Capítulo 3

—¿Dónde está ella? —preguntó Ezio sin molestarse en saludar a nadie.

Vanessa y Adriano levantaron la mirada, ambos estaban jugando en la alfombra con su hija menor. Era la típica escena familiar de portada y por primera vez sintió una envidia corrosiva por su felicidad.  

Había estado tratando de comunicarse con Elaide desde el día siguiente que había salido de su departamento. Ella no había contestado sus llamadas o mensajes ni una sola vez. Ese día por fin había terminado con lo de darle espacio y había ido a buscarla.

El guardia que estaba de turno en el edificio en el que ella vivía le había dicho que ella se había marchado, pero no le dio ninguna información más.

Ezio había regresado a su auto y había conducido hasta la casa de Adriano. Ese era el único lugar al que ella podría haber ido.

—Hablemos en mi despacho —dijo Adriano poniéndose de pie.

Estuvo a punto de mandarlo al demonio e ir a la habitación que tenía Elaide allí. No le gustaba no haber obtenido una respuesta. Pero, aunque no le importaba luchar con Adriano si se interponía en su camino, no creía que eso hiciera que Elaide cambie de opinión; por el contrario, ella estaría furiosa.

Asintió antes de seguir a Adriano por el pasillo. Vanessa los siguió después de llamar a la niñera.

—¿Qué fue lo que sucedió? —preguntó Adriano en cuanto estuvieron a puertas cerradas.

Se sintió como en juicio por la manera en la que lo miraban.

Se preguntó que tanto sabían.  

—Elaide no me dijo mucho, solo que terminó contigo. Sé que no fue del todo sincera conmigo cuando me explicó el por qué. ¿Quizás tú puedas aclararnos algunas cosas?

—Teniendo en cuenta que ni siquiera sabía que se fue de su departamento el día de ayer, no creo saber mucho más que ustedes. —Y se sentía un completo inútil por eso—. Necesito hablar con ella —prácticamente suplicó.

Adriano lo miró como si tratara de averiguar algo y luego soltó un suspiro. Compartieron una mirada con su esposa y luego esta asintió.

—Ella no está aquí —dijo Adriano.

—No te creo.

—No tendría por qué mentirte.

—¿Entonces a dónde se fue?

La mirada que el matrimonio le dio, le dijo que la respuesta no le gustaría.

—Salió del país —dijo Vanessa—. Me gustaría decirte a donde, pero es mi hermana y si ella se fue sin decírtelo respetaré su decisión, incluso si no me gusta.

Ezio había dejado de escucharla.

Elaide se había ido. Lo había dejado.

¿Tan desesperada estaba por alejarse de él?

«No te amo, nunca lo hice. Sus palabras se repitieron en su mente y fue casi como si ella estuviera allí, diciéndoselas otra vez».

Se levantó y, sin decir nada, salió de allí. No estaba seguro de cómo llegó a su auto.

Condujo sin un rumbo fijo hasta mucho después de que anocheció, pero el dolor no desapareció. 

***

Ezio firmó los documentos antes de entregárselos a su secretaria para que los enviará al departamento legal.

—¿Algo más? —preguntó.

—Su hermana está en línea de espera.

Asintió.

Alzó el teléfono cuando su secretaria lo dejó a solas.

—Hola, Natalia —saludó.

—¿Cómo estás? —preguntó ella después de devolverle el saludo.

—Lleno de trabajo.

—Deberías tomarte un descanso de vez en cuando.

En los últimos dos años, el trabajo se había vuelto su prioridad número uno. Al principio ayudó a aliviar el dolor que se había instalado permanentemente en su pecho y luego…. Bueno, luego se había hecho una costumbre.

—¿Cómo están mis sobrinos favoritos? —preguntó con la esperanza de que eso distrajera a su hermana antes de que comenzara a seguir indagando en su vida.

Amaba a su hermana, pero preferiría no tener que hablar sobre él. Ella podía ser bastante insistente y casi nunca se rendía si no averiguaba todo lo que quería. Era muy difícil pensar en ella como la misma mujer que había conocido tantos años atrás.

—Chloe está igual de mandona que siempre y el pequeño Horatio está haciendo de las suyas cada vez que tiene oportunidad. Leonardo está arrepintiéndose de cada uno de sus errores pasados.

Soltó una carcajada.

—No mentiré al decir que lo lamento por él.

Natalia se rio.

—Ahora —dijo después de unos segundos— no intentes cambiarme de tema.

