Capítulo 6. Mi regalo de Navidad

Aiden se sienta a mi lado, tan cerca, que siento su perfume cosquillear en mi nariz. No me muevo, a pesar de que todo mi cuerpo se eriza ante su cercanía, no quiero darle motivos para creer que me afecta. Su mirada se mantiene fija en las olas del mar y me permito fantasear. Imagino el brillo de la luna reflejado en sus ojos. Sus espesas pestañas sombreando sus mejillas. Sus labios entreabiertos dejando escapar un aliento que se condensa por la temperatura que nos rodea. Sus manos fuertes entrelazadas y apoyadas en sus rodillas. Toda su imagen proyectando sensualidad y masculinidad a raudales.

—Hola, Maddie —dice, devolviéndome a la realidad.

Me vuelvo a mirarlo, me encuentro con su mirada y, efectivamente, sus ojos brillan con el resplandor de la luna.

—Hola —respondo y me obligo a dejar de mirarlo, por un momento creo que no podré hacerlo.

—¿Cómo estás? —pregunta, cohibido, al notar que no le hago caso.

—Bien —farfullo y alzo los hombros, pero con la vista fija al frente.

Me concentro en el sonido de las olas para contenerme de hacer algo estúpido. En otro tiempo, aprovecharía cualquier oportunidad para destilar mi odio y resentimiento, como he venido haciendo hasta ahora; pero ya no soy esa niña que culpa de sus errores a los demás. Aiden fue mi error, uno del que me arrepentiré siempre, pero ya me cansé de todo, he crecido y veo las cosas de forma diferente. Fui ingenua e inmadura al dejarme embaucar por él, ahora todo el pasado que nos une seguirá estando ahí, pero ya mi vida no girará a su alrededor. No creo que alguna vez llegue a perdonarlo por todo el daño que me provocó y, mucho menos, podré olvidarlo; eso solo sucederá, cuando me perdone a mí misma y me permita seguir adelante.

—¿No vas a decir nada más? Algo así como: estaba bien hasta que llegaste tú, ahora puedes irte de vuelta por donde viniste —exclama, risueño, apelando a mi frecuente mal humor cuando estoy cerca de él.

No sé si reír por su burla o darle una respuesta ofensiva, pero solo suspiro, hastiada y me vuelvo a mirarle.

—No, Aiden, no tengo nada más que decir. Si me estás buscando la lengua, te aseguro que no la vas a encontrar, me cansé de todo. Han pasado muchas cosas desde la última vez que nos vimos, lo suficiente para entender que pierdo mi tiempo siquiera, devolviendo tus palabras. Tengo cosas mejores que hacer.

Cuando intento levantarme pone su mano en mi muslo, su toque me provoca una descarga que se propaga por todo mi cuerpo. Logro recomponerme y disimulo mi turbación con una mirada fría.

—Por favor, me gustaría que evitaras tocarme —digo y él, enseguida, retira su mano.

Nos quedamos callados unos minutos, cada uno sumido en sus pensamientos, hasta que él suspira y menciona contrariado.

—Has cambiado. —Su voz suena sorprendentemente seria y plana, como decepcionada. Yo solo río sin humor, de pronto llena de una seguridad aplastante.

—A veces, resulta que somos demasiado crédulos. Depositamos confianza a ciegas en donde no debemos. Solo un golpe nos abrirá los ojos y, la mayoría de esas veces, el golpe llega. Y cuando queremos recuperar lo perdido, regresar el tiempo atrás, nos damos cuenta que no hay nada que hacer, ya es demasiado tarde para recapacitar. Ya el daño está hecho. Lo único que nos queda, es aprender y nunca, nunca, olvidar el dolor que experimentamos. Solo así, no cometeremos el mismo error otra vez. —Lo miro a los ojos con esta última frase—. Que estés bien, Aiden, nos vemos por ahí —digo, mientras me levanto, esta vez sus manos no me detienen.

Doy media vuelta y me voy.

(...)

