Capítulo 1

Akila Dankworth

Despierto escuchando gritos, seguidos de toques en la puerta. Abro los ojos con pereza, y noto que estoy en mi habitación, no sé cómo acabé aquí. Lo último que recuerdo es que estuve en el sofá... y me quedé dormida mientras lloraba; maldigo entre dientes, al escuchar la puerta de la habitación ser tocada de nuevo.

Mis hermanas pueden llegar a ser bastante fastidiosas, aún más desde lo que ocurrió con papá. Suelto un pesado suspiro. Me levanto ignorando los golpes y gritos fuera de mi alcoba. Ojalá Seth se las llevara, sería mejor para mí y para ellas.

Entro al baño irritada y me lavo la cara. Me miro en el espejo notando las ojeras que la falta de sueño han dejado bajos mis ojos, nunca había pensado que perder a un ser amado dolía tanto. Pero luego de experimentarlo en carne propia, puedo confirmar que es una de las peores circunstancias que una persona puede atravesar. Es como si un puñal te atravesara, y dejara una herida abierta en tu corazón que jamás cerraría, solo seguiría doliendo hasta poder ignorar que seguía allí.

La muerte de mi padre nos afectó mucho a las tres, y sigue afectándonos. Pero, mis hermanas a diferencia de mí, no lloran o sufren en silencio, ellas se dedican a molestarme; salir de fiestas y traer chicos a casa. Cosa que me molesta pero no digo nada al respecto, no quiero más problemas de los que ya tengo.

Dejo de pensar en eso y entro en la ducha, paso el jabón por mi cuerpo varias veces, y luego de enjuagarme salgo envuelta en una toalla, quiero ir a buscar algunos libros a la biblioteca. Después de todo, aunque ya me he graduado, no significa que estaré sin hacer nada, ayudo en casa tanto como puedo, y el resto; me dedico a leer para olvidarme de todo, aunque a veces no es tan fácil.

Salgo de mi habitación después de vestirme con unos blue jeans, una camiseta verde militar y unos tenis. Siempre he pensado que tengo un estilo un tanto simple, pero me siento cómoda, y es lo que importa.

Escucho la voz de Giana en la cocina por lo que me dirijo allí sin mucho ánimo. Una expresión de seriedad surca mi rostro al ver a mi hermana mayor abrazada a un chico sobre la mesa. Resoplo mirándola y ella al sentir mi mirada, gira su cabeza chocando sus ojos negros con los míos, su expresión se crispa en molestia al verme entrar, y con una seña me ordena que me vaya.

Bufo saliendo de la cocina, y al llegar a la sala puedo ver que Cecilia está mirando la televisión cómodamente. Esta al verme me mira mal y yo decido irme a la biblioteca, es lo mejor que puedo hacer si no quiero que me griten.

Salgo de la casa en dirección a la biblioteca que no queda muy lejos de aquí, y en el camino me encuentro con algunas de mis antiguas compañeras de instituto, quienes me dan sus condolencias por la muerte de mi padre. Yo no salgo mucho, por lo que seguramente al enterarse no pudieron hablar conmigo.

Dentro de todo, sigo sintiéndome mal, como si estuviera sin rumbo, sin un propósito de vida. Eso es lo que pasa cuando ya todas tus esperanzas se reducen a nada, y todo lo que tienes en tu vida es la incesable sensación de soledad de la que nadie es inmune.

Me dedico a apresurar mis pasos hasta llegar a la biblioteca, donde saludo con amabilidad a la chica que me atiende. Tomo algunos libros de las estanterías, más específicamente, libros que no he leído y se han quedado en mi lista para hacerlo. Me siento en una de las mesas de la biblioteca e ignorando el hambre por no haber desayunado, paso el día entero aquí.

 

Cuándo menos lo espero el atardecer comienza a asomarse en el cielo, por lo que tomo algunos clásicos, y sin más firmo una ficha donde prometo entregarlos en una semana. Salgo de la biblioteca bajo la mirada atenta de algunas personas, y un chico se pone en mi camino. Arqueo las cejas pegando los libros a mi pecho, y la mirada de aquel joven me atraviesa.

—Nunca te había visto por aquí —menciona con amabilidad, su voz es suave y cálida.

—Vengo una vez a la semana—aclaro confusa, por su declaración.

—Eres muy bonita, me llamo Amin.

El rubio, extiende su mano en mi dirección y yo la tomo dudosa.

—Yo Akila, ya debo irme.

El joven asiente dándome espacio para pasar, y yo vuelvo mis pasos hacia mi casa. Donde al llegar, me espera una situación para nada agradable.

Observo fijamente a mis hermanas, quienes me esperan a un lado de la puerta. Estas al verme entrar se acercan a mí, dándole una mirada rápida a los libros en mis manos, y seguido de ello Gianna los lanza al suelo sin darme tiempo a reaccionar.

