Capítulo 3

―¿Le pasó algo, señorita? ¿Alguien la lastimó? ―Un hombre de unos cincuenta y cinco años se acercó a ella con cautela, no sabía lo que le había ocurrido, pensó que la habían asaltado o algo así, aunque era un hospital, por lo general los familiares de un enfermo nunca estaban solos.

―No, no. Estoy… Solo estoy triste. 

―¿Perdió a algún ser querido? ―Se acercó con más confianza.

―Estoy a punto.

―Lo siento.

―Gracias.

―De nada. ¿No tiene familia con quien compartir este momento?

―No, solo somos mi abuelo y yo. Cometí un error y ahora lo estoy pagando.

―¿Un error?

―Perdón, no debería estarle contando esto.

―No se preocupe, quiero saber. Debe desahogarse.

―Es que lo traje para un experimento, él tenía demencia senil y alzhéimer y le iban a hacer un tratamiento experimental, pero no funcionó y en unos días lo van a desconectar de las máquinas.

―Lo siento, debe ser muy doloroso para usted, sobre todo si es la única familia que le queda.

―Lo peor es que ni siquiera lo voy a poder enterrar. El acuerdo era que su cuerpo después fuera entregado a la ciencia para investigación. Haría lo que fuera por sacarlo de allí y tener un lugar para visitarlo, darle cristiana sepultura, ¿podrá descansar en paz si siguen experimentando con su cuerpo? El problema es que firmé un contrato que decía que, si lo quería sacar de aquí, tendría que pagar el tratamiento completo y son muchos millones.

―Millones que no tiene.

―No, creo que ni siquiera tendría dinero para sepultarlo.

―Asumo que no es casada.

―No, ¿por qué?

―Tengo un trato para hacerle, creo que ambos nos podríamos ayudar.

―¿Un trato? ¿Cómo?

―¿Quiere un café? ¿Tiene tiempo?

―Sí.

Ella sabía que no debía irse con desconocidos, pero estaba desesperada y no pensaba bien.

―Aquí en la esquina hay una cafetería muy buena, vamos, yo la invito.

―Pero usted debe venir a ver a un familiar, no quisiera quitar su tiempo.

―No, también me iba.

―Está bien, la verdad es que necesito ese café.

La cafetería era muy bonita y elegante, ella había pasado un par de veces por allí, pero estaba fuera de su presupuesto. Entraron y Hamilton, así se llamaba el hombre, escogió una mesa bastante apartada de todo.

―Bueno, le explico, yo soy uno de los socios de la clínica donde está su abuelo. Yo soy el socio mayoritario, es el legado de mi padre, que ya se retiró, y sigo yo con su labor. Mis abuelos murieron con demencia senil y mi padre quería encontrar la forma de curar esa enfermedad que tanto daño causa a las familias. ―Ella lo miraba atenta, pues no estaba entendiendo nada―. Bueno, resulta que tenemos un problema familiar. Mi padre falleció hace un año y en su testamento dejó estipulado que mi hijo solo recibiría su parte de la herencia si se casaba antes de dos años y ya pasó uno, si no lo hace, perdería gran parte de este hospital y de otras empresas familiares. Mi hijo, debo decir, no es un hombre que busque o siquiera desee el matrimonio, por lo que debo buscarle una novia.

―¿Y qué le hace pensar que yo puedo ser una buena esposa para su hijo?

―Una mujer que llora porque su abuelo morirá y más, que haría lo que fuera por darle un descanso eterno y cristiana sepultura, es mejor que otra que se alegró de la muerte de su padre porque así podía quedarse con todo, y si voy un poco más lejos, creería que ella fue la causante de su muerte.

―¿Esa es la otra candidata?

―Sí, es la hija de un amigo, se suponía que nuestros hijos se enamorarían y se casarían, cosa que no pasó por parte de mi hijo y ahora yo no quiero que se case con esa mujer.

―Por lo de su papá.

―Exacto.

―Y quiere que yo me case con su hijo.

