Capítulo #3

Carol

Una hora después ya había terminado, tomé un baño y llevando puesto un vestido veraniego un poco corto, pero cómodo, y unas sandalias. Recogí todo mi cabello negro y lacio, herencia de papá, en una coleta en lo alto de la cabeza y me dispuse a bajar a la cocina con ganas de beber algo frío, estaba sedienta.

Efectivamente, como sospechaba, detrás de las pequeñas puertas se encontraba una enorme cocina, decorada de blanco y marrón oscuro, como el resto de la casa.

Una gran encimera de mármol negro daba la bienvenida, con su horno, fogones correspondientes y pequeños taburetes de madera la rodeaban. Al otro lado de la cocina se encontraba una mesa de cristal con seis sillas que supuse era la mesa del comedor. Detrás de esta había dos puertas de cristal del techo al piso que daban a la terraza.

Un estante en lo alto de la pared de la cocina seguro que guardaba los vasos, así que me acerqué a tomar uno. Tuve que pararme en punta de pies para llegar al estante excesivamente alto. David era alto, pero no para tanto, ¿sería así de alto por Alex?

Luego abrí el refrigerador que se encontraba justo al lado. Para mi sorpresa, otra vez, «no paraban», estaba repleto de todo tipo de cosas: platos con carnes, fruta, verdura, cajas de jugo y leche, pequeñas botellas de agua mineral y mucha más comida deliciosa.

Tomé la caja de jugo, pero me quedé mirando las manzanas, pensando si también tomar una o no, cuando una voz un poco irritada habló a mis espaldas.

—Cuando te decidas a compartir el contenido del refrigerador me pasas una botella de agua, gracias.

Quedé paralizada, su voz juvenil, pero profunda me erizó la piel. Diez segundos después de procesar que aún tenía la cabeza dentro del refrigerador me volteé rápidamente, y quedé paralizada, una vez más, por lo que veían mis ojos. 

Cuerpo escultural lleno de músculos y un abdomen de admiración con solamente un chort corto deportivo puesto. Metro ochenta y cinco de estatura y una cara que haría temblar las rodillas de cualquier chica. Ojos verdes como las piedras jade, piel blanca pero un poco bronceada por el sol, un pelo castaño hondeado despeinado. Cuerpo sudado agarrando una pelota de baloncesto a la cadera, y un entrecejo profundamente fruncido.

«Dios, ¿este monumento es Alex? ¿Este dios griego es mi hermanastro?»

Joder, pues lo iba a tener difícil.

—Pe… perdona yo ya había terminado —dije, medio tartamudeando.

—¿Se puede saber quién eres y que haces en mi cocina? —La clara desconfianza y amenaza en su voz.

—Soy... —Quedé interrumpida por David que aparecía por las puertas en ese justo momento junto a mi madre.

—Alex, veo que ya conociste a Carol, ella es la hija de Lara. Te dije ayer que venían hoy, ¿recuerdas? —habló David animadamente.

—Claro, se me había olvidado. Hola Carol, bonito nombre. —Su rostro se transformó de repente, captando la idea de quienes éramos las extrañas en su cocina. 

Su boca mostró una sonrisa ladina y diversión en sus ojos. Su rostro cambió radicalmente de ceño fruncido a diversión en nanosegundos. No sé por qué ese gesto me dio mala espina, muy mala.

—Hola Alex, yo soy Lara, es un gusto poder conocerte al fin. David me ha hablado mucho de ti. —Se presentó mamá con emoción y un poco de nervio, extendiendo la mano.

—Lara, también he escuchado de ti —respondió irónico, sin estrechar la mano de mi madre, ignorando el gesto deliberadamente. Ahora en su mirada ya no estaba la diversión como cuando me habló, sino enfado e irritación.

—Alex, ya que vas de salida para el entrenamiento de fútbol, ¿por qué no llevas a Carol contigo? Así le enseñas la zona y el camino a la escuela —recomendó David, con una tos poco disimulada. También notó la mirada que su hijo le lanzaba a mi madre, el ambiente incómodo que se formaba a nuestro alrededor.

—Claro, ¿lista Carol? —preguntó sin mirarme, levantando una de sus cejas. Puse la caja de jugo y el vaso encima de la encimera. Al parecer me iba a tener que quedar con las ganas de beber algo refrescante.

—Sí, déjame buscar mi teléfono y nos vamos. —Salí prácticamente corriendo de la cocina.

«Menudo ambiente de tensión y miradas raras se había formado.» 

Algo me decía que no le caíamos muy bien a Alex, pero lo comprendía. Si a mi casa llegaran dos extrañas con maletas, yo tampoco andaría de rositas.

Al bajar la escalera ya lista, me lo encontré esperando en la puerta abierta, y para mi decepción se había puesto una camiseta.

«¿En serio, Carol?»

Miraba algo en su teléfono con tal fijación que parecía lo quería partir en dos, a la vez que tecleaba con sus dos pulgares en la pantalla táctil. Llegué a su lado silenciosa, esperando por él, a que terminara. Pero cuando concluyó su tarea salió de la casa ignorándome. Imbécil. 

Bajamos hasta llegar al garaje donde se encontraban aparcados dos autos, uno azul y otro negro, marca 'Audi' al parecer, y una moto negra y roja que seguro era de Alex.

Subimos al auto negro, por supuesto ese era el suyo, y en lo que íbamos saliendo hacia la calle no pude evitar mirar la postura tan confiada y cómoda con que manejaba, se veía tan… sexy. Alex volteó la cabeza en el momento justo que lo observaba y para mi vergüenza comenzó a reír.

—Bien, nueva hermanita, hay dos cosas que te quiero dejar bien claras. —Miraba fijamente la carretera mientras iba conduciendo.

Tragué en seco esperando. 

—La primera, nunca entres a mi habitación, ni siquiera se te pace por la mente llamar a la puerta. Es mi lugar privado y solo yo decido quien entra y quién no, ¿bien? —Solo pude asentir. Tenía razón lógica, yo tampoco quería que extraños vieran mis cosas privadas.

—Y la segunda, no te enamores de mí porque vas a sufrir. Es una garantía que viene conmigo. —¿Qué? 

Pausa aquí, lo miré con los ojos bien abiertos del asombro. Menudo idiota, ¿quién le dijo que me iba a enamorar de él?

—¿No crees que te lo tienes demasiado creído? —No pude evitar decirle.

—Solo es una advertencia hermanita, para prevenir. —Pude notar la burla en cada una de sus palabras.

—Bien, por mí no hay ningún problema, puedes estar tranquilo. Respetaré tus reglas —dije, mientras miraba por la ventanilla. Para lo que le importa él, o sea eso, nada.

—Esto va a ser muy divertido —habló bajito para sí mismo, pero lo pude escuchar perfectamente.

—Claro que sí. —Bufé una risa.

—Bienvenida a la familia nueva hermanita. —La sonrisa socarrona presente en su cara. Al parecer esto era característico en él, esa sonrisa de sabelotodo−dios baja bragas−imbécil−creído−niño mimado, la lista no para.

Esa dichosa sonrisa prometía muchos problemas, ¡Ay Dios!

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