Capítulo 4

Al día siguiente, Joaquín no llegó. En cierto modo, lo agradeció, tendría algunos minutos para pensar y relajarse antes de que llegaran los niños.

―Buenos días, señorita Ximénez ―la saludó Baltazar .

―Buenos días, señor, ¿tan temprano por acá? ―Ella se sorprendió y también se frustró, no podría ordenar sus ideas.  

―Sí, llegué un poco después de usted, no quería correr el riesgo de que me abollara mi coche, dudo que tenga el dinero para pagar por el arreglo ―le dijo con algo de diversión.

―Su patente vale lo que mi auto, así que sí, dudo que pudiera pagar ―contestó ella muy seria, él arrugó el ceño.  

―Su niño no llegó. ―Miró la sala en derredor.

―No, voy a llamar a la madre más tarde para saber qué pasó, Joaquín no falta nunca.

―Usted se preocupa mucho de sus niños.

―No sería educadora si no fuera así.

―Ya me la imagino de madre.

―No quiero tener hijos.

―¿No? ¿Y eso? Disculpe que le pregunte.

―Tendría un hijo para no verlo nunca, debo trabajar y me perdería todas sus primeras cosas, además, mi trabajo es muy demandante, debo preparar las clases, los juegos, la burocracia, llenar papeles y todo eso. Así es que no, sería traer un hijo para que viviera solo mientras yo me hago cargo de los hijos de otros.

―Tiene razón. Y su esposo, ¿qué dice de eso?

―No tengo esposo, ni novio ni nada. ¿Para qué? Cuando se entere de que no quiero hijos, lo más seguro es que me deje. No quiero pasar por eso.

―¿Nunca ha tenido novio?

―En la secundaria, nada serio. Solo quería ser igual que las otras chicas.

Él asintió con la cabeza. Ella se puso a revisar lo del día. Él no se movió, observó atento cada movimiento de la joven. Ella se sentía cohibida, pero no podía hacer otra cosa que concentrarse en lo que hacía.

En eso llegó una chica como de unos veintipocos, con una sonrisa muy bonita.

―Buenos días, ¿la sala de la profesora Ximénez?

―Sí, soy yo ―respondí.

―Me enviaron aquí, soy la nueva auxiliar de párvulos.

―Perfecto, adelante, ¿cómo te llamas?

―Mariah Bonn.

―Hola, Mariah, ¿lista para empezar?

―Listísima ―respondió la joven con una alegre sonrisa.

―Ya, mira, ¿me ayudas a poner las sillas en círculos? Yo comienzo con la canción del saludo. Cada niño elige un animalito de la pizarra imantada y luego, en la canción escogen una cualidad de su animalito. Ya verás cuando lo hagamos.

Le terminó de explicar la dinámica y, cuando llegó el momento, la chica nueva demostró gran capacidad. Le gustaban los niños tanto como a Diana y fue un gran aporte. Baltazar no se movió en toda la mañana de allí. Para las chicas no fue incómodo, no hizo nada, pero disfrutó cada juego y cada risa. A la hora del recreo, salió con todos, ahí sí jugó con algunos niños en la torre. Diana y Mariah comieron una fruta mientras los cuidaban y se reían del hombre que parecía Gulliver en Lilliput entre esos juegos tan pequeños.

Al término de la jornada, se fueron todos, menos Baltazar .

―A ver, Baltazar ―dijo Diana con algo de burla y un tono de profesora de kínder―, ¿qué aprendimos hoy?

Él largó una carcajada.

―No puse mucha atención, señorita, perdón ―respondió avergonzado―, pero mañana le puedo traer una manzana.

―Y yo que creí que era quien más ponía atención.

―Estaba pendiente de otras cosas, no de lo que enseñaba, profesora.

―¿Se puede saber de qué estaba pendiente, que no puso atención a la clase?

―De su forma de enseñar, los métodos que utilizó y de su forma de tratar a los niños.

―Me estaba evaluando.

―Sí, no se lo voy a negar, para eso estoy aquí.

―¿Y puedo saber qué nota tengo? ¿Me gané una estrellita al menos?

Sonrió deliciosamente.

―Sí, varias estrellitas, pero la evaluación final será el viernes.

―¿Volverá a estar en mi clase?

―No, esta tarde y mañana estaré recorriendo otras aulas. Con lo que vi aquí es más que suficiente para saber el parámetro que debo seguir.

―O sea, fui su conejillo de indias.

―Mejor dicho, fue mi modelo, aunque déjeme decirle que dejó la vara muy alta para sus compañeros.

―Yo no lo creo, lo que yo hago es lo que deberían hacer todos los educadores de párvulos, no es fácil, pero se necesita vocación. Sin vocación es una carga demasiado grande.

―Tiene razón, usted tiene vocación y un talento natural con los niños, ellos la adoran.

―Sí, y yo los amo a ellos.

Se miraron por varios segundos.

―¿Ya se va? Podemos irnos juntos hasta el estacionamiento.

―Sí, ya estoy lista.

Ella marcó su salida en el reloj y caminaron al estacionamiento.

―Buenas tardes, Diana, nos vemos mañana. ―Él la dejó en su automóvil y se fue al suyo

―Hasta mañana, señor.

Iba a subir cuando la llanta desinflada llamó su atención. Renegó en voz baja y abrió el portamaletas para sacar la rueda de repuesto.

―¿Pasó algo? ―Baltazar llegó a su lado. 

Le indicó con la cabeza la rueda.

―Déjeme, la ayudo.

Solo entonces se dio cuenta de que la de repuesto también estaba mala, no la había llevado a arreglar. Lo olvidó por completo.

