Capítulo 4. La fiesta

—¡Maddie, despierta! ¡¿Maddie!? —Doy un respingo cuando Andrea me sacude y casi me caigo de la cama. No recuerdo haberme quedado dormida.

Miro por la ventana y noto que ya oscureció. Reprimo un bostezo y estiro mis brazos, parece que todo el rato estuve en una posición incómoda, porque me duele hasta el cuello.

—¿Cuánto tiempo llevo durmiendo? —pregunto, extrañada.

Cuando me permití ahondar en mis recuerdos no eran más de las seis de la tarde, así que debe haber pasado bastante tiempo.

—Son casi las nueve. Esta es la tercera vez que vengo a ver si estabas despierta, ya casi tenemos que empezar a arreglarnos, por eso te desperté. No lo hice antes porque sé que necesitabas descansar un poco más —explica Andrea, mientras yo froto mis ojos para desperezarme.

—Pfff, sí. Parece que después de todo, sí necesitaba dormir, me siento como nueva —coincido con ella y me levanto de un salto, con la intención de buscar la ropa que traigo en la maleta.

 Aún no la he deshecho, por lo que la subo para la cama y comienzo a sacar todo lo que me estorba en mi búsqueda del conjunto perfecto.

—¿Que te vas a poner Mads? —pregunta Andrea y yo muerdo mi labio inferior, pensativa, mientras observo lo que traje y valoro las posibilidades—. No hace tanto frío, pero hay que abrigarse bien. Yo me compré unos jeans rotos negros de pitillo, quiero estrenarlos hoy —continúa hablando, sin parar—.  ¡Me hacen un culo increíble!

Da saltitos en el lugar y abre mucho los ojos, cuando reacciona ante lo que acaba de decir. Ríe complacida y yo la sigo, niego con la cabeza por sus episodios de locura temporal.

—Andie, no cambias —digo, mientras pienso en la idea de ella y busco lo que ya sé que quiero ponerme—. Yo también tengo unos jeans de pitillo negros que quiero estrenar, los voy a combinar con una blusa de mangas largas color rosa pastel, el sobretodo tejido del mismo color y mis botas Timberland. Elegante y cómoda, todo en uno. —Le sonrío a Andrea y saco todo de la maleta, cuando lo encuentro.

Le muestro algunas prendas superiores que le pueden combinar y al final se decide por una blusa vaporosa color marrón, que hace juego con sus botas y abrigo de piel. Optamos por un maquillaje sencillo, la fiesta es en la playa y alrededor de una fogata, las sombras que creará en nuestro rostro no favorecerían un maquillaje más agresivo.

En un momento dado me miro al espejo y veo en él mi imagen de hace cinco años, el día de mi cumpleaños número diecisiete. Justo la imagen que recordé hace unas horas y que me hizo retroceder en el tiempo, tanto que me quedé dormida por unas tres horas. Aquella niña ingenua que se miraba al espejo en aquel momento, no es la misma que ahora me devuelve la mirada. Mis ojos siguen siendo azules, pero hace mucho que perdieron la inocencia y la calidez que contenían. Ahora son duros, fríos y calculadores.

Los cierro por unos segundos y trato de encontrar esa paz que tanto me llenaba entonces, pero ya se me olvidó cómo se siente. Un corazón roto trae muchas consecuencias, la peor de ellas, que congelas tu alma, encontrando en la soledad, las garantías para sobrevivir.

Suspiro con resignación, nunca podré volver a ser la misma de antes. Doy un último vistazo a mi aspecto y salgo de la habitación en busca de Andrea.

Una fiesta nos espera.

(...)

La casa de Mary es impresionante, al menos desde fuera se puede deducir el lujo y la clase que rodea a su familia. Una mansión de dos pisos, con tejado a dos aguas, abundantes ventanales de cristal e innumerables balcones blancos, a juego con toda la fachada. Una cerca, también blanca, rodea todo el terreno. El césped bien cortado y de un color verde esperanza, resalta entre tanta blancura. El jardín delantero de la casa ya está repleto de chicos y chicas cuando llegamos, todos ellos con vasos plásticos de color rojo en sus manos. En el mismo, hay dispuestas varias mesas con cantidades exorbitantes de bocadillos y bebidas.

—Creo que Mary tiró la casa por la ventana —comenta Andrea, en cuanto vemos el derroche de dinero que se muestra nada más llegar al lugar.

