3. Pasiones prohibidas

Me desvió del camino que me llevara a mi casa, perdiéndome entre los clubes. No estoy de ánimos para encerrarme a pensar lo patética que es mi vida y llorar. Voy a distraerme de la mejor forma posible que conozco. Me detengo frente al gran letrero de «Lascivo» el club que regento. Estaciono mi auto en mi estacionamiento privado y entro sin pasar por los controles de seguridad. Aquí soy la diva sin tapujos que no me permito ser fuera. Atraigo la atención de varias parejas y lo disfruto contoneando las caderas.

Es temprano aun por lo que la primera planta está llena. Subo directamente al segundo piso, reservada por un grupo selecto de personas que quieren total discrecion.

–Jefa.

Mario el barman me deja un gin tónic para que entre en ambiente. Las parejas que bailan en la pista danzan con sensualidad disfrutando el show de los fines de semana. Dominan el arte de la seducción con el cuerpo y la mirada atrapando a sus presas para luego subir a los otros pisos donde ocurre la acción.

Siempre me han tachado de inmoral y sin escrúpulos. Regento una cadena de bares y hoteles sexuales para personas que no les gusta lo convencional y la gente se cree en el derecho de juzgarme. Sus opiniones me valen tres tiras de m****a, pero al juez que lleva el caso entre mi padre y yo por la custodia de mi hija no, y es algo que tengo en cuenta, por ello mis hoteles y clubes aparecen a nombre de Yenefer y Tom.

–Pruebe esto. –Mario deja una bebida carmesí con tintes negros. Le agrega una cereza. Le doy un sorbo, es dulce y por ultimo un poco acido. Me gusta, sabe a ginebra.

–Esta fantástico, Mario.

–Se llama Erotic. –Me giña un ojo. Es muy oportuno y sensual.

Sigo detallando el lugar, orgullosa de su aspecto. Yo misma me encargué del diseño interior. Todo es una mezcla entre sensualidad pura y discreción. Los miembros de Lascivo son desinhibidos, nadie que entra aquí sale con la preocupación de que alguien revele su estadía aquí. La mayor regla es el respeto y que todo sea consensuado.

–Una vez les dan el si no se desprenden nunca.

Nicolás toma mi trago de entre mis manos y le da un trago que lo termina. Lo miro de reojo y llamo a Mario.

–Habla por ti, estoy supervisando que todo esté bien.

– Claro, fingiré creerte.

–Es mi club, es normal que venga aquí y a ti no te importa.

Pone los ojos en blanco. Frecuenta mis instalaciones a lo largo de América, todo lo que ofrece es de su salsa.

–Señor Nicolás, que placer tenerlo por aquí.

Mario deja de secar las copas para darle la mano, con seguridad. Me doy cuenta que hasta el barman es sensual, pero junto a Nicolas es solo uno más del montón. Nicolás es dominio y basta una mirada para doblegarte a su voluntad.

–Dame un Jack Daniels.

–Y a mí. –Pido.

–¿Alguna presa?

Hace un escaneo de todo el lugar. Ya las luces se encendieron para el cambio de bailarinas en la tarima. No he visto a nadie que llame mi atención. Varias parejas, tríos y cuartetos suben al ascensor de vidrio claro donde puedes ver piso por piso.

Nicolás me da un codazo

–¿Qué te pasa? –Le devuelvo el golpe–. Animal.

–Posible victima a las doce.

Miro al frente, una chica bajita, castaña y llena de tatuajes nos mira con curiosidad.

–¿Tu, ella y yo? –Pregunto sin apartar la vista de la chica que baila con sensualidad.

–Si. –La voz de Nicolás es ronca, cosa que me indica que la chica lo prende. La respiración se me acelera con las expectativas.

Me giro un poco, lo suficiente para darle un beso a Nicolás en los labios. Es nuestra prueba de fuego. Si la chica aparta la mirada es que está interesada en uno de nosotros, si por el contrario la conserva, solo es una adicta más al voyeur cosa que no nos sirve. La mano de Nicolás se pierde entre mis muslos, acariciado y apretando mi carne. Mi entrepierna se lubrica nanosegundos clamando por caricias. Mis labios se rinden ante él, cediéndole el control de la situación y de mi cuerpo.

–Delicia. –Murmura. Suspiro. Vuelvo a caer en sus redes, mi voluntad no existe a su lado.

