El profesor Miller
El profesor Miller
Por: Maura César Castillo
Capítulo 1: Origen de la persecución

Rompo el casco protector de la moto con la violencia con que quería romperle la cara a Eva, pero Rodrigo me detuvo.

─Si haces algo así, puedes ir a la cárcel. Esa mujer no importa, lo que vale es que estamos juntos, sin Eva ─miro a quien juraba serme fiel, por supuesto, envalentonada; con la rabia carcomiendo mi corazón. Y como no es costumbre mía quedarme con la frustración, le doy una bofetada y él retrocede atónito tocándose la mejilla.

─Para que me recuerdes, ¡grandísimo infeliz!. A mí me respetas ─rezumo en cólera. Lo escupo en la cara, avanzo a pasos agigantados hacia mi moto y subo en ella. 

Antes que Rodrigo pueda detenerme, acelero y abro paso entre el gentío que veía el espectáculo de dos mujeres jalándose las greñas por un imbécil a las afueras de una fiesta. Qué horror.

Acelero el doble y me paso varios semáforos en rojo hasta llegar a casa de mi hermano.

─ ¿Qué te sucede?, ¿por qué vienes con la blusa hecha pedazos? ─me sujeta, pero me zafo al instante ─. Verónica, explícame, ¿el bueno para nada de Rodrigo te ha hecho algo?

Ya no sé si mirarlo a los ojos. Me advertí esto antes, que no me iba permitir llorar por un hombre. No voy a llorar. Le diré a mi hermano la verdad, que me equivoqué metiendo a Rodrigo en la familia. Tenía razón, tan pronto agarrara confianza me iba a defraudar.

─ ¿Y? ─sus orbes de color miel me encaran.

─Le partí la nariz a una chica ─confieso, mientras le entrego las llaves de la moto y lo que queda del casco.

─ ¿Que hiciste qué? 

Hago un mohín. 

─Chris, no me hagas repetir, ya te dije que le rompí la nariz a una mujer; si es que esa trepadoras puede catalogarse así. Se lo tenía merecido ─me quito la chaqueta y me tiro en el sofá ─. Besó a Rodrigo en mis narices, y no le importó. 

─Ya. ¿Te parece correcto?, ¿sabes qué pasará si nuestros padres se enteran de eso?, Verónica, tienes veintidós años, no eres una adolescente, deja de actuar así. Rodrigo seguro va a seguir con ella, es obstinado, lo sabes.

Chris tenía toda la razón. Pero…

─Pues yo soy el doble, y si quiere andar con ella, que lo haga. A todas estas ya no estamos juntos. Terminé con él ─abro el cierre de mis botas ─. Y ni creas que le pegué a Eva por él, lo hice para que aprenda a respetar; Rodrigo también se llevó una tajada.

Miro a mi hermano quien sonríe mientras recoge mi reguero. Sé que piensa que tengo muy dentro de mí un complejo de varón, y tal vez sea así.

─ ¿Le volviste a romper la boca? ─me pregunta con sorna.

─Ganas me sobraron, pero no, solo le di una bofetada. ─resoplo, y siento la sangre hacer burbujas de apenas recordar.

─Eso me tranquiliza, suficiente con la nariz rota de la tal Eva. Ve, duerme, mañana te llevaré a casa.

─No le dirás nada a mamá, sabes cómo se pone.

─No le diré nada ─me jala del sofá y me arrastra hasta las escaleras. 

Ambos sonreímos. 

Espabilo varias veces antes de abrir un ojo, puesto que la luz me pega de golpe en la cara. «Lunes. Clase con el profesor Miller. Puntual» salgo corriendo al baño y no tardo más de diez minutos en asearme. 

─Son las seis y quince de la mañana. Verónica, calma ─matiza mi hermano mientras conduce a casa de nuestros padres.

─Tengo clase a las siete ─me miro por el retrovisor y veo unos cuantos arañazos en mi cara. Eva. Qué p**a.

─ ¿Finales? 

─Prácticamente, en unos meses será la ceremonia de grado. Ya casi soy Psicóloga ─le doy un codazo.

─Una psicóloga con más problemas mentales que los de sus futuros pacientes ─se burla.

─Ya, ya. Tampoco me jodas ─replico. 

Al llegar a casa me encuentro con mamá preparando el desayuno, a mi padre leyendo el periódico y a mi hermana arreglando la mesa. 

Por un instante me pregunto qué hace Cristina aquí.

─ ¿Cristina? ─la reparo. 

─Hola Vero ─me sonríe.