―Si quiere la llevo, pasamos a comprar otra rueda y…

―No, no se preocupe, tomo un taxi o algo.

La verdad era que ella no tenía el dinero para comprar otra rueda en ese momento.

―Vamos, no va a dejar su automóvil aquí.

―Sí, aquí estará seguro hasta que compre otra rueda. Está hecha añicos.

Él miró la rueda y, efectivamente, alguien le había rajado la llanta.

―¿Quién pudo hacer esto? ―preguntó molesto.

―No sé ni me interesa. Mejor me voy.

Quería llorar, desde que había llegado allí, sus compañeras le hacían la vida imposible, pero aquello ya era mucho, si seguía trabajando en ese lugar era por los niños y por el sueldo, pero no sabía si podría soportar mucho más. Siempre la dañaban de un modo u otro.

―Gracias, señor, voy a tomar un taxi.

―Yo la llevo. Por favor.

Suspiró.

―Está bien, gracias. No me siento muy bien.

Le indicó su dirección y él la dejó en la puerta. Ninguno habló, ella porque lloraría si decía una palabra y él porque quería iba pensando en quién le había hecho tal maldad.

En cuanto entró, llamó a la mamá de Joaquín.

―Quería saber por qué no fue hoy a la escuela ―le dijo.

―Lo que pasa, señorita, es que ayer me llamó la señora Gutiérrez y me dijo que están haciendo un sumario por maltrato de niños de parte suya.

―¿Qué?

―Sí, me dijo que tuviera cuidado con usted.

―¿Le preguntó a su hijo si yo lo regañaba o le pegaba?

―Él dice que usted es muy buena con él y con todos.

―Y prefirió creerle a una mujer que sí maltrata a los niños. Ella fue despedida porque el dueño del colegio la pilló in fraganti, quizá se quiso vengar de mí, por eso la llamó.

―No es eso…

―Está bien. La entiendo. Hasta luego.

“¡Maldita Marta! ¿Por qué tenía que perjudicarme así?”

Lo peor no fue eso, al día siguiente, llegaron solo cuatro niños de los veinte.

Tras la jornada, Baltazar llegó a su sala.

―Mandé a arreglar su automóvil… ¿Qué pasa? ―le preguntó al ver que Diana lloraba.

―Nada.

―¿Cómo nada? Está llorando.

―Hoy solo llegaron cuatro niños.

―¿Qué dice? ¿Y eso?

―Ayer llamé a la mamá de Joaquín para saber qué pasó y me dijo que Marta la llamó porque yo estaba en un sumario interno por maltrato.

―¿Qué dice? Hay que denunciar a esa mujer.

―Yo no voy a hacer nada, señor, voy a presentar mi renuncia ahora.

―¿Qué dice? No puede hacer eso.

―Eso será lo que haré. Ya me cansé del acoso de mis compañeros. No es la primera vez que me hacen una cosa así, por eso la rueda de repuesto también está mala.

―¿Por qué no lo reportó?

―¿A quién? ¿Al director que me dice que esto no pasaría si yo fuera su amante? Según él, me protegería de todo y de todos.  

―¿De qué está hablando?

―De lo que está escuchando. ¿O quiere que hable con la Inspectora general que cobra más cuando ve que los padres pueden pagar, para darles un trato especial a sus niños? ―La cara del hombre se iba transformando―. O tal vez podría hablar con mis colegas educadoras que piden materiales de aseo de más para llevárselos a sus casas. ¿Con quién me dice que sería mejor hablar?

―Debió decirme esto el primer día.

―¿Y cómo sabía yo que usted no era igual? A mí nadie me lo presentó. ¿Cómo podía estar segura de que usted era en realidad el dueño y no un empleado enviado? Ya tuve el temor de que me echaran por no haber “pagado la comisión” cuando vino el señor Horton. Si no me echaron fue porque no encontraron nada en mi contra. Pero me gané más el odio de los demás. Si no me he ido es por los niños y porque necesito el empleo.

―¿Y ya no le importan los niños? 

―Los niños no volverán conmigo, hoy solo llegaron cuatro niños, ¿cuánto cree que tarden esos padres en volver a confiar en mí?, si es que alguna vez lo hacen.

―Usted necesita este trabajo.

―Tengo otra oferta.

―¿Se va a otro jardín?

―No. Ojalá, pero no es de educadora.

―¿Entonces? Esta es su vocación. No se vaya, puedo reubicarla, de hecho, podría quedarse porque el lunes no quedará nadie en este establecimiento.

―No lo sé.

―Piénselo, descanse estos días, venga el lunes y lo conversamos.

―Está bien. Lo llamo en caso de que no pueda venir.

―Sí, espero que esté aquí el lunes. ¿Puede conducir?

―Sí, sí. Gracias.

―Nos vemos, Diana.

―Nos vemos, hasta el lunes.

La joven se fue desolada, ¿qué debía hacer? Si seguía en el mismo empleo, podrían querer vengarse de ella mucho peor. Si tomaba el trato de Hamilton, tendría que casarse, sin amor, con un hombre al que no conocía.

Decidió que iría el sábado a conocer a la familia y solo entonces tomaría la decisión, cuando pudiera saber todos los detalles, no fueran a salir con que necesitaban un hijo antes de cierto tiempo y eso sí que no estaba dispuesta a ceder. No tendría un hijo, no mientras no pudiera mantenerlo y cuidarlo ella misma. Y con un hombre al que amara, por supuesto, y que también la amara a ella y se comprometiera, con su hijo y con ella. No un total desconocido que jamás podría enamorarse de ella.

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