―Así es.

―¿Y cree que él quiera casarse conmigo?

―Me da lo mismo lo que él quiera o no, es lo que tiene que hacer.

―¿Y por qué cree que yo aceptaría algo así?

―Porque necesita el dinero para sacar a su abuelo del hospital y dijo que estaría dispuesta a cualquier cosa.

―Pero ¡no a casarme con un desconocido!

―Por favor, Diana, será solo un matrimonio de papel, mi hijo no la tocará.

―¿Cómo puedo estar segura?

―Porque mi hijo es gay, por eso no se enamoró de Francesca.

―Eso es distinto. Si él es gay, no corro peligro.

―Jamás la pondría en peligro, Diana.

―No lo conozco, no puedo estar segura de eso.

―Es cierto, niña, solo tiene mi palabra. ¿Qué dice?

―No lo sé, jamás me había imaginado que estas cosas seguían pasando en este siglo.

―Tiene unos días para decidir, si está de acuerdo, el sábado puede ir a almorzar a mi casa y conversamos los acuerdos.

―¿Y si no?

―No podrá llevarse a su abuelo de aquí.

―¿Cómo me contacto con usted?

―Aquí está mi teléfono. ―Me entregó su tarjeta.

―Está bien.

Me levanté. El hombre dejó unos billetes en la mesa y se levantó.

―Vamos, la acompaño, también dejé mi automóvil en el hospital.

Recorrieron el camino en silencio hasta que bajaron las escaleras hacia el estacionamiento. Él la dejó en su automóvil.

―Diana, piénselo, por favor, nos ayudaríamos mutuamente.

―Lo pensaré, aunque no le aseguro que acepte.

―Gracias, con eso me basta.

Se despidieron y ella se fue a su coche. ¿Qué debería hacer? No sabía qué decisión tomar. Llegó a su casa y se metió a la ducha, necesitaba pensar, aclarar sus ideas. El lunes desconectarían a su abuelo y tenía hasta el viernes, a más tardar el sábado en la mañana, para dar su respuesta a Hamilton.

Por inercia tomó las cartas que había recogido del buzón y entre ellas, una de cobranza judicial por los dividendos atrasados. Debía ponerse al día lo antes posible, de otro modo, la desalojarían de su casa. Eso sin contar con la deuda que quedó del funeral de su abuela, también le habían mandado una carta, a su abuela la sacarían de su nicho si no pagaba. Por suerte, había entrado a trabajar al jardín de Baltazar Walsh, aun a, no le alcanzaba para cubrir sus deudas, estaba muy atrasada.

Eso era en lo económico, en lo emocional, estaba sola, no tenía familia, tampoco amigos. Su vida había sido estudiar, trabajar y cuidar de sus abuelos. Cuando su abuela falleció y su abuelo cayó enfermo, apenas tenía tiempo, a veces, no podía dormir porque él se escapaba y debía salir a buscarlo, por eso prefirió internarlo, con el dolor de su corazón, porque sabía que en ese lugar estaría más protegido. Incluso en ese tiempo, del trabajo pasaba al Hogar para visitarlo. Así fue como su vida personal quedó relegada a un segundo plano. Y quedó sin nada.

Y allí estaba. Sola, endeudada y trabajando en un lugar que no le gustaba nada. Pese a ser una escuela de alta gama, los trabajadores no entregaban nada de sí por los niños, al contrario, en lo que pudieran aprovecharse, lo hacían y por eso no la querían, no quiso entrar en el “negocio” de los robos y los abusos. Casi no hablaba con nadie. No podía confiar en esa gente.

La oferta de Hamilton era muy tentadora, pero no sabía si podía casarse por dinero con un hombre al que ni siquiera conocía.

Miró la tarjeta. Hamilton Walsh, ¿sería pariente de Baltazar Walsh? Seguramente. Todos los ricos eran familia entre sí.

Decidió dormir. Quizá, con la mente despejada pudiese pensar mejor.

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