Chris le da un abrazo a mi padre y luego un beso a mamá. En ese momento concluyo que aquí todos son tan normales, tan pasivos, mientras que yo... pues... tengo vida, ¿no?

─Supongo que te has dado arañazos con un gato toda la noche ─susurra mi hermana.

─Luego te cuento, me quedan 30 minutos para alistarme e ir a clases ─contesto. 

En menos de quince minutos me encuentro lista. Esta vez voy ataviada por una falda de cuero a medio muslo y una camisa manga tres cuartas de rayas rojas y negro; a juego he conseguido ponerme las irremplazables botas tacón de aguja y el morral.

─Estoy lista. Chris, ¿me puedes llevar a la facultad? ─pido con ojos de borrego, y finalmente mi hermano accede.

No sé qué haría sin Chris, él es todo lo bueno, independiente, inteligente y apuesto de esta familia. Es una pena que con 30 años, trabajo estable y lindos sentimientos, siga soltero.

Lo veo despedirse a toda velocidad ─Vengo por la tarde, espero que me guarden cena.

─Sin duda mi niño ─le dice mi madre.

Salgo de la casa y subo al auto.

─ ¿Qué hace Cristina en casa?, ¿te dijo algo? ─lo miro con el rabillo del ojo en lo que me maquillo. 

─Parece que peleó con Hugo. Ya sabes cómo está con el embarazo ─comenta él.

─La pobre ha cargado con una crisis existencial desde que se hizo esa prueba ─Chris y yo nos reímos al unísono ─. Debería coger ejemplo de ti, soltero y sin líos.

─O de ti. Dura como el hierro y bastante independiente.

─Tonto ─juego con los labios pintados ante el espejo retrovisor.

─Tu tonto.

Y sí que lo es. 

Después de despedirnos, ingreso al salón. Mi excelentísimo no ha llegado. ─Rarísimo ─.pienso. Mi celular empieza a repicar, cuando desbloqueo la pantalla logro leer el mensaje de Rodrigo. "Verónica, cariño, déjame explicarte lo de anoche" 

Cínico.

─Señorita Engel, llegué hace cinco minutos y usted ni siquiera se dio cuenta ─mierda. automáticamente guardo el celular y levanto el mentón. 

─Lo siento ─digo sin escucharme convencida. Él se limita a observarme con severidad un par de segundos, y luego da inicio a la clase.

Suspiro profundo cual estúpida enamorada, y cómo no hacerlo ante semejante adonis.

Reconozco que esta optativa con el profesor Miller no es de mi gusto, de hecho, aborrezco la temática que maneja, pero lo veía venir. Desde finales del semestre pasado había planeado darla, era lo último que haría en mi aburrida vida de universitaria. Quería llevarme la satisfacción de estar cerca del profesor que hacía un año, me gustaba en secreto. Ricardo es, tal vez, el hombre más atractivo que mis ojos han visto, nada comparado con Rodrigo; admito que mi ex es encantador y atractivo, pero Ricardo... no, no, no. ¡Él es él!, él no tiene cabida en mi descripción, sobrepasa todas mis expectativas. Muy varonil, castaño, alto, seguramente sobre el metro noventa, barbudo; y cuando lleva días sin afeitarse, la barba me produce orgasmo visual múltiple. Sus ojos, ¡Madre mía!, esos ojos claros que vuelven loca a cualquiera, parten en dos. Y ni hablar de su cuerpo. Me muero, es jodidamente Ricardo Miller, el protagonista y consumador de mis sueños húmedos.

─Señorita Engel, ¿captó lo que dije? ─pregunta el profesor.

─Ehm... sí ─repongo al salir del trance, pero como si supiera que no tengo idea de lo que habla, sonríe y dice ─: Claro que no sabe, ha pasado mirando al vacío.

─Le juro que no…

─No es algo que quiera discutir, lo único que sé, es que para mañana necesito un ensayo a mano sobre las copias que entregué en clase ─avisa.

En ese momento comprendo que me he perdido no un par de minutos en trance, sino, toda la hora de clase. Estoy en problemas. 

─ ¿Copias?, ¿qué copias? ─guardo mi libreta. El aula está vacía, apenas nuestras presencias hacen espacio en ella. 

─La señorita Walker las tiene, dígale que se las facilite ─guarda sus cosas en un maletín. Lo observo pensativa.

─ ¿Bárbara Walker, su asistente? 

Mi siquis dice una sola cosa, esa chica es todo lo que prefiero tener a cien metros.

