Capítulo 4

Cuenta la leyenda, sobre la existencia de seres mitad hombre, mitad lobo, que entre aullidos le cantaban a la luna, seres sobrenaturales que poseían una fuerza extraordinaria que usaban su poder para someter a los humanos, llenando de terror a las personas que incesantemente buscaban calmar la ira de las bestias, sin embargo, se decía que la luna, en un acto de misericordia a la humanidad, había creado dos seres que portaban su belleza y compasión, hijos de la luna de cabellos y piel tan blancos como la nieve en los montes pirineos, lobos de sangre plateada que llegaron a calmar a las bestias que constantemente los azolaban, pero, en el gran temor y egoísmo de los hombres, acabaron con cada uno de ellos temiendo que aquella raza incrementara su poder si decidían unir sus fuerzas, entonces, fue que lo peor que pudiesen haber hecho, ocurrió, naciendo gemelos en cualquier familia de cualquier nivel social, los enardecidos aldeanos, aun temerosos de los lobos en sus bosques, tomaban a los indefensos pequeños para ofrecer al más débil de ellos en sacrificio de sangre a la luna en busca de protección contra las bestias…sin embargo, la solemne luna, ofendida por aquellos actos terribles y deshonrosos, los había maldecido recitando un poema.

“Cuando la luna de sangre sobre los negros cielos se alce, dos niños abrirán sus ojos al mundo, gemelos de plata con ojos violáceos, por la sangre inocente que han derramado coloreados, se alzaran sobre el hombre, hembra y varón, trayendo para ustedes, necios, su final y destrucción”

Los aldeanos, arrepentidos de sus crueles actos, salieron de los bosques intentando calmar la ira de la diosa de plata, creando sus pueblos a los pies de las montañas, esperando nunca recibir aquel castigo, aquella maldición que la luna les había concedido, los hombres lobo, espectadores de aquel momento, se quedaron en sus bosques y nunca más con el hombre se involucraron, manteniéndose ocultos en los Pirineos, cazando únicamente a aquellos que les desafiaban, nadie nunca más supo de ellos, nadie nunca más les volvió a ver, pero, en las noches de luna llena, los aullidos le cantan en coro mil alabanzas a la luna, mostrando así su respeto y veneración, nunca entres a los bosques aquellas noches donde la luz plateada baña el valle, pues las bestias salen de sus cuevas para saciar su hambre y sed de sangre, los lobos siguen allá afuera, esperando el mejor momento para salir a la luz.

Un nuevo día llegaba, y con él, los fastidiosos quejidos de Alejandro sobre cualquier cosa, Arlina aun no deseaba abandonar su cama, ni tampoco, sus aposentos, aquel sueño había sido demasiado nostálgico, demasiado doloroso, aun podía escuchar la voz de su padre narrando aquella historia que tanto llegaron a amar ella y su hermano, sin embargo, nunca sabría que la misma, sería la causa de su mayor tragedia, aquella que la tenía atrapada con los O´Neill, las personas del pueblo habían creído firmemente que ella y su hermano, eran los gemelos que prometía esa leyenda, y, los más viejos, los que aun creían que aquello era verdad, habían tomado cartas en el asunto, aquella mañana su casa, hogar de toda su vida y donde ella y su hermano habían nacido, estaba envuelta en llamas, un incendio lo consumió todo, uno provocado por la ignorancia y el odio de gente desalmada y sin corazón, y ella, se había quedado sola, sin sus padres, sin su hermano, aquel fuego lo destruyo todo a su paso, su familia no estuvo más y ella fue arrojada al abismo, de donde los O´Neill la tomaron por la fuerza, haciendo promesas que aún no habían cumplido, producto de aquel fatídico día, sufría de algunas lagunas mentales, no recordaba su verdadero apellido, y nunca nadie en el pueblo lo supo, sus padres, albinos y extranjeros, habían sido relegados a la soledad, nunca nadie quiso tener amistad con ellos, y a cambio, nunca en el pueblo se supo su apellido u orígenes, ni siquiera Jacobo lo sabía, y los O´Neill, si lo conocían, jamás se lo dirían. 

– Ya no es hora de estar durmiendo Arlina, será mejor que te pongas decente y bajes a tomar tu desayuno, no me fuerces a pedir que derriben tu puerta, hoy quiero que pasemos una agradable tarde juntos – decía la molesta voz de Alejandro al otro lado de la puerta.

– Bajare cuando me pegue la gana hacerlo, puedes pedir que derriben la m*****a puerta, no me interesa, no pretendo moverme de aquí durante un buen rato – respondió Arlina con fastidio.

– Bien, entonces será mejor que te acostumbres a no tener puerta – dijo Alejandro bastante molesto.

Levantándose de la cama, Arlina decidió que bajaría a su manera a tomar el desayuno donde quisiera, calzando sus viejos botines y usando sus vaqueros favoritos junto a una cómoda camisa, la hermosa albina comenzaba a bajar peligrosamente desde el balcón de su terraza, siempre había sido bastante hábil para escabullirse, y ya conocía bien donde debía pisar, había repasado mil veces desde todos los ángulos la mejor manera de salir sin usar la puerta de su alcoba, en caso de situaciones como la que se presentaba, además, era mejor morir que darle gusto a su despreciable prometido, con eso en mente y sumo cuidado, Arlina había logrado bajar al primer piso sin que nadie la notase, entonces, corriendo con todas sus fuerzas, escapaba de la asfixiante mansión durante un buen rato, necesitaba estar sola, no deseaba pasar su tiempo con Alejandro.