Maldijo en silencio. Su hermana era demasiado astuta como para engañarla.

—No lo estaba haciendo.

—Seguro que no —dijo ella con ironía—. ¿Estás seguro de que asistirás mañana? Entenderé si no es así.

Elaide había llegado un par de días atrás y por lo que sabía estaban organizando una cena de bienvenida para el día siguiente. Su hermana se había encargado de ponerlo al tanto, aunque no habría sido necesario. Ezio estaba más al tanto de la vida de Elaide de lo que dejaba ver.

Tan solo pensar en ella hacía que miles de sentimientos batallaran dentro de él.

Se calmó antes de hablar, no quería que su hermana se diera cuenta de que algo extraño sucedía.

—Usualmente me amenazarías si pienso en faltar a una reunión familiar.

—Esto es diferente y lo sabes.

Sí que lo era. Elaide por fin estaba de regreso. Pero las cosas habían cambiado.

Si ella esperaba encontrar al mismo hombre que alguna vez había conocido, estaba equivocada. Elaide no tardaría en descubrir que se había vuelto más decidido y no se iba a rendir hasta conseguir lo que quería, sin importar lo que tuviera que decir o hacer para lograrlo.

—No tienes que preocuparte —dijo.

Solo una persona tenía que hacerlo.

Sonrió sin humor. Había llegado el momento de poner su plan en acción.

—Que digas eso solo logra que me preocupe aún más. Sabes que te quiero y me preocupo por ti.

—Yo también te quiero. Sin embargo, te tengo que dejar. El trabajo me espera.

Su hermana soltó un suspiro.

—Está bien, nos vemos mañana. Cuídate.

Aunque había dicho que debía trabajar, lo único que hizo fue mirar a través de la ventana sumido en sus pensamientos.

Recordando.

Eso era lo único que parecía hacer durante las últimas semanas.

Un golpe lo sacó de su ensoñación.

—Adelante —dijo.

Escuchó la puerta de su despacho abrirse.

—¿Espero no hayas olvidado nuestro almuerzo?

Miró su reloj. Eran pasada las una de la tarde. La mañana había transcurrido bastante rápido.

—Por supuesto que no —dijo recuperando su humor. Giró su sillón de oficina y se levantó para saludar a Aitana. Le dio un beso en la mejilla.  

Aitana era su mejor amiga, la conocía desde el colegio y nunca habían dejado de estar en contacto. Ella también se había visto afectada cuando Elaide se marchó, las dos estaban comenzando una amistad por aquel entonces.

—¿A dónde me llevarás? —preguntó Aitana sonriendo.

Su sonrisa la hacía ver más joven de lo que era. Era una mujer hermosa y vivaz, pero nunca la había visto como nada más que una amiga. Una sola vez los dos se habían besado, había sido algunas semanas después de que Elaide se marchó. Fue una especie de desahogo del cual se arrepintió de inmediato y jamás hizo algo parecido de nuevo.

—¿Recuerdas ese restaurant que está a dos calles de aquí?

—Por supuesto que sí. Es mi favorito.

—Lo sé —dijo con una sonrisa.

Ella lo tomó del brazo y salieron de su oficina. Al pasar le preguntó a su secretaria por su padre.

—Se marchó hace unos minutos.

Eso no le sorprendió, su padre siempre salía temprano para llegar a casa a almorzar.

—Estaré de regreso dentro de un par de horas. Si mi padre me necesita antes, llámame.

—Está bien, señor.

El viaje al restaurante fue corto y aprovechó para interrogar a Aitana sobre el trabajo. Ella tenía su propia boutique y estaba haciéndose cada vez más conocida.

—¿Todavía sigue en pie lo de mañana? —preguntó ella más tarde mientras almorzaban.

—Sí, te recogeré a las seis en punto.

—Me gustará ver a tu familia otra vez —comentó Aitana emocionada—. Todos son siempre tan dulces.

Era una lástima que algunos miembros de su familia no pensaran igual de Aitana. Empezando por su madre y su hermana. Nunca la trataban mal, ni habían dicho nada sobre ella, pero él las conocía lo suficiente para saber que no les agradaba.

Las pocas veces que había preguntado al respecto, ambas se habían encogido de hombros y le habían dicho que era ciego. Las dos eran demasiado parecidas, pese a no estar vinculadas por sangre.  

Capítulos gratis disponibles en la App >

Capítulos relacionados

Último capítulo