─Sí, ¿algún problema? ─enarca una ceja.

─ ¿Es posible que usted me facilite sus copias?, es que no sé en qué lugar pueda encontrar a Bárbara ─me acerco a la puerta.

─ ¿Qué quiere decir con eso?, señorita Engel, yo solo sé que para mañana necesito ese trabajo en mi escritorio. Si no encuentra a Bárbara, es problema suyo ─se encoje de hombros. Abre la puerta para mí como un caballero, y me permite salir antes que él.

─Suyo también ─pienso en voz alta. 

─ ¿Cómo dijo? ─me agarra por el codo antes de que pueda alejarme.

M****a.

Su ceño fruncido y su marcada madurez me petrifican. Por un instante pienso en lo atractivo que me resulta verlo así.

─Que si puede llevarme a casa ─repongo. Lo miro espantada cuando me percato de lo que le acabo de pedir, él por su parte, frunce más su frente y, acto seguido, me suelta ─. Digo, no… no tengo quién venga por mí y justo tiene ganas de llover. Solo si puede.

La última oración casi me duele decirla.

Él entorna los ojos y asiente. ¿Asintió? 

─Vamos por mi auto al estacionamiento ─sugiere sin hacer muchos honores. 

Lo sigo sin todavía creer lo que le dije, y aún peor, lo que me contestó.

─Verónica. Nena ─la voz de Rodrigo me hace detener a medio pasillo. 

Volteo y me encuentro con un oso de felpa enorme y un ramo de rosas rojas. No puede ser.

─ ¿Qué haces aquí?, ¿por qué vienes con todo eso a buscarme? ─retrocedo ante su cercanía. 

─Vero, perdóname, fui un imbécil, Eva no es todo lo que quiero ─ ¿en serio piensa llorar?, es una pena que haga esto, sabe que odio las escenas dramáticas.

─Oh, no. Para. No empieces con arrepentimientos porque ya no te creo. Vete, ¿acaso no ves cómo estoy? Salí ilesa, no estoy llorando ni deprimida por todo lo que me hiciste,  era de esperarse que cometieras otro error ─le reprocho. Él se aproxima para besarme pero yo lo evito.

─Una última oportunidad. Solo una ─suplica.

─ ¡Qué no! Vete ya. Lo nuestro ya acabó  ─refunfuño.

─Mira lo que compré para ti ─me dice con ganas de romperse en llanto. Esto no puede ser. 

─ ¿No la escuchó? ─oigo hablar al profesor Miller, después de un par de segundos lo veo detenerse frente a mi ex, sin embargo, su estatura no intimida a Rodrigo.

─Este es un problema de novios, no se meta ─luego me mira confundido ─. Verónica, ¿es lo que me estoy imaginando? 

¡Qué Cínico!

─Eso si no, no te voy a permitir que me exijas explicaciones. No las mereces ─asevero.

─Claro, yo estaba con Eva pero tú te has ligado a tu profesor y por eso no te duele que lo nuestro termine ─sin poder controlarme repito la escena de anoche, le doy una bofetada, pero en esta ocasión Rodrigo enfurece y reacciona lanzando todo al piso. ─ ¡Eres una p**a barata! ─me grita.

─Mira cómo le hablas ─brama mi profesor.

─ ¿Qué se siente follar con la mujer de otro? ─escupe Rodrigo, y da un paso más para quedar a centímetros del profesor Miller, pero este se limita a mirarlo desde lo alto con cara de puño.

─Se siente muy bien, de hecho, es mejor que follar con mi esposa ─le responde mi profesor con una sonrisa pedante.

¡Madrea mía! Me quedo aturdida un instante, creyendo no haberle oído bien.

Por suerte los únicos en el pasillo son empleados del aseo y un par de asistentes bibliotecarios.

─ ¿Así vamos a jugar, Verónica? ─me habla mi ex ─. Bien. Ya veremos quién gana.

Quiero defenderme, pero sigo sin poder decir algo. El profesor Miller me mira molesto justo cuando Rodrigo nos da la espalda. Todos disimulan la sorpresa que deja aquella discusión, y continúan su caminata como si nada.

Ábrete tierra, y trágame.

─Profesor ─camino rápido en un intento por alcanzarlo ─, profesor, espere, lamento lo que acaba de pasar.

─Me mintió, dijo que nadie venía por usted ─la hostilidad de sus palabras me mantienen a una distancia considerable ─. Mire el lío que me acabo de ganar con su novio; por cierto, a la próxima sepa escoger a su pareja porque aquel sujeto es un imbécil.

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