—Tal parece que será la fiesta de la temporada —digo, alzo los hombros y miro a mi alrededor, para detallarlo todo.

En este pueblo vive gente acomodada, por lo que es común que se desarrollen eventos de tales magnitudes, los anfitriones pasan sus vacaciones, ya sea de invierno o verano, exhibiendo hasta dónde son capaces de llegar por ganarse el título de "Anfitrión de la temporada". Mientras tanto, los menos afortunados, disfrutamos de sus excesos.

Rodeamos a la gente y nos dirigimos a la playa. Un camino, inicialmente de piedra, nos conduce hasta la fogata; cuando topamos con la arena se nos dificulta un poco el poder avanzar, es tanta la gente presente que solo alcanzamos a ver el resplandor naranja de la hoguera. Nos abrimos paso con dificultad, pero al llegar al epicentro de la fiesta, ambas nos quedamos boquiabiertas.

Puestos de comida y bebida, colocados estratégicamente alrededor de la fogata, ofrecen sus servicios a más de un centenar de personas. Parrillas con carne humeante, barras tanto de coctelería pija y glamorosa, como de cerveza barata. Una pista improvisada de baile, delimitada por antorchas enterradas en la arena, rodean una plataforma decorada con farolillos de papel y cordeles de luces, dispuesto para la presentación de una banda local de música. A su lado, el panel del DJ ocupa su función con música mecánica, mientras comienza el verdadero show.

—Pues sí, declarada Mary como la "Anfitriona de la temporada" —exclama Andie y alza la voz por encima del ruido. Hago un gesto afirmativo con la cabeza secundando su declaración, todavía perpleja con esta demostración de capital.

Damos unas vueltas buscando a alguien conocido, hay tanta gente que es imposible encontrar a alguien. Pedimos unos cócteles para empezar suave la noche, ya luego vendrá el momento de ponerse fuertes. Ya ha pasado una hora cuando nos encontramos con las compañeras de estudios de Andrea. Abbi y Ellie son muy agradables, las conocí el año pasado en mi estancia de invierno y desde el primer momento, congeniamos, lo que fue una buena noticia para Andrea porque así podíamos pasar tiempo las cuatro juntas.

—¡Holaaaaa, ya llegaron! Me alegro de verte Maddie, llegaste justo a tiempo para la mejor fiesta de todas —dice Abbi, mientras me abraza fuertemente y me da dos besos. Ya se le nota, por el rubor en sus mejillas, que lleva unos cuantos de lo que sea que está tomando.

—Deja de apretarla, Abbi, la vas a asfixiar. —Sonríe Ellie y me aparta de Abbi, ocupando ella su lugar con un abrazo igual de intenso—. Bienvenida de nuevo, Maddie, te extrañamos. —Sus ojos brillan y no puedo determinar si está emocionada o es el efecto de la bebida que le tiene vidriosa la mirada.

—Ya llevamos más de una hora dando vueltas —informa Andrea—. Pero hay tanta gente que es imposible dar con alguien.

Todas miramos el gentío a la vez, se nota que hay personas de pueblos cercanos, porque la mayoría de los rostros son desconocidos. De pronto, comienza a sonar por los altavoces "Cheap thrills" de Sia y nos alborotamos, nos encanta esta canción. A voz en grito nos ponemos a cantar al ritmo del "Come on, come on, turn the radio on". Nos ponemos al día mientras bailamos y bebemos. El grupo local toca, en su mayoría, adaptaciones de éxitos musicales y algunos temas propios muy buenos. No pasan aún de las doce y ya nosotras hemos tomado, tanto cócteles como cerveza y, vamos sintiendo el efecto de ligar ambos tipos de bebida.

Esta sensación de compañía es lo que más añoraba en mi casa, ahora siento que lo tengo todo.

Cerca de las dos, nos encontramos con Christian Anderson, el amigo con derechos de mi prima Andrea. Como ya estamos pasadas de tragos él nos aconseja que nos vayamos y se ofrece a llevarnos. Cuando veo que Andrea me abre mucho los ojos, comprendo que quiere estar a solas con él, por lo que me niego y le pido que se vayan solos, que yo busco quien me lleve o llamo un taxi. Acordamos llamarnos antes de llegar a casa para no llegar separadas y que si veo a Leo le digo que fue a buscar bebidas o algo para comer.

