Capítulo #2

Carol 

Sábado, 29 de agosto de 2015.

—¿Carol? Cariño estoy hablando contigo. —Escuché como la voz de mi madre me hablaba a la distancia.

Unas manos delicadas me tomaron la cara por ambos lados volteándola y quitándome las vistas del hermoso paisaje de edificios antiguos y calles atestadas de personas en movimiento que estaba contemplando. Los ojos azules de mi madre, los cuales había heredado, me miraron con preocupación.

—¿Ocurre algo? —preguntó.

—No, tranquila, todo bien. —Forcé una sonrisa falsa en mi cara, para que se tranquilizara.

La conocía, sabía que comenzaría una vez más con el mismo discurso de que debíamos seguir adelante, que papá estaba protegiéndonos desde el lugar donde se encontrara, que él no hubiera querido que nuestras vidas se estancaran, que anhelaba mi felicidad. Luego comenzaría con las dudas y las preguntas, mordiéndose las uñas histéricamente. 

¿Crees que estoy haciendo bien? ¿David es un buen hombre para irnos a vivir con él? ¿Estás bien con esto? 

«Un poco tarde para preguntar, ¿no crees, madre? Porque, ya sabes, aceptaste su anillo y luego decidiste comunicarme la decisión que habías tomado sobre nuestras vidas.» 

¡BOOM! En tu cara, hija.

En fin, que la vida continúa y de él solo nos quedan los recuerdos, y aunque me cueste aceptarlo, muy en el fondo de mi mente, en ese baúl lleno de polvo del que nadie se acuerda, sabía que tenía razón.

—Cariño, quiero que este sea nuestro nuevo comienzo, ¿vale? Ahora vamos a tener una nueva familia, podrás hacer amigos nuevos, e incluso tendrás un hermano. ¿No te parece bien? —Una sonrisa expectante y nerviosa en su cara esperaba por mi respuesta.

Esa era la otra parte del asunto, dejaba toda mi vida atrás.

Mis amigos de siempre, aunque ya no eran tantos como antes. Solo quedaban Rachel y Marcos, los cuales, por cierto, estaban juntos y hacían una pareja hermosa. 

Brian y Susana tuvieron que mudarse hace dos años porque a su madre le había salido un trabajo en Inglaterra. 

Pero no era solo a mis amigos a los que dejaba atrás, también era al tío Ben. Él era el mejor amigo de papá y su excompañero de patrulla, al cual quería como un tío de verdad. Muchas veces iba a su casa y nos sentábamos juntos en el porche a mirar el atardecer y narrar historias de papá. Hablando de él como si aún estuviera entre nosotros, como si nos pudiera escuchar.

También dejaba el cementerio donde estaba su tumba, la cual iba casi todos los días a visitar, llevaba flores frescas y me sentaba a hablar con él. Aunque para las demás personas pareciera una loca hablándole a una lápida, yo sentía como si él me estuviera escuchando. 

—Si mamá, no te preocupes, estoy feliz por ti —dije, aunque no era del todo cierto. No quería que mamá olvidara a papá por otro hombre, aunque ya sean siete años de su muerte, así era de egoísta.

El paisaje se fue transformando y ahora enormes casas nos rodeaban, perfectamente decoradas, con jardines irreales, y tan vacías que fácilmente este podría ser un pueblo fantasma de cadáveres millonarios. 

Sí, estábamos en una zona residencial de Chicago, apartada del hervidero de hormigas trabajadoras, y ahora aquí es donde iba a vivir.

El taxi se detuvo delante de una de las enormes casas. Tenía las paredes pintadas de blanco y marrón oscuro, y ventanas enormes de cristal que llegaban del piso al techo, por donde se podía vislumbrar trozos del interior innecesariamente, excesivamente iluminado, y una fuente que arrojaba agua en forma de cascada decorando la entrada.

Parado delante de las puertas abiertas de la casa se encontraba David, llevaba una camisa polo blanca, unas bermudas azul cielo y para mi sorpresa, zapatillas deportivas blancas.

«La verdad, pensé que sería el típico doctor estirado, serio hasta la muerte, de traje y ojos clínicos. Sorpresa agradable aquí, por una vez.»

