2. Los abuelos y sus locas ideas

~ Keira ~

Como dice la canción interpretada por Joe Crepúsculo, hoy no me quiero levantar. Estoy tan agustito sobre la nube que tengo como colchón y tan calentita bajo la manta, que si no fuera por los abuelos y las ganas de verlos...¡Uf! 

Me desperezo y me estiro, para después hacer mi rutina: ducha - dientes - ropa. Me tomo mi tiempo para degustar el sabor del café, acompañado de un par de tostadas con mantequilla y mermelada de melocotón. Compruebo la hora y veo que aún tengo tiempo hasta que Adah llegue, unos tres cuartos de hora. 

Adah, mi amiga, mi hermana. Ella y yo nos conocimos de una manera que no sé bien cómo definirla. ¿Pecualiar, tal vez? Nah, se queda muy corto.

Apenas teníamos quince años cuando nos conocimos, ella recién cumplidos y yo por cumplir. No entraré en detalles, solo diré que su familia fue atacada y ella casualmente terminó donde yo, por circunstancias de la vida, malvivía. En las calles mas pobres y peligrosas de Turquía. Tampoco contaré cómo, no ahora, solo diré que la saqué de un futuro bastante oscuro. 

Un mensaje de Adah avisándome que ya ha salido de su loft, me saca de mis pensamientos. Estará aquí en unos quince minutos. Acabo de peinarme, recogiendo el pelo en una coleta y me pongo el abrigo para empezar a bajar, sin olvidar coger la caja de las galletas caseras de nueces que tanto les gusta a los abuelos. 

— Ya era hora, iba a subir y bajarte de las orejas — me saluda Adah.

— Bájale a tu exageración un par de niveles, has llegado diez minutos antes — le recrimino — y por cierto, buenos días a ti también. — continúo sin dejarle hablar — ¿Has dormido bien? Yo de lujo, si no fuera por los abuelos, no hubiera cambiado el placer de estar en mi cama por tanto amor — finalizo dándole un toque fuerte en el hombro una vez sentada en su coche rojo.

De camino a casa de los abuelos, nos ponemos al día. Parece ser que Adah está contenta porque ayer tuvo un pequeño acercamiento con sus sexys vecinos. Ahí donde la vemos, mi amiga es una locuela descarada en sus zonas de confort. En cambio, con personas que según sus propias palabras, "le quitan hasta el hipo" se vuelve en una tímida sin remedio. Yo a eso le llamo, el modo tomate. 

Al llegar a casa de los abuelos, miles de recuerdos inundan mi mente. Aquí hemos pasado los mejores años Adah y yo. Después del "incidente" de Turquía, tanto Adah como yo fuimos trasladadas a esta mansión, donde sus abuelos me acogieron como si de su propia nieta se tratara. 

Hanna, la ama de llaves, nos da la bienvenida y nos hace pasar al jardín, donde los abuelos nos esperan conversando entre ellos. 

— Bienvenidas pequeñas — nos saluda el abuelo Gabriel, llamando la atención de Joshep y Samuel. 

— Babas — saludamos ambas con un abrazo a cada uno, sentándonos después en la mesa. 

— Mientras Hanna y las chicas traen la comida — se dirige a nosotras Samuel — ¿cómo avanzáis con vuestros proyectos? — el siempre tan interesado en nuestras carreras laborales. 

— Bien, baba Samu — le contesta Adah con una gran sonrisa, ama hablar de su trabajo — en pocos días podremos presentar la primera fase de la próxima colección. Todos estamos muy emocionados. 

— ¿Has conseguido que Noah supere sus miedos? — pregunta ahora Joseph con interés. A el abuelo Joseph siempre le ha caído bien Noah, ha visto potencial en él y muestra preocupación por las limitaciones que el mismo se autoimpone.

— Aún no — responde Adah frunciendo el ceño — pero Keira pasará la semana que viene a hacer su magia — dice sonriendo y guiñándome un ojo.

