Acuerdo millonario
Acuerdo millonario
Por: Yubel Writer
Despido

Hija, prométeme que siempre cuidaras de tus hermanos…

¡Y por supuesto que lo haría!, por lo menos hasta que su cuerpo careciera de vida, cuidaría de sus hermanos hasta ese momento.

Cierra sus manos hasta convertirlas en puños, sintiendo la temperatura fría de ellas sobre su piel, eso quería decir que se encuentra nerviosa y asustada.

Su mano derecha se sitúa en la manilla de la puerta que la llevara a dos destinos, el primero que la echen de aquella empresa donde ha trabajado dos años de su vida al dejar el primer año de universidad por necesidad de mantener a su mamá, hermano pequeño y aquella hermanita que estaba por venir o la última opción que la dejen en su plaza pero bien que también le concedan el prestamos que necesita por lo menos para pagar la terapia de su hermano pequeño, sus tarjetas se encuentran al límite por las deudas que ha adquirido al largo de esos tres meses insoportables; primero la pérdida de su madre en aquel accidente automovilístico, su hermano con lecciones severas las cuales una de ellas es que si no se le aplica el tratamiento correspondiente no podrá volver a caminar como uno niño de su edad; su hermanita pequeña y ella fueron las únicas en aquel accidente donde no sufrieron graves lecciones, su pequeña hermana gracias a su mamá que le salvo la vida, tomando la suya como un alto precio y ella… ¡oh Dios!... ella había salido del auto al momento de chocar con aquel camión que se atravesó en su camino, aterrizando ella en los costales de arena de aquella constructora; al recobrar el conocimiento, su familia iba siendo transportada en una ambulancia, donde ella estuvo de pie por sí misma gracias a Dios, no había otra explicación.

Cierra sus ojos al tratar de serenarse, no querer de nuevo volver a las lágrimas y el llanto incontrolable que ha tenido desde entonces.

Si tan solo…

Inspira y exhala dos veces al volver a tener control en su respiración y sentimientos, sin que de nuevo las palabras que se repite todas las noches en vela al cuidado de su hermanita y hermano.

Fue mi culpa…

Vuelve de nuevo hacer el mismo proceso, inspirar y exhalar…al tranquilizarse de nuevo, en esos momentos debe de enfrentar a su destino no estar recordando cosas que para aquello tiene toda la noche en vela a cuidado de su hermano.

Con su mano izquierda ocasiona pequeños golpes en la puerta, que bien puede escuchar desde el otro lado un pase…

Abre la puerta, para entrar en el lugar, observando al hombre vestido de manera impecable atento a los papeles de sus manos.

—¿Qué paso Libi? — aquel hombre formula aquella pregunta esa voz ronca, capaz de hipnotizar a una región de mujeres.

No encuentra las palabras necesarias para decir algo, su garganta se encuentra seca y sus músculos inmóviles después de cerrar la puerta a su espalda.

—Si traes el café que te pedí, tendrás que disculparme Libi, voy de salida— lo anuncia aquel hombre al seguir prestando atención a sus papeles.

Había escogido el peor momento para tener un ataque de terror.

—¿Libi? — pregunta confuso aquel hombre al alzar su vista por no tener respuesta de su secretaría fiel… pero, ¿Quién demonios?

Su cuerpo está congelado y su mete de la misma manera encontrándose en blanco y sin tener posibilidades de escapar afuera de ese lugar.

—¿Quién eres tú? — pregunta confundido al haber llamado aquella mujer toda su atención, estaba seguro que era Libi con el café que le había pedido, pero parece que se ha equivocado.

—Yo…yo…yo….— comienza a balbucear nerviosa al sentirse intimidada por esa mirada dorada y al mismo tiempo perdida en las lagunas de aquel hombre.

—¿Tu, que? — pregunta al levantarse el asiento, ¿esa mujer que demonios hace dentro de su despacho?

Valor…

Eso necesita en esos momentos… ¡oh Dios ayúdame!... implora al cerrar sus ojos y tragar algo de saliva que pasa por su garganta.

—Mujer no tengo tiempo de perder mi tiempo, si necesitas algo, hacerlo saber a mi secretaria — informa al tomar los papeles y el abrigo del sillón giratorio donde estaba sentado.

¡oh no!

Suelta un gemido de desesperación que llama la atención de aquel hombre de ojos castaños.

—¿Vas a decirme a que viniste?— pregunta impaciente al acercarse hacia la mujer de estatura pequeña para él, le llega a la altura de su pecho, estudia con su mirada la figura de la chica, es delgada aunque no sabe cuánto ni como serán sus curvas a causa de la ropa holgada que lleva, aunque se imagina que debe de ser una de las tantas mujeres que ha visto sin curvas y sin chiste alguno, ese traje que tiene no le sienta nada bien, sus piernas están cubiertas por la falda que lleva solo dejando ver sus talones, y el cabello negro como la noche se encuentra sujeto por una coleta poco favorable para ella, una mujer que parece ser que ningún hombre perdería el tiempo de cortejarla, una mujer para dejarla en una habitación de cuatro pareces encerrada el resto de su vida y si alguien se fija en ella sería muy afortunada, ya que él no perdería el tiempo con una mujer con un cuerpo que no se compara con las modelos que sale debes en cuando.

—Bueno como no tienes nada que decir… con permiso— anuncia al caminar a su lado, aunque el olor que captan sus fosas nasales es algo nunca antes… captado por él, jazmín con un aroma dulce algo que todavía no puede reconocer.

—Por favor…— escucha un susurro que logra distraerlo de los olores.

—Oh vaya, ¿Entonces si hablas? — pregunta burlonamente al embozar una sonrisa.

—¿Podría escucharme unos minutos? — pregunta en un murmullo al bajar su vista a sus manos entrelazadas encima de su estómago.

—¿Podrías ser rápida?, tengo asuntos que atender— responde fríamente al no comprender a esa mujer que le hace perder el tiempo.

—Me llamo Cristina Lennox, y trabajo para usted en la planta principal como secretaria, son la que recibe las llamadas de los clientes y las traslada a las oficinas correspondientes— explica nerviosamente.

—¿La misma chica que han reportado continuamente que ha faltado mucho? —pregunta de esa manera distante y peligrosa.

—Si, pero…—

—¿Esa misma chica que hay quejas una y la otra de que no hace bien su trabajo por culpa de un bebé? — continua con el mismo tono de voz.

—Si, pero…—

—No se ha que has venido si bien esta mañana te habrá llegado tu carta de indemnización — recuerda el mismo haber firmado aquello para proceder con la baja de la señorita Lennox.

—Es que necesito el trabajo — murmuraba la joven al alzar sus ojos y posarlos en aquellos castaños.

—Si lo necesitara no sería tan irresponsable en él — le recuerda.

—Señor Spencer…—

—Si lo necesitara dejaría a su hija en una guardería — la vuelve a interrumpir— y como no hay nada que discutir, perdió su tiempo señorita Lennox, por favor abandone las instalaciones lo antes posible — concluye al abrir la puerta de su despacho, sin ver el rostro de la mujer a sus espaldas.

—Señor Spencer…— murmura en un ruego.

—Lo más que puedo hacer es darle una carta de recomendación — ofrece al girarse y ver aquellos ojos marrones tan expresivos, pero a su vez sin llenos de vida.

Asiente en silencio un si al sentirse internamente destrozada, controlando la emoción que parece que en su vida ha reinado desde hace tres meses atrás, la tristeza, soledad y desesperación por salir a delante.

—Muchas gracias señor Spencer…— susurra débilmente al cerrar sus ojos y salir del lugar sin tocar a aquel hombre.

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