De vuelta en 2020

Montes Grampianos, 2020

Duncan se detuvo a mitad del sendero de Ben Nevis para inclinarse con las manos apoyadas en las rodillas y tomar una profunda bocanada de aire. Su cabello rubio y mojado por el sudor caía sobre su rostro. Era un bailarín, un atleta entrenado para sobrellevar este tipo de situaciones, pero no había comido ni dormido en los últimos días y esa era la cuarta vez que subía la montaña en búsqueda de Isobel, reacio a creer el veredicto de la policía a pesar de que ya se había comprobado que la sangre que encontraron esparcida en la tierra le pertenecía. Oficialmente, ya estaba declarada muerta por las autoridades. Extraoficialmente, la culpa no le permitía descansar.

Debía continuar buscándola.

Una vez más, sus ojos se llenaron de lágrimas y su aliento se tornó pesado y espeso al pensar en su chica. En la manera en la que le había pedido, no, suplicado, que lo acompañara a la excursión, y él se había negado excusándose en no poder ausentarse de los ensayos. En cómo le había rogado en los últimos meses que se fueran de viaje por Europa para festejar su graduación de la universidad y él también se había negado porque no podía fallarle a las producciones de ballet en las que trabajaba.

Isobel estaba perdida por su culpa.

Duncan lo sabía. Los padres de ambos lo sabían. Todos lo sabían.

Nada de eso habría pasado si él no hubiera sido tan egoísta.

─Jefe, terminé con mi perímetro de hoy ─le anunció a través del auricular que colgaba de su oreja uno de los hombres que había contratado para la búsqueda.

Mientras más personas estuvieran buscándola, más posibilidades había de encontrarla con vida, si es que eso era posible.

         Duncan apretó la mandíbula. Aunque deseaba gritarles que continuaran, que levantaran cada piedra que encontraran a su paso sin importar su tamaño, sabía que ellos estaban agotados.

─Entendido ─dijo antes de volver a escalar una última vez.

 Se dirigió al lugar en el que había estado más veces de las que podía recordar a pesar de que solamente había pasado una semana. Maldijo a la compañía de tour por no asegurarse de que uno de sus excursionistas, no se encontrara a la hora de regresar.

Duncan pensaba demandarlos, pero en ese momento estaba más concentrado en encontrar a Isobel que en iniciar conflictos.

Al igual que en las otras ocasiones, su corazón se apretó dentro de su pecho cuando vio las tiras de plástico amarillas que prohibían el paso hacia el deslave por el cual cayó. Las autoridades les habían dicho que Isobel no había resistido al accidente, que nadie habría podido hacerlo, y habían adjudicado la ausencia de su cuerpo al hambre de algún animal salvaje de la zona. Por más realista que eso sonase, Duncan simplemente no podía darle la espalda a la mujer a la que le había pedido matrimonio cuatro veces. Su cuerpo comenzó a temblar mientras continuaba descendiendo por la montaña con la mirada gacha al pensar en ello. Había estado tan enfadado con ella por eso, tan molesto porque Isobel no quería sentar cabeza y planear un futuro con él, que no se había dado cuenta de lo verdaderamente importante que era el presente. Sin importar si quería que un día fuera su marido o no, si quería hijos con él o no, en ese momento solo sería feliz con verla sonreír y decirle que todo estaría bien. No pedía absolutamente nada más que eso. Solo a ella, su Isobel.

La única mujer con la que se había sentido aceptado.

Quien lo había mirado como a un hombre en todo momento, y nunca como a un afeminado que estuviera destinado a ocupar el puesto de amigo gay debido a que le apasionaba el ballet.

─Isobel ─gritó su nombre cuando llegó al final del sendero─. ¡Isobel! ─su voz se escuchó débil y rota por el dolor─. Isobel, nena, ¿dónde estás? Por favor ─suplicó a la nada─. Llévame a dónde estés. Te necesito conmigo.

Si ella ya no se encontraba ahí, una gran parte de él quería irse con ella. La amaba y apreciaba profundamente y nunca podría vivir con la culpa de no haberla acompañado. Si su accidente hubiera ocurrido durante otro viaje, para el cual ni siquiera lo hubiera tomado en consideración, no se sentiría tan deshecho. No obstante, ella había insistido mucho en ir juntos a esa excursión.

Casi como si ella hubiese sabido que sería la última vez que se verían.

Y él la había defraudado.

Tras tragar el nudo que se había formado en su garganta, se forzó a sí mismo a guardar las emociones y a continuar con su búsqueda. Se internó aún más en los senderos de la montaña y siguió la dirección de la caída. Más adelante había un camino de tierra, uno de los tantos que ya había explorado, pero también una cascada y un pequeño, pero profundo lago en el que muchos turistas se bañaban.

Una vez se encontró frente a él, su frente se arrugó cuando se dio cuenta de que la pared de rocas en la que se deslizaba el agua desaparecía en el medio, haciendo una especie de entrada delgada a una cueva. En aquel momento tuvo una corazonada.

 Duncan dejó su mochila en la orilla, se deshizo de la camisa deportiva y ajustada que llevaba puesta y de los zapatos para escalar que Isobel le había regalado en navidad con la esperanza de que quisiera usarlos acompañándola a alguna de sus aventuras.

Estaba tan emocionado con la idea de encontrarla, que no se concentró de pleno en la punzada en su pecho y se sumergió de golpe en el agua, ignorando cuán fría estaba mientras nadaba hacia la cascada. Había un delgado sendero de rocas por el cual se podía caminar para acceder a ella sin la necesidad de zambullirse, pero habría tardado más. Tomó una honda bocanada de aire y se impulsó con sus brazos para entrar en la cueva. Una vez la alcanzó, se arrastró a su interior antes de levantarse, e identificar una pequeña figura acurrucada al fondo. No podía verla bien debido a que estaba lejos, pero según se fue acercando su corazón comenzó a acelerarse al darse cuenta de que se trataba de una mujer ya que tenía pequeñas, pero pronunciadas curvas. La decepción lo inundó cuando vio una melena rubia blanquecina, la cual no tenía nada que ver con el cabello negro azabache de su novia. Aun así, no aminoró la velocidad hacia ella. La chica estaba cubierta de sangre y lodo y temblaba mientras se abrazaba a sí misma.

Todo en ella gritaba que necesitaba ayuda con urgencia.

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