Con una gran sonrisa que mostraba todos sus dientes y los brazos abiertos, fue bajando los pequeños escalones deteniéndose, esperando a mi madre.

Mamá caminó hasta llegar a él, en lo que yo y el taxista bajábamos las maletas del taxi, «gracias por la ayuda mamá», y se envolvieron en un abrazo muy acogedor. Esa escena me hizo sentir un poco incómoda y un poco molesta, así que aparté la mirada.

—Gracias por todo. —Pagué al taxista y le di una propina más que adecuada. Al fin de cuentas el hombre había aguantado toda la conversación unilateral de mi madre.

—Hola Carol. ¿Cómo estás? —Al voltear, David se encontraba delante de mí con los brazos abiertos, al parecer para un abrazo.

«Si, no estaba pasando.»

—Hola David. Todo bien, gracias. —Arrastrando mis maletas pasé por su lado, llegué a las puertas para pasar dentro y… wow ¡Menuda casa tenía! Se notaba el lujo y la elegancia hasta en las alfombras.

La sala de estar era más grande que mi antigua habitación y la de mi madre juntas. Las paredes blancas estaban decoradas con obras de arte de artistas famosos, los muebles eran de terciopelo dorado, ubicados delante de un gran televisor de pantalla plana que fácilmente podría pasar por una pantalla de cine. Casi todo el piso, que era de mármol blanco, estaba cubierto por alfombras aterciopeladas color champán.

Una gran escalera de madera que daba a un segundo piso estaba ubicada en un lateral de la sala. Más allá se podían distinguir unas pequeñas puertas que se encontraban a la mitad de la pared.

«Al parecer en esta casa todo era de color blanco, dorado, marrón y de madera. Seguro que detrás de las pequeñas puertas se encontraba la cocina.»

Por supuesto podía permitirse el lujo de que cada pequeñísimo adorno estuviera a juego con la cara de la Mona Lisa y la seda egipcia de las cortinas.

—Carol, tu habitación está en la segunda planta, junto con la de Alex. Déjame ayudarte a subir las maletas, por favor —ofreció David mientras quitaba las maletas de mis manos y subía las escaleras. Ahora me doy cuenta de que me había quedado enraizada en el umbral de la puerta, con la mandíbula floja y las piernas temblorosas.

—¿Te gusta la casa cariño? ¿No te parece muy bonita? —preguntó mi madre, mientras lo observaba todo con los ojos llenos de ilusión.

—Si mamá, es muy grande y elegante. Vaya, David sí que tiene dinero, ¿no? —En su cara se reflejó la pena mientras me tocaba el hombro.

—Carol, sé que es un cambio un poco brusco, y no se parece en nada a nuestro apartamento anterior, pero verás que con el tiempo te irás acostumbrando y luego esta será tu casa también. Además, David me dijo que si queríamos podíamos remodelar un poco, si hay algo que no te guste lo podemos cambiar... —Sin dejar que terminara de hablar le dije:

—Mamá, tranquila, me gusta tal y como está. No te preocupes, ya me adaptaré. —La interrumpí porque sabía que comenzaría a darme mil motivos para que aceptara la casa y me sintiera cómoda.

Pues la verdad es que en nada se parecía al pequeño apartamento donde vivíamos. Tuvimos que mudarnos de mi casa de la infancia, la casa de la abuela, porque con el salario de mamá no alcanzaba para pagarla, además de la comida, escuela y otros gastos. Fue otra de las cosas que tuve que dejar atrás, el lugar donde había crecido y el cual estaba lleno de recuerdos de papá.

—Lara, Carol, ¿suben? —preguntó David desde la parte superior de la escalera.

—Sí, ya vamos —respondió mamá.

Mientras subíamos no pude evitar darme cuenta y observar la cantidad de cuadros con fotografías de la familia Cox que se encontraban perfectamente organizados en la pared.

