EN LA BÚSQUEDA DE LA ROSA DORADA
EN LA BÚSQUEDA DE LA ROSA DORADA
Por: Jazmin Basychek
Prólogo

Las olas acarician con ternura la suave arena de la playa, que está completamente desierta. Se puede oír el suave murmullo de las ondas del mar suspirar contra la orilla, como un eterno poema de amor. El sol se está retirando, una vez más, para dar lugar a la luna, concejera triste que llega acompañada de su negro manto para cubrir todo con su tristeza.

Una pálida figura yace parada en medio de la playa. Esta sola, y muy quieta, como expectante. Las rocas detrás de ella le dan un aspecto sombrío y melancólico a la escena. Cada tanto, el ruido de algún coche doblar la peligrosa curva más arriba de los acantilados, rompe el tranquilo silencio de la playa.

Repentinamente, ella se arrodilla y queda allí, de cara al mar, de cara al sol agonizante. Un viento frío le despeina el cabello ondulado. Ella no siente nada, su mirada está perdida en el sol. Su rostro, manchado con algunas pecas, esta hueco y vacío, con una indiferencia superficial. Su presencia no expresa nada, esta inexpresiva, como una estatua de sal, una bella estatua de sal, solitaria y nostálgica. Casi no parpadea, solo ve el sol, el mar, la muerte...

Mirando, siempre mirando. Si tú la vieras, dirías que no siente nada, que solo está ahí, sin pensar, sin sentir. Pero yo sé... que por dentro, algo está roto, algo que día con día, tarde con tarde la lastima y que solo consigue calmar mirando el sol. Como alguna vez lo miro a él.

Un pequeño brillo asoma en sus ojos y sin intentar evitarlo una pequeña lágrima rompe la estática escena y corre por su blanca mejilla encontrando su fin en su falda. Pero ella ni se inmuta, sigue allí, sola, esperando. Hundida en la arena blanca, las manos le tiemblan un poco y un grito se ahoga en su pecho convirtiéndose solo en un ligero suspiro. El sol ya está por desaparecer en el horizonte. Posa ambas manos en su pequeño vientre abultado. Sonríe, sin sacar los sentidos del sol rojo como la sangre, que se ahoga frente a sus ojos, en su sonrisa hay esperanza, verde esperanza como sus ojos. Siente su presencia y no puede evitar que se le acelere el corazón. El volvió, como siempre lo hace. Gira la cabeza y ahí esta él; sonriéndole, con esos ojos color avellana, grandes muy grandes, pero incapaces de abarcar en ellos todo lo que no llegaron a decirse. Pero está ahí, mirándola con ternura y un amor tan inmenso que ni el mismo mar podría comparársele. Ella ensancha la sonrisa, pero ahora en sus cristalinos ojos naturaleza hay miedo. Corren más lágrimas, no puede evitarlas. El sol intenta no ahogarse en el horizonte, todavía le quedan unos segundos más de vida, antes de dar su último suspiro, antes de llevarse con él la última esperanza.

Se miran y a pesar de que no se tocan; se sienten. Ambos sienten la intensidad de los sentimientos del otro. Sus ojos verdes vagan por el rostro perfecto del ser que más ama en su vida. Sus cabellos castaños y cortos, con ligeros destellos escarlatas por causa del agonizante sol, su nariz recta y sus labios, bonitos y suaves, todo absolutamente todo en él es perfecto.

Sus ojos terminaron de nuevo en ese mar color avellana que la miraban casi sin pestañear y aunque las sombras cubren parte de su rostro eso no le impide ver el brillo que hay en ellos. Y vio en ellos brillar a la tristeza, sabía que él también la extrañaba, y su corazón no está preparado aun para dejarlo ir. Se desespera, no quiere verlo irse de nuevo.

Juntos habían pasado por tanto, juntos vencieron obstáculos inimaginables. Juntos crearon música para palabras sin letras y para momentos sin salida. Juntos crecieron por caminos separados. Juntos cantaron en silencio su amor para que el mundo entero sufriera con ellos y se alegrara con ellos. Juntos se encontraron, después de inmensas soledades y angustias. Alargó su mano para intentar tocarlo, estirando sus finos dedos hacia su rostro, él parecía ansiar ese roce. Tanto como lo ansiaba ella.

Su vientre se revuelve inquieto, ella baja la cabeza y con rapidez retira la mano, acariciando su vientre para calmarlo, pero más que nada lo hace porque no soporta la idea de verlo y nunca más poder tocarlo. Juntando valor levanta los ojos de nuevo, y él, ya no está.

Su sol acaba de morir de nuevo.

Y ahora solo queda un gran vacío, y su recuerdo.

Se fue. Así como el mar se lleva al sol todas las puestas y no lo trae más. Así se fue. Así también se lo lleva a él, en todos los anocheceres.

Pero ella espera, espera todas las tardes, hasta que el sol es consumido por el mar, por la oscuridad que comienza a rodearla y que en ese preciso instante amenaza con llevársela también.

Al llegar la noche, toda esperanza de que vuelva se ve consumida, para volver a renacer a la tarde siguiente, justo antes del crepúsculo.

El sol ya murió por completo. La joven de largos y dorados cabellos se pone de pie lentamente. Su vestido negro gastado por el tiempo y el uso, al igual que su piel, están llenos de tierra, que más que ensuciarla, la limpian. Camina con pasos lentos, acompañados de una melodía muda y sin notas. Camina, como si no importara el tiempo, dejando que el agua salada enjuague sus pies y sus mejillas. Llora en silencio, aferrándose con desespero a su vientre, el último regalo que él le dejo.

Mañana volverá, para una vez más, volverlo a ver, en su mente, en su desesperación desenfrenada, que le incita a inventarlo todos los anocheceres.

Se aleja, pero regresará mañana, de tarde, cuando el sol este por hundirse en el mar. Cuando él, de nuevo, este a su lado, y luego...

Ya no.

Volverá, y volverá de nuevo.

En la distancia, un hombre observa la escena y suelta un largo y triste suspiro. Con lentitud, camina en la dirección donde ve alejarse a la mujer. Detallando su delgada figura en la lejanía, observando a su alrededor, protegiéndola, acompañándola.

Capítulos gratis disponibles en la App >
capítulo anteriorcapítulo siguiente

Capítulos relacionados

Último capítulo