CAPITULO ONCE. EL PASADO.
No soporto el encierro en el estudio de mi padre, intento salir y uno de los chicos se interpone en mi camino, los nervios me traicionan poniéndome en guardia, sé quién es y “mi novio” también lo sabe.

¿Por qué coño no se da por vencido?

— ¡Anette, no salgas por favor! – suplica mi madre —. Dejemos que los hombres hagan su trabajo – sonrío mentalmente.

Mi madre se encuentra tan sujeta a mi padre que es incapaz de pensar por sí misma, no es que la critique, pero yo en cambio no puedo ser de ese modo y al mirar de frente al chico que me impide el paso hago lo propio.

— ¡O me dejas salir o pierdes el trabajo, niño – toma una bocanada de aire — ¿entonces? – doy un paso al frente y se retira.

— ¡Anette, por el amor de Dios! – chilla mi hermana —. Puede ser peligroso ¿no lo entiendes? – escucho, cayo y hago caso omiso a sus palabras.

Salgo del estudio y en efecto el movimiento es notorio, son más de tres. Ese es el número de los que tienen arrodillados, esposados y con la cabeza tapada
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