Prólogo

Mis piernas arden por el cansancio acumulado, las bolsas violáceas bajo mis ojos empiezan a notarse cada vez más, mis pasos se mueven con lentitud por las calles observando cada centímetro a mi alrededor. La tristeza comienza a llenarme, mientras las lágrimas se hacen presentes encharcando mis ojos, el dolor en mi pecho se acentúa conforme avanzo sin rumbo alguno. Solo quería volver a casa, y fingir que todo estaba bien. Me gustaría pensar que mi padre aún estaba con nosotras, que mis hermanas... No me odiaban. Pero… La cruda realidad era que si lo hacían y mucho.

Cosa que me entristece y me hace preguntarme ¿Cuándo mis hermanas se convirtieron en eso?

No tengo la respuesta, y no la tendré ahora que estoy lejos de ellas.

Las frías calles de El Cairo, capital de mi país me reciben. La oscuridad de la noche me atemoriza, sin embargo no me permito entrar en pánico. Inhalo y, exhalo intentando calmarme y veo como alguien pasa a mi lado con rapidez. Fijo mis ojos en la señora de unos sesenta años, quien al notar mi presencia se detiene, a una distancia considerable.

La miro con recelo abrazándome a mí misma, y ella me observa compasiva.

—¿Qué haces aquí sola a estas horas niña? —Cuestiona mirando a los lados.

—No tengo a dónde ir —susurro dudosa, no se veía como una mala persona, pero tenía mis dudas.

—¿Cómo te llamas?

—Akila.

—Bien Akila. ¿Qué te parece si te ofrezco un empleo? Estoy buscando chicas para trabajar, así tendrás donde quedarte y un sueldo con el que vivir.

—¿Por qué quiere ayudarme? —espeto con nerviosismo, no me fío ni un poco de nadie—. No, no ahora.

—Solo quiero ayudar. Pero si no quieres, no hay problema... yo volveré a...

—Espere. —La detengo al ver como se da la vuelta para irse—. Sí. Iré con usted —comento, dando un paso hacia adelante.

Una amplia sonrisa se posa en sus labios, mientras yo siento que los nervios revolotean por mi estómago.

—Sígueme. Puedes confiar en mí.

—Yo no confío en nadie, señora… Pero no tengo otra opción —aclaro observándola.

Sus ojos castaños me miran con fascinación, mientras que comienza a caminar a quien sabe dónde.

La verdad no quiero saberlo, no tengo confianza en nada. Por lo que debo ser cautelosa y no arriesgar más de lo necesario, ya de por sí, estaba en la calle. No tengo a nadie, así que lo mejor era aceptar su propuesta, tal vez así tendría un mejor futuro que el qué me esperaba en las calles.

Suelto un suspiro sacudiendo la cabeza para evitar los malos recuerdos y, unos minutos después, altos muros se alzan frente a nosotras haciéndome levantar la mirada. Mi boca se abre en una gran O, mientras las palabras parecen quedar atoradas en mi garganta.

—Esto es...

Miro a la señora, quien me sonríe levemente y veo como los guardias la dejan pasar.

—¿Estamos en el...?

—En el Palacio Real, sí Akila. Ahora trabajarás en la cocina del palacio, te enseñaré todo lo que deberás saber.

Lágrimas se forman en mis ojos, y una sonrisa de agradecimiento se alza en las comisuras de mis labios.

—Muchas gracias señora...

—Soy Milah, bienvenida al palacio Akila.

Y así, sería el comienzo de una nueva vida. De eso estaba segura.

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