Capítulo 6. Cambios.

Mi despertador suena a las nueve en punto. A pesar de lo tarde que me acosté, no quería dormir de más y que Audrey llegara conmigo durmiendo todavía. Me levanto sin pensarlo tanto, porque de hacerlo regresaría a la cama otra vez, voy directo a la cocina y me preparo una buena cafetera de café. En lo que cuela, que suele demorarse, voy al baño para asearme y cambiarme de ropa. Me miro en el espejo y observo mi rostro pálido y ojeroso. No puedo hacer mucho con eso y no es como que vaya a maquillarme mientras estoy en casa, así que suspiro y lavo mis dientes.

Regreso a la cocina y ya puedo disfrutar de mi café. Lo tomo como siempre, un poco dulce y con un chorrito de leche; como dirían en mi país, “cortadito”. Me siento, con la pequeña taza entre mis manos y las rodillas dobladas, en el viejo sofá y enciendo la televisión. No me interesa nada de lo que están pasando, pero el silencio me aturde y me hace pensar en lo que no debería. Y ya me di cuenta que desde ayer ando nostálgica con los recuerdos, están siendo demasiados recurrentes. Le doy sorbos a mi café y miro hacia un punto cualquiera, sin ver realmente. Regreso a la conversación de ayer con Richard, a su constante insistencia para que yo trabaje horas extra para él. No soy tonta y sé que muchas de las chicas del club hacen mucho más que dar bailes privados, también comprendo que salen ganando el doble o el triple de lo que la pista les da. Pero yo no puedo, de solo pensar en entregar mi cuerpo a un desconocido, me dan náuseas. Solo he tenido un hombre en mi vida y pretendo que siga siendo así; por lo menos hasta que pueda salir de este mundo donde todos buscan algo de ti, para luego terminar desechando sin pensarlo dos veces, una vez lo obtienen.

Me termino el café y sigo donde mismo. No tengo nada por hacer en la casa y quiero aprovechar el tiempo libre para al menos descansar un poco el cuerpo. No es solo que mi trabajo lleve una buena cantidad de carga física; los ensayos, el montaje de coreografías y el constante entrenamiento en el gym, completan el kit de cosas que cansan mucho.

Miro mi reloj y llevo casi una hora sentada aquí, sin hacer nada. Recuerdo el sobre que ayer me entregó Richard con mi paga de la noche y decido contarlo, en lo que llega Marge con Audrey. Aparto la cantidad de siempre, para completar el pago del alquiler y lo otro, lo dejo en el bolso por si surge pagar algo. Terminando de guardar la cartera, llaman a la puerta y me levanto corriendo del sofá. Abro la puerta y al instante, mi pequeña corre para abrazarse a mis piernas, gritando un sonoro “Mamá”.

—Mi pequeña. —Me agacho para abrazarla y darle muchos besos.

—Mamá, te extrañé mucho, pero Mar me llevó a tomar helado —murmura emocionada, con una sonrisa hermosa dibujada en sus labios.

La cargo entre mis brazos y entramos a la casa, con Marge detrás de nosotras. Nos quedamos en silencio, escuchando todo lo que dice Audrey sobre su salida, lo que hizo, el sabor de su helado y todo lo que considera importante, que básicamente, es todo. Sonrío enternecida y no puedo dejar de pensar en que todo lo que hago en la vida, vale la pena si puedo ver en los labios de mi hija la sonrisa que ahora no se desvanece.

Cuando Audrey se cansa de parlotear, se pone a ver los dibujos animados y Marge y yo vamos a la cocina, para conversar un poco.

—¿Pudiste descansar? —pregunta, cuando se sienta a la mesa y me mira con detalle—, no siento que así haya sido.

Suspiro, porque no puedo ocultarle nada a la única amiga que tengo y con la que puedo contar siempre.

—Sí dormí, pero desperté temprano. No quería que Audrey llegara y yo estuviera dormida todavía —confieso, tomando asiento a su lado, no sin antes mirar a mi hija sentada en el sofá y disfrutando de la televisión.

—Amaia, yo sé que es difícil, que quieres recuperar ese tiempo que todavía no puedes darle por completo a tu hija; pero debes descansar, de nada servirá, si te enfermas.

—Lo sé. —Bajo la cabeza y cierro los ojos—. Pero tengo tanto miedo de que este tiempo que no puedo ofrecerle al final le afecte, que deseo aprovechar cada segundo que tenemos juntas.

Marge suspira y toma mis manos, sobre la mesa.

—Querida, tu hija se sentirá orgullosa de la madre que tiene. —Al escuchar esas palabras, resoplo y mis ojos se aguan. No creo eso, pero Marge insiste—: Eres una excelente madre y nada en el mundo podrá opacar eso.

