Capítulo 3. Un sueño para recordar

Me miro en el espejo por décima vez. Llevo mi pelo castaño suelto y con algunas ondas en las puntas, por encima del hombro para acomodarlo. El bronceado de mi piel resalta con las mechas degradadas de rubio que me hice antes de venir. El vestido de corte princesa color azul cielo, realmente me favorece, resalta mis ojos azules y cada una de mis recién adquiridas curvas, ubicadas, a mi parecer, en los lugares correctos. Los zapatos son unas ligeras ballerinas blancas con brillantes, para darle un toque elegante a mi estilo casual de verano. No soy muy alta, solo mido metro sesenta y siete, pero unos zapatos altos no pegan con mis intenciones de hoy.

—¡Por Dios, que calor hace en este lugar! —hablo con mi reflejo, mientras me retoco el lápiz labial y la máscara de pestañas. No es que tenga que usar mucho maquillaje para lucirlos, mis pestañas son bien tupidas y mis labios son gruesos y de color rosa tenue; pero de igual forma quiero lucir espectacular el día de hoy.

Repaso nuevamente el conjunto y vuelvo la mirada a mi rostro.

—Bien, Maddie, ¡tú puedes! —Me transmito la mayor seguridad de la que soy capaz y doy media vuelta, tomo mi pequeño bolso y salgo de la habitación.

Hoy es mi cumpleaños número diecisiete y como siempre, estoy sola. Mis padres me regalaron una semana en este hotel de lujo aprovechando que visitarían la ciudad por trabajo y, para no romper la tradición, no son capaces de llegar a tiempo para desearme un feliz cumpleaños. Quedan exactamente treinta y cinco minutos para terminar mi día especial y aún no los he visto; supongo que creen que me basta con su exuberante regalo.

Como aun soy menor de edad, no puedo entrar a la discoteca del hotel y pedir una bebida en el bar, fuera de piñas coladas o refrescos. Hacerlo, solo provocaría fastidiar mi noche, si se dan cuenta. Eso no es lo que necesito.

Camino con decisión por el hotel y al ver el bar, me dirijo hacia allí. Tomo asiento en una de las sillas que se encuentran alrededor de la barra y señalo al barman para que me atienda.

—¿Qué desea tomar, señorita? —pregunta un joven, con actitud amable. Si repara en mi edad, no lo tiene en cuenta.

No tengo mucho conocimiento sobre bares y bebidas, pero tampoco pretendo beber alcohol, aunque se me dé la oportunidad, ya tendré tiempo para eso.

—Una piña colada, por favor —pido, con voz segura.

—Enseguida está su pedido. —Me ofrece una brillante sonrisa y me guiña un ojo, mientras comienza a prepararla. Cuando va a agregar el ron, me pregunta mediante gestos si lo deseo con o sin alcohol.

—Sin alcohol —respondo con una sonrisa.

B**e todos los ingredientes, mientras va preparando la copa. Vierte el contenido en ella y le coloca un removedor, un absorbente y un pedacito triangular de piña en el borde de la copa.

—Aquí tiene señorita, que lo disfrute —comenta sonriente, cuando la coloca frente a mí.

—Gracias —agradezco y la pruebo. No puedo evitar gemir de gusto al sentir su sabor—. Está deliciosa.

Le dejo una moneda de mis propios ahorros como propina y salgo rumbo a la playa.

El hotel es majestuoso, inmenso y moderno, pero todo este lujo me es indiferente, prefiero el olor a salitre y el sonido de las olas del mar, al olor dulce del incienso o el sonido ambiente de pájaros cantando. Tomo el camino que lleva a la playa privada a la vez que pienso en que estos dos días este lugar ha sido mi refugio, donde me he dedicado a planear mi futuro, donde me he permitido soñar. Mis planes básicamente se quedan en, ¿qué haré y dónde estaré en cinco años? o ¿estaré enamorada en cinco años?

«Sobre todo, esto último», pienso y ruedo los ojos interiormente.

Me considero una romántica empedernida. Paso muchas horas fantaseando con príncipes azules y amores de novela, por lo que en realidad, más que planificar mi vida, solo he añorado un amor. Me encojo de hombros cuando termino con mis pensamientos y sigo caminando.