Nos levantamos cogidos de la mano y nos encontramos con la chica, no hacen falta las presentaciones aquí. Nicolás nos toma a cada una de las manos, apretando para marcarnos como su propiedad. Tomamos un par de manillas que me entrega el guardia de color doradas neón, un color que solo puedo usar yo y mis acompañantes, es un distintivo que detona respeto para aquellos novatos que no me conocen, soy la ama de esto y me tratan como tal.

–¿Qué piso? –Pregunta la chica cuando estamos en el ascensor.

Es menuda y delicada, demuestra inocencia, pero por aquella confianza que demuestra puedo decir que no es la primera vez que viene aqui. Aun asi, no creo que la planta cuatro le guste, muchos látigos, zotes y sadismo para ella. En otra ocasión le habría pedido a Nicolás la habitación negra para que me castigara con azotes por todas las maricadas que he hecho, per la chica no parece de las que les guste el dolor como detonante para el placer, nosotros no lo usamos tampoco, pero uno de alguna manera quiero hacerme despertar de una m*****a vez.

–Planta cinco, habitaciones privadas con temática. –Sentencia Nicolás. Ninguna de las dos refutamos. Somos sus sumisas hoy. El somete y ordena esta noche.

Yo tengo mi habitación propia donde puedo disfrutar de los juguetes sexuales, látigos y todo lo que se me antoje sin tener que ir a un piso especifico, pero no vamos allí. Nicolás nos conduce a la habitación con temática primitiva. Llenas de plantas y camas de madera. La gente tiene fantasías que yo solo me encargo de facilitar dandoles un espacio adecuado.

La cama tiene cabecera con esposas. Las paredes tienen jeroglíficos con posiciones sexuales. Me apunto mentalmente regresar a repasarlas. Mande a poner un dinosaurio de madera en una esquina porque me pereció divertido, además parece que te observa y eso le agrega morbo a la pasión que se desata en las cuatro paredes.

–Hola, rex. –Le doy un beso.

Ese es el problema de ser la dueña y diseñadora de algún lugar, te entran locuras y dificilmente te contradicen. Nicolás nos mueve al centro de la habitación y se sienta en la cama. Me guiña un ojo.

–Baila para nosotros. –Vuelvo a pedirle la chica, encendiendo el reproductor de música.

Me planto frente a Nicolás. Suspiro. No me importa que esto esté mal visto, ambos lo disfrutamos y no dañamos a nadie. Somos dos personas solteras disfrutando de una sexualidad libre.

Lo beso, mientras mis manos se ponen en la tarea de quitarle la camisa y él lo hace con los pantalones. Invado su boca con mi lengua, succionándola, deleitándome con el sabor de whisky. Este es el sabor de lo que debería dejar: dulce y peligroso. Su cara es el rostro de lo que es divinamente prohibido para mí y lo voy a disfrutar hasta que me lleve a la perdición. Mete la mano entre mi cabellos y me sujeta con fuerza de la nuca, para luego invadir mi mandíbula de besos carbonizantes que mandan choques eléctricos a mis pezones y entrepierna. Me toma el lobulo de la oreja con sus dientes.

–Mi dulce pecado. -Susurra.

A tientas busco su pene, encontrándolo erecto. Las manos de la chica me toman los pechos por detrás sobre el vestido de escote de corazón, apretando los pezones erectos que se marcan como dos pequeñas protuberancias redondas. Me baja el cierre del costado, mientras que las manos de Nicolás reciben mis pechos cuando quedan libres. Espero a que a chica me haya quitado hasta la última prenda para arrodillarme entre las piernas de Nicolás que me acaricia las mejillas con el pulgar.  

Nicolás sonríe mostrándome esa sonrisa perversa que me pone a cien. Tiene la fortuna de disfrutar de mis caricias orales.

Beso su torso marcado, mientras con la mano ordeño el falo erecto que se endurece más. Dejo un par de besos en sus muslos y me prendo de su glande empapada con sus jugos previos. La chica lo besa, le hace lamer sus pechos. Los tres en acción. Una mano de Nicolas va al sexo de ella y lo acaricia. La chica se apoya en sus hombros, gimiendo a la vez que Nicolas gruñe y adelanta las caderas, hundiendose mas en mi boca.