Cuando Andrea se va, Abbi y Ellie se me pierden de vista entre tanta gente. No me gusta vagar sola en una fiesta, por lo que me dirijo hacia la orilla de la playa, a esta hora ya la temperatura bajó un poco, pero no me importa, mi lugar favorito siempre será donde esté el mar. A estas horas ya casi no hay gente tan pegados a la orilla, la mayoría son parejas que buscan un poco de intimidad o algunos pasados de tragos que buscan un poco de aire fresco.

Camino sin rumbo por un rato, hasta que encuentro un lugar lo suficientemente apartado para disfrutarlo y desde donde puedo ver el desarrollo de la fiesta. Me siento en la arena abrazada a mis pies y pienso cuántas veces he estado en la misma situación, sentada en la orilla del mar, atrapada con mis pensamientos. Pongo la barbilla entre mis rodillas unidas y miro la inmensidad del mar. Este ambiente, el mar oscuro, la media luna, la arena fría debajo de mí, me transporta a lo que siento como si fueran otros tiempos. Como si los hubiese vivido una Maddie diferente.

Los recuerdos llegan otra vez y es imposible detenerlos.

Hace exactamente un año atrás, tomé la decisión de asumir mis errores y utilizarlos a mi favor. En medio de todo lo que pretendía sentir, me engañaba a mí misma pensando que podría soportar todo; pero la verdad no tardó en llegar. Nunca estaría a su lado, nunca lograría mantener alejados de él, mis crudos sentimientos. Esos que, con el paso de los años, nunca desaparecieron, solo se transformaron. Dicen que odiar, es amar. Y yo pude confirmarlo. Aiden se encargó de eso.

Ya todo está dicho y hecho. Ya todo quedó claro. No puedes resistirte a mí. —Levanta sus hombros con fingido desinterés, a la vez que termina de vestirse.

—Puede ser, pero solo queda demostrado que disfruto tu compañía, casi tanto como tú, tus escapadas a mi cama —respondo pícaramente, lo miro directo a sus ojos color gris tormenta y con una sonrisa ladeada plantada en mi boca.

Yo estoy acostada aún, en una cama extraña, envuelta en unas sábanas blancas con demasiado olor a detergente, simulando cubrir mi cuerpo desnudo.

—No me entendiste. No realmente —dice y su expresión de triunfo no me pasa desapercibida.

—¿A que te refieres? —pregunto entre risas—. Sabes que este tema se ha vuelto muy recurrente. La primera vez lo entendí. Ahora solo me da a entender que necesitas ampliar tu ego. —La risa simple se vuelve carcajadas.

Se contagia con mi risa, pero la alegría no les llega a los ojos. Una sonrisa cínica se forma en su rostro cuando cruza su mirada con la mía, sus ojos muestran una frialdad conocida. Mi sonrisa muere en mis labios ante la muestra de indiferencia de su expresión. Como un sentimiento congelado, mi instinto prende las alarmas.

«Esto ya lo viví. Ya conozco esa mirada. Ya sé lo que viene ahora», pienso con un mal presentimiento.

—No lo has entendido nunca, Mads. No es cuestión de ego, solo es seguridad de que obtengo lo que quiero. —Alza los hombros con indiferencia y su sonrisa cínica se vuelve fría, desprovista de cualquier emoción. Se sienta a mi lado en la cama y se inclina, para hablarme al oído.

—Que fácil fue tenerte entre mis brazos otra vez —dice y pasa sus dedos por mis mejillas, coloca un mechón de pelo detrás de mi oreja. Su delicada muestra de afecto en contradicción con sus palabras.

Cierro mis ojos para que no vea mis lágrimas. Quito sus manos que aún tocan mi rostro. Su tacto caliente crea chispas con el mío. Respiro hondo para tranquilizar mi rabia. Abro los ojos con una mirada determinada, me levanto de la cama y envuelvo mi cuerpo en una de las sábanas.

—Vete, por favor. —Es lo único que digo, mientras me dirijo hacia el baño. Siento su mirada fija en mi espalda, pero no me vuelvo.

Las lágrimas ya ruedan por mis mejillas y necesito alejarme de él. Alejarme de mi único y mayor error.

(...)

Y como siempre, una vez que un pequeño atisbo de esos días, amargos pero inolvidables, vuelven, no soy capaz de parar de recordar. Cada momento.

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