La propuesta

Después de los dieciséis años, la joven se ganó el apodo de: la rebelde e irreverente, Katherine Deveraux. Todos compadecían al padre por tan atolondrada hija, que lo tenía siempre con el alma en un hilo. Dos veces se escapó de casa, por desgracia para ella y por fortuna para Anna Collins, su padre logró dar con su paradero en ambas ocasiones. La última vez terminó localizándola, trabajando en una zapatería en otra ciudad a cinco horas de donde vivían.

Guillermo amenazó con demandar al empleador por violar la ley y darle trabajo a un menor de edad sin permiso de su padre. Aquello la hizo avergonzarse a morir, a Dios gracias, no volvería a ver a su jefe ni compañeros. Esa vez hasta sus amigos salieron crucificados, su padre les prohibió de forma tajante volver a verse, sobre todo porque ellos siempre acababan avalando cada travesura de su hija.

A pesar de eso, ella siempre le veía lo bueno a todo, aunque no tuviera pies ni cabeza, eso era con exactitud lo que hacía cuando pensaba que dependiendo de la perspectiva con la que se mirase el cristal, Daniel Gossec no produciría un gran reto, estaba visto que aun con su arrogancia y lo odioso que podía llegar a ser en algunos momentos, entraba la posibilidad de que se llevasen bien. No había porque enamorarse, por muy irónico que pareciera en ese momento, no estaba buscando enamorarse, no la impulsaba el ideal de alcanzar el amor, solo quería alejarse de su padre.

Lo que había oído acerca de él, no fue nada positivo, era catalogado de mujeriego, trovador, conquistador y despreocupado. Aparte le llevaba cuatro años más, durante algunos años vivió fuera del estado y no mantenía una relación seria con alguien en particular. Mas no podía juzgar que fuera engreído, inconstante y algo inconsciente, ella tenía de todo eso también. No sabía si el ser así, fue su decisión o una especie escudo contra los demás, como ella lo utilizaba algunas veces.

Recordó que, durante aquella fiesta en su casa, solo escuchó rumores de quien se trataba y él seguía altivo y exudando arrogancia, como si el mundo alrededor le diera igual. No perdió su tiempo en ensimismamientos, aunque era obvio que él tenía otros planes en mente y uno de ellos fue el que, para ella en un principio, le pareció una soberana locura.

Esa noche decidió salir hasta el pequeño rosal del jardín para escapar de la bulla y la música, sobre todo de los que pretendían pasearla por el salón con la excusa de bailar. Sus pies estaban tan cansados de bailar, como ella de fingir ser la recatada y bien portada, Katherine Deveraux.

Todo por culpa de la complaciente novia de turno de su padre. La muy pagada de sí, tomó la infortunada iniciativa de organizar en la casa una fiesta de beneficencia y recaudar fondos para una de las organizaciones sociales que su padre apoyaba y, así ella sentirse un poco más dueña y señora de la casa Deveraux.

Recordó aquella noche, sobre todo por esa proposición descabellada.

                                         ***

—¿Por qué tan sola, señorita? —Aquella voz ladina y seductora la sobresaltó.

—Tal vez se deba a que deseo estar sola, ¿no te parece? —respondió ella con altivez.

—Um…, y privar a los invitados de tan hermoso rostro —dijo este situándose frente a ella.

¡Argh! Hombre tenía que ser éste.

—Te aseguro que hay rostros más hermosos que admirar allí dentro —lo miró con desdén—. Si ya acabaste con tus vacías palabras de conquistador, te aconsejo que des media vuelta y te multipliques por cero. Extínguete, esfúmate, desaparece en un bosque.

—Así que es cierto lo que dicen las malas y no tan malas lenguas del pueblo —él rio al levantarse y dio un paso atrás con las manos en los bolsillos de su pantalón.

Katherine le devolvió la mirada altiva y respiró mirándolo con indiferencia.

—¿Y qué es lo que ha oído el señor sobre mi persona? —lo cuestionó mientras caminaba a su alrededor, hasta volver a detenerse a su lado.

—Creo que no te han hecho justicia Katherine Deveraux… eres soberbia, altanera e irreverente. Sin embargo, a alguien tan hermoso podría eso no perjudicarla en nada ser indomable.

—¡Oh! ¿Y eso dicen o… es tu perspectiva?

