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–Mi hija… - el señor Clarkson no parecía saber por dónde empezar y eso me hizo pensar en lo poco que sabía de la señorita Clarkson, no era mucho realmente. Esperé con calma a que ordenara sus pensamientos y pudiera transmitirlos a su modo. Si algo había moldeado en mi oficio era la paciencia- Lía no es un monstruo- me miró a los ojos– Se lo digo porque imagino que es lo que se comenta entre sus compañeros de trabajo.

Abrí la boca para refutar aquello aunque siendo sincero no lograba salir de mi asombro por su aclaración.

-Señor, yo no juzgo a mis pacientes por lo que mis compañeros de oficio prediquen de sus personalidades- dije con firmeza y el hombre que me miró por unos segundos antes de asentir cortamente pareció creerme. Sería bueno que lo hiciera porque no era más que una realidad.

-Pues bien, lo creas o no, mi hija sí que tiene un carácter de m****a y eso es lo que nos ha traído a todos hasta aquí- respiró hondo antes de desvíar la mirada de mí.

-Oí que su condición se debía a un tumor cerebral de amplio tamaño- me atreví a comentar, el señor Clarkson volvió su atención a mi pero pude notar el cómo su ceja derecha palpitaba levemente. ¿Él también era consciente de ese movimiento casi imperceptible?

-Si tan sólo Lía no hubiera sido tan testaruda como para negarse a empezar con el tratamiento a tiempo…- su tono era bajo y de reproche, abrí la boca para responder aún sin saber cuánto podría ayudar realmente lo que sea que saliera de ahí pero en ese momento fui entonces interrumpido por una voz femenina que sonaba fuerte y confiada pero a su vez delicada y cantarina.

-Oh, vaya, ¿Hablamos de los “hubiera”? Es uno de mis juegos favoritos- la señorita Lía Clarkson hablaba con sarcasmo mientras miraba hacia su padre con el rostro cubierto de un tono carmesí y empujándose a sí misma en la silla de ruedas como si toda su vida lo hubiese hecho, supongo que era parte de la terquedad de la que su padre hablaba la que le ayudaba con ello- ¿Qué tal si tú no hubieses embarazado a mi madre en primer lugar? Ni siquiera tendría que estar aquí- El señor Clarkson bufó y creí sentirme en medio de un padre y su hija adolescente. Era común el que las personas que tenían un giro tan grande en su salud física terminaran sin ser conscientes de cómo se afectaba también su salud mental. Muchos volvían a actuar como niños, otros como personas mayores y muy muy maduras y, en el caso de la señorita Clarkson, algunos dejaban entrever su actitud más volátil.

-Él es Emmet Wick- dijo señalándome y Lía apenas me miró.

-No me interesa conocerlo- dijo con hostilidad a su padre y enfocó sus ojos en los míos- ¿Cuándo acabarás con mi vida?

-¡Lía!- reclamó el señor Wick- No trates al hombre como si fuese un asesino a sueldo, por Dios.

-¿Y no lo es?- arqueó una ceja de forma perfecta y sentí que era el momento de intervenir.

-No, no lo soy. Soy un enfermero con especialidad en cuidado de minusválidos y personas con enfermedades terminales, señorita Clarkson, por lo que creáme no es ni la primera ni la última paciente con problemas de actitud a quien atiendo. Yo no—

-¿Disculpa? ¿Problemas de actitud?- repitió con una ceja arqueada así como cuando miraba a su padre- ¿Es que acaso estás en drogas? No soy una jodida niña para que me hables así, igualado, yo pago tu sueldo en este momento- alzó la barbilla y aunque intenté evitarlo, una sonrisa burlona se dibujó sin querer en mis labios. Por alguna razón aquello más que molestarme, me entretenía y mucho.

-No, de hecho usted no lo paga- dije claramente- Su padre sí. Trabajo para él y si 

-Joder, Lía- el señor Clarkson restregó sus ojos con cansancio. No lo envidiaba ni un poco, si su hija actuaba de ese modo conmigo no quería ni imaginar cómo era con la gente de su confianza.-Bueno, muchachos, ya veo que se llevaran muy bien ustedes dos.

-Bien y un cuerno- escupió ella y mordí mi lengua para no reír. Para ser una mujer tan fina y creída, tenía la boca de un camionero furioso.

-Emmet- dijo el señor Clarkson y lo miré a los ojos, lucía preocupado y no sabía si era por Lía o por mí- Que Dios te ayude- Sí, eso me daba una leve idea.

-¡Ay, por favor! Si Dios ayudara a alguien definitivamente no sería en esta casa- dijo Lía con voz muy alta mientras su padre se alejaba de nosotros dejándonos a ambos a solas dentro de la amplia casa- Escúchame, y escucha con claridad porque no volveré a decirtelo- me señalaba amenazante con un pulgar y noté cuánto le costaba el que sus manos no temblaran e intentaba disimularlo. ¿Se debería a su rabia o quizás a su enfermedad?- No quiero que me molestes, no quiero que me jodas la vida como lo hace mi padre ni que intentes cuidar de mi. Lo único que quiero es morirme por lo que descansa y piensa bien cuánto dinero quieres que te dé para que hagas lo que tengas que hacer y aceleres mi deceso- su ceño estaba fruncido y parecía bastante interesada en ese fin tan… Tan esperado.

-No espere que la obedezca, señorita- dije con voz tranquila y vi cómo sus ojos se llenaban de odio, una vez más, dirigido hacia mi persona- Ya se lo dije, no recibo órdenes de usted por lo que no tiene más remedio que adaptarse a mi presencia y al hecho de que estoy aquí para cuidar de usted hasta que sea necesario.

-¿Ah sí? ¿Te crees un puto genio, no?- dijo cruzando los brazos sobre su pecho y tragué grueso siendo consciente de que mis ojos bajaron a su busto por unos segundos- Pues ya lo veremos, Wick. Esto es una bendita guerra- avisó antes de dejarme ahí, de pie, solo y confundido.

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