VI

     Faltaban diez minutos para 700 cuando entró a la oficina, el piso estaba casi vacío, se sentó en su escritorio haciéndose la mentalidad  de que ese sería un buen día y si  no era así tendría que soportarlo hasta que encontrara como callar al jefe.

- Deberías buscar algo sucio y hacerlo público – sugirió la conciencia – claro para que él le diga a cualquier persona nuestro paradero y vengan buscando a mi magnifico marido – pensó con fastidio – ¿aún lo llamas marido? Ese imbécil nunca sirvió para nada, podías hacerle lo mismo a Arturo, desaparecerlo.

      La morena sacudió la cabeza estaba volviéndose loca, tomó una carpeta de la gaveta del escritorio y la calculadora, poniéndose a sacar cuentas.

- ¿Dayla? – la pelirroja asomaba la cabeza por la puerta, se estaba volviendo casi normal ver aparecer esa melena.

- Buen día Aileen, pasa.

     La chica pasó algo trabajosa cerrando la puerta tras ella, camino hacia el mueble de madera y la miró desde allí.

- ¿estas mejor? Llamé a tu departamento noche pero sonaba desconectado y pasé esta mañana a buscarte y nadie salió me preocupé.

     Dayla la miró renuente ¿de dónde había sacado el número de teléfono de casa y dirección? ¿Sería una espía del gobierno?, algo no encajaba bien con esa chica, había quedado en contactar a Martín y él había el siguiente día sin dar escusas, en pocos minutos le había traído una pastilla que se vende bajo estrictas prescripciones médicas, aunque a veces llegaba muy tarde o no iba a trabajar todo lo tenía al día. Era muy buena en el trabajo o algo no iba bien.

- ¿Dayla estás bien? Te has puesto pálida – la pelirroja se acercó al escritorio.

- ¿Qué haces aquí? – estaba amilanada.

- Viene a verte – respondió luciendo confundida – Ayer luego de que te fuiste Arturo y Martín tuvieron una reunión y me mandaron a buscar el listado de los posibles clientes que tu tenías y cuando entré tus cosas estaban aquí, salí para ver si te encontraba y vi que tu carro estaba en el estacionamiento pero tú no estabas por ningún lado,  me fui a los archivos y aunque es confidencial saque tus datos, lo siento.

     La pelirroja hablaba rápidamente chochando las palabras, Dayla sonrió dándose cuenta de lo paranoica que estaba siendo.

- Estoy bien, gracias por preocuparte.

- Metí tus cosas en el archivo y lo cerré con llave, tú sabes, para más seguridad ¿los sacaste?

      Negó con la cabeza, quería tener la mente tan ocupada que había olvidado que había dejado sus pertenencias el día anterior,  la chica se levantó sacando el bolso y un Smartphone algo anticuado, trayéndoselos a la mesa, la morena le dio una sonrisa ladeada, la chica no era tan mala como ella había creído, por lo menos tendría a una aparente buena persona como compañera de trabajo.

- La verdad es que no entiendo cómo puedes estar más de doce horas sin andar el teléfono, yo soy adicta a él.

- Supongo que es costumbre, no suelo hablar mucho por teléfono.

- Supongo – repitió encogiéndose los hombros – ¿tienes algo que hacer cuando salgas de trabajar?

- Pensaba ir a un bar que está no muy lejos de aquí a relajarme un rato – “mentirosa” le dijo su conciencia quería volver a ver barman.

- Genial, te veo a la salida entonces.

     La chica salió, Dayla la miro salir sin decir nada más, la chica tenía un espíritu animoso. Tomo el teléfono visualizando la pantalla cero mensajes, cero llamadas; busco el buzón de masajes llevándose el Smartphone al oído.

       Usted ha ingresado al buzón de mensaje: “hola preciosa, espero que estés bien, tu mamá está emocionada con este viaje, no puede creer que después de tantos años al fin saldrá de la isla, te llamaremos cuando lleguemos, te amamos inmensamente mi niña, nunca lo olvides, un  beso”   fin del mensaje.

- Se limpió la lágrimas susurrando – yo también los amo.

      Pasó la mañana y parte de la tarde sacando cuentas, haciendo balances y ajustes en Excel,  no se percató del tiempo transcurrido iban a ser las 1.600, ese día Martín no había llegado y ya era tarde para que lo hiciera. Las tripas le crujieron aún no había almorzado, guardó los documentos y salió de la oficina, una parte de ella sentía miedo de ver a Arturo pero otra sabía que tenía que enfrentarlo.