Mis ojos se abren con sorpresa al ver como los patean a un lado, y un chillido escapa de mis labios.

—¿¡Qué hacen?!

—Lo necesario para que dejes de ser una rata de biblioteca —suelta Cecilia con veneno en su tono.

Sus miradas demuestran todo el odio que llevan dentro. ¿Qué las hace tratarme así? Yo sé que debajo de todo eso, existe un intenso dolor, por qué las personas siempre buscan una forma de sacarlo. Algunas lo demuestran llorando, otras riendo, y otras haciendo daño; para ignorar que ellos mismos tienen heridas que sanar.

—No necesitan hacer eso —digo con el ceño fruncido, agachándome para recoger los libros. Pero ellas me lo impiden, agarrándome por el cabello.

—Si no serás como nosotras, no podrás seguir en esta casa.

—¿Cómo ustedes? —repito incrédula, con el enojo burbujeando por todo mi cuerpo—. Primero muerta a ser como ustedes —respondo, expectante a sus reacciones.

Giana se pone roja, con la rabia contenida en su mente, mas Cecilia no lo piensa dos veces antes de tomarme por el cabello y llevarme hacia la puerta.

Chillo por el brusco movimiento, y lágrimas se forman en mis ojos mas no me permito soltarlas. Después de todo, yo no soy débil, de eso es lo único que podía estar segura.

—Si no vas a obedecer, entonces… No volverás a poner un pie en esta casa —me grita antes de lanzarme fuera de la casa.

Mis rodillas chocan con el suelo bruscamente, y las lágrimas que había retenido salen libremente mojando mi rostro. Cierro mis ojos con pesar, sintiendo como todo mi mundo se viene abajo; todo el dolor que estaba sintiendo se intensifica al verme fuera de mi casa, en el suelo.

Los minutos pasan, y yo decido irme. Después de todo, no tengo más nada que hacer aquí. No tengo idea a dónde ir, pero debo apresurarme si no quiero que me golpeen las locas.

Camino sin un destino fijo, mientras mis piernas arden por el cansancio acumulado. Las bolsas violáceas bajo mis ojos empiezan a notarse cada vez más, mis pasos se mueven con lentitud por las calles observando cada centímetro a mi alrededor. La tristeza comienza a llenarme, mientras las lágrimas se hacen otra vez presentes en mis ojos, el dolor en mi pecho se acentúa conforme avanzo, y solo quiero volver a casa, y fingir que todo está bien. Me gustaría pensar que mi padre aún está con nosotras, que mis hermanas... no me odian, pero la cruda realidad es que sí lo hacen, y mucho.

Cosa que me entristece y me hace preguntarme ¿Cuándo mis hermanas se convirtieron en eso?

No tengo la respuesta, y no la tendré ahora que estoy lejos de ellas.

Las frías calles de El Cairo, capital de mi país me reciben. La oscuridad de la noche me atemoriza, sin embargo, no me permito entrar en pánico. Inhalo, y exhalo, intentando calmarme y veo como alguien pasa a mi lado con rapidez. Fijo mis ojos en la señora de unos sesenta años, quien al notar mi presencia se detiene a una distancia considerable.

La miro con recelo abrazándome a mí misma, y ella me observa compasiva.

—¿Qué haces aquí sola a estas horas niña? —cuestiona mirando a los lados.

—No tengo a donde ir —susurro dudosa.

No se veía como una mala persona, pero tenía mis dudas.

—¿Cómo te llamas?

—Akila.

—Bien Akila. ¿Qué te parece si te ofrezco un empleo? Estoy buscando chicas para trabajar, así tendrás donde quedarte y un sueldo con el que vivir.

—¿Por qué quiere ayudarme? —espeto con nerviosismo, no me fío ni un poco de nadie. No, no ahora.

—Solo quiero ayudar. Pero si no quieres, no hay problema... yo volveré a...

—Espere. —La detengo al ver como se da la vuelta para irse—. Sí. Iré con usted —respondo dado un paso hacia adelante.

Una amplia sonrisa se posa en sus labios mientras, yo siento los nervios revolotear por mi estómago.

—Sígueme. Puedes confiar en mí.

—Yo no confío en nadie, señora. Pero no tengo otra opción—aclaro observándola.

Sus ojos castaños me miran con fascinación, mientras que comienza a caminar a quien sabe dónde.

La verdad no quiero saberlo, no tengo confianza en nada, por lo que debo ser cautelosa, y no arriesgar más de lo necesario, ya de por sí, estaba en la calle. No tengo a nadie, así que lo mejor es aceptar su propuesta, tal vez así tendría un mejor futuro, que el que me esperaba en las calles.

