Capítulo 04: Caballeros de Ishrán

MICHELLE

Se llevaron a Thrall y todo por mi culpa. No puedo pensar con claridad; las lágrimas me brotan de los ojos y fluyen por mis mejillas como cascadas buscando un final al dolor que me asfixia lentamente. Una mano me sujeta el brazo, sacándome del trance en que me encuentro. Es Izan, el hermanito de Thrall, con todo el alboroto me había olvidado completamente de él, me mira desconsolado y se aferra con fuerza a mí.

—¡¿Por qué se han llevado a Thrall?! ¡Él no ha hecho nada malo! —llora como el niño pequeño que es—, ¡Tú tuviste la culpa por golpear al Príncipe! ¡Regrésame a mi hermano! —me empuja y me golpea con sus pequeñas manos. Me parte el alma ver a un niño pequeño llorando, los niños son los más honesto que existe, y en este caso, sé que tiene razón. Me entran ganas de llorar de nuevo, pero sé que debo resistirme, en estos momentos, debo cumplir con lo que me pidió Thrall y cuidar de su hermanito.

—Tranquilo Izan, te prometo que Thrall regresará pronto contigo —me agacho para abrazarlo y contengo sus golpes. Él se resiste, y, finalmente, se rompe a llorar desconsolado, aferrándose a mí como si tuviera miedo de que lo suelte —. Perdóname, Izan. Llora todo lo que quieras, está bien —acaricio su frágil y pequeña cabeza.

—Yo no debo llorar.  Si mi hermano no está, debo ser fuertesolloza y apenas se le entiende. Se aparta de mí haciéndose el duro—. Ya estoy bien, yo nunca lloré, ¿de acuerdo? —se restriega los ojos y se limpia los mocos, causándome ternura.

—No veo a nadie llorando por aquí —le sonrió a la vez que me levanto nuevamente. El niño me mira dudoso como si pensara que voy a divulgar su secreto —. No le diré a nadie, puedes estar tranquilo.

—¡Promételo! —me enseña el dedo meñique.

—Prometido —uno mi dedo meñique con el suyo como representación de nuestra promesa.

Aparecen dos guardias. Me pregunto si no se cansan de fastidiar.

—Tenemos órdenes del Príncipe de trasladarla hasta su hogar —me sujetan del brazo a lo que me zafo. Pensé que me quería fuera del pueblo, no entiendo.

—Puedo sola —refunfuño tajante y pongo los ojos en blanco.

—Es un peligro para el pueblo que ande una loca suelta sin supervisión, después de todo, tu cuidador ya no está contigo.

Me hierve la sangre y quiero soltarle el primer insulto que me viene a la cabeza, pero me contengo. No le daré la satisfacción de sacarme de mis casillas. Si me dejo llevar terminaré igual que Thrall.

—De acuerdo, pueden escoltarme; sin embargo, no quiero que nadie me toque, si no les juro que les arranco la oreja con los dientes a ambos —comento de lo más tranquila, los guardias me miran asustados e Izan también.

—¡No te quieras pasar de lista!

—No lo hago, solo les advierto que sin mis pastillas no puedo evitar volverme un poco agresiva y más con personas desagradables —me encojo de hombros.

—¿Oye, de que hablas? —me pregunta Izan en susurros.

—Sígueme la corriente.

—¿Qué cuchichean? ¿Quiénes eres, niño? Lárgate de aquí, esa chica es peligrosa —refunfuña uno de los guardias sumamente nervioso.

—Es mi primito. —abrazo a Izan —. Él nos guiará a casa. Yo no recuerdo bien donde queda —coloco la mano en la cabeza, en señal de que no estoy bien.

—¿Es cierto eso, niño? —pregunta ansioso.

—Sí, es mi prima. Esta loquita —se ríe a carcajadas.

—En ese caso, tú nos guiarás, pero la chica irá escoltada por nosotros dos. No quiero que interfieras, no me interesa que seas su familiar. Si nos estorbas te dejamos en el camino.

—Cla-claro —responde Izan asustado.