Fotos de Alex, el hijo de David, cuando pequeño, de él con su madre, los tres juntos, supuse, según me había contado mamá. Toda la familia Cox junta, había muchas personas en lo que parecía una fiesta de navidad. Alex ganando premios de natación, ciclismo, boxeo, con todo un equipo de fútbol que lo lanzaban al aire. 

«Vaya, era todo un deportista.»

Pero hubo una foto que me llamó la atención, era ligeramente más grande que todas las demás y se encontraba justo en el centro. Era una fotografía de David y su esposa el día de su boda, ambos vestidos de blanco, ella miraba a la cámara con una gran sonrisa repleta de felicidad y él la miraba a ella con cara de amor, justo como papá miraba a mamá.

Al voltear y ver detrás de mí me di cuenta de que mi madre también observaba la foto, pero no tenía cara de enojo o disgusto, todo lo contrario, sus ojos reflejaban nostalgia y tristeza. Sí, al igual que yo estaba recordando a papá. Suspiré.

Al llegar al último peldaño David miraba a mi madre con cara de pena y un poco de arrepentimiento.

—Lo siento Lara, no me había dado cuenta de que tal vez la foto te molestara, yo… —Su cara se había sonrojado ligeramente y la disculpa estaba reflejada en sus ojos.

—No te preocupes David, entiendo que tengas fotografías de Anna en la casa, yo también tenía fotos de Andrew por todas partes. Es algo que siempre va a estar con nosotros, lo tengamos reflejado en fotos o no. Déjala donde está, es una imagen hermosa. —Terminó diciendo con una sonrisa nostálgica. Mi pecho se hinchó con orgullo. Orgullosa de la madurez y confianza que emanaba mi madre.

—Bien, ¿cuál es mi habitación? —Interrumpí el ambiente decaído y triste que comenzaba a formarse a nuestro alrededor. No era buen momento para que nos visitaran los fantasmas del pasado.

—Claro, perdona, es la primera puerta. Antes era el gimnasio de Alex, pero le pedí que lo trasladara a la casa de la piscina, y contraté a una diseñadora de interiores para que lo decorara porque yo no tenía ni idea de que hacer —Pasó su mano derecha por el cuello apenado—. Espero te guste. —Y dicho esto abrió la puerta.

Mi habitación era una verdadera preciosidad, la que cualquier chica desearía, cualquier chica de tres años que aún tuviera un amigo imaginario llamado Charlie. 

Parecía que un unicornio se había desangrado hasta la muerte aquí, o que una bomba de purpurina y corazones había estallado justo antes de que entrara. El color rosa predominaba como un dolor de cabeza intenso.

Una enorme cama 'Queen' decoraba justo el centro de la habitación, con cortinas de encaje blanco y rosa suave rodeando los cuatro postes de la misma. Estaba cubierta con una manta de felpa blanca, y un ejército de almohadas decoraban el cabezal, y mucha más decoración rosa.

—¿Te gusta? Si quieres cambiar algo sin pena me lo puedes decir y vamos a comprar lo que tú quieras —dijo un David nervioso. El simple hecho de que se viera tan afectado, pendiente de una aprobación, nervioso por agradarme, me conmovió.

—No hace falta, me gusta tal y como esta. Gracias. —Le regalé una sonrisa para su tranquilidad, a pesar de que era demasiado para mi gusto. 

Me encantaba mi sencilla habitación en Boston con una cama personal, un armario pequeño y una mesita donde dibujaba, no necesitaba nada más. Pero tenía que hacer el esfuerzo de aceptar a David y así mamá pudiera ser feliz, aunque no fuera mutuo.

Mi madre y él se fueron a ver su habitación en el primer piso, que era la misma de David, por cierto. Era una realidad a la que me tendría que acostumbrar, mi madre durmiendo con otro hombre. Pero no ahora, no necesito las imágenes muy innecesarias en mi mente.

Comencé a sacar todas mis cosas de las maletas y colocarlas en su lugar correspondiente en mi nueva habitación. Ropa en el armario, mis cuadernos y bocetos de dibujo en el escritorio, mis zapatos debajo de la cama. Los viejos hábitos nunca mueren, ¿eh?

Miré a mi alrededor suspirando. Creo que nunca me adaptaré a esta nueva casa.

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