—Es un poco de todo me parece —repuso él con franqueza—. El punto es, si es eso lo que permitirás que conozca de ti o me mostraras tu interior, Katherine.

—Ja —bufó ella—. Ni que fueras Dios. Además, no veo porque piensas que lo que muestro no es mi esencia. Has coincidido en algo, soy indomable.

¿Y quién ha dicho que quiero domarte? Ella lo miró con severa desconfianza—. Sé que no eres tan espinosa pequeña rosa, todo este sarcasmo y desdén es para alejar a las personas, sé que al abrir tus pétalos eres tal cual como una rosa de sedosa y perfumada —él jugueteó con estúpidas palabras que hasta le hicieron sentirse como un idiota.

Ella aplaudió entre risas socarronas.

¡Qué patético eres! ¿Ese discurso lo usas muy a menudo o es solo para que caigan rendidas a tus pies? Perdón, pero te ves demasiado ridículo.

—No —dijo él sin inmutarse—. Suelo usar la persuasión muy pocas veces, por lo general, mis presas están mucho menos altivas y más dispuestas a ser conquistadas o en tal caso a conquistarme.

Ella torció la mirada.

—Juro que vomitaré como sigas de petulante y arrogante. Según tú, todas se mueren por estar en tu presencia. ¿Por ser parte de tu retorcida manera de amar o por formar parte de tu extenso repertorio? —Se detuvo e hizo una reverencia ante él con pretensión de burlarse. —¡Oh su gracia!

Esta sería una presa difícil de cazar, mas no imposible. La joven era hermosa, tenía ese sarcasmo adicional que le indicaba que los ratos con ella serían muy agradables y aunque odiaba las confrontaciones, podía tolerarla solo por tener alguien que le debatiera por un rato.

—Vaya, entonces… somos dos mi hermosa rosa, por algo dicen que uno como nosotros reconoce a otro cuando lo ve —dijo él respondiendo a su displicencia.

Resopló la joven en impaciencia.

—No me ofenden tus palabras, tanto como tú presencia me molesta —replicó.

Él sonrío y algo dentro de Katherine se tambaleó.

¡Maldito arrogante, sonríe como si supiera algo que el resto ni imagina!, pensó.

Daniel hizo una pausa y la miró suspicaz antes de continuar—: He oído que al parecer no eres muy feliz en tu palacio, princesa —su mirada era intensa, como si buscara hurgar dentro de su alma o su mente lo que no decía en palabras.

No obstante, ella lo rechazó una vez más: Deja de prestar atención a los runrunes, lo mismo podría objetar de ti, si me dejara guiar por: lo que dicen por ahí.

—¡Ah, eso! —se detuvo ante el pequeño rosal y cortó el capullo de una pequeña rosa. Notó que se pinchó el dedo con una de sus espinas, no le dio importancia y se giró para volver con ella—. Dicen muchas cosas, unas ciertas, otras por causa de una mala fama. Solo eso —mencionó quitándole importancia a la vez que le entregaba la rosa.

Katherine lo miró meticulosa, aun así, recibió la flor y sonrió al olerla. Después de todo la rosa no tenía la culpa del arrogante que tenía en frente. Volvió la mirada hacia Daniel en el preciso momento en que limpiaba con su boca la sangre de su dedo. ¡Santo Dios! Hasta haciendo eso se veía atractivo y seductor. Trago saliva con dificultad, ¿a dónde se fue su capacidad de respirar?

Daniel la observó algo dubitativa, supo que detrás de esa frialdad que quería mostrar, se escondía una mujer, aún era un capullo que, en su momento, se abriría en todo su esplendor. Sacó el pañuelo de su solapa y se limpió el dedo, antes de volver al tema. Ella estaba muy mal informada sobre él, aun cuando debía reconocer que al menos no era un total desconocido.

—Me complace saber que no soy un completo desconocido para ti, dulzura e insisto, no todo lo que has escuchado sobre mí es correcto —aclaró volviendo al tema.

—Si tú lo dices... —ella dejó caer los hombros y volvió a su asiento. Necesitaba amainar esa sensación extraña que le produjo al verlo hacía segundos.

—¿Lo que dicen de tu felicidad aquí es cierto o falso? —inquirió él.

Katherine soltó un respiro.

—¿De verdad importa? —Lo miró altiva—. No es como si fuéramos a ser amigos o algo posible, ¿o sí?

