Capítulo 4: Bomba sexi

Le echo un vistazo al pasillo antes de sacar mi teléfono celular en mi recámara.

─ ¿Aló? ─descuelga. ¿Está durmiendo?

─Oliver, despierta, vente a mi casa ya mismo ─murmuro y consigo hacerlo gruñir.

─ ¿Qué parte de estoy descansando no entiendes? ─rebate con firmeza.

─La parte de soy tu amigo y necesito tu m*****a ayuda ahora.

De repente escucho que suben el volumen del minicomponente y las paredes empiezan a vibrar.

─ ¿Tienes fiesta en tu casa? 

─No, lo que tengo es una estudiante de psicología actuando como uno de sus pacientes. Oliver, ayúdame a parar esto, esa chica no está bien ─dicho esto escucho el rechinar de la puerta, me giro y la veo de pie sobre la entrada. 

─ ¿Rick, estás bien?, ¿sigues ahí?, ¿sabes qué? Llegaré en una hora ─termina diciendo.

Con lentitud y sin apartar la mirada de ella, dejo el celular sobre el buró. Noto sus puños crispados y la impotencia que trasmite su furibunda mirada, y honestamente empiezo a sentirme como un cobarde por no ser capaz de decirle que me saben mal sus intenciones.

─No es lo que estás pensando ─logro decir en lo que voy tras ella por el pasillo.

─ ¿Según tú qué estoy pensando, genio? ─contesta con la voz endurecida. Trato de detenerla pero se zafa bruscamente de mi agarre.

─Puedo explicarte lo que acabas…

─Me conformo con oírte decirme loca de frente, sin filtros. Hazlo. Ten los cojones ─se le quiebra la voz. Trago grueso sin tener una idea clara de cómo disculparme ─. Eso pensé, no eres más que un cobarde.

Atraviesa toda la estancia para llegar al vestíbulo donde logro alcanzarla.

─Tienes toda la razón, soy un cobarde ─sujeto el manubrio de la puerta por encima de su mano. ─ Perdóname.

─No solo eres un cobarde, también eres un idiota ─asevera sin darme la cara.

─Salta a la vista ─resoplo.

─Y poco hombre ─me repara por sobre su hombro con resentimiento, y acto seguido retira mi mano de la suya.

─No ha sido para tanto ─me defiendo.

─Traerte de comer tampoco fue para tanto.

─No compares, lo tuyo pinta como una obsesión.

─ ¿Desde cuándo ser atenta es señal de estar obsesionada? ─se altera.

─Desde el primer momento en que te tomaste tantas molestias conmigo ─vuelvo a aproximar mi metro noventa de estatura a ella en señal de desafío.

─ ¿Sabes que estoy harta de deberte respeto? ─comenta, y sin intención de escuchar otra de mis respuestas vuelve a darme la espalda para abrir la puerta.

─ ¿Es por eso que te vas como una cobarde? ─la tiento.

─Vete al infierno ─viborea pausadamente y con sus ojos claros vagando sobre los míos con arrogancia.

Cuando por enésima vez insiste en marcharse, le doy un giro inesperado y casi que animal a su cara para estamparla contra la mía. La estampo contra la puerta y le sujeto el rostro mientras le como la boca sin explicación, comprendiendo mi extraña debilidad por su belleza y su carácter.

[…]

A través de la llamada le explico a Oliver cómo repentinamente he cambiado de parecer respecto a mi estudiante, y además, le aviso que ya no es necesario que venga a verme. Él finalmente se despide entre risitas y un par de comentarios sobre lo majadero que me veo cuando estoy enamorado.

De regreso a la cocina encuentro a Verónica dándole de comer a Rocky. Me quedo cruzado de brazos sobre el marco de la entrada viendo lo bien que se lleva ese par, y me pregunto por qué Renata y el perro nunca congeniaron así. 

─Me daré una ducha ─comento.

De camino al cuarto de baño la culpa fluye a través de mi cuerpo, ya que obviamente soy el responsable de que este juego diabólico de mi estudiante vaya viendo en popa. Y sí, estaría mintiendo si dijera que quiero que ella me confiese que está equivocada y que lo mejor es no estar juntos. Antes de que todo esto sucediera yo ignoraba su existencia, y podía verme siendo un docente más en el aula. Si las cosas hubieran continuado como iban, podría decir que habría sido el hombre más sensato en la facultad, pero ahora había cambiado y necesitaba dejar de pensar en mi abismal atracción por ella o acabaría siendo mi propia destrucción.

