Capítulo 02: El ángel diabólico

MICHELLE

Pestañeo lento y diviso un rayo de luz que me ciega la vista. Abro los ojos de a poco; y  cuando por fin los termino de abrir, me percato que estoy rodeada por grandes árboles coposos. Advierto el vasto horizonte con el sol en lo más alto del cielo turquesa. La hierba debajo de mis piernas me causa cosquillas.

—¿Estoy en el paraíso? Parece que morí de verdadcomento en voz alta mientras una sombra arriba mío me nubla el sol.

—¿Estás bien? —pregunta una voz masculina y me doy cuenta que un chico aproximadamente de mi edad, está observándome. Me quedo un rato viéndole, sus ojos azules clavados en mí me hipnotizan, su cabellera rubia le cae a los hombros y brilla con el sol. Posee facciones delicadas que le dan una apariencia de chico de alta clase. Vuelvo en mí, rápidamente me reincorporo.

—Eh, no..., ¿Dónde estoy? ¿Eres un ángel? —pregunto dándome cuenta de que de verdad me morí. Este lugar no es mi escuela.

—No lo soy. Estás en las afueras de Ishrán, ¿no eres de por aquí, Cierto? Una chica no debe dormirse en el bosque —me deja confundida.

—¿Ishrán? ¿Dónde queda eso? No entiendo, si no eres un ángel ¿qué haces en mi paraíso? Alguien debería explicarme cómo funciona esto de estar muerta —me bufó de mi propia desgracia. El chico me mira desconcertado, como si acabase de decir alguna locura.

—Creo que deberías ver a un médico. Te has golpeado fuerte la cabeza —se levanta con intenciones de partir.

—¡Espera! ¡Explícame! ¡No entiendo nada! —lo agarró del brazo y un vestigio de molestia se asoma en su rostro. Regresa a la normalidad tan rápido que me deja la duda de si mi mente me jugó una mala pasada. Suelto su brazo automáticamente  —Lo siento. Estoy un poco desorientada.

Ishrán es el pueblo que se encuentra hacia el Este. Ahora mismo nos encontramos en las afueras, ¿Recuerdas de dónde eres al menos? —pregunta amablemente.

—Sí, vivo en Villa Real —no sé porque  me inmuto, obviamente, ese lugar aquí no existe. Estoy muerta, me caí de un tercer piso, no lo soñé.

—No lo conozco. Me parece que todavía no estás clara, ¿Qué raza eres? —ladeó la cabeza, ignoro a que se refiere con esa pregunta rarísima.

¿De qué habla este sujeto?

—¿Mi raza? Pues, soy humana —me río ante lo absurdo que suena.

La mirada del chico se torna sombría, ya no sonríe, al contrario, su boca adopta la forma de una línea recta. De pronto, me agarra por la camisa, asustándome. Me quedo de piedra, mis labios no se mueven y mi cuerpo no se resiste. Tengo miedo que me propicie un golpe.

—Asquerosa humana, ¿Cuáles son tus intenciones? Dímelas —sentencia y sus ojos se tornan rojos.

¡¿Este chico tiene ojo tornasol?!

—No sé de qué me hablas. Me estás lastimando —respondo con la voz temblorosa. Me atrae hacia su rostro.

—Sabes perfectamente de lo que estoy hablando, ser despreciable —el desprecio es palpable en su mirada fría.

—No soy un ser despreciable. No me conoces y me insultas, ¿Estás drogado? —gruño, me enfurece sus ofensas.

Mis miedos se transforman en valor. Odio los patanes; y para sorpresa mía, este chico lo único lindo que tiene, es la apariencia.

—No perderé mi tiempo contigo. Al parecer no sabes ni quien eres, no me sorprende viniendo de una raza inferior y mediocre —esto último enciende la chispita de la ira.

Mi impulso hace que le escupa a la cara. El chico no se lo ve venir. Aprovecho para zafarme y me preparo para una posible golpiza.

Debería empezar a correr ahora.

—Esto no se queda así —se limpia el rostro untado de mi saliva. Sus ojos están más rojos que antes. El infierno se plasma en ellos y me quema con solo mirarme.

