Capítulo 2 El origen del Caos

—¡Cat! ¡Corre! !Cat!

—Thomas —los gritos de Thomas la regresan a la realidad. Sintiendo el bombeo de su corazón en los oídos, busca con la mirada  y lo ve liderar un grupo que lleva al menos veinte personas camino a los  túneles, corre en dirección a él y llega en cuestión de segundos.  “No puedo perderlo, no puedo perderlo”

—¿Y Lizzie? —le pregunta la joven mientras recupera el aliento con  las manos apoyadas en las rodillas.

—No lo logró. Me abrió paso, pero la desgarraron antes de que pudiera  volver.

Lizzie está muerta ¡Mierda! ¡Mierda!

El ruido de los disparos y los gritos no da tregua. Jenkins trata de  mantener a tanta gente viva como puede, pero con los Originales es solo  cuestión de tiempo antes de que todos mueran. Él y Owen, su mano  derecha, están divididos en flancos tratando de mantener contenida la  situación y alejados de la base. Mira en dirección al segundo camión y  ve cómo una de las criaturas desgarra el abdomen y cuello de uno de sus  soldados más antiguos. Lizzie. Un gruñido brutal escapa de la garganta  del hombre mientras corre de nuevo a la batalla.

—Llévalos a los túneles Cat, voy por Rheena, logró ocultarse debajo de  uno de los buses —dice el joven, mientras se acomoda rifle nuevamente  en la espalda.

—¡No! ¿Estás loco? —exclama exaltada Catarina sujetándolo por el  hombro. “No puedo perderlo”, seguía gritando su mente. Estaba por  arrastrar a Thomas por la camisa para alejarlo del lugar cuando un gritó  los deja inmóviles.

—¡Auxilio! ¡Por favor alguien! —la voz de una niña silencia el lugar. No es común encontrar niños con vida. En general, son los primeros  en morir, bien sea asesinados o por hambre, hace años que no tienen  la oportunidad de salvar a uno. Como si toda la inocencia estuviera  erradicada del planeta. La niña no tendrá más de diez años, piel morena  y cabello rizado negro. Una de las criaturas está desgarrando a una mujer  morena frente a ella, su madre seguramente. Los disparos de Jenkins  dieron sin fallar en la cabeza del Original, obligándolo a retroceder, pero  sin matarlo. El hombre avanza, a enfrentar a la bestia, cuerpo a cuerpo,  todo con tal de mantenerlo alejado de la niña.

—No lo va a conseguir solo —dice Thomas con la voz angustiada—. Sabes que tengo que ir Cat, mira a tu alrededor, todos están muriendo o  tratando de no hacerlo.

Antes de que pueda siquiera contestar, Thomas corre en dirección a  la pequeña niña. El corazón de Catarina se detiene, ve a la gente que  depende de ella para salir de ahí y mira a Thomas correr en dirección a  las fauces del Original. No había que pensarlo dos veces.

—Sigan derecho, sin doblar, dos kilómetros ahí los estarán esperando.  ¡Andando! —les dice mientras como siempre, corre tras él. Siempre  correrá tras él, no importa qué tan peligrosa sea la situación. “No puedo perderlo, no puedo perderlo”

Jenkins arranca la cabeza a un Original de un solo movimiento de su  filosa espada, el hombre es un remolino de cortes y atajadas. Sus ropas  están cubiertas de sangre roja y negra. Con ese son cuatro los caídos.  Thomas llega al lugar, aprovecha la distracción que Jenkins le brinda  para levantar a la niña en brazos. Catarina los ve y algo de tranquilidad  se apodera de su pecho, pero solo le dura pocos segundos. El pánico  invade cada poro de su cuerpo. Con un rápido movimiento Thomas baja  a la niña, la coloca detrás de sí apuntando el rifle hacia arriba y dispara  sin descanso. Catarina levanta la vista en busca de la amenaza y ve al  enorme Vampiro volar directo a él. Un corrientazo corre por sus venas,  sin pensarlo se avienta en su dirección gritando su nombre. Apunta su  rifle y le dispara pero es inútil.

El mundo queda en silencio. A su alrededor, con horror observa cómo  la bestia clava sus enormes dientes en el cuello delgado de Thomas,  arrancando un gran pedazo de carne. La sangre corre sin mesura a través  de la boca de la criatura, ella grita, como nunca antes había gritado, siente  su rostro cálido y sus piernas débiles. La pequeña niña cubre sus ojos  y se sienta desconsolada en el suelo. Con el rostro lleno de lágrimas,  Catarina desenfunda el cuchillo de su cinturón y salta en dirección a la  criatura. Sabe que está siendo imprudente y quebrantando las normas,  pero nada le importa. No le importaría caer junto a él. Aterriza sobre la  espalda del Vampiro, su piel rugosa se siente áspera en sus manos, pero  se aprieta fuerte con sus piernas para evitar que las alas la tumben, clava  la hoja una y otra vez en la base del cuello. Horribles chillidos salen de él,  mientras que la sangre negra y putrefacta mancha el rostro de Catarina.  Sigue apuñalando hasta que la criatura cae muerta a los pies de la joven,  soltando el cuerpo de Thomas. Está cubierta de sangre de pies a cabeza,  pero no parece notarlo, sus ojos están fijos en el cuerpo de su amigo.  Se arrodilla junto a él, su hermano y compañero. Intenta hacer presión