Subo y bajo la mano, besando, mordiendo y succionando su pene. Lo introduzco una y otra y otra vez en mi boca y el adelanta las caderas para que me lo meta todo y por más que quiero, no puedo. Es grande y no me le voy a vomitar encima. Me mantengo acariciándolo en su longitud y sus testículos. Mis ojos enfocan a la chica que disfruta con los ojos cerrados y cuando Nicolas mete dos dedos en ella y se deja ir con un gemido. Se aparta.

Me pongo en pie, tambaleándome ligeramente. Mi sexo pide atención, mis pulsaciones me taladran el pecho y tengo la boca reseca. Nicolás lo sabe y va a dármelo sin refutar. Me abro de piernas sobre él. Suspiro. Guía su pene a mi entrada, me dejo caer con cuidado. Llevo las manos a su cabeza y le aparto los mechones de la frente.

–No me mires. –Gimoteo echando la cabeza hacia atrás. Cosa que el aprovecha para apoderarse de mis pezones.  

Me estimula el clítoris al tiempo que yo subo y bajo cabalgándolo. Nuestros gemidos quedan mitigaos bajo nuestros besos furiosos. Es nuestra forma de hacernos ver que tal vez esto esté mal, nos gusta castigarnos cada vez que nuestros encuentros llegan hasta aquí.  

Me toma de las caderas marcando un ritmo más rápido, certero y profundo. Tiro de su cabello y paseo la lengua por su mentón.

–Todavía no. –Gruñe y me azota.

Me besa embravecido y cambiamos de posición. Ahora mi espalda reposa en la cama. Me separa las piernas y trapa sobre mi cuerpo escondiendo su cara en el hueco de mi cuello para evitar el contacto visual. Me penetra y me da un par de embestidas que me retuercen bajo su cuerpo. Me muevo para controlar las oleadas de placer, pero es inútil. Me gana en estatura y fuerza. Desliza una mano hasta mi culo, apretándome a su cuerpo para que no me mueva.  Le araño los hombros y me empeño con su cabello. Va a terminar con dolor de cabeza o calvo si no me da la liberacion que quiero.

La cama se hunde con el peso de alguien más, a los segundos algo frio me rosa las muñecas. Levanto la vista. Me están esposando a la cama. No me molesta, soy fanática de esto y si Nicolás ordena, yo acato. Así lo hemos querido.

Nicolás hace una pequeña succión en mi clavícula y luego en medio de mis pechos. Me sacudo para que me deje en paz.

–¡No seas animal! –No me gustan los chupones para nada.

–Demasiado tarde. –Dice con una sonrisa a medio lado que me desbarata un poco.

De no haber estado esposada le habría dado un bofetada. Abro la boca para dedicarle unas palabras cargadas de furia, pero cuando lleva una mano hasta la unión de nuestros sexos un gemido me arquea la espalda.   Arrastra mis jugos de arriba abajo y cuando agrega un dedo a la presión que ejerce su miembro dentro de mí, mi cuerpo se sacude, mis piernas se ponen rígidas mientras mi espalda se curva por el devastador orgasmos que me avasalla. Y no termina allí, pues se sale con el miembro empalmado y mojado de mis fluidos y su liquido preseminal. Se pone un condón. La otra chica se pone en cuatro y el la penetra de una embestida.

Tengo la respiración a mil por hora y el corazón me retumba con fuerza. Soy testigo de cómo mi antiguo cuñado arremete en la vagina de la chica con fuerza que la hace enterrar la cabeza en la almohada, mientras yo estoy tendida a un lado demasiado lánguida para participar en su placer.

La chica se mueve hasta quedar entre mis piernas, saca la lengua. Jadeo. Pasea la lengua por mi sexo. Ardo con los pequeños espasmos del orgasmo anterior.

No hacen faltas las palabras calientes. Mientras Nicolás embiste a la chica, ella me practica un oral a mí. Me magrea las nalgas y aprieta mis pezones.

Las esposas me lastiman, me desespero cuando aparta la boca negándome el orgasmo. Nicolás le da unas nalgadas que resuenan en toda la habitación. Ella gime y se echa hacia atrás, clavándose al pene de Nicolás que no da tregua.

Me muerdo el labio inferior.

–Lamela. –Exige Nicolás entre dientes.