Suelto un suspiro sacudiendo la cabeza para evitar los malos recuerdos, y unos minutos después. Altos muros se alzan frente a nosotros haciéndome levantar la mirada, mi boca se abre en una gran O mientras las palabras parecen quedar atoradas en mi garganta.

—Esto es...

Miro a la señora quien me sonríe levemente y veo como los guardias la dejan pasar.

—¿Estamos en el...?

—En el Palacio Real. Sí Akila, ahora trabajarás en la cocina del palacio, te enseñaré todo lo que deberás saber.

Lágrimas se forman en mis ojos, y una sonrisa de agradecimiento se alza en las comisuras de mis labios.

—Muchas gracias señora...

—Soy Milah, bienvenida al palacio Akila.

La sorpresa se abre paso por mi sistema una vez que nos adentramos al palacio. El lujo que desprende el lugar me deja anonadada, mientras nuestros pasos se mueven por el lugar.

Los candelabros en las paredes le dan un aspecto tenebroso y oscuro, mientras que la alfombra color rojo bajo nuestros pies me hace recordar que aparte de la elegancia y rigor que está disperso por el lugar, aquí vive la realeza. El faraón, la gran esposa real, su hijo el príncipe heredero, y sus dos hermanas gemelas. Conozco muchas cosas que los libros y noticias me proporcionaron, sin embargo, estar en este lugar... es otro nivel.

Acomodo ligeramente mi cabello negro corto, y la señora frente a mí me da una mirada extrañada.

—Es una peluca ¿cierto? —cuestiona mirándome fijamente.

Me debato entre decirle la verdad, y termino negando con la cabeza. Aquí en Egipto, la mayoría de las mujeres usan pelucas, con joyas y adornos, sin embargo, a mí nunca me han gustado, me encanta mi cabello, y no planeo raparlo.

—Lo parece. No lo comentes con nadie.

Asiento de acuerdo y Milah me guía hacia la gran cocina real, los mesones e implementos de cocina entran en mi campo de visión mientras la señora inspecciona todo.

—Caballeros y señoritas, ella es Akila. Será la nueva integrante de los empleados, espero la traten bien y le ayuden en su aprendizaje.

Todos asienten obedientes y continúan con sus actividades. La señora Milah se acerca a mí nuevamente y, yo me quedo atenta a sus órdenes.

—Te enseñaré tu habitación, y te explicaré cual será tu tarea aquí —dice antes de girarse.

 La sigo sin rechistar y ambas nos movemos por el palacio hasta llegar a una puerta pequeña. Al entrar puedo vislumbrar una pequeña habitación con espacio para una cama y una mesa de noche, al lado de estas, casi pegada se halla una puerta, la cual ella menciona que es el baño.

Asiento a todas sus explicaciones y finalmente, pasa a lo importante.

—Tú te encargaras de servir a la familia real, llevarás su comida, junto con algunos empleados. Debes ser cuidadosa y elegante para no enfadarlos.

Mi mente se queda en blanco al escucharla, preguntándome por qué me darán una tarea tan importante y peligrosa.

—Pero... soy nueva... ¿Por qué serviré...? ¿Por qué eso? —cuestiono con el ceño fruncido.

—Porqué ya yo estoy vieja, y necesito que me suplas, además de que eres una chica preciosa, seguro serás bien recibida.

Aprieto los labios y le doy un asentimiento, ese hecho comienza a llenarme de nervios.

¿Cómo te preparas para estar frente a la realeza cuatro veces al día? Y con la pinta de loca que tengo...

—Te daré todas las indicaciones, sobre la cama está tu uniforme. Deberás estar despierta a las seis de la mañana para asearte y servir el desayuno a las siete y treinta, la alarma ya está programada.

Asiento otra vez y creo que ella puede notar mi expresión de terror, dado que se acerca poniendo sus manos en mis hombros.

—Tranquila, todo saldrá bien. Solo tengo una advertencia, y debes tomarla en cuenta si quieres seguir en el palacio.

La confidencialidad y temor en su tono de voz me asusta, trago grueso asintiendo invitándola a continuar, sin embargo, ella mira a la puerta antes de eso.

—Nunca repliques, el príncipe no es una persona amable. De la familia real, él es el peor; debes evitar molestarlo, responderle. Mantente callada, y sumisa, y todo estará bien.

Asiento sin más y observo como ella sale de la habitación, que parece más un baño por lo pequeña que es, apenas se puede caminar. Pero es mejor esto a nada, después de todo debo estar agradecida de tener un techo bajo el cual dormir.

Estoy en el palacio y por lo que me dijo Milah, no será una estadía fácil. Empezando con qué debo mantenerme callada, cosa que no me agrada. Yo soy un ser libre, mi madre siempre me enseñó a expresar mis pensamientos, recuerdo como ella me enseñaba a ser una persona fuerte, alegando que yo lo era, aunque aún no logre creerlo.

