LXXXII. La gruta

— Así como escucho y tanto ha sido el caso, que no fue necesario encadenarla, ella no se ha opuesto a nada, nadie en su sano juicio siendo acusada como ella en este caso lo es se entregaría tan fácil, no se usted pero sin dudas siento que algo no está bien.

Habiendo finalmente escuchado aquello Izra se acercó a mí pues deduzco que aquello era algo de no creer por su persona en vista de la pregunta que realizó.

— ¿Qué pretendes? Todos aquí sabemos que nadie se entrega a sus perseguidores por justa voluntad.

Con la frente en alto y segura de mí misma ante aquel me quede, de su ser no aparte mis ojos y conteste.

— Todos aquellos que son culpables no se entregan por justa voluntad, más yo soy inocente y por eso eh venido hasta aquí.

— Inocente tú, no me hagas reír, hay imágenes que dicen lo contrario, confiesa que tienes la culpa y yo me encargare que tu muerte sea rápida.

— No voy a confesar algo que no eh hecho, júzgame en base a tus criterios, pero te aseguro que si lo haces so
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