sobre la herida, pero por más que se esfuerza la sangre no deja de salir.  Su cuerpo se estremece hasta que queda completamente quieto. La vida  ha abandonado sus ojos que quedaron abiertos mirando el cielo negro  que los cubre. En ese instante algo se rompe dentro de ella. Algo tan  fundamental, que sabe que no habrá vuelta atrás.

Se prepara para lo que tiene que hacer a continuación. El Vampiro no se  bebió toda su sangre, si lo deja así Thomas se volverá uno de ellos. Jamás  hubiese querido eso. Conteniendo las lágrimas se pone de pie frente a él  apuntando el rifle a su cabeza, al rostro que por tantos años le sonrió, le lloró,  la amó. Sin permitirse pensarlo mucho y cerrando los ojos, dispara. El sonido,  se aferra a ella, a sus huesos. “Después habrá tiempo para sufrir. Después”.

Entierra muy profundo todo aquello, no puede derrumbarse ahí. Agarra  a la pequeña niña de la mano y corre sen dirección a los túnele sin mirar  atrás, corre rogando poder estar a solas, corre para poder llorar a Thomas.  Sin detenerse, poco a poco los disparos y gritos van quedando atrás. No  puede escuchar nada. No puede alejar de su mente los ojos café de Thomas  sin vida. Levanta la vista y nota que ha llegado, la escotilla está abierta y  uno de sus compañeros le indica a los nuevos que bajen deprisa. Un grupo  se encarga de acomodarlos, brindándoles agua, comida y algo de ropa.

El dolor comienza a abrirse paso, las grietas en su mente se van  resquebrajando una a una, aquellas paredes que le tomó años crear, se  están derribando de repente. Avanza lo más rápido que puede al pequeño  cuarto que ha sido suyo por los últimos doce días y se encierra, dejándose  caer en el suelo y en la oscuridad de su soledad rompe en llanto. Un llanto  desgarrador, un llanto que no es solo por Thomas, sino por sus padres.  Llora de manera incontenible hasta que sin poder evitarlo se queda  profundamente dormida, en el suelo, cubierta de la sangre de su amigo.

Los golpes en la puerta la despiertan. Su cuello adolorido, con terribles  punzadas le reclama la mala postura de la noche, la sangre de su cuerpo  y ropa está seca, lo que indica que durmió por horas. Abre la puerta, del  otro lado Amy, una joven que ha visto en ocasiones con Thomas, la mira  con ojos desorbitados. “Así de mal me veo”. La expresión de la chica se  suaviza un poco con una sonrisa cargada de lástima. “No es su culpa, no  es culpa de nadie”, se dice haciendo un esfuerzo para contener la ira que  le desborda por cada poro.

—Sé que estarás cansada y querrás estar sola, pero Jenkins quiere verte  —dice la mujer mirándola sin disimulo de arriba a abajo. “Vaya, eso sí es una novedad”.

—¿Sabes de qué se trata? —pregunta Catarina, ignorando las miradas  que le lanza Amy a su ropa, su cara y su cabello enmarañado.

—No, solo me pidió que te dijera que lo vieras en las bóvedas. —Esta bien me cambio la ropa y bajo enseguida —responde mientras  empieza a cerrar la puerta cuando Amy coloca la mano para impedirlo. —Siento mucho lo de Thomas —dice en un tono sincero, que hace que  el dolor de Catarina se retuerza en su interior y sus labios se aprietan en  una línea recta.

Traga en seco y cierra la puerta sin decir nada. Puede sentir el ardor de  las lágrimas en sus ojos, luchando por salir libres. Respira profundo y las  reprime. Llorar no lo traerá de vuelta. Se despoja de la ropa manchada de  sangre, luego se baña y se restriega hasta que la piel arde en respuesta, se  viste con un pantalón negro y suéter blanco. Acomoda su cabello y sale al  encuentro con Jenkins en las bóvedas.

Lo más cercano que la resistencia tiene de una cárcel o calabozo son  las bóvedas, están en el nivel más bajo del refugio, el aire es pesado y  huele extraño.

Catarina baja el último escalón con la respiración agitada, enciende la  linterna y camina hasta el fondo del lugar. Puede ver la figura imponente  de Jenkins, junto a él dos hombres y una mujer. Owen, Alex y Ruth.  Todos con la vista fija en algo frente a ellos. La joven se acerca un poco  más en silencio y al notar el destino de las miradas, queda congelada. A  los pies de ellos, el cuerpo amarrado de un Original y un Convertido. Los  dos inconscientes.

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