Decido regresar a la fiesta caminando por la orilla de la playa. No tengo idea de qué tenemos Aiden y yo con la tranquilidad de la playa, el sonido de las olas y la arena, pero se han dado más encuentros con esas condiciones de los que estoy dispuesta a aceptar. Siempre encontramos, aunque lo niegue con todo mi ser, el camino hasta donde está el otro. No podemos escondernos. Nunca hemos podido hacerlo.

Siguiendo el hilo de mis pensamientos anteriores, me encuentro reviviendo nuestros mejores momentos. Antes de que todo se nos fuera de las manos. Antes de que me destruyera de todas las formas posibles.

—Imaginé que estarías aquí. —Escucho la voz de Aiden, justo cuando una sombra se proyecta sobre mí.

Se sienta a mi lado en la arena, justo donde el propio vaivén de las olas se puede sentir; y me acompaña, observando el mar. Unas gafas de sol le cubren los ojos y algunos mechones de pelo le caen encima.

—Lo siento, Mads —habla, después de unos minutos en silencio y sin mirarme; su cabeza está gacha y su tono de voz es serio.

—No tienes nada de lo que disculparte, en todo caso, fui yo la que molestó, pero yo sí que no me voy a disculpar. —Finjo desinterés, mientras me acuesto sobre la arena para mirar el cielo.

Minutos antes de Aiden llegar, me quité el vestido para que no se llenara de arena, por lo que solo llevo puestos mis gafas Ray Ban y el bikini negro. Las olas rompen contra mi cuerpo y salpican arena y agua salada sobre mi torso.

—De todas maneras, déjame aclararte algo —digo. de forma chulesca—. Yo no voy a ser una de tus víctimas, no sea que te lo estés trabajando a partir del tema de amigos y esas cosas, ¿ok? —Me levanto las gafas para que vea mi mirada pícara y él, sonríe divertido.

—¿Estás segura? Mira que, lo que más me gusta, son los retos. No me hagas convertirte en uno.

Esta vez es él quien levanta sus gafas para guiñarme un ojo, yo solo lo miro por unos segundos y me hago la desentendida. Me llevo por respuesta, una ceja enarcada en señal de espera por una contestación, que no llego a darle, puesto que me ha provocado escalofríos el solo pensar en comenzar un juego que puede quemarnos.

Me acomodo y cierro los ojos. Al cabo de un rato de silencio, algo me hace levantar la vista. Por el rabillo del ojo puedo ver a Aiden mirándome, incluso con las gafas puestas, se siente la intensidad con la que me detalla. Siento calor al saber que está viéndome con tanta insistencia. Me pone nerviosa y en ese momento, decido que necesito un baño cuanto antes. Necesito huir.

—El agua está riquísima, voy a bañarme, ¿vienes conmigo? —pregunto, mientras me levanto y sacudo la arena de mi cuerpo. En realidad, es una pregunta por la que espero una negación, pero al parecer, la suerte no está de mi lado.

«¿O sí?», me pregunto, confundida, ni sé en realidad lo que espero de estas extrañas interacciones.

—Sí... sí, claro, voy a poner las cosas junto a las tuyas y te sigo —responde, casi tartamudeando, mientras mira mi cuerpo y cómo lo sacudo.

Por unos segundos no sé si sonreír orgullosa, ponerme nerviosa o aplaudirles a los santos por escuchar mis reclamos de hace un rato. Hasta hoy, Aiden no me había mirado de esta forma; también puede ser que no me haya visto en traje de baño, como tenía que utilizar muletas habíamos evitado las piscinas y la playa, pero el inesperado interés, aún no decido si me gusta o me incomoda. Teniendo en cuenta que acabo de verlo con una mujer y, además, surge su curiosidad solo al verme medio desnuda, no creo que sea algo digno de celebrar.

—Ok. — Le sonrío y comienzo a entrar.

El agua se siente fría a pesar del calor sofocante que hay. Cuando tengo el agua a la altura del pecho, me sumerjo y nado por debajo, para entrar en calor. Decido flotar un rato y nada más relajarme, pienso en Aiden.

«¿Será que de verdad me gustaría convertirme en su próximo reto?», pienso, en un momento de debilidad. No es muy halagador si su interés se debe solo a eso.