—¡No te me acerques o te escupo de nuevo! —grito y retrocedo. Voy a morir por segunda vez.

Las punzadas en mi corazón me recuerdan el pavor que estoy experimentando. No veo manera de salir bien librada. Corro sin voltearme siquiera una vez. Soy lenta, sé que me alcanzará, correr no es mi fuerte. Al instante, me jala y yo palidezco.

—¡Déjame, imbécil! ¡No me toques! —me toma de los brazos y hago ademánes para que me suelte. Es más alto y fuerte que yo. Me coloca una mano en la boca para callarme, me empiezo a sentir mareada y sin fuerzas. De repente, se nubla mi vista.

¡¿Este idiota me dio cloroformo?!

Esto es genial. Muero y llegó a un sitio donde lo primero que me encuentro es a un rufián que me quiere secuestrar porque le escupí en el rostro.

Vuelvo en mis cinco sentidos. La cabeza me da vueltas, literal, veo todo al revés. La cara del estúpido chico sonríe malévolamente. Quiero matarlo cuando realizo que estoy de cabeza colgada de un árbol.

Al menos no me golpeó, ni secuestró; pienso positiva.                                                                                 

—¡¿Por qué me colgaste?! ¡Eres un enfermo! ¡Bájame ya! —gruño molesta. Este chico me drogó para subirme al árbol, sin tomar en cuenta que soy una chica, y que esta chica trae falda. Por fortuna, la falda de mi escuela es falda-pantalón.

 Sí, todo un imán de chicos.

—No te bajaré. Te quedarás ahí como recompensa por tu mal comportamiento. Además, me ahorra el trabajo de tener que encargarme de ti. Los lobos harán ese trabajo con mayor eficiencia.

Tiene los brazos cruzados. La pose le da un aire de jefe malvado que admira su cruel trabajo. Los ojos se le han coloreado de azul y son reforzados con una expresión de frialdad que me hiela. Se marcha, dejándome en esta terrible situación.

—¡Púdrete! —grito para descargar la impotencia que me embarga.

Me balanceo de un lado al otro, tengo las manos atadas contra la espalda, la cuerda que rodea mis pies es lo único que me mantiene unida al árbol. La cuerda de mis manos está muy apretada, me es imposible zafarme y menos de cabeza. El  mareo no tarda en llegar a mi cerebro, así que opto por cerrar los ojos. Tengo que arreglármelas, pronto. No quiero ser devorada por los lobos.

Luego de luchar exhaustivamente para soltarme, no lo logro ningún avance significante. No demoro en alterarme, por mi cabeza pasan los peores escenarios. Me duele todo el cuerpo y las ganas de llorar que me entran son reprimidas cuando escucho una voz chillona.

—¡Niña, que haces ahí arriba! ¡Se te ve todo! —grita un niño pequeño.

—Izan no seas irrespetuoso, es obvio que no llego ahí sola. Alguien la colgó —dice el chico a su lado. El resplandor del sol se cierne sobre su cabellera gris mientras me observa desde la base del árbol —¡Disculpa, mi hermanito es un poco atrevido! ¡Ya mismo te bajamos! ¡No te preocupes!  —sus palabras me tranquilizan y esta vez me entran ganas de sollozar de felicidad.

El chico trepa al árbol hábilmente, se coloca en el extremo de la rama que sostiene la cuerda que me une al árbol, saca una cuchilla y se acerca cautelosamente. Baja hacia mí, sostiene las piernas en la rama, esto lo deja en posición boca abajo, igual que yo. Logra cortar los nudos de mis muñecas y el alivio llega pronto a mis manos liberadas; sin embargo, también se instala el ardor por la poca circulación que pasaba por ellas.

—Trata de impulsarte hacia arriba para alcanzar mis manos —me informa el chico y trato de buscar fuerzas donde no las tengo. Luego de intentar varias veces, nuestras manos se unen y él me impulsa hacia arriba. Me siento en el árbol y él me corta las cuerdas de los pies.

—Muchas gracias. Me salvaste —le digo sinceramente. Mis ojos se aguan un poco.