—Si de mí depende —hizo una pausa mientras sonrió—. Quizá surja una relación a conveniencia o diplomática si prefieres llamarle de ese modo.

Ella frunció el ceño sin comprender a qué se refería y se lo hizo saber—: No creo eso posible... tú y yo jamás tendremos un acuerdo diplomático, ni de conveniencia, ni de nada. —negó ella con la cabeza, sonriendo con amargura.

—Nunca digas nunca.

—No dije nunca, dije jamás —puntualizó.

—¿No es acaso un sinónimo de nunca? —objetó él.

—Nos vamos a poner gramaticales y lingüistas —bufó ella.

—No. Vamos a ponernos cómodos. —Él se sentó a su lado. Katherine trató de ignorarlo, pero el condenado olía a gloria, y a Hugo Boss. Además, poseía ese garbo y ese traje que le quedaba como mandado a hacer solo para él, esos ojos azules y ese color de piel...

¡Argh! Descarado y seductor....

Tuvo que hacer uso de todo su sarcasmo y su genio para aislarse y, sobre todo, aislarlo a él.

—No habrá nada escabroso... —Tan sumida estaba en el intento de aislarlo que lo que nunca pensó escuchar del muy descarado, la hizo volver a enfocarse en su persona—. Nos casaremos.

—¿Qué? —gritó expulsando aire de golpe y mirándolo iracunda.

—Nos casaremos... no me dirás que, casándonos no se nos acabarían los problemas.

—¿Problemas? ¿De dónde sacas tú que yo tengo problemas? Hablarás por ti —argumentó con aspereza.

—Te niegas a reconocerlo, mas eso no significa que no existan y lo sabes. Casarnos sería una solución razonable —insistió él sin dejar de mirar la plata sólida en sus pupilas. De ser balas le habrían matado.

—¡Argh! Eres en verdad un inconsciente, Daniel Gossec. El colmo del desatino. Eres un idiota, un barbaján —vociferó levantándose, y dándose vuelta para encararlo mientras él seguía sentado—. ¿Este es tu nada escabroso? ¿Te has vuelto loco? A duras penas te estoy conociendo y me estás proponiendo matrimonio. ¿En qué cabeza cabe que yo o cualquier mujer con sus cinco sentidos funcionales aceptará a alguien con tu reputación?

Daniel la miró disfrutando la perorata de la joven y admirando su altivez, algo muy dentro le decía, que estaba queriendo surcar arenas movedizas con una mujer como Katherine Deveraux, aun así, una parte de ese reconocimiento lo excitaba, ya amaba de por sí su manera de pensar y de imponerse.

Él se irguió en su asiento y aclaró la garganta para detener la oratoria de la muchacha.

—No te estoy sentenciando a muerte, Katherine.

—Pues, como si lo estuvieras —bramó ella.

—¿Aceptarías si te prometo un convenio justo?

—¿De cuándo acá hacer trato con el Diablo es justo para el contrario? se bufó ella.

—No soy el diablo, Katherine... —Demonios, el nombre en su boca se oía demasiado bien, era como si logrará estremecer sus cimientos—. Claro que tampoco, soy un ángel —aclaró levantándose para quedar frente a ella, miró sus ojos y un escalofrío recorrió su cuerpo.

Ella negó con la cabeza.

—No hay manera de que yo... —Él la silenció.

—Dejaré que lo pienses bien. Tal vez, consultarlo con la almohada. —Ella lo miraba aún como un espécimen raro a la vez que permanecía ofuscada por su poco tacto.

—Debo reconocer que no ha sido muy elegante la proposición, sin embargo, aunado a que no eres muy feliz en tu torre y yo necesito casarme antes de mi próximo cumpleaños por intereses personales, no me parece tan escabroso. Además, puede que tu padre reaccione y se dé cuenta de lo que tiene antes de perderlo. En tanto, tú recibirías tu recompensa.

¿Recompensa? ¿Con eso pretendía incitarla a aceptar tal cosa? Truhan. ¿Cómo puede proponerle eso, como sabía que su punto débil era el poco afecto que su padre le profesaba?

Ya los matrimonios acordados quedaron en la vieja usanza, estaban en pleno siglo XXI. No se casaría de esa forma, jamás lo haría y menos con él.

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