     Abrió la puerta y caminó por el pasillo, Aileen no estaba en su sitio –quizá está haciendo un recado – pensó. Entro a la sala de descanso y metió el pastelito que le había llevado Miguel en el microondas.

- Dayla – deletreó Arturo lentamente entrando a la pieza con una taza de café– pensé que no habías venido a trabajar, pero luego lo pensé que la impuntualidad no va contigo, así que le pregunte a Aileen por ti, dijo que ayer te habías sentido mal pero que hoy estabas ya en buen estado y trabajando en la oficina, pensé en pasar a visitarte antes de irme.

- Buenas tardes Don Arturo – respondió cortesanamente – sí, ya me encuentro mejor.

- ¿Don? – preguntó con falsa indignación – ¿Después de nuestro pequeño momento ayer vas a llamarme Don?

- Lo que pasó Don Arturo fue un completo error, lo hice para que usted no divulgara… lo que usted dice nada que ver conmigo – no sabía que decir, tenía que desmentirlo todo.

- Sí que lo tiene Dayla y ahora lo sé todo, pero esta vez tenemos sexo puede que hasta se me olvide, podemos aprovechar ahora que mi secretaria se fue temprano por un problema familiar.

- Grandioso  –  dijo en voz baja la chica. La pelirroja se había ido, aparentemente tendría que ir sola a bar. El microondas pitó señalando que el tiempo de calentado había terminado, caminó hacia el aparato haciendo caso omiso a lo que había insinuado su jefe. Tomó el plato para salir, pensó que ignorándolo lo podía blandear, pero se equivocó.

- ¿A dónde crees que vas? – dijo tomándola del hombro.

     No había puesto bien la mano bien en ella cuando en una abrir y cerrar de ojos el hombre estaba sentado en el  piso con la nariz rota después de haberle aplicado una llave de empuje y con el codo le había golpeado en la nariz, él la miró iracundo, ella era un tanto más baja que él, sin mencionar lo ancho y corpulento que era. La morena tragó en seco agrandando los ojos al mirarlo, sin decir una palabra salió de la sala corriendo, Se encerró  en la oficina poniendo el seguro, había metido la pata hasta el fondo. Los golpes en la puerta y amenazas no tardaron en comenzar, las lágrimas comenzaban a asomarse mientas buscaba por donde salir,  su cerebro maquinaba rápidamente posibles escondites o vías de escape.

- M*****a seas, me las vas a pagar pequeña p**a – gritaba endemoniadamente Arturo pateando y golpeando la puerta.

     En cualquier momento la iba a tumbar, tomó el bolso que había traído junto al que había dejado el día anterior y se los colgó en el hombro izquierdo, metió las llaves del auto en el  bolsillo y el teléfono por el escote, podía tirar los bolsos pero los otros dos objetos necesitaba mantenerlos consigo. Corrió a la ventana mirando hacia abajo estaba en el primer piso, no tenía caso quedarse allí no sabía de lo que era capaz aquel sujeto, la distancia no era tanta pero si caía mal, seguro que se iba a romper por lo menos un par de huesos.

     Tomo la silla de su escritorio y se montó en ella para llegar cómodamente a la ventana se quitó los tacones quedándoselos en las manos, como pudo las puso en la ventana y empinándose se encaramó en ella quedando sentada,  Pavimento allá voy. La puerta se abrió de par en par y ella saltó quedando en una fina línea que dividía el techo de la planta baja con el primer piso.

- M*****a sea – escucho repetir a Arturo. Los nervios la atacaron y ese no era momento para que aparecieran ya que eso hacía que la ansiedad también hiciera su aparición y todo se jodía.

     Sin pensarlo dos veces se lanzó, cayendo de costado, ahogó un grito y se incorporó aturdida,  cojeaba un poco, le dolía la pierna derecha  las personas que transitaban por la calle la miraban desconcertados, ir con el perfil bajo se había ido al caño. Escuchó los gritos de Arturo y echo a correr.

- Jesús sácame de ésta, ahora si me he metido en un gran lio – instó.

     Corrió como si su vida dependiera de ello y dependía, el orgullo de aquel hombre era inmenso y más sabiendo lo que sabía, conocía a muchas personas que daría una buena cantidad por ella, era capaz de hacerla  pagar de cualquier modo solo por venganza.

     La morena corrió sin rumbo, al pasar por frente al bar pensó que la mejor idea sería esconderse allí adentro, por alguna razón sentía que allí estaría segura, paró en seco sin permitirse mirar atrás a ver si aún su jefe la seguía, calzó sus tacones y se dirigió a la entrada como si nada pasara aunque por dentro la ansiedad y las ganas de llorar se la estaban comiendo.

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