Aguanto las ganas de llorar, porque, aunque pretendo alejarme de ese mundo que odio, el universo no coopera conmigo. Cada día, saco al menos una hora, para buscar trabajo; busco en periódicos, dejo solicitudes, pero nada hasta el momento me ha dado resultados. Entonces, aunque intento buscarme una vida diferente, algo bueno que ofrecerle a mi hija, no encuentro otra forma. Sin embargo, trato de mantener mi actual trabajo, de la forma más limpia posible. Si hiciera algo más para subsistir, creo que el cargo de conciencia me mataría.                    

Marge me entrega la bolsa con las cositas de la niña y se despide, para ir a su casa. Le doy las gracias nuevamente y niega con la cabeza, paciente, antes de salir del apartamento. Nos quedamos Audrey y yo solas y el tiempo se va volando. Almorzamos juntas su platillo favorito, vemos pelis animadas y jugamos a cosas sin sentido, pero divertidas. Cuando llega la tarde, vuelvo a sentirme triste por tener que dejarla, en unas horas tendré que regresar al club, aunque sea domingo; de hecho, hoy es el día que más clientes asisten a vernos bailar. Solo me conformo un poco porque los lunes son mis días de descanso y puedo pasarlos íntegros con mi hija.

Sin embargo, mi felicidad no es completa. No son ni las seis de la tarde, cuando tocan el timbre y al abrir, veo a Jessie, lista para ir al club.

—¿Qué haces aquí tan temprano? —pregunto, con el ceño fruncido.

—Richard nos quiere a todas temprano. —Jessie chasquea la lengua y entra al apartamento, cuando yo me quito del medio.

—Sabes que hoy entro a las once, mi número es el último y no tengo motivos para ir más temprano —murmuro, con mala cara.

—Yo solo soy la mensajera, Amaia —responde, alzando los hombros y yendo a donde Audrey, para saludarla con una sonrisa.

Me quedo pensativa, ganas me dan de decirle algo; pero es verdad, ella solo es la mensajera y no debe pagar culpas. Mi hija y ella se abrazan sonrientes y Jessie se sienta en el piso, para acompañar a Audrey en lo que estábamos haciendo.

—Vístete rápido, tenemos que estar a las siete —dice, mirándome por encima de su hombro, desde su posición sentada.

Cierro mis manos en puños y tengo que respirar profundo para no explotar delante de Audrey. Hoy es de los pocos días que puedo estar un poco más de tiempo, porque generalmente entro tarde. La señora Pibbot no espera que deba llevarle a Audrey tan temprano. En momentos como este, es cuando me siento más desesperada, entre la espada y la pared, pensando en las consecuencias de mis decisiones. Si no asisto, puedo buscarme problemas en el trabajo y, por poco que me guste, es el único que tengo. Por otro lado, con el paso del tiempo, seré consciente de todos los momentos perdidos.

Miro mi reloj y decido ir antes con Marge, para que me asegure que puede quedarse con Audrey desde ahora. Le digo a Jessie que me espere un segundito y bajo las escaleras casi corriendo. Llamo a la puerta sin insistir, aunque realmente quiero golpearla muchas veces para ver si saco toda la frustración. Cuando Marge abre, se sorprende de verme allí, al borde del colapso.

—¿Qué sucede? —pregunta preocupada.

Respiro profundo antes de tener que molestarla otra vez.

—Debo ir más temprano hoy al club —digo, con pocas ganas y sin valor para mirarla a los ojos—. De hecho, ya estoy atrasada, así que, me preguntaba si podrías…

—Amaia… —Pone sus dedos en mi barbilla y alza mi cabeza—, sabes que puedes contar conmigo, a la hora que sea. Tráeme a esa pequeña de una vez.

La sonrisa en su rostro es algo que nunca terminaré de agradecerle, porque solo así es que logro mantenerme enfocada durante la noche, cuando la preocupación es aterradora.

—Gracias, Marge, no tengo cómo pagarte cuánto haces por mí.

—Sí, tienes cómo hacerlo. Solo sigue luchando, yo tendré suficiente con eso.

Le doy un abrazo, porque no puedo hacer menos que eso. Sin ella en mi vida, nada funcionaría y fuera una verdadera locura; no tendría descanso.

Subo las escaleras otra vez y me encuentro a Audrey y Jessie en la misma posición de antes. Mi amiga me mira, para verificar que todo está bien y asiento, antes de seguir para el cuarto y cambiarme de ropa. Preparo la mochila de Audrey con las cosas que necesitará y pronto la estoy llevando con Marge. Mi hija no protesta, no dice nada. Se despide de mí con un beso grande y un abrazo de oso; me pide que esté y que me cuide. Al escuchar sus palabras quiero llorar por tanto amor y me cuesta dejarla ahí y yo tener que seguir mi camino. Aunque sepa que ella está bien cuidada, añoro el día en que esto acabe.