— ¿Ya has acabado el proyecto de la empresa Huxley? — pregunta cambiando de tema baba Gabriel.

— Sí, ayer acabamos de revisar todo, por fín — le respondo degustando el arroz con marisco que hace un minuto Hanna ha dejado en la mesa — si nada sale mal, la semana que viene podré visitar más a Noah y ya me encargaré de meterlo en cintura.

— Porque se que a Noah le gustan los hombres — me reprocha con falsa ofensa Adah — sino, pensaría que tienen un lío.

— No seas celosa Adah — contrataco notando las risas de los abuelos. A ellos les encantan estas discusiones infantiles de hermanas, sobretodo si ellos pueden meter cizaña — sabes que yo solo me casaría con mi gran amor, la comida — finalizo con una enorme sonrisa.

— Hablando de amor — interrumpe nuestro juego el abuelo Gabriel — ahora que estáis centradas en vuestras carreras profesionales, tendréis que pensar en el futuro.

— Baba Gabi — comienzo porque ya sé por dónde quiere ir — nuestro futuro laboral va de bien a mejor — le explico inocente.

— Keira — me regaña baba Joseph — sabes a lo que nos referimos.

— Buen intento — me susurra Adah, no lo suficientemente bajo para que no la escuchen — háblales de Jan.

— ¿Quién es Jan? — pregunta divertido baba Samu.

— Nadie — respondo llenando mi boca con comida para que me dejen en paz. Pero no funciona, la boca buzón de mi amiga no puede estar callada.

— El becario, Jan Smith, trabajan juntos. Se han hecho muy amigos las dos últimas semanas — explica ganándose una mirada asesina de mi parte y haciendo que los abuelos se miren de manera cómplice.

— Adah, ¿y tú qué? — le pregunta baba Samu para que no intente rehuir el tema y gracias a dios, dándome a mí un respiro.

Ella solo se limita a llenar su boca con arroz y pronunciar algo realmente inentendible, lo que causa la risa de todos. Incluso de Hanna que se dispone a dejar el segundo plato, solomillo al Oporto con patatas panaderas y ajos tiernos a la plancha. Un auténtico manjar.

— Estoy centrada en el trabajo — repite Adah viendo que todos esperamos que vuelva a decirlo — sabéis que mi trabajo requiere mucho tiempo, no me deja tiempo para novios — intenta excusarse.

— Podrías contratar más personal y delegar, Adah — le dice Gabriel. El abuelo Gabriel siempre tiene solución para todo. Sobretodo si se trata de la vida sentimental de sus nietas.

— Sino un día, despertarás y te darás cuenta que estás sola — finaliza Joseph con tristeza.

— ¿El problema es el tiempo? — pregunta baba Gabi. 

Adah se toma su tiempo a responder. Aunque no pueda leerle la mente, sé que se está debatiendo entre hablar de sus vecinos o callar. 

— Tiempo — dice escueta mirándome de reojo, lo que provoca que me atragante con el trozo de carne. A veces le daría un capón.

— Ten — me acerca un vaso con agua sin quitar los ojos de Adah. Oh, oh la está analizando. Estos algo traman. 

— Entonces, no te preocupes — le dice con una sonrisa ladeada baba Gabriel.

— ¿A qué te refieres? — pregunta Adah un poco nerviosa, alteenando la mirada entre los abuelos y yo. Sí, Adah conoce perfectamente a sus abuelos, igual que ellos nos conocen a nosotras. Y esa sonrisa solo puede significar una cosa, problemas.

— Tienes una cita — suelta tan tranquilo Samuel, haciendo que sea ahora Adah la que se atraganta y yo la que le ofrezca el vaso de agua.

— ¡Una cita a ciegas! — grita aplaudiendo con emoción baba Joseph dando saltitos, sin importar que su nieta se esté ahogando. 

¿Y yo? Pues no me puedo aguantar y estallo en una sónora carcajada que indirectamente hace que la furia de Adah aumente. Lo siento, no soy una mala amiga, pero no lo he podido aguantar, algo así se veía venir. 

