Capítulo Ciento Doce

Siempre me ha parecido tan desagradable el ambiente tétrico que se percibe en los cementerios; el aire es más denso, un tanto asfixiante, quizás por eso a las personas poco les agrada venir a visitar a sus muertos. Por eso, darle un poco de alegría a este lugar y a todas esas tumbas olvidadas, me pareció una idea grandiosa, ¿qué mejor lugar para las flores que un cementerio?

—Me parece que este es el lugar estupendo para todas esas flores, ¿no crees? —Miro con mucho entusiasmo el rostro horrorizado de Úrsula.

Sonrió con descaro en su contra, es gracioso verla contrariada.

—Pues yo creo que lo de la floristería habría sido más provechoso —dice agitando su mano en el aire con desenfado; da un último vistazo al furgón de donde los trabajadores del cementerio han sacado todas las flores que pedí traer de la mansión para dejárselas a los muertos—. Unas flores tan bonitas no merecen un final así.

Resoplo y me coloco mis gafas de sol. Hoy el cielo está más despejado que nunca; ya casi estamo
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