Capítulo 2

La luna brillaba en lo alto, alzándose orgullosa y bañando con su luz de plata todo el valle, el viento fresco de la madrugada reconfortaba sus agudizados sentidos, los aullidos en la lejanía lo llamaban, haciéndole una invitación para cantarle a belleza de la luna, cada crujir en el bosque, cada sonido de animal, todo podía percibirlo…todo era diferente cuando se miraba a través de los ojos de un lobo, la sangre corría a mil por hora…y su hambre aumentaba en demasía.

Corriendo por las praderas aquel lobo de pelaje gris aullaba su canción a la belleza sublime de la luna, aquella era una hermosa noche, donde todo parecía haber cambiado.

Arlina despertaba de su poco tranquilo sueño, cada noche, era una pesadilla tras otra desde aquel fatídico día en que lo perdió todo, levantándose de su cama camino hasta la amplia terraza de su alcoba, eran ya varios años desde aquello, sin embargo, aquel recuerdo seguía doliendo como el primer día.

La brisa fresca de la madrugada era tranquilizadora, silbando hacia el viento, de nuevo su querida amiga de alas blancas llegaba hasta ella escuchando su llamado.

– Buenas noches bonita, espero que tu caza haya sido productiva, estoy segura de que hay mucha comida en los alrededores para ti – murmuraba Arlina a su amada lechuza.

La majestuosa ave ululaba en respuesta, como si de verdad entendiese lo dicho por su ama.

Mirando a la espesura de los bosques, Arlina recordaba a su querido amigo Jacobo, su reencuentro había sido el más deseado, sin embargo, no podía evitar sentir que algo había cambiado después de tantos años sin verse, aquel apuesto joven de cabellos castaños y ojos negros parecía, de cierta manera, distante…acurrucándose en la cómoda y acolchada mecedora, siguió admirando las difusas y oscuras siluetas de los árboles que estaban bañados con el tenue resplandor de la luna, las majestuosas montañas parecían tan imponentes y soberbias como las recordaba de antaño, las praderas también estaban cubiertas con el delicado manto de la espesura de la noche, casi no se podía ver en medio de aquella inmensa oscuridad, las luces de las lejanas callecitas iluminaban tenuemente el panorama, aquel pueblo era demasiado hermoso, el rio que lo cruzaba permanecía limpio, aunque con la penumbra era difícil apreciarlo, sin duda, el paisaje frente a ella distaba mucho del ambiente de ciudad en que había permanecido todos esos años bajo el resguardo obligatorio de los O´Neill, y se sentía sinceramente dichosa de dejar atrás la muchedumbre de la urbe para finalmente regresar a su pueblito en medio de las montañas…aunque aquello también le trajera recuerdos dolorosos.

El aullido de los lobos se escuchaba cercano a la propiedad de los O´Neill, agudizando su vista para ver si lograba aprecias a una de esas bellas y temidas criaturas de la noche, Arlina se recargo en el borde de su terraza…entonces pudo verlo, un hermoso ejemplar de lobo de montaña con un abundante pelaje, el resplandor de la luna parecía bañarlo, haciendo que su pelo brillara como la plata, sorprendida por el prodigioso tamaño de aquel hermoso animal, la albina se sintió maravillada ante la belleza de aquella impresionante criatura, aquel lobo parecía mirarla fijamente, aunque, sin atreverse a acercarse más de lo debido a la propiedad, por un momento, aquella mirada lobezna le hizo pensar en Jacobo, y sin dejar de mirarle, pudo ver como aquel hermoso lobo comenzaba de nuevo a aullarle a la luna, como dedicándole una hermosa canción en un lenguaje desconocido, su amada lechuza revoloteaba por encima de este sin inmutarse, el hermoso animal tampoco parecía molesto por ella, aquello era, sin duda extraño, sintiendo un repentino cansancio silbo de nuevo para llamar a Ayla, dando una última vista en dirección a aquella hermosa bestia de la noche se percató que está ya se había marchado, caminando hacia su cama para recostarse sobre esta, se quedó dormida, meditando en su somnolencia sobre Jacobo…sobre los lobos, escuchando un último aullido lejano se quedó dormida, entregándose así por completo a los brazos de Morfeo. 