Al llegar al límite del camino con la arena, quito mis zapatos y sigo descalza hacia las tumbonas. Tomo una y voy arrastrándola hasta la orilla. A medio camino siento un gemido y luego una risita femenina. Giro sobre mis pies buscando en la oscuridad el lugar de donde proviene el ruido, pero no lo encuentro, por lo que sigo mi camino. Al llegar a la orilla me recuesto en la tumbona y admiro el mar en toda su abundancia, es todo negro, reflejo de la noche y su oscuridad. La luna creciente deja un haz de luz casi imperceptible sobre las pequeñas olas. El mar está tranquilo, por lo que transmite paz y soledad. Justo lo que yo necesito.

Llevo un buen rato sola con mis pensamientos cuando siento el crujir de unos zapatos contra la arena, muy cerca de mí. Me giro sobresaltada para encontrar, a pocos metros, a un hombre que se balancea mientras alumbra con su teléfono hacia la arena.

—Mierda, sabía que iba a ser imposible, a esta hora no voy a encontrar nada —dice, con una voz melodiosa y profunda.

El hombre todavía no me ha visto, parece que busca algo por lo que logré escuchar. Supongo que hablaba consigo mismo porque no veo a nadie más. Por un momento dudo si seguir sentada o irme para el hotel, estoy sola y, además, nadie sabe que estoy aquí. Pero al final decido quedarme, esta es una playa privada y el hotel requiere de un alto nivel adquisitivo para poder estar aquí, no creo que sea un delincuente dispuesto a hacerme daño. Enciendo mi teléfono para ver la hora, ya pasan de las dos de la madrugada y yo ni siquiera me había dado cuenta de todo el tiempo que llevo sentada aquí; no era mi intención estar fuera de la habitación a esta hora, sobre todo porque supongo que mis padres vayan a verme en cuanto termine el concierto que vinieron a supervisar.

Me levanto de un salto y doy un grito cuando me tuerzo el tobillo y caigo en la arena estrepitosamente. Mi caída sobresalta y alerta al hombre de mi presencia, que grita algo parecido a «¡Joder!».

Me quedo sentada en la arena al sentir un dolor punzante en el tobillo y levanto la vista al notar su presencia a mi lado, me ciega por un momento la luz de su teléfono y pongo la mano sobre mis ojos para cubrirlos, él aleja la luz de mi cara al ver mi incomodidad.

—Disculpa, ¿estás bien? —menciona, con esa voz profunda que antes me llamó la atención.

Extiende su mano para ayudarme a levantar. Me toma algunos segundos decidir si es buena idea aceptar la ayuda de alguien a quien ni siquiera le había visto el rostro, cuando él se agacha a mi lado y vuelve a hablarme.

—¿Me oyes? ¿Te encuentras bien? —El teléfono aún nos ilumina y yo levanto la vista hacia su rostro.

Me quedo sorprendida al ver que no es un hombre adulto, sino un joven con facciones bien delineadas y definidas. Desde esta posición no puedo detallarlo bien, pero se nota que es alto y que su piel está bronceada, aunque esto último no estoy segura pues la luz es escasa. Se notan los músculos de sus brazos al llevar una camiseta sin mangas y sus shorts deportivos cortos demuestran que su físico está bien equilibrado. En cuanto deslizo mi mirada hacia su cara, me topo con unos impresionantes ojos grises que me devuelven la intención y me reparan tal cual estoy haciendo yo.

—¿Te gusta lo que ves? —pregunta, de forma descarada, mientras vuelve a extender su mano para ayudarme.

—Podría decir lo mismo, pero no soy tan arrogante. —Cuando por fin hablo, no puedo evitar mi carácter irónico. Él levanta una ceja, sorprendido por mi contestación.

Alargo mi mano y la pongo sobre la de él. En el momento en que nos rozamos, una descarga me recorre todo el cuerpo, lo miro sorprendida y él también muestra su desconcierto, pero dura tan poco que pienso ha sido idea mía.