—No tienes nada que agradecerme. No me imagino quien te pudo hacer semejante atrocidad —luce molesto.

—¡Hermano, ya baja tenemos que irnos! —grita ofuscado el niño pequeño.

—¡Allá voy, Izan!

Me toma de la mano para ayudarme a bajar y me indica donde colocar el pie. Nunca había subido un árbol o mejor dicho, colgado de él. Finalmente, pisamos la hierba y mi cuerpo se torna pesado. Las muñecas y los tobillos me arden. Noto las marcas de la cuerda en mi piel, dejaron un rastro oscuro con líneas tenues rojizas.

—¿No andabas jugando allá arriba? —comenta el niño ingenuamente.

—No. Créeme, no es divertido colgar de un árbol.

—¿Tienes idea de quién te hizo esto? Deberías reportarlo —dice el chico seriamente.

—Sí, fue un chico que apareció de la nada y comenzó a amenazarme cuando le dije que era hu… —dejo la palabra en suspenso. Es mejor omitir ese detalle por mi bien.

—¿Hu?

—Hu- hu- ¡Una persona de lo más detestable! —invento, soy tan mala mintiendo —Lo que pasó fue que lo rechacé y no le gustó. Pensé que me secuestraría, pero en su lugar, me dejo colgada del árbol y me dijo que los lobos se alimentarían de mí —exagero todo, como dije, soy pésima mentirosa.

—Lo más seguro, es que fue un ladrón. Andan merodeando los bosques en busca de gente que viaja sola. Son sus principales presas —se coloca los brazos en la cintura.

—Sí, seguro era un ladrón —me sorprendo al percatarme de que sea comido mi mentira, tal vez no soy tan mala mintiendo. Me regodeo para mis adentros.

—No nos hemos presentado. Soy Thrall y él mi hermanito, Izan —señala al niño que lo acompaña y este sonríe.

—¡Hola!

—Soy Michelle, mucho gusto —le regreso la sonrisa.

—¿No eres muy joven para andar por el bosque sola? —pregunta Thrall agarrándome desprevenida.

—Aunque no lo parezca, soy mayor —respondo entre risas, tratando de evitar cualquier prueba que delate mi ignorancia.

—Pero si pareces de doce —frunce el ceño.

—Tengo quince —espeto un poco enojada.

La frase de que me veo como una niña me la repiten a cada rato. No es mi culpa ser pequeña de estatura y rebosar de juventud. Además, mi voz aguda y mi carácter despreocupado no ayuda. Muchos me ven tierna,

pero luego de conocerme dicen que soy un demonio, que de tierna solo tengo la cara.

No entiendo porque causo ese efecto en la gente, si soy un sol.

—¡No te creo! ¡Eres mayor que yo! Vaya, pensé que eras una niña —exclama sumamente sorprendido, demasiado para mi gusto —Yo tengo catorce y mi hermanito, siete.

—Ya estoy aprendiendo a escribir —presume Izan orgulloso de su logro.

—¡Qué bueno! —lo felicito mientras acaricio su cabeza. Aprovecho para conseguir información sobre donde me encuentro, con la presencia de un niño dudo que este chico se ponga violento como el anterior —¿Ustedes podrían explicarme donde me encuentro? Todo esto me dejó mareada y con las ideas revueltas.

—Claro, estamos en las afueras de Ishrán. Es el pueblo que se encuentra hacia el Este, nosotros somos de allá. Si quieres, puedes acompañarnos a nuestra casa y descansar un rato. No tienes buen semblante, tal vez, te ayude a aclarar la mente —dice Thrall haciéndome sentir mal por querer engañarlo.

¿Quién me puede culpar? si recién otro chico con rostro amable me colgó en un árbol.

Empezamos a caminar, más adelante, diviso una portón gigante, parecido al de los castillos medievales con grandes rejas puntiagudas, torres circulares y guardias recelosos.

¿Acaso, viaje en el tiempo?

Uno de los guardias me mira fijamente y no entiendo la razón. No me pone peros para pasar y logro atravesar la entrada sin inconvenientes; pero su mirada desaprobatoria, no me abandona.

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