Recorremos las calles empedradas de aquel pueblo gobernado por ese Príncipe déspota con perfectos ojos azules tan claros como el cielo pero tan densos como las profundidades del océano, donde la luz no puede asomarse ni un poco, de esa profunda oscuridad está compuesto su corazón. Claro, si es que tiene uno.

Medito en el camino sobre lo que me está sucediendo, cada vez tengo más preguntas que respuestas y no sé a dónde me llevé todo esto.

¿Este lugar será el limbo o el purgatorio?

Me percato que empezamos a adentrarnos en un bosque. Estoy segura que seguimos en el pueblo, el bosque parece formar parte del mismo. Un ancho camino recto es el único sendero que se aprecia. Debe ser que Thrall e Izan viven aquí.

Llegamos al final del sendero y me encuentro con una casa de madera muy bien cuidada de dos pisos con un techo de dos aguas y un pequeño portal en la entrada. Posee cuatro peldaños para llegar a la puerta principal y del lado izquierdo se logra apreciar un amplio campo con un tendedero de ropa, también diviso un huerto y otros artículos de jardinería.

—Aquí es donde vivimos —comenta Izan señalando la casa que tenemos en frente.

Los guardias intercambian miradas, pareciera que se están poniendo de acuerdo en algo. Luego, me observan con cuidado, van a abrir la boca, pero se aprietan los labios y recaen sus ojos en Izan.

—¿Niño, tú eres hermano del chico que se llevaron preso? —pregunta uno de los guardias, este es alto y delgado mientras que el otro es regordete.

—Sí, es mi hermano mayor —responde Izan y su cara se torna apagada. Los guardias vuelven a mirarse entre ellos y luego, asienten.

—El Príncipe nunca nos ordenó que los escoltáramos hasta su casa, al contrario, recibimos órdenes de expulsar a la chica del pueblo —confiesa el guardia regordete dejándome confundida.

—¿Desobedecieron las órdenes del Príncipe por nosotros? ¿Por qué? —pregunto mientras me alejo de ellos para acercarme a Izan.

—Ese chico, el que se llevaron, nos ayudó en una ocasión. Fue cuando estábamos empezando nuestro entrenamiento para convertirnos en caballeros reales. Cuando vimos el alboroto que se había formado en el pueblo y lo reconocimos, quisimos regresarle aquel favor pidiéndole al Príncipe que lo perdonará —comenta el guardia delgado.

—Pero antes de que pudiéramos comentárselo él se adelantó dándonos la orden de sacarla del pueblo. Como última opción de regresarle el favor a aquel chico, decidimos escoltarte hasta la casa, pero el Príncipe no tardara en descubrir que sigues aquí. Te recomiendo que vayas haciendo el equipaje y partas en la noche —me aconseja el guardia regordete.

—Por cierto, discúlpennos por nuestra rudeza hace un rato. No queríamos levantar sospechas entre los demás guardias —confiesa el guardia delgado.

—No se preocupen. En todo caso, no me iré del pueblo. No sin antes sacar a Thrall del calabozo donde lo metí —sus miradas desaprobatorias aparecen y vuelven a lanzarse miradas cómplices.

—Debes irte, si el Príncipe te encuentra terminarás en el calabozo al igual que tu primo y su sacrificio por protegerte será en vano —dice el regordete tratando de convencerme.

—Lo siento, pero no puedo. Se lo prometí a este niño y le voy a cumplir. Aparte, no puedo solo irme sabiendo que Thrall está allá encerrado —les respondo con convicción—. No es mi primo, lo conocí hace poco y me salvo la vida dos veces. A mí, una completa desconocida. Tampoco estoy loca, fue todo un teatro que él invento para, nuevamente, ayudarme —escupo toda la verdad, dejando atrás todas las mentiras, mejor dicho, la mitad de ellas. Suelto un soplido por el alivio que siento por confesarme a unos completos extraños. Tal vez, solo quería sentirme bien conmigo misma sin importar quién me escuchara.

