Capítulo 2 —Hospital—

Adréis, que venía detrás de su novia, presenció el impacto y la forma en que Mili daba girones en el aire y caía en la acera.

—¡Mili! —gritó Talía.

Todo pasó muy rápido. Tras el golpe, algunas personas detuvieron sus vehículos y en cuestión de segundos había una multitud rodeándola para socorrerla. Adréis marcó de inmediato el número de emergencia. Talía saltó hacia ella, lo primero que se le ocurrió fue tomarle el pulso, y al ver que su corazón todavía latía, dio voces desesperadas:  

—¡Por favor, Adréis, busca tu auto, no esperemos a la ambulancia, llevémosla nosotros al hospital!

—No es recomendable, Talía —respondió él guardando la calma—, no sabemos dónde fue su golpe, podemos empeorar su estado, es mejor que esperemos al equipo paramédico.

La ambulancia llegó a los pocos minutos. Dos sujetos apartaron a los mirones y con cuidado la montaron en la camilla donde Mili iba inconsciente. Luego tomaron la dirección al hospital más cercano.

—Fue mi culpa, si Mili muere todo es mi culpa —le decía mientras Adréis conducía su vehículo siguiendo la ambulancia.

—No te preocupes, mi amor, ella fue la que tomó esa decisión —le decía.

Cuando llegaron al hospital, ya Mili había sido ingresada por los médicos de guardia. Corrieron por los pasillos, buscando la oficina de información. Fue a través de una enfermera trasnochada y la recepcionista que supieron que su amiga estaba siendo intervenida en la sala de operaciones porque tenía la pierna derecha fracturada.

—Dios mío, no puede ser…

Adréis la sujetó y trató de calmarla, hasta que finalmente logró sentarla y entretenerla con una taza de té caliente. La operación duró cuatro horas. Esperaron impacientes en una sala pequeña donde una mujer taciturna barría, cada tres minutos, un piso reluciente. Sobre las piernas de Talía, el breve equipaje que Mili llevaba cuando salió molesta del apartamento. Notó que estaban sus cuadernos de notas y se sintió culpable. Revisó en su interior, en un bolsillo halló el cepillo de dientes, el pasaporte y el teléfono celular de Mili. ¿Cómo podría explicarle esto a los padres de su amiga? No lo pensó dos veces, introdujo la clave que ambas compartían y desbloqueó el celular. Encontró que un chat estaba abierto. Fue entonces que descubrió la conversación entre Mili y su madre. «No soporto su desorden», «es incapaz de lavar el plato donde come», «abusa de mi tiempo», quejas como estas llenaban largos diálogos en el W******p. Talía leyó la conversación una y otra vez, después quedó en un profundo silencio.

Le mostró aquellos mensajes a Adréis y le hizo saber que todo lo que Mili había escrito era muy cierto.

—No puedo continuar así —le dijo a su novio—, Mili está sufriendo por mi culpa, no me di cuenta de mi mal comportamiento y ahora mi amiga está en un quirófano de Francia. No sé qué tan gran grave puede ser.

Talía iba de un lado a otro sin contener su llanto, no sabía si informarles a sus padres, pero Adréis le aconsejó que no angustiara a sus familiares hasta tener el resultado de la operación. Las horas pasaban sin tener noticia de la salud y de la intervención de Mili. Adréis observaba su reloj, mientras que Talía observaba desde aquella ventana grande el centro de París.Todos sus recuerdos fluían como aguas de mar en su mente, la felicidad de alcanzar un sueño, los paseos por la ciudad, la promesa de cuidarse mutuamente, la

Île de la Cité en el corazón parisiense. Se dejaba trasportar en el valle de sus recuerdos cuando una enfermera se asomó por la puerta batiente.

—¿Los familiares de Mili Melchor?

Talía acudió de inmediato y la abordó directamente:

—¿Cómo está? Soy su amiga, su único familiar cercano. Sus padres viven en Estambul.

—Perfecto, señorita. Le informo que la chica sufrió una severa fractura de fémur, pero está fuera de peligro. Ahora debe guardar un largo reposo.

A Talía le alegró su alma aquella noticia.

—¡Gracias al cielo! —dijo abrazando a su novio.

La habitación 32 acogió a una Mili enyesada, adolorida, pero viva. Detrás de un ramo de tulipanes, entraron por la puerta Talía y Adréis. Mili se alegró de verlos; la verdad, en esos casi tres mil kilómetros que la alejaban de Turquía, Talía era lo más cercano a Estambul que había en esos momentos. Su amiga dejó el ramo de flores en un jarrón para dejar sus manos libres y tomar las de Mili.

—Perdóname… —dijo con un hilo de voz—. No he sido la amiga más solidaria este año. Pero te prometo que te cuidaré. Saldrás de esto, yo estaré a tu lado.

—Por favor, no le digas nada a mis padres.

—No sé si sea buena idea.

—Por favor, no quiero angustiarlos —insistió la chica. Su semblante no era bueno, se quejaba de dolor, su rostro acusaba una operación delicada—. Promete que esto quedará entre nosotras, al menos hasta que yo me recupere.

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