—¡Auch! —grito, en cuanto siento el palpitar de mi tobillo, vuelvo a mi posición sentada en la arena y acaricio el lugar donde me duele.

—¿Dónde te duele? —pregunta, un tanto preocupado.

—En el tobillo —digo y le muestro el lugar con mi dedo. Él acerca la luz para mirar mejor.

—Se está hinchando, ¿crees que puedes levantarte y apoyarte en mí? Yo te voy a ayudar a llegar al puesto de salud. —Se nota preocupado y eso me sorprende. Lo miro curiosa por unos segundos, hasta que creo debo responder para no parecer tonta.

—Bueno, supongo que no apoyarlo me ayudará. Pero no te conozco y no creo que sea buena idea ir contigo a ningún lado y menos, recostada a ti —digo, con seriedad, pero me divierte la cara que pone al rodar los ojos y como ríe ante mi comentario.

Por un momento me quedo absorta mirando sus labios, su risa ronca junto al movimiento de su boca, me toma desprevenida.

—Soy Aiden Reed, tengo veinte años y soy huésped de este hotel. Mi habitación es la 845, puedes comprobarlo —dice y me guiña un ojo.

Me da gracia su descaro y le respondo, presentándome.

—Soy Maddison Cadwell, pero todos me llaman Maddie, también me hospedo aquí. Y lo de tu habitación, estuvo de más, no me importa cuál sea —bufo y una sonrisa se me escapa.

—Bueno, ya nos conocemos, Maddison Cadwell a la que todos llaman Maddie. Ahora, ¿vas a dejar que te ayude? —pregunta y me tiende la mano, por tercera vez.

No me queda más remedio que sonreír a su comentario y tomar su mano.

—Al fin, es verdad que a la tercera va la vencida —dice risueño, mientras me ayuda a levantar.

—En realidad, te la acepté a la segunda, pero me dejaste caer —expreso y alzo los hombros con despreocupación.

—Chica fácil, entonces, ¿eh? —responde como si nada, pero lo acompaña con un gesto jocoso.

—Ya quisieras. —Es mi respuesta ante su insinuación, él hace un gesto de afirmación mientras recorre mi cuerpo con los ojos.

—La verdad es que sí. Me encantaría —responde, con una mirada lasciva, pero sus ojos brillan con diversión.

Yo ruedo los míos y disimulo con indignación, lo que esa mirada caliente me hizo sentir.

Vamos caminando lentamente hacia el hotel, yo dando saltitos y él cargando con casi todo mi peso. Nuestra cercanía me provoca un poco de calor, pero me digo que es del esfuerzo que estoy haciendo al saltar tanto rato.

—Por cierto, ¿qué buscabas? Antes de caerme, te escuché hablar solo —pregunto, un tanto intrigada.

—Ah, sí, verdad que eso fui a hacer a la playa. Estaba buscando la llave de mi habitación... uhm... la perdí hoy más temprano mientras...uhm...me daba un baño —responde un poco cortado y se rasca la cabeza, aturdido. Recuerdo el gemido que escuché al llegar a la playa y supongo que ese había sido su baño.

Entrecierro los ojos cuando lo miro, reflejando mis dudas.

—Ujum —digo y me hago la desentendida, porque la verdad, lo que haga con su vida sexual me da lo mismo. Luego quiero molestarlo un poco—: Pero podrías haber ido a Recepción, ahí te dan otra —digo y alzo una ceja.

—Sí, pero no lo pensé en el momento —comenta con soltura, esquivando mi mirada.

(…)

Nunca imaginé que aquel chico de hermosos y extraños ojos, llegaría a significar tanto para mí. Mientras recuerdo lo bonito de los inicios, no puedo evitar disfrutar de la experiencia; lo que fue y lo que sentí, no tiene comparación con absolutamente nada, desde entonces. Fue un principio digno de cuentos, la resolución de esos planes que no había dejado de pensar desde que llegué a ese lugar. Era mi sueño cumplido, el príncipe azul que tanto ansiaba.

Y al parecer, esas ganas de que lo fuera, nublaron mi juicio. Me dejé llevar y ese fue mi mayor error.

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