—¿No estás loca? Honestamente, pensamos que si lo estabas, por eso decidimos tratar con el niño. Parecía más cuerdo —confiesa el guardia delgado con una expresión de asombro.

—Él chico no permanecerá mucho tiempo en el calabozo, seguramente, será soltado pronto. En cambio tú, al agredir a alguien de la realeza puedes recibir un serio castigo y más aun si se descubre que no padeces enfermedad mental alguna y que tus acciones fueron conscientes —me avisa el regordete, preparándome lo que me espera si las cosas no salen bien.

—No me importa, solo quiero sacarlo de ese lugar. Me marcharé de este pueblo apenas lo consiga y para eso necesito su ayuda —propongo y sus caras se tornan confusas.

—¿A qué te refieres? —pregunta el guardia delgado cruzando los brazos y poniéndose a la defensiva.

—Necesito que me ayuden a entrar al calabozo, con su ayuda nadie sospechará y podre infiltrarme fácilmente.

—No podemos hacer eso, si descubren que ayudamos a escapar a un preso no solo seremos despojados de nuestro puesto, sino que seremos encerrados por traicionar a la familia real —advierte el guardia regordete.

—Ya pagamos nuestra deuda. Lo único que podemos decirte es que el calabozo se encuentra debajo del castillo Real.

Suelto un gran suspiro. No sé qué más decirles, soy muy mala convenciendo gente; sin embargo, no puedo darme convencida. Sin su compañía no me atrevo a entrar sola al castillo que estará rodeado de guardias por doquier, con perros de caza o peor aún, leones hambrientos que querrán un pedazo de mi carne.

Tampoco sabré cómo llegar a los calabozos, decirme que están debajo del castillo no me ayuda mucho, sin mencionar el hecho, de qué no sé en cuál celda se encuentra Thrall. Definitivamente, apenas ponga un pie, me atraparán los guardias.

—Yo también corro peligro al igual que ustedes. Ambos lados tenemos una deuda con Thrall y ahora es el momento de pagarla. Traerme aquí no beneficia a Thrall, por lo tanto, no están pagando su deuda como ustedes dicen —refunfuño y cruzo los brazos mientras espero alguna señal de duda en sus rostros. Si les menciono lo de la deuda, es posible que accedan a mi petición.

Ambos intercambian miradas nuevamente. Se colocan de espaldas hacia mí y comienzan a cuchichear entre ellos, no tardan en volverse y enfrentarme.

—Lo pensaremos —sentencia el regordete.

—Te daremos una respuesta hoy a la noche, pero no prometemos cambiar de decisión —me advierte el guardia delgado. Me dan un poco de esperanza.

—¡Gracias! —uno mis manos como si estuviera rogando. Mis ojos deben están brillosos mostrando el anhelo que siento porque su respuesta sea sí. Me quedo un rato en silencio y formulo una pregunta que debí hacer desde un principio—, ¿Cómo se llaman?

—Yo soy Alphonse y mi compañero se llama William —dice el guardia regordete.

—Soy Michelle —me presento y les tiendo la mano en señal de saludo. Ellos me devuelven el gesto, dándonos así, un apretón de manos.

Se retiran por el camino empedrado del bosque hasta que sus siluetas desaparecen por completo. De la misma forma que podrían desaparecer mis esperanzas al fundirse con la oscuridad de la noche. Ahora debo esperar para llevar a cabo el plan de rescate, plan que no existe porque no tengo ni la más mínima idea de cómo llevarlo a cabo.

Izan me toma del brazo con la intención de comunicarme algo.

—Tienes que explicarle a mis papás que paso con Thrall —me jala en dirección a la casa de madera.

—¿Papás? Espera no sé qué decirles —me detengo y doy un paso hacia atrás.

—Diles que Thrall está encerrado en el calabozo. Ya todo el pueblo debe estar hablando de eso.

Me jala en dirección al pequeño portal de la casa y atravesamos los escalones que nos conducen a la puerta principal. Este niño no me deja ni pensar que decir, ¿Cómo les explico todo lo sucedido?

Ahora más que nunca el peso de mis acciones me genera el impulso de contarlo todo.

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