— Creí que eso quedó en la universidad — les encara Adah levantándose y arrastrando la silla. 

— Adah, siéntate y hablemos — intenta tranquilizarla baba Gabi.

— No quiero sentarme, Gabriel — oh, oh...cuando usa sus nombres completos es que está muy enfadada — me voy.

Sin que nadie ponga demasiado interés en impedir que se vaya, literalmente trago el postre - ¿Qué? No me culpen, no hay que desperdiciar la comida - acción que se ve interrumpida por las palabras de baba Gabi.

— Y tú no te rías tanto, que si nos hubieras dejado darte nuestro apellido estarías en la misma situación que ella. 

— Chica lista — les respondo guiñando un ojo.

— Tal vez no tanto — murmura divertido baba Joseph. 

Les doy las galletas intentando no pensar qué quieren decir con esas palabras y despidiéndome apresuradamente de los abuelos, voy por donde ha ido Adah. 

— ¡Dile que si no quiere una cita a ciegas que se busque novio! — grita baba Joseph riéndose. A veces no sé quién es el adulto...

No tardo mucho en encontrar a Adah, está sentada en su lamborghini rojo agarrando con fuerza el volante. 

— Tenías que haberles dicho — digo sentándome de copiloto y cerrando la puerta.

— Sí, claro — dice moviendo exageradamente las manos — Oye babas, que no necesito una cita a ciegas porque el universo me ha regalado dos dioses en formato vecinos que se han colado en mis sueños más húmedos. Así que no se preocupen que a falta de uno me he buscado dos. 

— No creo que tengas que ser tan explícita — le digo volteando los ojos — simplemente podías haberle dicho que estabas conociendo a dos hombres — explico alzando los hombros.

— No quiero decepcionarlos Keira.

— Nunca lo harás, ellos te adoran — intento animarla.

— Nos adoran — me corrige.

— Obvio, ¿y quién no? — le digo moviendo exageradamente mi melena. Ambas estallamos en carcajadas.

— Gracias, Keira — me agradece ella dándome un abrazo.

— Siempre — le respondo el abrazo, dándole un beso en la frente — solo piensa cómo vas a salir de esta. 

— Sino lo consigo, librarme de la cita — dice Adah poniendo ojitos de cachorro — ¿me ayudarás como en el pasado?

Oh no, por ahí no. En la universidad, los abuelos se habían empeñado en buscarle novio a Adah. Y bueno, ella y yo, digamos que hacíamos "trampa" para que los pretendientes no la quisieran volver a ver. A veces me hacía pasar por su novia y le montaba una escena de celos en plena cita. Otras veces, coqueteaba con sus citas a ciegas antes de que ella llegara, dándole la excusa perfecta para mandarlo a tomar viento. Siempre terminábamos en su habitación riéndonos de nuestras pobres víctimas, mientras nos hinchábamos a helado y chocolate.

— Adah por favor, no me pidas eso — la regaño — eres una empresaria de éxito, échale un par de ovarios y arregla tus cosas. 

Sé que no le ha hecho gracia lo que le he dicho, el incómodo silencio que domina el coche me lo confirma. No quiero que se enfade, pero en verdad somos adultas y debemos luchar nuestras batallas, no dejar que otros lo hagan. 

— Lo siento — me dice de repente cuando estamos llegando — tienes razón. Ya se me ocurrirá la manera de salir de esta.

— ¿Café y tarde de películas? — la invito para que vea que estamos bien.

— Café y películas, hecho — me dice con una sonrisa.

Pasamos la tarde del sábado en mi casa viendo películas y cuando Adah se fue a su casa, aproveché para poner música y darle un repaso a la casa. Limpiar me ayudaba a ordenar mis ideas y aunque me niego a ayudarla, sí me preocupa y deseo que encuentre la forma de ser sincera con los abuelos. Sé que ellos no se enfadarán, al igual que sé que hay algo más en lo que no cuenta Adah. Algo que de una u otra forma, descubriré.

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