Mis desoladores pensamientos se ven interrumpidos cuando, de pronto, un cuerpo proyecta una sombra sobre mi cabeza y unos fuertes brazos me hunden. Aiden comienza a reír a carcajadas cuando ve que trago agua y empiezo a toser. Cuando lo miro seria, me atrae hacia su pecho y me abraza, solo para hundirnos de nuevo, juntos.

—Ya estoy aquí —dice, nada más salir del agua.

Con la sorpresa de su abrazo, puse los brazos por detrás de su cabeza y las piernas las enrosco alrededor de su cintura. Al darme cuenta de la cercanía, me pongo colorada y trato de soltarme. Él nos mira así, tan pegados, y hace un repaso de todos los puntos en los que estamos unidos; solo sonríe, provocador y me abraza más fuerte, para que no pueda soltarme.

—No te voy a dejar, estoy cómodo, ¿tú no? —pregunta, cuando me ve entrecerrar los ojos.

—No te creas, que la verdad no eres muy cómodo y, ya te dije que no seré otra víctima de tus encantos, por si decidiste que era tu próximo reto. —Vuelvo a tocar el tema que habíamos comenzado en la arena y luego me arrepiento. Estoy poniéndome en evidencia al catalogar estos sucesos como algún tipo de interés por su parte.

Aiden suelta una carcajada tan fuerte y estamos tan pegados, que siento la vibración de su risa contra mi abdomen. Es una sensación extraña, pero me gusta.

—Mis encantos, ¿eh? Ahora supongo que eres inmune, ¿no? —pregunta, poniéndome a prueba.

—Pues sí, lo soy —respondo altanera y con una sonrisa de medio lado—. A mí, generalmente, me gusta ser más que el lío de una noche —continúo, arqueando una ceja y desafiándolo con la mirada.

—¿Segura? —repite la misma pregunta de antes, cuando tocamos el tema.

Me mira un instante y puedo ver que sus ojos llamean con algo que no puedo identificar, justo antes de acercar su boca a mi cuello. Sus labios solo rozan mi piel y mi cuerpo entero se eriza. Muerde el lóbulo de mi oreja suavemente y susurra palabras que no alcanzo a escuchar. Tan ensimismada estoy, que hago caso omiso a la tensión que manifiesta mi cuerpo, al escalofrío que recorre mi espina dorsal cuando sus dedos me tocan con suavidad.

—¿Te gustaría que te bese aquí?

Su voz se escucha ronca y varonil. Me da un beso casto detrás de la oreja y, cuando conecta sus ojos con los míos, no me ven con diversión, ruegan por mi permiso. Su boca recorre primero mi cuello y luego mi mejilla, deja pequeños besos por cada centímetro de mi piel. Cada vez que se acerca a mi boca, un cosquilleo proveniente de mi estómago me sacude, Aiden lo nota y sonríe contra mi piel, provocándome aún más.

Cuando ha quedado claro que sus acciones me producen más emociones de las que quiero aceptar, roza suavemente la comisura de mi boca y levanta la vista hasta mis ojos.

—¿Y aquí? —pregunta, serio, mientras sus ojos se vuelven plata líquida.

No dudo. Cierro los ojos y asiento, casi imperceptible es mi movimiento, pero él está tan pendiente de mis reacciones que lo nota. Con pausa, acerca sus manos y ahueca mi rostro, yo necesito verlo una vez más, por lo que abro los ojos y me encuentro con los suyos; la intensidad que transmiten es asombrosa y me emociona. Los vuelve a cerrar justo antes de poner sus labios sobre los míos y, desde ese momento, todo se convierte en sensaciones maravillosas, chispas y corazones latiendo fuertemente.

Me besa primero con suavidad, sus labios explorando la calidez de los míos. Su lengua presiona para entrar, enredándose con la mía y, a partir de ahí, todo se nos va de las manos. Sus manos vagan por mi cintura, hasta posicionarse en la parte baja de mi espalda, apretándome y pegándome más a él. Profundiza el beso y yo suspiro contra sus labios, mientras chupa mi labio inferior; sus dientes me muerden y su lengua acaricia toda mi cavidad. El beso llega a su punto álgido y luego, va disminuyendo en intensidad. Cuando dejamos de besarnos, solo pega su frente a la mía y nos quedamos así por un rato. Al hablar, su voz suena ronca y sexy.

