respeto y cerrarle la boca al engreído de Álvaro —se dio vuelta y antes de salir le habló sobre el hombro — eso si no quieres quedarte toda la vida trapeando corredores.

Ana se quedó mirando la puerta por donde había desaparecido la mujer y no pudo evitar sentirse un poco más empoderada. Ella tenía razón, no era suficiente decir que era la mejor, tenía que demostrarlo. Le iba a demostrar a ambos hombres que era la mejor.   

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