—Vamos —digo a Jessie, que me espera a un lado de las escaleras.

—Audrey es demasiado buena —afirma, mientras caminamos juntas hasta mi auto—, e inteligente.

Asiento, porque es la pura verdad. Si ella fuera una niña difícil, yo no me quedara tan tranquila cada vez que la dejo con Marge. Seguimos en silencio hasta llegar a mi viejo auto, nos subimos y al salir a la avenida, Jessie vuelve a hablar.

—Eres una buena madre —asegura, con una sonrisa sincera.

—Gracias —respondo, devolviéndole la sonrisa.

Mientras avanzamos por las calles de la ciudad, yo voy concentrada en el trayecto y Jessie, va cantando una canción. Mueve sus pies al ritmo de la melodía que solo ella comprende y debo confesar que me contagia su buen ánimo.

—¿Sabes qué querrá Richard? —pregunto, cuando casi llegamos al club.

—No, no dijo nada. Solo que debíamos estar todas, porque habrá cambios.

Frunzo el ceño, no confío nada en esos cambios y mucho menos en las intenciones detrás de ellos. Pero tampoco puedo sulfurarme tan pronto, suficiente con que me haya jodido la tarde con mi hija, no puedo alimentar mi mal humor antes de tiempo.

Cuando llegamos al parqueo del Night Club VIP, cambio mi expresión inquieta por una de fortaleza, el papel que suelo jugar aquí. Completa seguridad. Cero preocupaciones. No puedo darle el gusto a nadie para que se sientan superiores. Y me consta que no solo Richard me tiene puesto el ojo, de las chicas, solo Jessie es de fiar.

Salimos del auto y nos encaminamos juntas hasta la parte trasera del club. Vemos que la mayoría ya están presentes y que solo falta el jefe, para que comiencen las sorpresas. Nos sentamos en las mesas del salón principal del club y vemos, con curiosidad, como algunas de las pistas más alejadas, fueron cerradas con cortinas negras. Al menos tres espacios fueron separados del resto, con paredes temporales que logran dividir el salón en varias zonas independientes.

—No creo que sea lo que estoy pensando —murmura Jessie y yo creo que entiendo también por donde viene la cosa.

Sin embargo, cuando me dispongo a decirle a Jessie lo que pienso, llega Richard. Con su habitual seguridad detrás, entra al salón y mira a todas las chicas con arrogancia. Las ve una por una, buscando algo, hasta que sus ojos se encuentran con los míos. Y sonríe. Un temblor recorre mi espina dorsal y al instante, me pongo en tensión. No me gustó nada esa mirada y no confío en su sonrisa pérfida. Algo viene y no dudo, que no sea algo bueno.

—Bueno, mis hermosas chicas, les traigo noticias sobre los últimos cambios —exclama, como quien tiene el mundo a sus pies y nosotros le perteneciéramos.

A mi alrededor, todo es silencio. Expectativa ante lo que él dirá. Richard camina hasta ponerse al frente de todas y se toma su tiempo, para comenzar.

—Desde hoy, comenzaremos a ofertar un nuevo servicio. Haremos una prueba y en dependencia de los resultados, el club será renovado para ampliar las condiciones y enfocarnos mucho más en la nueva modalidad. —Da vueltas, sin ir al grano. Nos mantiene en tensión todo el rato y eso es lo que más le gusta—. Haremos una rotación, donde todas podrán demostrar si merecen el lugar tan privilegiado que ocupan aquí.

Me mira mientras dice esas palabras y también siento la mirada de algunas compañeras. Alzo una ceja, como quien no se siente intimidada, aunque por dentro soy toda ansiedad.

—¿Qué haremos míster? —pregunta una de las chicas, que no logra aguantar la curiosidad. Además, lo llama de esa forma que él tanto disfruta escuchar.

—Mi hermosa Ámbar, tan curiosa, como siempre —farfulla, mirándola con los ojos brillosos. Desde mi posición puedo ver la reacción de la chica y no es nada repugnante, como sería para mí. Casi que ronronea ante las palabras de su míster—. Por ser tan entusiasta, hoy serás la primera, en esta prueba.

Muchas jadean sorprendidas y la tal Ámbar, aplaude emocionada.

—¿Qué tendrá que hacer, míster? —pregunta otra, que al parecer quiere ganarse su lugar también.

—Un baile privado. Eso es lo que harán a partir ahora.

Sus palabras me caen como balde de agua fría y puedo ver el disfrute en sus ojos cuando observa mi reacción.

—Te lo dije —vocaliza, enfocado solo en mí.

Y sí, me lo dijo, que buscaría la forma de llevarme a su terreno. Ahora debo intentar evitarlo, por todos los medios posibles.

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