—Creo que ya te demostré que no eres inmune a mis encantos —susurra con sensualidad, el muy petulante, con una sonrisa de oreja a oreja.

Me cuesta unos segundos reaccionar a su comentario porque me había quedado impresionada. Primero, no creí que entre nosotros pasara algo así en algún momento; segundo, ese había sido el mejor beso que me habían dado en la vida.

«Definitivamente el único que merece ser recordado», declaro internamente, recordando los bochornosos intentos de besar sapos para encontrar a mi príncipe.

—¡¿Serás descarado?! —Esa es mi respuesta cuando reacciono a sus palabras, junto a un manotazo juguetón que le doy en el brazo.

—Pues creo que el punto quedó bastante claro cuando te rendiste a mis besos —repite, esta vez sin su descaro habitual y mirándome a los ojos.

De repente, asimilo que aún estamos muy cerca y que sus manos rodean mi cintura, provocando cosquillas donde quiera que me toca.

Ante la intensidad de su mirada me quedo sin palabras, me encuentro en la disyuntiva de seguir su juego o detenerlo todo. Hace solo unas horas él había dormido con otra mujer, incluso, cuando estuve en su habitación, la había escuchado decir que lo esperaba en la bañera, por lo que creo que tuvieron otra sesión de impresionante sexo. Y ahora, hasta hace unos minutos, Aiden había pasado de mí, ni siquiera halagaba mi aspecto, menos hablar de coquetear. Por eso me siento tan rara de repente, no tengo idea si su interés viene porque me convertí en un reto o por algo más que no logro entender.

—Sí, acabas de demostrar tu punto, ¡eres irresistible! —Me enfado con él por utilizarme, por lo que no puedo evitar recurrir al sarcasmo. Él lo nota y frunce el entrecejo, pero luego sonríe pícaramente.

—¿Qué pasa? ¿Te pones así cuando te besa un chico? —se burla el muy condenado.

—Pasa que no me gusta ser el objeto de burlas de nadie y mucho menos un reto para demostrar tus habilidades con las mujeres. Tengo criterio y no me gusta que jueguen conmigo —hablo con sinceridad y él logra identificar el motivo de mi malestar.

—¿Tú crees que te besé por seguir un simple juego? —pregunta, pero yo solo lo miro desafiante—. Así que eso es lo que crees —aclara para sí mismo cuando yo no respondo—. Pues te voy a aclarar una cosa bien importante —confiesa y hace una pausa.

Todavía tengo mis piernas alrededor de su cintura y sus manos están acomodadas en mis caderas. De momento, soy consciente que sus manos me acarician la espalda y sus dedos dibujan formas irreconocibles. Cada roce sobre mi piel envía descargas por todo mi cuerpo, provocando un fuego que se propaga en mi interior.

—Primero que todo, no te convertiste en un reto para mí hace solo minutos, lo fuiste desde que te vi tirada en la arena con el tobillo torcido. —Me quedo boquiabierta por su desfachatez, pero interrumpe mi contestación poniendo un dedo sobre mis labios y callándome en el acto—. Déjame terminar, por favor.

Asiento, mirándolo; su dedo aún en mis labios y el calor irradiando de él por oleadas. Nunca hemos estado tan cerca. Nunca he sentido tantas contradicciones a la vez, no sé si decantarme por la negación o por mantener una esperanza.

«¿Esperanzas de qué?», pregunta mi subconsciente.

«No lo tengo claro», me respondo yo misma.

—Cuando te encontré en la playa no fue casualidad, te vi desde que llegaste al hotel, tu mirada solitaria pedía a gritos compañía, por lo que seguía todos tus movimientos cada vez que estabas cerca de mí. —Me sorprende su sinceridad, pero mucho más su interés por mí desde el inicio—. Esa noche, cuando pediste la piña colada, yo estaba a dos sillas de ti, pero estabas tan entretenida que no notaste mi presencia. En tus gestos pude notar que te sentías sola y cuando tomaste el camino a la playa, supe que tenía que hacer algo para acercarme a ti. No creas que soy un acosador —apura, cuando ve cómo lo miro, alzando los brazos pidiendo entendimiento.