Me siento en la cama, cerrando los ojos intentando recordar a mi madre. Su rostro nunca desaparecerá de mi mente de ninguna manera, ella fue, es y seguirá siendo mi ejemplo a seguir.

La mano de mi madre pasa por mi cabello en una tierna caricia, mientras yo sigo mirando el libro en mi regazo, las letras son algo fascinante para mí.

—Akila. ¿Sabes porque me gusta tu nombre?

Niego con la cabeza, mirándola con los ojos brillosos.

—Tu nombre, significa "inteligente". Por qué tú querida niña, serás muy inteligente y sorprenderás a todos con ello.

—¿Cómo sabes eso?

—Solo lo sé. Además, los nombres tienen gran impacto en la vida de cada persona. Por eso, elegí un nombre que te identifiqué como lo que eres.

Asiento contenta y continúo aprendiendo las letras, que me gustan mucho.

Suelto un resoplido saliendo de mis recuerdos, y me acuesto sintiendo mi cuerpo agotado, mis fuerzas ya se han acabado, por lo que me veo cayendo en un profundo sueño del cual no quiero despertar.

«────── « ⋅ʚ♤ɞ⋅ » ──────»

Despierto por el sonido del despertador a mi lado, abro los ojos con irritación por el agudo sonido y estiro mi mano apagándolo, tal cual como me dijo Milah, son las seis am, lo cual significa que hoy empieza mi trabajo en el palacio. Los nervios comienzan a hacer de las suyas mientras me levanto para dirigirme al baño, me doy una ducha rápida y tomo el uniforme dándole un vistazo. Arqueo las cejas al ver que consiste de una falda color azul marino, que parece de profesora de escuela, más una camisa pegada al cuerpo color rojo, de mangas largas y una corbata del mismo color de la falda. Me lo pongo notando que es demasiado formal para mi gusto pero termino aceptándolo sin tener otra opción, me calzo los tacones bajos luego de las medias oscuras y peino mi cabello negro hasta que queda perfecto.

Respiro un par de veces antes de salir de la alcoba y el frío en los pasillos me hace frotarme los brazos levemente.

Me dirijo por el camino en el que vine la noche anterior, si mal no recuerdo, por aquí quedaba la cocina....

Entro al lugar y sonrío al ver que acerté, y aunque este lugar es gigante, tal vez no me pierda tan seguido.

Busco con la mirada a la señora Milah, y al encontrarla me acerco a ella bajo la atenta mirada de las empleadas. Cabe aclarar que la mayoría son mujeres.

—Estoy lista —menciono nerviosa.

—Quita esa cara de horror querida, solo haz lo que te ordene.

Asiento plasmando una expresión de seriedad en mi rostro y ayudo en la preparación del desayuno. No es algo muy complejo, pero son muchas cosas, desde tostadas hasta panecillos, tortas y bebidas de diversos sabores.

Mis manos comienzan a temblar cuando se hace la hora de llevarlo hasta el comedor real, y la señora Milah me da una mirada de soslayo. Claro que sé qué significa eso, pero no evita que me sienta nerviosa, son muchas emociones. Por qué pasé de estar en la calle, a servir a la familia real.

¡Cosa de locos!

Tomo la gran bandeja principal y varios empleados toman las demás ayudándome, respiro hondo y la seriedad cubre mis facciones.

«Debo ser profesional... debo ser profesional...» Me repito antes de caminar hacia la puerta del comedor, donde Milah la abre y me guía a través de los corredores.

Mis nervios aumentan, cada vez más conforme avanzo y al llegar al comedor, abre las puertas de golpe sin darme tiempo a prepararme.

Me adentro sin mirar a nadie, sigilosa, mientras los demás me siguen, tal como me lo indicó Milah, me acerco a la mesa y bajo la mirada atenta de la familia real, pongo la bandeja en el centro. Tomo una bandeja que me tiende una de las chicas, pero está con una jarra de jugo, esta va enfrente del príncipe, por lo que alzo los ojos para buscarlo con la mirada, mi respiración se corta, y todos los nervios que tenía minutos atrás, se acentúan al verlo.

Sus ojos grises me escudriñan con profundidad, mientras la seriedad surca sus varoniles facciones, nunca lo había visto, pero puedo decir que es el hombre más hermoso que he visto en mi vida.

Un carraspeo me saca de mi ensoñación por lo que desvío la mirada hacia lo que estaba por hacer, llevo la bandeja hacia donde se encuentra el príncipe para ponerla en su respectivo lugar, pero esta se resbala de mis manos haciendo que el contenido caiga sobre él.

Mi rostro palidece y mis ojos se van directo a los suyos, los cuales me miran con seriedad. Ahora sí... creo que estoy en problemas.

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