La chica vuelve a prestarle atención a mi clítoris desesperado. Me mete un dedo y como estoy dilatada me mete tres de un solo. Me arqueo y encojo los dedos del pie.

Los tres gritamos con la llegada del orgasmo que nos deja tendidos en la cama, extasiados y sudorosos. Nicolás sale de la chica y se pierde en el baño. Escucho el agua correr.

–Vete –

La chica me da un beso en la boca, recoge su ropa y se pierde. Aquí las ordenes no se refutan ni se ponen en duda, menos tratándose de mí.

Sigo esposada a la espera de que Nicolás salga para irme a mi casa. Diez minutos después vuelve a salir con un condón puesto.

Es la viva imagen de Reaven, mojado y recién follado. Si hay culpabilidad, en cierto punto. No soy capaz de verlo a los ojos sin recordar a su hermano y no es lo que quiero. Nicolás es mi compañero sexual en ocasiones y ya.

Me cubre con su cuerpo, dejando la cara apoyada en el canal entre mis pechos. Me acaricia las mejillas.

–Suéltame. –Le pido.

El sentimentalismo va a agarrarme y me niego a demostrárselo a él.

–No he terminado contigo aún.

Frunzo el ceño.

–No se contradicen las cosas, es una regla. Cuando vienes follar a un club lo primero que haces es leer las normas, animal.

–Cállate. –Levanta la cara, obligándome a apartar la vista de sus ojos grises. Una tormenta en su mirada–. Eres mía esta noche. Yo someto, yo ordeno, tu obedeces.

–No soy tuya y cuando el juego acaba los roles también. Quiero darme una ducha. –Replico. Quiero quedarme aquí toda la noche, pero tengo cosas de la cuales ocuparme por la mañana a primera hora.

Me pasa la lengua por un pezón, endureciéndolo. Jadeo. Sonríe.

–No todas tienen la fortuna de tenerme a su merced, así que disfrútalo, loca.

Para esta clase de cosas no me apetece ser una rogada de m****a. Me dejo llevar por la pasión que nos envuelve. No que nos veamos muy a menudo y mis parejas sexuales no suelen complacerme tanto.

Me sujeta a cara, nuestros ojos se encuentran y las chispas saltan en mi interior. Me suelta una mano que llevo a su mejilla. Tiene el cabello desordenado, los labios enrojecidos y el magnetismo de sus ojos me llenan el pecho, las lágrimas me corren por las mejillas.

Maldigo. Yo no quiero recordar y siempre me pasa cuando estoy con él. Me remuevo bajo su cuerpo para que se aparte. La herida de Reaven está muy viva y no sirve que me acueste con su hermano gemelo para sanarla. Todos hemos tenido vicios que nos anestesian las heridas más grandes, esas que sangran todos los días y amenazan con quitárnoslo todo. En mi caso se llama Nicolás Ferria.

–Déjalo ir, Aprill. Avanza. –Me aparta el cabello de la cara limpiándome las mejillas con los pulgares.

–Lo intento.

Siento miembro sobre mi estómago y me refriego con el.

–Pues esfuérzate más que no has logrado una m****a.

Le muerdo el labio.

–¿Vas a hacerlo o tengo que encargarme yo? –No tengo paciencia en lo que a el se refiere.

Bajo la mirada al tiempo que lo siento deslizarse dentro de mí, sin afán. La escena es morbosa. Ambos miramos la unión de nuestros sexos, el mete y saca.

Le araño la espalda.

–¡Bésame! –Exige.

Mis labios viajan a su encontró, fundiéndonos y descargando mi furia en aquel beso. Nuestros jadeos quedan mitigaos con las exigencias del otro. Me rodea el cuello con una mano, deslizando el dedo pulgar dentro de mi boca.

–Venga.

Los músculos de mi vagina se contraen, aprietan su falo. Gime acelerando el ritmo. Me muerde los pechos, lame y succiona. No puedo detenerme, me tiene embriagada.

La presión en mi cuello se intensifica, las embestidas también y el éxtasis me avasalla con un grito que intento callar mordiéndome la mano.

–¡No! –Deja mi cuello libre y de un manotazo me quita la mano de la boca–. Siempre déjame escucharte como te corres, siempre.

Me muerde un pezón. Repetimos en la ducha y luego antes de bajar del auto. Vamos a compartir piso por hoy, pero la distancia va a estar latente por acuerdo mutuo.

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