Mientras le hago un nudo a la toalla y busco ropa cómoda en el armario, oigo venir varias pisadas hacia mí. Al girarme la pillo extendiéndome una carta.

─Es tu correspondencia ─dice dejando vagar sus ojos sobre mi cuerpo.

 

Se la recibo y me quedo esperando que se marche para vestirme, pero no lo hace, de la nada deja ver una diabólica sonrisa; luego se sienta en mi cama con mirada desafiante.

─Verónica, necesito privacidad.

─Después de ese beso, lo dudo ─pone los ojos en blanco.

─No pienso discutirlo, ¿ahora puedes salir? Necesito vestirme.

─ ¿Hace cuánto tuviste tu último polvo? ─inquiere. 

Me quedo perplejo y en silencio creyendo no haberla oído bien. Espabilo repetidas veces y cambio mi expresión de adolescente virgen por una de cabreo puro y duro. ¿Qué le pasa a esta chica? ¡joder!

─Será mejor que salgas ya ─la tomo de la muñeca y la dirijo a la salida casi que arrastras.

─Esta bien, no hablaré de esos temas ─dice en un tono inocente que de inocente nada carga ─. ¿A dónde vamos? Que sea un restaurante de comida rápida. 

─Ya me comí una tonelada de papas fritas en el desayuno. Suficiente.

─ ¿Margot sabe que eres de los que hace dieta igual que la loca de tu ex? ─se aferra al vano de la puerta para no salir. 

Automáticamente le lanzo una mirada acribillante.

─ ¿Qué?, ¿me piensas negar que a tu ex le faltan tornillos en la cabeza? 

─No hablemos de locura porque tú ganarías el puesto número uno ─forcejeo con ella para lograr sacarla y cerrar la puerta.

─Una loca que te gusta mucho ─me chilla entre risitas. 

─ ¡Puff! tonterías ─digo finalmente logrando empujarla al pasillo.

─ ¿Seguro? ─juguetea con la cremallera de su vestido, y como todo un puberto me embeleso viéndola hacerlo─. ¿Ves?, te gusto. 

Reacciono apartando la mirada, tragando grueso y retomando la respiración que sin darme cuenta contuve.

─Te estaré esperando abajo ─me guiña un ojo.

[…]

─Quiero una hamburguesa doble carne con papas fritas, extra queso y una coca cola. ─le hace entrega del menú al mesero ─. Gracias.

Me remuevo con inquietud sobre el estrecho asiento al notar al rubio que nos toma el pedido sonreír más tiempo de lo normal con Verónica. Pasado un par de minutos carraspeo para llamar la atención de ambos

─Solo quiero agua ─digo.

─No, aquí vinimos a comer ─recalca ella ─. Guapo, le traes una hamburguesa sencilla y una coca cola.

El mesero apunta rápido y se marcha antes de que pueda objetar.

─Verónica, es medio día, hay miles de cosas que podemos comer y que son más saludables.

─Seguro, pero ya elegí comer esto ─añade ceñuda en lo que teclea en su celular. Aparte de ser una adicta a mí también tiene problemas con ese aparato, siempre está pegada a él, a veces se ríe con el celular. 

Verónica 

Le contesto a la condenada de Sam que desde muy temprano me ha escrito para saber cómo voy con nuestro profesor.

─ ¿Ya lo hicieron? Dime que sí, quiero festejarlo ─suelto una risita.

Es demasiado pronto ─sigo escribiendo ─, necesita tiempo para asimilar todo, el pobre no sabe qué hacer.

─Amiga, no lo desaproveches. Recuerda empalmarlo.

─ ¡Sam! ─le envío.

Al levantar el mentón nuestras miradas se cruzan y una familiar electricidad se propaga por mi columna hasta la punta de mis pies.

─ ¿Qué? ─pregunto involuntariamente, quitándole hierro al asunto.

─ ¿Qué de que? ─enarca una ceja.

─ ¿Por qué me miras así? 

─ ¿Así cómo? ─se remueve en el asiento y desvía la mirada con disimulo hacia una de las meseras, que pasa frente a nosotros. La repara sin escrúpulos y no puedo evitar sentir molestia.

Como si mi píes derecho tuviera vida propia, en un acto no premeditado lo golpea en el empeine, haciéndolo espabilar.

─Mírame, te estoy hablando.

El mesero llega con la orden, ambos la recibimos sin mediar palabras. Al cabo de unos minutos la tensión se dispersa y comemos sin empezar una nueva discusión.

─Es la mejor hamburguesa que me he comido en toda mi vida ─hablo con la boca llena y Ricardo me mira cual docente de etiqueta y protocolo decepcionado. Añado ─. Mi madre dice que si comes molesto la comida te hace mala digestión.