Me siento vigilada, a la vez que halagada. Ahora resulta que también supervisaba mis movimientos. Aiden sonríe con nerviosismo y sigue hablando.

—Puedes pensar cualquier cosa de mí, pero nunca creas que mi intención era utilizarte. Estos días que hemos pasado juntos han sido los mejores que he pasado en mucho tiempo. Eres bellísima y, tenerte cerca y no poder enamorarte fue lo más difícil que he hecho en mi vida. Muchas veces quise dar un paso, demostrar mi interés por ti, pero no quería arruinar lo que teníamos. Tú nunca demostraste estar interesada en mí —dice con un tono avergonzado, pero luego muestra una sonrisa tan linda que hasta sus ojos brillaron—. Hasta hoy, cuando fuiste a mi habitación, en tus ojos vi sorpresa y decepción. Entonces, supe que no era tan indiferente para ti, como creía.

Sus palabras me conmueven y avergüenzan a la vez. Parece ser que mi rostro es una ventana abierta de emociones.

—Todo lo que pasó hace un rato, el coqueteo, el beso, no fue planeado; yo solo noté el cambio en tu actuar y aproveché —sigue explicando y alza los hombros, despreocupado.

En mi estómago comienzan a revolotear maripositas, no esperaba una confesión como esta después de lo que vi hoy.

—Así que soy un libro abierto para ti. Que conveniente —comento, sarcástica, obviando todo lo demás que dijo sobre su interés en mí, a propósito.

—¿Eso es lo único que piensas decirme, después de mi confesión? —pregunta, con un fingido puchero en sus labios, acompañado de una expresión de cachorrito apaleado, aunque sus ojos vuelven a tener el color del mercurio.

—Pues sí, soy así de corta con las palabras —respondo, poniendo los ojos en blanco.

—Si no hablas, entonces tendré que sacarte información de otra forma —dice y enseguida comienza a hacerme cosquillas.

Yo comienzo a reír, gritar y patalear, todo a la vez, tratando de evitar las cosquillas.

—Dime que te gusto —reclama, aumentando sus movimientos.

—¡No! —grito entre carcajadas.

—Si no me lo dices, no paro. —Vuelve a aumentar las cosquillas, ya no solo está en mi cintura, sube y baja por mi espalda a la vez que intenta morderme en el cuello.

—Ok, ok, ¡me gustas! —grito, cuando ya no puedo aguantar más.

Aiden para sus movimientos en ese instante, su mano toma mi cabeza por detrás y me atrae hacia su boca. Esta vez, el beso no es ni suave ni lento, arremete contra mi boca con todo su deseo antes contenido. Mi corta afirmación parece haber desencadenado una reacción en él que no esperaba. La mano que sostenía mi cabeza cesa en su agarre y baja por mi espalda, para acariciarme. El beso, de salvaje pasa a ser tierno y es, aún más delicioso, sentir nuestros cuerpos pegados moverse al son de las olas.

A ese beso le siguen otros, cortos, largos, delicados y furiosos, pero cada uno mejor que el anterior. Pasa el tiempo mientras nos miramos, tocamos, reímos y hablamos de todo un poco. Le cuento que mi mayor sueño es ser escritora, pero que es un sueño complejo de alcanzar y por tanto, lo asumo como un hobbie mientras estudio una carrera que me garantice un trabajo a tiempo completo, preferiblemente relacionado con la literatura. Él solo me mira, asiente y sonríe, al escuchar mis metas futuras. No habla mucho sobre él, pero me dice que está estudiando medicina y que pretende realizar la especialidad en cardiología.

Sus manos nunca abandonan mi cuerpo, sus ojos siguen cada uno de mis movimientos. La barrera que existía entre nosotros, ya no está, ahora nos permitimos manifestar la atracción que hubo desde el principio, ya no es necesario esconderla.

(...)

Suspiro, resignada. Después que inicio con los recuerdos no tienen para cuando parar. Es una constante en mi vida revivir una y otra vez cada uno de los momentos a su lado. Tratando de ver dónde fue que me perdí. Tratando de entender, en qué momento Aiden dejó de ser lo que parecía.

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