El sol de la mañana entraba colándose descaradamente por su ventana, sintiendo malestar un hermoso joven de cabellos castaños se despertaba de su letargo, algo que solía detestar bastante Jacobo Artigas era, sin duda, el resplandor dorado de la luz del sol, más aun a horas tan tempranas de la mañana, levantándose con pesadumbre de su cama, resolvió darse una ducha fría, el agua cristalina resbalaba entre sus muy tonificados músculos, su piel morena parecía labrada por Miguel Ángel, era apuesto, había crecido, de ser aquel niño delgado y escuálido ahora era un hombre en sus mejores años y su musculatura había incrementado considerablemente, su cabello castaño despedía el olor a fina madera de su shampoo, aquel día se vería de nuevo con aquella hermosa amiga de su infancia…para decirle que todo había cambiado y nada podría ser igual que antes…aun cuando él lo deseaba más que nada, sabía que no podría ser así de nuevo, había escuchado además el rumor en labios de sus padres, Arlina se había comprometido con el heredero de los O´Neill, Alejandro, quien era un hombre francamente detestable…aquella noticia le había dolido profundamente, pero ya no eran aquellos inseparables chiquillos que compartían sueños en su tierna infancia, Arlina también había crecido y tenía el derecho de unir su vida a quien ella quisiera…aun así, repitiéndose mentalmente aquellas palabras, seguía doliendo.

Cerrando la ducha y preparándose para el día, repasaba mentalmente lo que le diría a la joven, debía cortar con aquel pasado de tajo…ella no podría estar cerca de él…en realidad, nadie podría, aquel secreto que guardaba para sí mismo, era algo que no estaba dispuesto a compartir con nadie, menos aun con alguien que le importaba tanto, era mejor soportar el dolor de perderla por su propio rechazo a que se fuera huyendo de él, de sus secretos.

Caminando con determinación hasta el pueblo, Jacobo Artigas sentía un pesado dolor lastimarle el pecho, recordando aquellas muchas risas infantiles que compartió al lado de aquella preciosa albina de ojos violeta, quiso dar la vuelta y no decir lo que tenía para decirle…sin embargo, sabía que aquello era lo mejor, para ella misma.

Mirando hacia aquel claro en el bosque donde solían reunirse en secreto cuando aún eran niños, Jacobo dejaba atrás el pueblo, en medio de las flores de mil colores ya lo esperaba ella, lucia incluso aún más hermosa que en sus memorias doradas, Arlina se había convertido en la mujer más bella que sus ojos jamás hubiesen visto, su larga cabellera casi plateada ondeaba al viento, sus ojos, sus preciosos ojos violeta lo miraban con un deje de verdadera emoción, su piel parecía brillar bajo los tenues rayos de luz dorada que se colaban a través de las hojas del árbol en que ella se refugiaba de la luz del sol, Arlina era un homenaje viviente a la hermosura de la luna, tan bella, tan perfecta.

Frente a frente se miraron sin saber que decirle al otro, aquellas palabras que estuvo ensayando parecían haberse perdido en sus memorias ante la blanca y prístina sonrisa de la hermosa joven frente a él.

– Hola Jacobo, decidí salir un poco antes, me alegra que hayas venido – dijo Arlina sacándolo de sus pensamientos.

Una vez más Jacobo se sentía sin palabras, sin embargo…había algo por decir…y aunque doliera, tenía que decirlo.

– He venido hasta aquí únicamente para decirte algo…no quiero que vuelvas a dirigirme la palabra, tú y yo no podemos tener la misma amistad que un día tuvimos, ahora eres una O´Neill, y no solo eso…sé que te casaras con el heredero de esa familia, no podemos ser cercanos por principio, nuestras familias son rivales, por ello, no quiero que vuelvas a acercarte a mi – dijo tajantemente, aunque arrastrando dolor en sus palabras, Jacobo.

Aquella hermosa sonrisa en el rostro de Arlina se había desvanecido, en su lugar, una lagrima se derramo desde sus ojos violeta, aquellas duras y crueles palabras la habían devastado en su segundo día de haber regresado a aquel pintoresco pueblito, Jacobo Artigas, su mejor amigo, su mayor anhelo, la miraba con frialdad…ya no era el mismo amable niño del que ella se había enamorado en su infancia más tierna.

– ¿Por qué? Tú sabes que ellos me han llevado contra mi voluntad…solo tú lo sabias, pensé que lo habrías comprendido – dijo dolorosamente la hermosa albina.

Jacobo quiso retractarse, pero sabía que no debía, por el bien de aquella temblorosa muchacha no podía retroceder.

– Buenos días Arlina, espero que puedas perdonarme…pero no mereces a alguien como yo a tu lado…porque yo…no soy lo que tu necesitas…y nunca podre serlo – dijo Jacobo apretando los puños hasta volver blancos sus nudillos.

Dando una media vuelta Jacobo Artigas se marchó, dejando a una hermosa albina desolada y sin entender el enigma de sus palabras.

Nunca será lo mismo, se repetía mentalmente aquel hermoso joven de cabellos castaños, sabiendo que nada era igual al ayer y que en su futuro, solo habría canciones a la luna para decirse…mirando las blancas alas de Ayla, Jacobo deseo una vez más regresar para abrazar a Arlina…sin detenerse para hacerlo.

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