Silbando a su inseparable lechuza, la bella albina emprendía su camino hacia los solitarios bosques, se había detenido en una tienda local a comprar algo para comer con su respectiva dosis de miradas incomodas con ello, finalmente y después de un trayecto conveniente, había llegado a aquel paraje donde solía ocultarse cuando era una niña, el mismo lugar donde había conocido a Jacobo Artigas hacía ya demasiados años.

– Este lugar siempre es solitario, y está demasiado oculto de miradas incomodas, aquí fue donde lo conocí Ayla, y aquí era donde solía jugar con mi hermano, escondidos de todos, sin que nadie pudiese lastimarnos – decía Arlina con melancolía a su majestuosa ave que parecía escucharla con atención.

La sombra de aquel árbol era reconfortante, el mejor lugar en el mundo para tomar un desayuno chatarra, ahí, no llegaban las amenazas ni los gritos de Alejandro, solo había silencio y, de manera ocasional, también el ruido de las aves, era el sitio más tranquilo del mundo, ideal para llorar en soledad.

Dejando caer sus lágrimas, Arlina lamentaba todo lo perdido, su familia, sus memorias, aquella feliz infancia cuando corría en medio de inocentes juegos en esos mismos lugares, siempre observando la dulce sonrisa de su madre, admirando la fuerza de su padre y jugando entre risas con su hermano, haciendo promesas de amor infantil a Jacobo, y soñando con un futuro que nunca fue, el fuego se lo había llevado todo, y los O´Neill, terminarían acabando con lo que quedaba de ella, forzándola a ser la esposa de alguien a quien jamás podría amar, tenía que ser fuerte, tenía que encontrar lo perdido, si lo hacía, seria libre para volar lejos, de ir a donde la llevase el viento sin volver a mirar atrás, sin embargo, lograr aquello no sería fácil, y quizás, terminaría por perderlo todo intentando recuperar aquello que anhelaba, aun así, no había forma de dar marcha atrás.

Ayla comenzaba a ulular recargando su pequeña cabeza entre los casi blanquecinos cabellos de la chica, intentando brindar el consuelo que su ama necesitaba, gruesas lagrimas seguían resbalando de los hermosos ojos violeta de Arlina cuando el crujir de algunas ramas secas las alerto a ambas.

Buscando con su mirada el lugar de donde provenía aquel sonido, Arlina pudo ver con gran sorpresa, como un enorme lobo de pelaje gris tan brillante, que por un momento, lastimo sus ojos, salía de entre los matorrales que se hallaban cerca, levantándose de un brinco por la impresión, pudo ver como aquel hermoso animal se acercaba a ella sin, al parecer, intención de atacarla, Arlina daba un paso atrás sabiendo que si se echaba a correr, sería el fin, pues daría paso a una cacería, o, al menos, eso creía, sin embargo, en medio de su desconcierto, pudo ver como Ayla se acercaba a aquel majestuoso animal como si le conociera.

– Ayla, ven aquí – decía Arlina casi en susurro temeroso, temiendo que aquella hermosa bestia atacara a su mejor amiga, sin embargo, su amada lechuza no había hecho caso alguno al llamado de su ama.

Los hermosos y penetrantes ojos de aquel enorme lobo se fijaron sobre ella, eran de un color hermoso, negro como la noche y demasiado familiares para ignorarlos…dejando caer de nuevo sus lágrimas pensando en el amigo perdido que no la quería más, Arlina permanecía inmóvil en su sitio.

Aquel enorme y majestuoso lobo, de nuevo comenzaba a acercarse a ella hasta quedar frente a frente.

Violeta y negro se miraron como si esa no fuese la primera vez que se veían, sin pensarlo ni entender, la hermosa albina extendió su mano con timidez hasta alcanzar el pelaje suave de la cabeza del lobo, acariciándolo con ternura, como si de un cachorro se tratase, el hermoso animal, comenzaba a restregar su cara en la de ella, lamiendo las lágrimas salinas que escapaban de sus ojos lavanda, como si de alguna manera, aquel supiera lo mucho que estaba sufriendo e intentara brindar una especie de consuelo para su alma.

– Gracias – dijo Arlina sin dejar de acariciar a aquel hermoso lobo de pelaje gris.

Un hermoso y poderoso aullido escapaba de la garganta de aquel lobo, quien, tan repentinamente como llego, se marchaba veloz escapando entre los matorrales, dejando a Arlina bastante sorprendida y conmovida, sin percatarse que se había olvidado por ese rato, de aquel terrible dolor que la mantenía afligida.

Aquel feroz y hermoso aullido, se escuchó una vez más, como si de alguna manera, aquel lobo se estuviese despidiendo de ella, prometiendo volver otro día a visitarle.

La leyenda de los montes Pirineos, aquella que decía los terribles que eran los lobos, de pronto, se sentía falsa, como si aquel relato estuviese incompleto, como si dentro de la hermosura y soledad de los bosques en los que se hallaba, tuviesen más para contar de lo que había sabido.

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