─No estoy molesto ─le da el primer mordisco a su hamburguesa, sé que la disfruta pese a las caras de desaprobación que hace cuando la mastica.

─Lo estás ─me meto varias papas fritas a la boca y le doy un trago a la coca cola.  

La siguiente media hora transcurre en completo silencio.

─Gracias ─le dice al mesero que pasa su tarjeta por el datafono. Luego mira las bolsas de comida extra que pedí ─. Verónica, ¿segura quieres llevar todo eso?

─Desde luego ─subo las bolsas a la parte trasera de su auto, luego entro con su ayuda al puesto del copiloto.

Lo veo rodear el auto con porte muy varonil, como todo un adonis. Sam tiene razón, este tipo empalmado debe ser una oportunidad digna de aprovechar.

De vuelta a la autopista le aumento el volumen a la radio y subo los pies al salpicadero.

─Tengo una llamada entrante ─suspira, apaga la radio y con una mirada de soslayo me ordena bajar los pies ─. Hola Renata, ¿cómo te va?

Giro el cuello tan rápido que percibo un leve dolor en mi nuca al instante. Observo lo concentrado y tenso que está mientras conduce y sostiene la llamada.

─Renata, no es así, pensé que era un tema de no tocar entre nosotros ─aprieta el volante. Desvío la atención hacia su nariz grande, recta y puntiaguda, y a sus labios bien proporcionados y de un color rosa suave. Qué atractivo es, pienso ─. Cariño, hablamos luego. 

¿Cariño? 

Noto un pinchazo en el corazón. Él aparta su atención del asfalto y me mira con expresión ilegible.

─Renata, ya te dije que hablaremos luego ─aparca el auto.

Las tripas se me anidan en la garganta, haciéndome desear estropearlo todo. Una vez más lo miro con impaciencia, desesperada por impedir que la conversación siga sucediendo. 

─Es una lombriz en el culo ─murmullo para mí mientras hago ademán de bajar del coche. Su mano alcanza la puerta del copiloto y la cierra de golpe, evitando que ponga un pie afuera.

¿Pero… qué coño?

Lo fulmino con la mirada.

─Espera un momento ─se aleja el celular de la cara y me dice en un tono hosco, de advertencia claramente. Añade simultáneamente con cabreo ─. Renata, mis inversiones nada tuvieron que ver con lo nuestro. No mezcles las cosas.

Como si conociera la intención que tengo de escapar otra vez, me sujeta por la muñeca y me lanza una mirada entre desesperada e iracunda.

─Renata, no es buen momento para charlar estas cosas ─me aprieta con mayor fuerza, y con un breve movimiento de labios me pide que esté quieta.

─A quien debes pedírselo es a la loca de tu ex ─rebato con firmeza tratando de soltarme de sí.

─ ¡Joder! ─Escupe. Parece ser que lo he puesto en apuros. ─Sí Renata, estoy con ella… ─no lo dejo terminar la oración.

─ ¿Quieres saber qué hacemos juntos? ─le pregunto entre forcejeos con Ricardo, pero no consigo respuesta de su parte. Solo escucho silencio al otro lado de la línea ─eso pensé, eres demasiado inteligente para entenderlo.

Ricardo insiste en arrebatarme el móvil antes de que pueda decir otra estupidez, y lo único que logra es hacer que ponga la llamada en alta voz.

─Te follará y abandonará como hace con todas las que ha conocido después de mí ─defiende Renata. Ricardo consigue quitarme el celular y desactivar el alta voz.

─Te llamaré en otro momento ─dice él. Antes de verlo colgar me subo a horcajadas sobre sí y finjo llegar al coito; él lucha por taparme la boca pero lo único que alcanza es hacerme gemir más fuerte. Puedo escuchar los gritos de su ex desde donde estoy, y es inevitable sentir satisfacción.

Cuando cuelga se me escapa una sonora carcajada que me hace querer sostener mi estómago.

─No es un juego ─se quita el cinturón de seguridad y me devuelve al asiento sin contemplación ─, Renata se acaba de llevar una sorpresa con tus puñeteros gemidos. Actúa como alguien de tu edad.

Sale de su auto y tira la puerta despotricando. Al paso de los minutos un sentimiento de arrepentimiento se incorpora dentro de mí, pero no hay nada que pueda decir para mejorar la situación, así que me decanto por hacer el recorrido a su apartamento en silencio.

Capítulos gratis disponibles en la App >

Capítulos relacionados

Último capítulo