Capítulo 3

Finalmente, Valentino detuvo el auto, no hubiera querido que el viaje terminara, pero sentía pena por sí mismo, miro a Luana, quien estaba absorta en sus pensamientos, con la cabeza reclinada hacia la ventanilla, la observo por un momento seguía tan linda como siempre.

Los años no habían pasado en vano y ella se había vuelto realmente hermosa, después del verano del dos mil diez en que habían estado juntos por última vez no había vuelto a tenerla tan cerca de sí, tan cerca que casi podría besarla en los labios, su olor a Anaís de Francia lo embriagaba y no lo dejaba razonar, muy lentamente fue retirándose el cinturón de seguridad, el silencio reinaba en aquel momento, miro nuevamente a Luana y acercándose muy suavemente a ella le dijo al oído.

—No quise causarte problemas, nunca quise hacerlo, olvida todo lo que te he dicho, por favor.

—No digas eso, por favor Valentino, fue culpa mía, no debí subir a tu auto, no debí hacerlo, discúlpame tú a mí por todo este malentendido, ya debo irme, cuídate por favor, ¿me lo prometes?

—Te lo prometo —respondió él — pero podría darte un beso, ¿cómo despedida?

Luana no respondió, su piel estaba erizada, su cercanía la envolvía en un manto de calor, ansiaba ser besada hacía más de cinco años de su última relación amorosa, se sentía muy sola, lo miro fijamente a los ojos y al ver esa mirada que la había cautivado durante años decidió dejarse llevar.

—Si — respondió muy quedo mientras cerraba los ojos y entreabría los labios,

Su respiración se hacía cada vez más tensa ante la expectativa de aquel beso, de aquellos labios que jamás pudo olvidar a pesar de que beso otros labios, pero no sabían igual, sintió el aliento de él sobre su rostro, sus labios acercándose a los suyos, sus manos sobre su cuerpo, hacía mucho tiempo que no sentía esa sensación tan extraña, una sensación de hormigueo en toda su piel como si fuera una extraña corriente eléctrica.

Finalmente, se besaron con ternura al principio, luego con una pasión desenfrenada como un volcán a punto de erupción, sus lenguas se encontraron en la danza más antigua del mundo, en ese momento no existía nada más que ellos y su necesidad de apagar esa hoguera que se había encendido entre los dos.

Lentamente, fueron separándose y ella quedó recostada sobre su pecho, no quería pensar en nada, no quería recriminarse nada, se sentía feliz y emocionada por ese momento tan mágico.

Un celular sonó a su alrededor y la saco de la ensoñación del beso, se levantó como un resorte del asiento y sin decir nada se bajó del auto y casi corriendo entro en el edificio donde trabajaba.

Se sentó en el borde de su cama indecisa, sin saber qué hacer. Todo lo sucedido había alborotado sus sentidos. Había hecho vibrar su cuerpo y latir aquello que hace tiempo no usaba. Apretó sus piernas haciendo presión y se dirigió al baño, necesitaba una ducha muy fría.

Por la noche Valentino no dejaba de pensar en ella, la había tenido tan cerca, que sentía que aun su perfume estaba impregnado en su piel, cerraba los ojos y sentía sus labios en los suyos con esa humedad y dulzura que lo volvía loco, hubiera querido escapar con ella tomarla de la mano y huir de todo y de todos, tantas veces había soñado con ese encuentro, tantas veces había soñado con que ella fuera la madre de sus hijas.

Tantas cosas habían cambiado en su vida, pero había algo que nunca cambiaría y eso era su sentido de responsabilidad, jamás podría romperle el corazón a su esposa, no sería justo para ella, siendo ella una mujer maravillosa, excelente madre y muy buena esposa.

Hoy era uno de los días en los que su depresión lo hacía huir del mundo, Maritza, su esposa, no lograba comprender esos cambios de ánimo y esa sensación de ausencia que se apoderaba de ella cuando él entraba en franca depresión, no es que el fuera un mal esposo, nadie podría afirmar eso, pero cada que él entraba a su cueva nada ni nadie podía sacarlo de vuelta, solo el mismo lo hacía con el tiempo.

Maritza no entendía que pasaba con su esposo, estaba tan distraído esta noche, hacía tanto tiempo que no lo veía así, sentado frente al balcón, miraba absorto hacia la nada, preocupada, se acercó a él y rodeándolo tiernamente con sus brazos le dio un beso en su mejilla.

— ¿Qué te pasa amor? Te noto extraño, ¿sucedió algo en la oficina? — pregunto inquieta.

—No, no pasa nada cariño —respondió este con ternura — regresa a la cama, sabes que no es bueno que estés de pie, recién te estás recuperando de la quimioterapia.

Valentino levantó tiernamente a su esposa en sus brazos y la deposito suavemente en su cama, se sentó a su lado mientras le acariciaba los pocos cabellos que quedaban en su cabeza. Esperaba a que ella volviera a dormir, no tuvo que esperar mucho para verla descansar plácidamente, como si hubiera olvidado el mal que padecía.

Nuevamente, se paró frente al balcón y miro hacia la ventana de Luana, ella acababa de llegar, vio la luz de su dormitorio, prenderse y a ella caminar por toda la recámara, sin querer se le escapó un suspiro e inmediatamente miro a Maritza temiendo que esta se hubiera despertado, al verla dormir tranquilamente, volvió al balcón, pero ya la luz del cuarto de Luana estaba apagada, se sentó en la perezosa dispuesto a pasar la noche y poco a poco se quedó dormido.

Maritza despertó cerca de las tres de la mañana, miro a Valentino dormido y se acercó sigilosa, lo cubrió con una manta tratando de no despertarlo, lo miro por unos instantes mientras trataba de contenerse y no tocar su varonil rostro, su fuerte mandíbula le daba a su rostro un aspecto fiero cuando estaba molesto, algunas arrugas ya surcaban su frente por su hábito frecuente de fruncirla cuando estaba preocupado y en estos últimos años ella había sido fuente de preocupación constante para él.

—Luana, por favor no me dejes, por favor no te vayas, que voy a hacer sin ti — lo escucho decir justo en el momento que regresaba a su cama, se quedó muda al escuchar pronunciar a su esposo ese nombre que ya casi había olvidado.

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